MISA POR LOS MORIBUNDOS
I. Misterio
La muerte es una realidad tan humana y tan repulsiva
que nunca nos acostumbraremos a ella. La muerte es finitud y límite de lo
humano. La muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es fruto
del pecado. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual
cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final
aparece la muerte como terminación normal de la vida.
Para la fe cristiana, como se dijo anteriormente, la
muerte es consecuencia del pecado (cf. Gn 2, 17; Sb 1, 13; Rm
5, 12) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte
entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre
poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la
muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como
consecuencia del pecado (cf. CEC 1008).
Pero
ante el hecho desnudo de la muerte, ésta fue transformada por Cristo, quien
sufrió también la muerte, propia de la condición humana, la asumió en un acto
de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús
transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
Así
pues, gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La
novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano
está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida
nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este
"morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su
acto redentor.
Por último, hemos de recordar que la muerte es el
fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de
misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio
divino y para decidir su último destino. Por ello, cuando estamos al borde de
la misma, hemos de prepararnos pidiendo el perdón de nuestros pecados y
soportando con paciencia los sufrimientos que la agonía impone para gozar
plenamente de las “alegrías del cielo”.
II. Celebración
El formulario que ahora analizamos es de nueva
incorporación salvo la oración de pos-comunión que contiene un fragmento del
misal romano de 1570. Es un formulario compuesto por dos oraciones colectas,
una sobre las ofrendas y otra para después de la comunión. Puede completarse
con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades o
bien con el prefacio común VIII. Esta misa está regida por las normas generales
para las misas “ad diversa” y puede celebrarse con ornamentos blancos o del
color del tiempo litúrgico correspondiente.
La oración colecta usa dos atributos divinos: frente
a la debilidad humana, Dios es el “Todopoderoso” el cual, cuando el hombre se
halla ante las puertas de la muerte, usa de su misericordia, es el Dios “misericordioso”,
que, en su hijo Jesucristo, ha abierto las puertas del cielo para los humanos (cf.
Lc 23,43). La oración está centrada en el individuo enfermo “mira con piedad a tu siervo que lucha en
agonía” y describe su estado terminal como una pugna entre la vida y la
muerte usando una duplicación terminológica “luchar en agonía”, pues “agonía”
en griego significa “lucha”. La oración usa el concepto de asociación con
Cristo y a su pasión, que tan importante es para entender tanto la liturgia
como el misterio del sufrimiento humano. La asociación consiste, básicamente,
en una unión estrecha e íntima con Cristo y sus misterios. Respecto a la
enfermedad y a la proximidad de la muerte, el hombre se une, por ese medio, al
misterio pascual de Jesucristo en favor de la redención del mundo. Y esto le
vale como purificación de sus pecados y consecución de la vida eterna.
La segunda oración colecta está destinada para las
personas que, se presupone, van a morir hoy. El Dios, aquí también, “Todopoderoso”
y “misericordioso” mantiene, por amor, vivas a todas sus criaturas (cf. Sab 11,
22-23), porque para Él todos están vivos. La oración presenta un concepto sobre
la muerte desde una doble perspectiva: salir y descansar. Eso es la muerte para
los cristianos: salir de este mundo y descansar en el Señor y en su
misericordia.
La oración sobre las ofrendas vuelve a estar
dirigida sobre el individuo moribundo pidiendo tres gracias sobre él: 1. El perdón
de los pecados; 2. Soportar los dolores y 3. Conseguir el descanso eterno.
La oración para después de la comunión, cuya segunda
sección está tomada del misal romano de 1570[1],
presenta dos efectos de la Eucaristía respecto del moribundo que la recibe en
forma de viático: ser confortado en la enfermedad, vencer al demonio y ser acogido
por los ángeles en el cielo.
Los textos bíblicos seleccionados para este
formulario son: Rom 14, 7-8 para la antífona de entrada, donde se nos recuerda
que tanto la vida como la muerte son gestos de la providencia de Dios hacia nosotros.
para la antífona de comunión encontramos dos opciones: Col 1, 24 que es una
exhortación a vivir la enfermedad en una perspectiva redentora, asociándonos a
Cristo en su Pasión; y Jn 6, 54, pues la comunión con el Cuerpo y Sangre del
Señor, en forma de viático, es prenda de salvación para el que muere.
III. Vida
El
formulario que acabamos de analizar nos ofrece algunas perlas literarias que
nos permiten hacer una breve reflexión sobre la muerte y de cómo enfrentarnos a
ella cristianamente.
1.
“Abriste misericordiosamente al hombre las puertas de la vida eterna”:
el primer punto para abordar sanamente el tema de la muerte, es situarla dentro
de la economía de la Salvación. Como fruto del pecado que es, se hizo necesario
que un alguien viniera a librarnos de ella, venciéndola desde dentro; por eso,
como nos dice el himno Te Deum: “Tú, para liberar al hombre, aceptaste la
condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la
muerte, abriste a los creyentes el Reino de los Cielos”. Así, la muerte fue
vencida por Cristo en su Pascua y desde entonces se ha convertido para los
cristianos en puerta de acceso a la vida eterna. Y es como creo que debemos
valorarla: no como un fin en sí misma, sino como un medio para gozar de la
verdadera vida que es ver a Dios, esto es, morir en el Señor y tenerle a Él en
un eterno “para siempre”.
2.
Salir y descansar: en estos dos verbos se concentra el sentido cristiano
de la humana muerte. Supone, en primer lugar, una salida de este mundo, un
abandono de la realidad cotidiana, una ruptura con todo lo que nos liga al
quehacer cotidiano. La muerte, en este sentido, es finitud y limite. En segundo
lugar, la muerte es descanso y solaz para las fatigas, tal como nos dice el
libro del Apocalipsis: “Dichosos los que
mueren en el Señor, Si –dice el Espíritu- que descansen de sus fatigas porque
sus obras les acompañan” (Ap 14, 13). La muerte es, pues, como dice el
Canon romano de la misa, “el lugar del
consuelo, de la luz y de la paz”. La muerte del justo es descanso para el
alma y espera para el cuerpo, templo del Espíritu.
Como
conclusión, traemos a colación una breve antífona del oficio de difuntos que,
con extraordinaria raigambre bíblica, recoge perfectamente lo que el hombre
debe pedir cuando se encuentra al borde de la muerte: “In paradisum deducant angeli, in tuo adventu suscipiant te
martyres et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem. Chorus
angelorum te suscipiat et cum Lazaro, quondam paupere, aeternam
habeas réquiem (=Al
paraíso te conduzcan los ángeles, a tu llegada te reciban los mártires y te
conduzcan a la ciudad santa de Jerusalén.
El coro de los ángeles te
reciba y con Lázaro, el que fue pobre, tengas el descanso eterno)”.
Dios
te bendiga
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