MISA
POR LOS CAUTIVOS Y ENCARCELADOS
I. Misterio
La Iglesia también aborda en su doctrina la cuestión
de aquellas personas que por causas diversas sufren la privación de libertad. Es
un deber y un derecho de los Estados tal como afirma la Iglesia: «Para
tutelar el bien común, la autoridad pública legítima tiene el derecho y el
deber de conminar penas proporcionadas a la gravedad de los delitos» (CDSI 402) En este sentido, el
Estado tiene la doble tarea de reprimir los comportamientos lesivos de
los derechos del hombre y de las reglas fundamentales de la convivencia civil,
y remediar, mediante el sistema de las penas, el desorden causado por la
acción delictiva.
Pero
la pena no sirve únicamente para
defender el orden público y garantizar la seguridad de las personas, como se
dijo más arriba; sino que además, es instrumento de corrección del culpable.
Por tanto, la finalidad es doble: 1. Favorecer la reinserción de las personas condenadas; y 2. Promover la reconciliación.
Pero
ante la fría justicia que debe imponer las penas convenientes, la Iglesia
ofrece a los cautivos y encarcelados la asistencia espiritual de los sacerdotes,
llevada a cabo por los capellanes de las cárceles.
En la realización de las averiguaciones se debe
observar escrupulosamente la regla que prohíbe la práctica de la tortura. Es necesario garantizar los derechos tanto del
culpable como del inocente. Se debe tener siempre presente el principio
jurídico general en base al cual no se puede aplicar una pena si antes no se ha
probado el delito. Veamos, pues, cómo la Iglesia hace suya en la oración y la
plegaria las intenciones de aquellas personas privadas de libertad
II. Celebración
Esta misa, de nueva creación, está
sujeta a las normas generales para las misas “ad diversa” y puede ser
completada con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades.
Los ornamentos pueden ser de color blanco o del tiempo litúrgico en que se
empleé. La misa por los cautivos nos ofrece un formulario completo mientras que
por los encarcelados solo ofrece la oración colecta, y si es por un encarcelado
por causa del Evangelio puede ser completada por el formulario de la misa por
los cristianos perseguidos.
La oración colecta, basada en la kénosis
de Cristo (cf. Flp 2, 6), pide una liberación integral de la persona, esto es,
su libertad de espíritu frente a la cautividad del pecado; y su libertad física
frente a las cadenas de la prisión. La oración sobre las ofrendas denomina a la
Eucaristía “sacramento de la redención
humana” y esta centrada, sobre todo, en la libertad espiritual más que en
la física. La oración para después de la comunión denomina a la Eucaristía “precio de nuestra libertad” y aborda
directamente la necesidad de que los presos sean liberados de las cadenas que
les oprimen.
La oración colecta de la misa por los encarcelados
es un precioso texto cuyos detalles literarios no pueden pasar en balde. La anamnesis
de la oración afirma los siguientes aspectos de la bondad divina: 1. “Tú solo conoces lo más secreto de los
corazones” porque Él no juzga por apariencias ni necesita pruebas
positivas, tan solo Él sabe lo que
alberga el foro interno de las personas, también de los presos. 2. “Tú conoces al justo y puedes convertir al
culpable” porque el poder de Dios va más allá de las penas punitivas al
pecador sino que busca redimir, liberar y dar vida en plenitud al ser humano. En
este sentido, la oración ilumina el encarcelamiento desde el misterio de la
libertad de los hijos de Dios y de la justicia divina, basadas en “la paciencia y la esperanza”, así como
pedir la liberación física para ellos y la consiguiente posibilidad de volver a
retomar sus quehaceres cotidianos.
Los textos bíblicos asignados a este formulario
litúrgicos son: para la antífona de entrada se ha tomado el Sal 87, 2-3 donde
podemos oir la vibrante súplica de un cautivo que, encerrado en su pena, eleva
su voz al único que puede liberarlo, esto es, Dios mismo. Para la antífona de
comunión encontramos el Sal 68, 31-34, donde la súplica del cautivo se
convierte en acción de gracias por la liberación ya lograda, fruto de la
atención de Dios a los gritos de sus hijos más necesitados.
III. Vida
Una vez analizado el formulario veamos qué puntos
teológico-morales podemos extraer para una mejor vivencia de esta dimensión del
cristianismo tan poco conocida.
La redención de los cautivos: la Iglesia siempre ha tenido clara conciencia de
que una de las obras de misericordia era no solo visitar a los presos (cf. Mt
25,36) sino abrir las prisiones injustas y soltar a los encarcelados (cf. Is
58,6). Fruto de ello es la fundación de una orden religiosa: los mercedarios. La Orden de la Merced (siglo XIII), fundada por san Pedro Nolasco, surge como una
orden religiosa con la misión de redimir cristianos cautivos. Se trata de una
labor muy concreta en el conflicto social entre el mundo musulmán y el
cristiano. Los mercedarios tomaron esta tarea social de rescatar cautivos como
propia, por vocación cristiana, elevándola de esta manera a categoría de
carisma religioso. Estos frailes se pusieron al servicio de la sociedad en
nombre de la Iglesia para llevar a cabo esta misión por amor y misericordia. Es
por ello que la Iglesia continúa hoy esta importante labor, bajo la figura de
los capellanes de prisión. Dice la Doctrina Social: «En este campo, es importante la actividad que los capellanes de las
cárceles están llamados a desempeñar, no sólo desde el punto de vista
específicamente religioso, sino también en defensa de la dignidad de las
personas detenidas. Lamentablemente, las condiciones en que éstas
cumplen su pena no favorecen siempre el respeto de su dignidad. Con frecuencia
las prisiones se convierten incluso en escenario de nuevos crímenes. El
ambiente de los Institutos Penitenciarios ofrece, sin embargo, un terreno
privilegiado para dar testimonio, una vez más, de la solicitud cristiana en el
campo social: « Estaba... en la cárcel y vinisteis a verme » (Mt 25,35-36)» (CDSI 403b).
Libertad de los hijos de Dios: es el don más precioso que Dios nos ha otorgado. No
desaparece con el encierro carcelario ni por la cautividad a manos de los
enemigos. No. Está muy por encima de todo ello. Es una libertad del corazón y
del alma que se mantiene incólume en cada circunstancia de la vida. La libertad
de los hijos de Dios es, precisamente eso, la libertad de ser hijo de Dios, de
ser hijo libremente y vivir como tal, y pensar como tal, y sentir como tal. La razón
más sobrenatural “porque me da la gana” ser libre, ser hijo suyo y ser
cristiano en medio del mundo sin importarnos más muerte que vida, éxito que
fracaso. Es una libertad de actitudes y
de testimonio. Una libertad que se goza solo cuando uno se sabe amado por Dios
y totalmente dependiente de Él. Es la libertad de los mártires, de los
confesores, de todos aquellos que no tienen miedo a entregar su vida por la fe
y por Jesucristo. En definitiva, una libertad imperecedera, un don
extraordinariamente maravilloso.
Dios te bendiga
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