HOMILIA DEL X DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
Queridos
hermanos en el Señor:
Retomamos, nuevamente, la lectura del Evangelio de
Marcos que durante los domingos del Tiempo Ordinario de este ciclo B vamos
haciendo.
Las lecturas que acabamos de proclamar, tanto del
Génesis como del Evangelio, tienen como persona principal al diablo y sus
consecuencias. “Diablo” es una palabra griega que significa “el que divide” o “el
que separa”. Esta es la temática general de las lecturas de hoy: la división y
la discordia causadas cuando se hace caso del diablo.
En la primera lectura observamos cómo crecen,
rápidamente, las hostilidades y los miedos entre los seres humanos y para
con Dios en el momento que en Satanás ha
hecho su obra. Adán culpa a Eva, Eva a la serpiente y a Dios no le queda más
remedio que imponer a cada cual su merecida sanción. Es, pues, el pecado el que
conlleva la discordia entre las personas. Cuando apartamos a Dios del horizonte
de la vida, desparece todo lo bueno y positivo que hay en nosotros, se
emborrona y difumina la imagen divina que cada ser humana contiene. En definitivo,
sin la luz del misterio de Dios, el hombre se halla en la más triste desnudez
de lo humano. Una desnudez que se traduce en soledad, en sensación de abandono,
en desprecio por la propia alma, en tristeza espiritual.
El diablo quiere impedir nuestro seguimiento de
Cristo, quiere dividir nuestras fuerzas y que nos perdamos en bagatelas para
hacer infecundo nuestro apostolado. Por eso, el Señor en el Evangelio de hoy
nos advierte de la necesidad de saber reconocer lo que tiene al Espíritu Santo
por actor principal y la fuerza que proviene de El Espíritu da vida a la
Iglesia, hace eficaz las acciones sacramentales y fecunda el apostolado del
Pueblo de Dios. Así pues, frente a la discordia y dispersión que ocasiona el
demonio, el Espíritu Santo es artífice de la paz y de unidad en la Iglesia y en
la humanidad. Por eso, el Evangelio de hoy concluía con la necesidad de no solo
escuchar la Palabra de Dios, sino ponerla en práctica. De este modo podemos
entrar a formar parte de su familia y de su misión.
Es, pues, imprescindible que aprendamos a decir “no”
al demonio, que sepamos rechazar sus insinuaciones y obras en la vida. Con el
diablo no se debe dialogar para no sucumbir a sus encantos, pues su forma de
actuar siempre es suave, confusa, y sin desagradar. Esta es su trampa. Es necesario,
por el contrario, invocar la presencia del Espíritu Santo en nosotros para
caminar a la luz de la fe, a la luz de la unidad, a la luz de la comunión con
la Iglesia. Pues es ahí, en la unión con Dios y su Iglesia donde reside el
secreto de nuestra perseverancia. En estos tiempos tan recios que se avecinan
es más necesario que nunca olvidar rencores y hostilidades y, frente a la
desnudez del pecado, revestirnos de la gracia de Dios, revestirnos de la fuerza
de los sacramentos. Adelante, pues, y vivamos la vida cristiana asidos de la
mano de Dios y de su santa Madre, la Virgen María. Así sea.
Dios te bendiga
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