viernes, 15 de junio de 2018

MISSA PRO INFIRMIS


MISA POR LOS ENFERMOS


I. Misterio

«La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él» (CEC 1500-1501). Con estas palabras, la Iglesia pretende iluminar el misterio del dolor y de la enfermedad que desde siempre aqueja a la humanidad en su conjunto y al hombre y a la mujer individualmente.

Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas las miserias humanas, tal como dice la Escritura: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). Del mismo modo, tras su Pascua, manda a sus discípulos que sanen a los enfermos. La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Y para un mejor desempeño de esta labor, la Iglesia estableció un rito sacramental que hiciera eficaz y significativo la continua solicitud de Cristo y los cristianos por los hermanos más débiles. Nace, así, el sacramento de la Unción de los enfermos.


Desde antiguo conocemos testimonios de unciones de enfermos practicadas con aceite bendito. En el transcurso de los siglos, la Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A causa de esto, había recibido el nombre de "Extremaunción". La Constitución apostólica Sacram Unctionem Infirmorum del 30 de noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio Vaticano II (cf. SC 73) estableció que, en adelante, en el rito romano, se observara lo que sigue: «El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: "Por esta santa unción, y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad"». El formulario que hoy estudiamos quiere ser continuación y complemento a este rito sacramental. Oración y súplica eficaz de la Iglesia por los enfermos y débiles de cuerpo y alma.

II. Celebración

Esta misa ha sido incorporada al misal y ofrece dos oraciones colectas: la primera de nueva creación y la segunda está tomada del misal de 1570 de la misa “votiva pro infirmis”. Del mismo modo la oración sobre las ofrendas y la de pos comunión también pertenece a dicho formulario.  Este formulario está sujeto a las normas generales para las misas “ad diversa” y puede completarse con bien con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades, o bien con el VIII prefacio común que lleva por título: Jesús buen samaritano. No aparece en la editio typica latina por lo que no disponemos de su texto en latín, pero aparece en el misal italiano, español, portugués, es decir, en las regiones mediterráneas. Los ornamentos para esta misa pueden ser o blanco o del color litúrgico que corresponda según el tiempo.

El misal de Pablo VI ofrece dos colectas: la primera es de nueva incorporación, esta oración merece un tratamiento detenido que haremos al final como conclusión de todo; mientras que la segunda está tomada del eslabón precedente, es decir, del misal de Pio V reformado por san Juan XXIII, de la misa por los enfermos[1]. Esta oración tradicional recoge varios aspectos: 1. La salvación está ligada a la creencia en Dios; 2. El objeto de la petición son los enfermos; 3. El “auxilio de tu misericordia” es el nombre con el que se identifica la gracia que demandamos a Dios por ellos; 4. El final de la oración es un tanto ambiguo: la expresión “puedan darte gracias entre tu Iglesia” puede ser interpretado negativamente como si la enfermedad apartase de la comunidad o bien, y creo que esta es la más correcta, deberíamos entender la expresión iglesia como asamblea litúrgica.


La oración sobre las ofrendas está tomada de la misa por los enfermos del misal romano de 1570[2]. La invocación del nombre de Dios va acompañada por el atributo divino “providencia”. Nuestra vida no está determinada por los hados ni por la casualidad ni por el azar; sino por el gobierno amoroso del Padre eterno. Y esto es fuente de consuelo y esperanza pues indica que no estamos expuestos a un futuro incierto y descorazonado sino que caminamos hacia un horizonte eterno y mejor.

La oración después de la comunión está tomada, también, de la misa por los enfermos del misal romano de 1570[3]. Dios es denominado ahora como “singular protector en las enfermedades”. Vuelven a repetirse dos ideas de la oración colecta de 1570: 1. La misericordia como gracia especial y 2. La vuelta a la Iglesia. En esta última idea repetimos lo dicho anteriormente: debemos entender la asamblea litúrgica y no la Iglesia como límites geográficos o demográficos.

            Los textos bíblicos seleccionados para este formulario son: dos antífonas para el introito de la misa tomada del Sal 6, 3-4. Un salmo cargado de dramatismo por la situación física y anímica del orante pero embargado de confianza y esperanza puesta en Dios, el único que lo puede salvar. Is 53, 4 pone el acento en la perspectiva cristológica del enfermo: es Cristo el que carga con nuestra propia debilidad. Cristo no es solo el sanador sino también el mismo enfermo. Para la antífona de comunión se ha tomado de Col 1, 24 en ella, la Iglesia, en virtud de la comunión de los santos, asume en sus miembros la Pasión de Cristo que cristaliza en cada situación de sufrimiento y debilidad de los hombres y mujeres que la conforman.

III. Vida

Como puntos teológicos para entender el misterio de la enfermedad y vivirla cristianamente, usaremos, como dijimos más arriba, la oración colecta nueva del formulario:

«Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia…
» esta primera sección de la oración a la que denominamos “anamnesis”, que significa recordar, hacer memoria; está centrada en la imagen del siervo sufriente de Isaías 53y de 1 Pe 2, 25
«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores: nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue herido por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz, por sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 4-5), ubica su cumplimiento en el mismo Jesucristo. Él cual, asumiendo una humanidad real como la nuestra excepto en el pecado, sintió en sus carnes la pena de lo que no tuvo.

«…escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos, y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad…» “Escucha” y “concede” son los dos verbos sobre los que pivota la epíclesis de esta oración colecta. “escucha” a la Iglesia suplicante que está presente, reunida en asamblea santa, en oración litúrgica, celebrando la Eucaristía y que pide por los ausentes hermanos enfermos, esto es, “a los sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad”.

«…la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dichosos y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo» La aitesis (peticiones) de esta breve oración comprende una doble gracia: que los que pasan por la enfermedad, aflicción o dolor: a) se sientan elegidos como dichosos y b) se unan a la Pasión de Cristo. La enfermedad y el dolor son, ciertamente, consecuencia del pecado, pero no son castigo por los pecados. Dios quiere en su providencia divina que luchemos contra ellos usando la inteligencia y la investigación. Pero también, estas realidades entran dentro del plan de Dios de modo que estemos siempre dispuestos a completar en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo. Los enfermos tienen la misión de recordar, con su testimonio, a todos los cristianos e incluso a todos los hombres las realidades superiores y esenciales, así como mostrarles que la vida mortal se redime con el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo.


El misterio de la elección está muy presente en la Sagrada Escritura y, de manera particular en el Nuevo Testamento. Mt 24, 22 habla de la salvación para los elegidos cuando se sucedan los acontecimientos últimos; Jn 15, 16 nos recuerda que no somos nosotros, sino Cristo el que nos elige. Por tanto, “la gracia de sentirse elegidos” está en estrecha relación con la predilección de Cristo por cada uno de nosotros y para llevarnos a su destino último querido: la salvación. Le enfermedad, en este sentido, es camino de salvación. Vivida en plenitud puede ser un medio del que Dios se vale para llevar a una multitud de hijos a la gloria (cf. Heb 2, 10). En la oración, a la gracia de la elección le acompaña la gracia de la Bienaventuranza (cf. Mt 5,4). Porque la mayor dicha del hombre esta en sentirse amado por Dios, elegido por Él y salvado por Él. En definitiva, la mayor y mejor bienaventuranza es la de morir con el nombre de Jesús en los labios.

Pero esta elección en medio de la enfermedad se concreta en la ser “unidos a la pasión de Cristo”, “para la redención del mundo”. El misterio de la enfermedad y del mal se ilumina, precisamente, en esta realidad espiritual: la unión mística con los sufrimientos padecidos por el Señor. Con harta frecuencia escuchamos la expresión piadosa “cargar con la cruz de Cristo”, “vivir la cruz en la vida”. Y con la misma frecuencia la entendemos en un sentido negativo, como si de una llamada a la resignación se tratase. Creo que esto es un error. La resignación no es cristiana; el conformismo anímico no es propio de un espíritu cristiano. La vivencia de la cruz en nuestro existir terrenal es, ante todo, un don y una gracia que Dios concede a quien puede cargar con ella. La cruz es fuente de vida y salvación o como canta aquella antífona bizantina “por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.

De aquí surge una doble dimensión: por un lado hay un aspecto negativo, es decir, de dolor, de sufrimiento; pues cargar con la cruz siempre es difícil, duro, amargo y algo que repugna a la voluntad humana. Pero por otro lado, hay un aspecto positivo, pues no se puede olvidar que el misterio de Cristo no se agota en la cruz sino que culmina en la gloriosa resurrección. Esto significa, que el sufrimiento, el dolor o la enfermedad no son para siempre sino que son antesala para gozar de la plenitud de la vida, pues allá en la eternidad ya no habrá más enfermedad ni luto, ni llanto ni dolor (cf. Ap 21, 4). Cruz y gloria forman, por tanto, un único misterio: el de la pasión salvadora de Jesucristo.

Por último, este misterio de Cristo que se actualiza y concreta en la carne de nuestros hermanos enfermos no es, tampoco, un fin en sí mismo sino que está en función de la gran misión de Jesús y su Iglesia: la redención del mundo. El enfermo en su postración hace verdad lo dicho por el apóstol Pablo “Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col 1, 24). Viviendo la enfermedad como ofrenda permanente, como Hostia santa y agradable a Dios (cf. Rom 12,1) estamos contribuyendo a la salvación y santificación del mundo y de la humanidad. Ningún sufrimiento es estéril, ni se padece de balde. Al contrario, Cristo lo une a sí mismo en su eterna intercesión por el mundo, teniendo su culmen en la misma celebración del sacrificio del altar.

Dios te bendiga



[1] MR1570 [804].
[2] MR1570 [219].
[3] MR1570 [234].

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