MISA POR LOS ENFERMOS
I. Misterio
«La enfermedad
y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que
aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia,
sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. La
enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces
incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a
la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial
para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a
una búsqueda de Dios, un retorno a Él» (CEC 1500-1501). Con estas palabras,
la Iglesia pretende iluminar el misterio del dolor y de la enfermedad que desde
siempre aqueja a la humanidad en su conjunto y al hombre y a la mujer
individualmente.
Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se
deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas las miserias humanas, tal como
dice la Escritura: "El tomó nuestras
flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). Del mismo modo, tras su Pascua,
manda a sus discípulos que sanen a los enfermos. La Iglesia ha recibido esta
tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que
proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los
acompaña. Y para un mejor desempeño de esta labor, la Iglesia estableció
un rito sacramental que hiciera eficaz y significativo la continua solicitud de
Cristo y los cristianos por los hermanos más débiles. Nace, así, el sacramento
de la Unción de los enfermos.
Desde antiguo conocemos testimonios de unciones de
enfermos practicadas con aceite bendito. En el transcurso de los siglos, la
Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más exclusivamente, a los que
estaban a punto de morir. A causa de esto, había recibido el nombre de
"Extremaunción". La Constitución apostólica Sacram Unctionem
Infirmorum del 30 de noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio
Vaticano II (cf. SC
73) estableció que, en adelante, en el rito romano, se observara lo que sigue: «El sacramento de la Unción de los enfermos
se administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos
con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro
aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: "Por esta
santa unción, y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia
del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y
te conforte en tu enfermedad"». El formulario
que hoy estudiamos quiere ser continuación y complemento a este rito
sacramental. Oración y súplica eficaz de la Iglesia por los enfermos y débiles
de cuerpo y alma.
II. Celebración
Esta
misa ha sido incorporada al misal y ofrece dos oraciones colectas: la primera
de nueva creación y la segunda está tomada del misal de 1570 de la misa “votiva pro infirmis”. Del mismo modo la
oración sobre las ofrendas y la de pos comunión también pertenece a dicho
formulario. Este formulario está sujeto
a las normas generales para las misas “ad diversa” y puede completarse con bien
con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades, o
bien con el VIII prefacio común que lleva por título: Jesús buen
samaritano. No aparece en la editio
typica latina por lo que no disponemos de su texto en latín, pero aparece
en el misal italiano, español, portugués, es decir, en las regiones
mediterráneas. Los ornamentos para esta misa pueden ser o blanco o del color
litúrgico que corresponda según el tiempo.
El misal de
Pablo VI ofrece dos colectas: la primera es de nueva incorporación, esta
oración merece un tratamiento detenido que haremos al final como conclusión de
todo; mientras que la segunda está tomada del eslabón precedente, es decir, del
misal de Pio V reformado por san Juan XXIII, de la misa por los enfermos[1].
Esta oración tradicional recoge varios aspectos: 1. La salvación está ligada a
la creencia en Dios; 2. El objeto de la petición son los enfermos; 3. El “auxilio de tu misericordia” es el nombre
con el que se identifica la gracia que demandamos a Dios por ellos; 4. El final
de la oración es un tanto ambiguo: la expresión “puedan darte gracias entre tu Iglesia” puede ser interpretado
negativamente como si la enfermedad apartase de la comunidad o bien, y creo que
esta es la más correcta, deberíamos entender la expresión iglesia como asamblea
litúrgica.
La oración
sobre las ofrendas está tomada de la misa por los enfermos del misal romano de
1570[2].
La invocación del nombre de Dios va acompañada por el atributo divino
“providencia”. Nuestra vida no está determinada por los hados ni por la
casualidad ni por el azar; sino por el gobierno amoroso del Padre eterno. Y
esto es fuente de consuelo y esperanza pues indica que no estamos expuestos a
un futuro incierto y descorazonado sino que caminamos hacia un horizonte eterno
y mejor.
La oración
después de la comunión está tomada, también, de la misa por los enfermos del
misal romano de 1570[3].
Dios es denominado ahora como “singular
protector en las enfermedades”. Vuelven a repetirse dos ideas de la oración
colecta de 1570: 1. La misericordia como gracia especial y 2. La vuelta a la
Iglesia. En esta última idea repetimos lo dicho anteriormente: debemos entender
la asamblea litúrgica y no la Iglesia como límites geográficos o demográficos.
Los
textos bíblicos seleccionados para este formulario son: dos antífonas para el
introito de la misa tomada del Sal 6, 3-4. Un salmo cargado de dramatismo por
la situación física y anímica del orante pero embargado de confianza y
esperanza puesta en Dios, el único que lo puede salvar. Is 53, 4 pone el acento
en la perspectiva cristológica del enfermo: es Cristo el que carga con nuestra
propia debilidad. Cristo no es solo el sanador sino también el mismo enfermo. Para
la antífona de comunión se ha tomado de Col 1, 24 en ella, la Iglesia, en
virtud de la comunión de los santos, asume en sus miembros la Pasión de Cristo
que cristaliza en cada situación de sufrimiento y debilidad de los hombres y
mujeres que la conforman.
III. Vida
Como puntos
teológicos para entender el misterio de la enfermedad y vivirla cristianamente,
usaremos, como dijimos más arriba, la oración colecta nueva del formulario:
«Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito
soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia…» esta primera sección de la oración a la que denominamos “anamnesis”, que significa recordar, hacer memoria; está centrada en la imagen del siervo sufriente de Isaías 53y de 1 Pe 2, 25 «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores: nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue herido por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz, por sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 4-5), ubica su cumplimiento en el mismo Jesucristo. Él cual, asumiendo una humanidad real como la nuestra excepto en el pecado, sintió en sus carnes la pena de lo que no tuvo.
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia…» esta primera sección de la oración a la que denominamos “anamnesis”, que significa recordar, hacer memoria; está centrada en la imagen del siervo sufriente de Isaías 53y de 1 Pe 2, 25 «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores: nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue herido por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz, por sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 4-5), ubica su cumplimiento en el mismo Jesucristo. Él cual, asumiendo una humanidad real como la nuestra excepto en el pecado, sintió en sus carnes la pena de lo que no tuvo.
«…escucha ahora las plegarias que te dirigimos
por nuestros hermanos enfermos, y concede a cuantos se hallan sometidos al
dolor, la aflicción o la enfermedad…» “Escucha” y “concede” son los dos
verbos sobre los que pivota la epíclesis de esta oración colecta. “escucha” a
la Iglesia suplicante que está presente, reunida en asamblea santa, en oración
litúrgica, celebrando la Eucaristía y que pide por los ausentes hermanos
enfermos, esto es, “a los sometidos al
dolor, la aflicción o la enfermedad”.
«…la gracia de sentirse elegidos entre aquellos
que tu Hijo ha llamado dichosos y de
saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo»
La aitesis (peticiones) de esta breve oración comprende una doble
gracia: que los que pasan por la enfermedad, aflicción o dolor: a) se sientan elegidos
como dichosos y b) se unan a la Pasión de Cristo. La enfermedad y el dolor son,
ciertamente, consecuencia del pecado, pero no son castigo por los pecados. Dios
quiere en su providencia divina que luchemos contra ellos usando la
inteligencia y la investigación. Pero también, estas realidades entran dentro
del plan de Dios de modo que estemos siempre dispuestos a completar en nosotros
lo que falta a la Pasión de Cristo. Los enfermos tienen la misión de recordar,
con su testimonio, a todos los cristianos e incluso a todos los hombres las
realidades superiores y esenciales, así como mostrarles que la vida mortal se
redime con el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo.
El misterio de la elección está muy
presente en la Sagrada Escritura y, de manera particular en el Nuevo
Testamento. Mt 24, 22 habla de la salvación para los elegidos cuando se sucedan
los acontecimientos últimos; Jn 15, 16 nos recuerda que no somos nosotros, sino
Cristo el que nos elige. Por tanto, “la
gracia de sentirse elegidos” está en estrecha relación con la predilección
de Cristo por cada uno de nosotros y para llevarnos a su destino último
querido: la salvación. Le enfermedad, en este sentido, es camino de salvación.
Vivida en plenitud puede ser un medio del que Dios se vale para llevar a una
multitud de hijos a la gloria (cf. Heb 2, 10). En la oración, a la gracia de la
elección le acompaña la gracia de la Bienaventuranza (cf. Mt 5,4). Porque la
mayor dicha del hombre esta en sentirse amado por Dios, elegido por Él y salvado
por Él. En definitiva, la mayor y mejor bienaventuranza es la de morir con el
nombre de Jesús en los labios.
Pero esta elección en medio de la
enfermedad se concreta en la ser “unidos
a la pasión de Cristo”, “para la
redención del mundo”. El misterio de la enfermedad y del mal se ilumina,
precisamente, en esta realidad espiritual: la unión mística con los
sufrimientos padecidos por el Señor. Con harta frecuencia escuchamos la
expresión piadosa “cargar con la cruz de Cristo”, “vivir la cruz en la vida”. Y
con la misma frecuencia la entendemos en un sentido negativo, como si de una
llamada a la resignación se tratase. Creo que esto es un error. La resignación
no es cristiana; el conformismo anímico no es propio de un espíritu cristiano.
La vivencia de la cruz en nuestro existir terrenal es, ante todo, un don y una
gracia que Dios concede a quien puede cargar con ella. La cruz es fuente de
vida y salvación o como canta aquella antífona bizantina “por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.
De aquí surge una doble dimensión:
por un lado hay un aspecto negativo, es decir, de dolor, de sufrimiento; pues
cargar con la cruz siempre es difícil, duro, amargo y algo que repugna a la
voluntad humana. Pero por otro lado, hay un aspecto positivo, pues no se puede olvidar
que el misterio de Cristo no se agota en la cruz sino que culmina en la
gloriosa resurrección. Esto significa, que el sufrimiento, el dolor o la
enfermedad no son para siempre sino que son antesala para gozar de la plenitud
de la vida, pues allá en la eternidad ya no habrá más enfermedad ni luto, ni
llanto ni dolor (cf. Ap 21, 4). Cruz y gloria forman, por tanto, un único
misterio: el de la pasión salvadora de Jesucristo.
Por último, este misterio de Cristo
que se actualiza y concreta en la carne de nuestros hermanos enfermos no es,
tampoco, un fin en sí mismo sino que está en función de la gran misión de Jesús
y su Iglesia: la redención del mundo. El enfermo en su postración hace verdad
lo dicho por el apóstol Pablo “Completo
en mi carne lo que falta
a los sufrimientos de Cristo”
(Col 1, 24).
Viviendo la enfermedad como ofrenda permanente, como Hostia santa y agradable a
Dios (cf. Rom 12,1) estamos contribuyendo a la salvación y santificación del
mundo y de la humanidad. Ningún sufrimiento es estéril, ni se padece de balde.
Al contrario, Cristo lo une a sí mismo en su eterna intercesión por el mundo,
teniendo su culmen en la misma celebración del sacrificio del altar.
Dios te bendiga
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