Antífona de entrada
«Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha
hecho maravillas; reveló a las naciones su salvación. Aleluya». Tomada, con
alguna variación, del salmo 97, versículos 1 al 2. La Pascua es el tiempo de
las maravillas obradas por Dios desde la creación del mundo. Pero si admirable
es la creación, aún lo es más la redención, porque afecta no solo al hombre
caído, sino también a todo lo que existe, ha existido y existirá. La liturgia
de este domingo nos invita a cantar, a exultar de gozo por haber sido asociados
a este conjunto de maravillas que Dios obra cada día y actualizamos y celebramos
en la Eucaristía.
Oración colecta
«Dios todopoderoso y eterno, lleva a su pleno
cumplimiento en nosotros el Misterio pascual, para que, quienes, por tu bondad,
han sido renovados en el santo bautismo, den frutos abundantes con tu ayuda y
protección y lleguen a los gozos de la vida eterna. Por nuestro señor
Jesucristo». De nueva incorporación. Esta oración está centrada en el
misterio pascual de Jesucristo como principio sobre el que hemos de fundamentar
la nueva vida recibida en el santo bautismo. Con su muerte y resurrección se
nos ha abierto el camino hacia la pascua definitiva para cada uno, que es el
cielo; pero para ello hemos de dar aquí y ahora frutos de buenas obras.
Oración sobre las
ofrendas
«Oh Dios, que nos haces partícipes de tu
única y suprema divinidad por el admirable intercambio de este sacrificio,
concédenos alcanzar en una vida santa la realidad que hemos conocido en ti. Por
Jesucristo, nuestro Señor». Solo la encontramos en el misal romano de 1570
para el IV domingo de pascua. La teología del “mirabile commercium” (=
admirable intercambio) no se reduce solo al tiempo de Navidad sino que se
extiende a todo el año litúrgico. Pero en este tiempo de pascua, el admirable
intercambio se ha dado, no ya en la Encarnación del Verbo, sino también en el
intercambio operado entre el Hijo y nosotros respecto del sacrificio de
expiación a Dios Padre. Dicho de otra manera, en la pascua, Cristo se entrega a
sí mismo en rescate por todos (cf. 1Tim 2,5) como dijo Él “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para
dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28) y como canta la liturgia de
la Vigilias pascual “para rescatar al
esclavo, entregaste al Hijo”. Pues bien, este trueque asombros es el aval
para poder vivir la vida nueva de los renacidos en el bautismo.
Antífona de comunión
«Yo soy la verdadera vid, y vosotros los
sarmientos, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante. Aleluya». Centonización de los versículos 1 y 5 del capítulo 15.
Pretende ser un eco del evangelio de este domingo. Mediante la comunión
sacramental nos unimos muy íntimamente al Señor, o dicho de otra manera, por el
bautismo somos injertados en el tronco de Cristo y por la comunión recibimos la
sabia de la vida nueva. El cristiano tiene que actualizar cada día su unión con
el Señor y ésta se realiza de modo más eficaz participando del Cuerpo y la
Sangre del Señor.
Oración de pos comunión
«Asiste, Señor, a tu pueblo y haz que pasemos
del antiguo pecado a la vida nueva los que hemos sido alimentados con los
sacramentos del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva
incorporación. Esta oración sitúa en el plano escatológico la oración que desde
el inicio de la misa no ha dejado de repetirse en el formulario: el paso del
hombre viejo a la vida nueva que se nos da por el bautismo. La conversión
conlleva la perseverancia en el bien y la perseverancia en el bien se mantiene
por la asidua participación en el banquete eucarístico.
Visión de conjunto
Hay ocasiones en la vida que uno debe pararse y pensar
cómo está viviendo, si va bien, si va mal, qué debe mejorar, qué debe
potenciar. Todos hemos pasado alguna situación en que nos gustaría cambiar, es
decir, no nos sentimos cómodos con lo que vivimos, y pensamos que debemos dar
un paso más, un paso adelante.
En
la vida espiritual ocurre lo mismo: constantemente hemos de ir dando pasos en
nuestra conversión personal. Por el bautismo hemos abandonado nuestra condición
de pecado, de hombre viejo. Por las aguas bautismales hemos sido sepultados con
Cristo y restituidos a la gracia, a la vida nueva con Él. Pero no es menos
cierto que la vida cotidiana puede hacernos creer lo contrario, puesto que a
pesar de que hemos sido liberados del pecado original, la concupiscencia ha
inclinado nuestra naturaleza hacia el mal.
Entonces
¿cómo entender esta dicotomía? ¿Somos justos y pecadores al mismo tiempo? A esto
último debemos responder rotundamente no, puesto que la gracia y el pecado no
pueden convivir simultáneamente. Gracia y pecado son como el agua y el aceite. Respecto
a la primera cuestión, el formulario litúrgico de este domingo nos ofrece una
bella exposición acerca de la vida nueva operada en nosotros por el bautismo.
En
primer lugar, en la base de la vida nueva esta la participación sacramental en
el misterio de la muerte y resurrección del Señor. El bautismo nos ha injertado
en su cuerpo, de ahí que con razón podemos decir que la Iglesia es el cuerpo
místico de Cristo y que, por tanto, nosotros somos miembros de su cuerpo,
piedras de su templo. Pues bien, si esto es así no podemos pensar que todo lo
que atañe al cuerpo de Cristo sea ajeno a nosotros o que simplemente sea un
mero ejemplo estimulante para la vida. No. Todo lo que atañe al cuerpo humano
de Cristo repercute en los miembros de su místico cuerpo, es decir, la Iglesia
en general y cada cristiano en particular.
Miremos,
por un momento, el cuerpo glorioso del Cristo resucitado. Es un cuerpo
transformado pero que conserva las llagas de la Pasión. Cada cristiano, por el
bautismo, recibe los dones de la inmortalidad y de la divinización, es decir,
participa de la condición gloriosa de Cristo, pero a la vez, conserva las
marcas de los clavos, los azotes y la lanza. De este modo, a pesar de la nueva
condición del cristiano, éste no se ve exento del ataque del pecado, porque los
estigmas de Cristo fueron por nuestros pecados, es más, Cristo se ha hecho
carne de pecado (cf. Rom 8,3; 2 Cor 5,21). Por tanto, también los cristianos
llevamos, no el peso del pecado, que ya fue cancelado, sino las huellas del
pecado. Por eso, y con toda razón, en la vida nueva de los regenerados en
Cristo el pecado es una realidad presente pero no por ello destructiva, ya que
nuestra vida ha sido recreada en Cristo y el pecado podemos evitarlo (cf. Gn 4,
7) y cuando lo hacemos, dice el Concilio de Trento, se convierte en causa de
mérito para nosotros (Decreto sobre el pecado original, cap. 5; sesión V).
De
este modo vemos como entender la aparente dicotomía entre gracia y pecado en
nosotros y de cómo el hombre no es justo y pecador a la vez. Pero hay un
aspecto que no podemos soslayar: la necesidad de resistir las embestidas del
pecado, o lo que es lo mismo, vivir en gracia de Dios. El cristiano tiene que
tener claro este deseo fuerte en su vida siguiendo las inspiraciones del salmo
26 que dice “tu rostro buscaré, Señor, no
me escondas tu rostro” o aquel salmo 42 “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti,
Dios mío”. En Dios, y solo en Dios, debe el cristiano poner su pensamiento
y su amor. Ciertamente, tendrá que servirse de las cosas de este mundo para
poder vivir, pero éstas deben ser valoradas en tanto en cuanto me posibiliten
mi camino de santidad y de amor a Dios y al prójimo (cf. Ejercicios Espirituales
de san Ignacio de Loyola, 23).
Vivir
en gracia de Dios conlleva detestar el pecado y rechazarlo por completo, para
vivir en la verdadera libertad de los hijos de Dios. Otro gran paso como
consecuencia del bautismo: la libertad. El pecado es lo único que esclaviza, la
santidad es lo que libera. La libertad de un cristiano radica, precisamente, en
su relación con Dios. Quien pone a Dios en el centro de su vida, acaba
relativizando todo lo que le ata a este mundo. Quien cifra toda su existencia
en hacer lo que agrada a Dios, es verdad que se granjeará el desprecio del
mundo, pero habrá ganado grandes cotas de libertad y desasimiento de todo lo
terrenal. Hemos de despreciar, por tanto, todo lo que suponga una merma en la libertad
adquirida tras el bautismo, esto es, el pecado y cualquier posibilidad del
mismo.
Ojalá
que poco a poco tomemos conciencia de nuestro bautismo y vivamos con fidelidad
los dones que Dios nos ha regalado en la vida nueva. El bautismo nos da la
capacidad de transparentar a Cristo en el mundo, por tanto, nuestra oración debe
dirigirse a pedir la gracia de ser fieles y coherentes con este don tan
maravilloso.
Dios
te bendiga
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