MISA PARA PEDIR LA CARIDAD
I.
Misterio
Afirma san Agustín: «La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos»
(In ep. Io, 10, 4).
Sabemos
que la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las
cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios
(cf. CEC 1822). Para los cristianos supone la suprema ley de su obrar, dado que
es el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34) dado por Jesús en la Última
Cena. De este modo, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también
en ellos.
Ese mismo amor que Jesús pidió para nosotros fue el que le llevó a dar su
vida por los demás, sobre todo, cuando por el pecado, éramos todavía “enemigos”
(Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos, al prójimo, al lejano; que
amemos a los niños y a los pobres como a Él mismo, pues lo que hacemos con
ellos es como si se lo hacemos a él (cf Mt 25, 40.45).
La caridad es la primera de las virtudes teologales (1 Co 13,13). El
ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por ella; las articula
y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad
asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección
sobrenatural del amor divino (cf. CEC 1827).
En este sentido, es
importante la consecuencia que marca el Catecismo de la Iglesia: «La práctica de la vida moral animada por la
caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se
halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en
busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó
primero” (1 Jn 4,19)» (1828).
Los frutos de la caridad son: el gozo, la paz y la misericordia. La caridad
necesita la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia;
suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y
comunión (cf. CEC 1829).
Veamos como ha tratado el formulario litúrgico la cuestión de la caridad
como virtud teologal vertebradora de todo el universo espiritual del cristiano.
II.
Celebración
La
misa “Para pedir la caridad”, cuyo formulario es de nueva creación aunque esta
misa también se recogía en el misal anterior, tiene su uso legislado por las
normas generales para las misas ad diversa. Puede ser celebrada con los
ornamentos blancos o del color del tiempo litúrgico. Conviene emplear, también,
la segunda plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades.
La
oración colecta nos presenta la caridad como fruto de la acción del Espíritu
Santo en nosotros, que nos mueve a buscar agradar a Dios mediante el amor
sincero a los hermanos. En la oración sobre las ofrendas, al ser inflamados por
el fuego del amor divino, somos movidos a amar a todos los hombres, prójimos de
cada uno, como si del mismo Cristo se tratase. La oración para después de la
comunión resume todo lo anterior con el concepto de “caridad perfecta”, esto es
amor a Dios y amor al prójimo.
Los
textos bíblicos asignados son: Ez 36, 26-28 para el introito, donde se recuerda
la promesa hecha por Dios a su pueblo – y por prefiguración – a nosotros, de
cambiar nuestro corazón esclerotizado por un corazón de carne que sienta y
padezca. Para la antífona de comunión se ofrece 1Cor 13, 13, donde san Pablo
nos recuerda, a la hora de comulgar, que la virtud principal e imperecedera es
el amor de caridad, pues la comunión es alimentarnos de Cristo, amor de los
amores y caridad misma.
III.
Vida
Tras
el análisis del formulario, podemos sacar algunos puntos fundamentales para
entender qué es la caridad y cómo podemos vivirla cada día mejor:
La caridad, virtud teologal:
es una virtud sobrenatural
infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre
todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Como
virtud teologal, la caridad se va desarrollando y creciendo a medida que vamos
conociendo el bien y el mal, lo bueno y la malo, pero, sobre todo, en la medida
en que ejercemos y nos guiamos por la piedad cristiana que nos impulsa a amar a
todos, con especial dedicación a los más necesitados y, con amor genuino, a los
enemigos y a los que más cuesta amar. Pero es que ahí está la excelencia de la
virtud cristiana: en amar a los enemigos, a los que se nos hacen más odiosos.
Amar a Dios:
en el primer mandamiento, Dios nos
ordena que le reconozcamos, adoremos, amemos y sirvamos a Él solo, como a
nuestro supremo Señor. También podemos amar a Dios a través de estas prácticas:
1. La adoración: adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y
Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y
misericordioso. 2. La oración: la oración es una condición indispensable
para poder obedecer los mandamientos de Dios. 3. El sacrificio: el
sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio
espiritual. 4. Promesas y votos: por devoción personal, el cristiano
puede también prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una
peregrinación, etc. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una
manifestación amor hacia el Dios fiel.
Amar al prójimo:
es consecuencia del amor a Dios, a la vez que el fundamento para amar a Dios. Una
paradoja más de la fe. La caridad cristiana para con el prójimo no es altruismo
ni filantropía, tal vez éstas pudieran ser lo básico que a todo el mundo se le
exige, pero no. La caridad cristiana supone un salir de uno mismo para ir al
encuentro del otro, ser servidores de los demás y procurar sembrar el bien y la
felicidad por donde nos movamos. El amor al prójimo supone reconocer la imagen
de Dios en el otro; el prójimo no me es extraño, sino un hermano, un hijo de
Dios al que me unen lazos espirituales. La caridad horizontal es presencia de
Dios en el mundo, santificación del alma a la cual, al volcarse con la imagen
moral de Dios, le son perdonados los pecados.
Así
pues, la caridad perfecta supone, ante
todo, amar en cruz, amar a Dios, travesaño vertical que une el cielo y la
tierra, haciéndonos hijos de Dios, filiación divina adoptiva por el bautismo; y
el amor al prójimo, travesaño horizontal que une a los hombres entre sí, fundiéndonos
en una fraternidad universal. La fraternidad humana es el correlato necesario y
lógico de la filiación divina, concentrando en sí toda la realidad teologal y
última de la Iglesia como sacramento de salvación. La oración del Padrenuestro,
recogida en la versión del evangelio según san Mateo, aúna estas dos
dimensiones en un sintagma nominal: “Padre” (filiación divina) y “nuestro” (fraternidad cristiana). Vivamos,
pues, esta doble dimensión de la caridad para alcanzar la santidad, que es el
gran regalo de Dios a los hombres.
Dios
te bendiga
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