sábado, 28 de abril de 2018

CAMINAR, CREER Y AMAR


HOMILIA DEL V DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:

Si el IV domingo de Pascua nos presentaba a Jesucristo bajo la imagen del Buen Pastor, el V domingo de Pascua, en el cual nos encontramos nos ofrece la imagen de la vid como figura representativa del Señor Jesús. Pero ¿Por qué Cristo usa esta imagen? ¿Qué nos quiere decir con ella? Dejemos, pues, ahora que sean los mismos textos, en su conjunto, los que nos hablen.

En primer lugar, el libro de los Hechos de los apóstoles nos narra el encuentro de san Pablo con los apóstoles de Cristo, tras su conversión. Al principio, sienten miedo de este personaje neo-converso, puesto que hace poco le habían visto perseguir con saña a la Iglesia de Dios. Sin embargo, Pablo les cuenta como persiguiendo al Camino, él se encontró con Él en medio del camino. Hay un precioso juego de significados en este pasaje: en Hechos 9, 2 se dice que Pablo perseguía a los miembros que pertenecían al camino, hombres y mujeres; en Hechos 9, 27 narra cómo se encuentra con Jesús en medio del camino. De alguna manera nos está indicando que él seguía un camino falso y plagado de error y mentira, y en esto, Cristo, el verdadero camino, le salió al encuentro para re-calcular su ruta hacia el camino verdadero, en su Iglesia.

Del mismo modo, hoy Jesucristo quiere seguir llamando a cada uno de nosotros y a cada uno de los hombres y mujeres que pueblan este mundo a re-orientar la ruta de su vida, a re-emprender el camino verdadero y alejarse de tosa senda mala que conduzca a la perdición. En definitiva, queridos hermanos, se trata de vivir en el seno de la Iglesia, cuerpo de Cristo, y, por tanto, camino verdadero de la fe que debe progresar en el tiempo en exquisita fidelidad a su Señor.


Jesús es el camino que debemos transitar para llegar al Padre. Pero…¿Cómo hacerlo? en este punto, el Evangelio es muy claro y diáfano: permaneciendo siempre unidos a Él y dando frutos de buenas obras; o dicho de otra manera, usando las palabras de la carta de san Juan, la segunda lectura de hoy: creyendo en Él y amándonos los unos a los otros. Y así es como, precisamente, recibe gloria el Padre Dios en medio de la gran asamblea.

Creer y amar son los dos verbos principales que iluminan la imagen de la vid aplicada a Jesucristo. Permanecer unidos a Cristo, vid verdadera, significa creer en él, adherirse a él, sintonizar con Él en sus pensamientos, palabras, gestos y actitudes. Ver la vida como la ve Cristo y tratar a las personas como las trata Cristo. Permanecer en su amor significa hacer de la misericordia, el amor y el perdón los principios motrices de nuestra vida, los pilares basales de nuestra existencia. Permanecer unidos a Él supone desarraigar de nosotros cualquier tipo de pecado que nos apartare de su amor, hacer una opción fundamental por ser SANTOS y no quedarse en la mediocridad del buenismo personal. Ser sarmiento unido a la vida, de donde recibimos el alimento que nos hace crecer y desarrollarnos, supone un gran ejercicio de humildad, de saber que no somos el centro ni lo más importante, sino Cristo. Que es Él quien debe marcar nuestras rutas y ser Él quien tome forma en nosotros. Todo esto supone creer y permanecer en su amor.


Pero que significa amar y dar frutos de buenas obras para glorificar a Dios. Esta es otra tarea ardua. Si el punto anterior era don de su gracia; este segundo es tarea nuestra que hemos de acometer con tesón y paciencia. Dar fruto significa amar sin medida, ser generosos en la caridad, vivir la ley del Evangelio. Dar fruto significa salir al encuentro del otro, del necesitado, del marginado. Dar fruto de buenas obras, significa tener claro que somos cooperadores en la construcción del Reino de Dios, un Reino de amor, de justicia, de paz y de verdad.

Queridos hermanos, seguir a Cristo, vid verdadera, supone un don y una tarea que no podemos eludir si queremos ser salvados. Nadie dijo que fuera fácil pero sí apasionante y contagioso. ¿Estaremos dispuestos a dar frutos? ¿Estamos unidos a Jesús verdaderamente? O ¿estamos unidos a nuestros caprichos, afectos, gustos personales, etc? ¿Busco la gloria de Dios o mis éxitos personales? ¿Mi conciencia responde ante Dios o más bien busca la complacencia y el aplauso del mundo? Que Dios nos conceda la gracia de estar siempre unidos al Señor en el camino de su Iglesia. Así sea.

Dios te bendiga

miércoles, 25 de abril de 2018

LITURGIA Y AGRICULTURA


LA AGRICULTURA EN LA LITURGIA


I. Misterio

Dedicamos el blog de hoy al mundo de la agricultura y del campesinado. La agricultura es la actividad humana más antigua que existe y la que de mejor manera expresa el mandato divino de dominar la tierra y, por otra parte, a menudo, donde más se experimenta la maldición divina de trabajar la tierra con el sudor de la frente, dado el carácter provisorio e imprevisto de la misma.

La Sagrada Escritura, confeccionada en un mundo eminentemente agrícola, abunda en ejemplos rurales y pastoriles para expresar, a través de ejemplos, alegorías o parábolas, la relación de Dios con su pueblo, Israel. Pensemos, por ejemplo, en el poema de la viña del libro de Isaias 5, 1-7, donde describe con la imagen de una viña a Israel, quien, por su infidelidad, se ha visto asaltada por alimañas y enemigos que la han saqueado y destruido.

            Si hay un documento magisterial puntero donde por vez primera se aborda el tema de la agricultura no puede ser otro que la encíclica Mater et Magistra del papa san Juan XXIII. Los números de este documento dedicado al mundo rural, aunque hoy en muchas cosas superados, no pasan nunca de moda ya que se denuncia, con realismo craso los grandes problemas que aquejaban, entonces, al sector primario, al que denomina “sector deprimido” «tanto por lo que toca al índice de productividad del trabajo como por lo que respecta al nivel de vida de las poblaciones rurales» (124).

            Ayer, como hoy, advierte el Papa (131) es muy necesaria una política económica acerca de la agricultura que atienda a temas tan importantes como la imposición fiscal, el crédito, seguros sociales, precios, etc. Pero éstas no deben a hacerse prescindiendo del concurso y el protagonismo de los agricultores ya que «trabajan, en efecto, en el templo majestuoso de la Creación, y realizan su labor, generalmente, entre árboles y animales, cuya vida, inagotable en su capacidad expresiva e inflexible en sus leyes, es rica en recuerdos del Dios creador y providente» (144). En este sentido, se recuerda la nobleza y dignidad del agricultor quien «debe concebir  su trabajo como un mandato de Dios y una misión excelsa» (149). El documento invita a los agricultores al movimiento asociado y cooperativista (146).

Por otra parte, la celebración del misterio cristiano, esto es, la liturgia, también se nutre de la agricultura puesto que el fruto de la tierra y de la vid y el trabajo de los hombres y las mujeres hacen posible que sobre el altar de la Iglesia podamos presentar pan, vino y agua para confeccionar el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Del cultivo del olivo y su fruto, la Iglesia se vale para preparar sus aceites y bálsamos que fortalecen, sanan y consagran. Vemos, pues, como hasta la liturgia necesita del sector primario de la sociedad.

II. Celebración

Unimos aquí los formularios tanto de la misa en tiempo de siembra como su corolario, la misa en tiempos de cosecha. Aun así analizaremos sus respectivas eucologías por separado.

Estos dos formularios deben ser usados siguiendo las normas dispuestas para tal efecto. Son de nueva creación puesto que no  se encuentran en los sacramentarios romanos tradicionales. Puede ser completado con el prefacio V dominical del tiempo ordinario o bien con la plegaria tercera para las misas por diversas necesidades.


A. Misa en tiempo de siembra

Ha sido compuesto teniendo como texto de referencia el de 1 Cor 3, 7: «de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer». Es un formulario que sostiene una tesis: al trabajo humano Dios coopera con su providencia. Veamos:

El formulario primero nos ofrece las tres oraciones principales de la misa: la oración colecta siguiendo la lógica expuesta por san Pablo, pide la intervención divina sobre lo que es trabajo humano. La oración sobre las ofrendas apela a la providencia divina y reconoce a Dios como autor de todo bien material (frutos materiales) y espiritual (frutos del espíritu). La oración de después de la comunión está inspirada en el texto de Hch 17, 28, para mostrar como en su providencia el bendice las semillas sembradas para poder tener una abundante cosecha.

El formulario segundo también nos ofrece las tres oraciones esenciales para la misa: la oración colecta, inspirada en el salmo 66, implora la bendición divina sobre la tierra labrada para tener aún más motivos para la alabanza. La oración sobre las ofrendas establece una relación entre las semillas sembradas por el hombre y los dones presentados para la confección del santo sacrificio del altar, granos de pan, antes dispersos por los campos y ahora unidos en una blanca Hostia. Oración para después de la comunión donde el aprovechamiento de los frutos de la tierra se convierte en la base para alcanzar los bienes eternos.

Los textos bíblicos asignados a estos formularios son: para la antífona de entrada el sal 89, 17 donde el salmista pide la intervención divina para que la cooperación sinérgica del hombre y Dios pueda hacer fructífero y próspero la siembra y labranza de la tierra. Para la antífona de comunión el sal 84, 13, como el anterior, otro salmo agrícola usado por el pueblo de Israel para impetrar el favor divino en la actividad habitual de los israelitas, el trabajo en el campo.

B. Misa para después de la cosecha

Este formulario ofrece dos oraciones colectas, una sobre las ofrendas y otra para después de la comunión. La colecta primera recoge la idea de la oración de pos-comunión del formulario anterior, esto es, los frutos de la tierra como base para lograr, por la providencia divina, los bienes eternos. La segunda colecta, aun cuando literalmente es distinta, el contenido es el mismo que la anterior: la providencia divina hará que los frutos cosechados sean la base para que nuestro corazón goce de bienes espirituales como la justicia y la caridad, precisamente las virtudes que más estrecha relación tienen con el trabajo humano. La oración sobre las ofrendas es de carácter epicléptico al pedir la gracia divina sobre los dones presentados en el altar que no son otra cosa sino fruto de la tierra y del trabajo del hombre. La oración para después de la comunión es de acción de gracias por los frutos cosechados y de petición para alcanzar frutos de vida eterna.

Para la antífona de entrada se ha elegido el sal 66, 7 que ya el pueblo hebreo usaba para la fiesta tras el fin de la cosecha. Para la antífona de comunión, el sal 103, 13-15 que al establecer una gran alabanza a Dios creador, le da gracias por ser el que hace posible el pan y el vino que sustentan la vida y la alegría del hombre.

III. Vida

Analizados, pues, estos formularios veamos que líneas teológicas nos ofrecen para vivir este aspecto de la vida humana de forma más cristiana posible:


1. Dios autor y providente: como obra de Dios que es la naturaleza, y por la estrecha dependencia de la actividad agrícola con ella, el formulario litúrgico propone, primeramente, a nuestra consideración reconocer que no es el que planta ni el que riega sino el que hace germinar la semilla, esto es, la fuerza providencial de Dios es el motivo por el que nuestros campos son fecundos. Desde siempre el agricultor ha tenido un espíritu piadoso y confiado en el Dios que le posibilita sacar el pan de los campos y hace que la lluvia se oportuna o que la langosta o los parásitos no devoraran la cosecha. Todas las rogativas y mondas tenían por objeto este fin y respondían a la simbiosis entre agricultor y naturaleza. Así pues, querido lector, el trabajo en el campo despierta en nosotros nuestra sensibilidad y dependencia de la voluntad divina al saber que Dios cuida, sostiene y provee nuestros campos y ciudades, uniendo su acción amorosa y providente a nuestro trabajo y labranza.

2. Valor teológico de la agricultura: establecido anteriormente el principio de que el hombre con su trabajo se convierte en cooperador con la obra creadora de Dios y en artífice del progreso y perfeccionamiento de ésta, es lógico ver en la agricultura una forma muy directa de concreción de este principio por ello, podemos decir que la agricultura tiene un valor teológico. El cultivo de la tierra es un lugar de encuentro con Dios ya que en ella Dios y el hombre, hombro con hombro, hacen sacar del suelo vital los frutos y potencialidades que éste contiene.

3. La acción de gracias: cuando al final de la siembra y del cuidado de la misma, el agricultor recoge la cosecha y puede disfrutar de los beneficios de la misma, lo primero que viene a su mente y a su corazón es la acción de gracias a Dios que ha vuelto a mostrar su amor providente. La acción de gracias, se convierte en la plegaria que corona toda labor agrícola y para ello la piedad popular fue creando fiestas de final de cosecha como v. gr. las Témporas u otras, para manifestar esta actitud hacia Dios.

Por consiguiente, quisiera dirigirme a los hombres y mujeres que trabajan en el campo y que con su servicio primario son el motor de la vida y la economía de las sociedades. Bienaventurados vosotros, hombres y mujeres del campo, porque colaboráis con el progreso de la tierra y de la creación. Bienaventurados vosotros, hombres y mujeres, que gozáis más directamente de la providencia de Dios en vuestra vida cotidiana. Ojalá que las condiciones de vuestro trabajo, humilde y callado, vayan mejorando para que gocéis, completamente, de vuestros bienes materiales y poder alcanzar, así, los del cielo.

Dios te bendiga


sábado, 21 de abril de 2018

LA LIBERTAD DE UN PASTOR


HOMILIA DEL IV DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:

            Llegamos hoy al cuarto domingo de Pascua, o bien, como se le denomina popularmente “Domingo del buen Pastor”, porque es tradición leer en este día el capítulo décimo del evangelio según san Juan. Es normal en este día las grandes campañas de oración por las vocaciones, adquiriendo, por este motivo, un cariz vocacional o sacerdotal este día. Pero si atendemos bien a los textos que hoy se han proclamado nos daremos cuenta de que el pastoreo de Cristo va mucho más allá que la casilla del sacerdocio.

            Queridos hermanos, hemos oído al apóstol Pedro anunciarnos, sin tapujos, que “bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” sino solo el de Jesucristo quien con su muerte y resurrección se ha convertido en la “piedra angular” de nuestra fe, del mundo, de la historia y, por tanto, de toda salvación. Por consiguiente, una vez más, comprobamos, como en Jesucristo se cumplen las antiguas profecías y los antiguos oráculos (judíos y paganos). Cristo, con su Pascua, se ha convertido en el alfa y omega, en el centro de la historia; el Señor y juez del mundo, el Eterno Viviente.

            Solo cuando reconocemos a Jesucristo como el único Salvador, podremos entender en qué consiste su verdadero pastoreo:

Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”: así se ha manifestado con su entrega y muerte en la cruz.

Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen”: como así lo experimentamos cuando tras resucitar María Magdalena lo reconoce al pronunciar su nombre. Esta aparición nos demuestra que el amor de Dios por el hombre es personal, singular, nominal.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”: esto es así porque la Salvación de Jesucristo es universal. Cristo, en su gloria, se ha convertido en la luz de las naciones y su señorío alcanza a todos por eso todas las culturas y religiones pueden contener elementos de verdad que les encaminen hacia el reconocimiento de Cristo como único y verdadero Dios y Señor. En esto radica la misión de la Iglesia y el ímpetu de los multiseculares misioneros de la misma.


Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla”: Cristo nos enseña a cumplir la voluntad de Dios. Su entrega en la cruz responde a una obediencia al Padre por puro amor a nosotros, para cancelar la deuda de Adán y salvar al género humano del pecado, del mal y de la muerte. Solo cuando asumimos los designios de Dios con nosotros podemos agradar a Dios y cooperar con Él en la redención del mundo.

Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”: hasta tal punto llegó el amor de Cristo por nosotros que entrega libremente su vida por nosotros. Eso es lo que le ha exaltado a la gloria haciéndole pastor universal, cuyo poder y reino se extiende a todos los pueblos de la tierra. Cristo cumple el principio pascual según el cual “nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos”. Y sus amigos somos todos nosotros. Por nosotros y cada uno de nosotros, ovejas de su rebaño, ha entregado su vida el Buen Pastor, el Pastor hermoso y bello.

Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre”: el Eterno Viviente, aquel que ha conocido las entrañas de la muerte y ha vuelto para darnos esperanza y ganas de vivir. Para decirnos que no todo está perdido, que la muerte no tiene la última palabra y que todo es posible para quien pone su vida en manos de Dios y cifra toda su esperanza en Él.

Así pues, queridos hermanos, en este domingo, el Buen Pastor nos llama a dejarnos conducir por Él, a dejar que Él nos alimente con el pasto de su palabra y los sacramentos, especialmente, los de la Eucaristía y la reconciliación. No perdamos el tiempo desviándonos del camino trazado siguiendo atajos llenos de lobos y alimañas. No lo olvidemos nunca: solo tenemos un pastor, una fe, un bautismo, un Dios en el cielo que nos ha dado a su Hijo Jesucristo, en cuyo nombre solo podemos ser salvados. Así sea.

Dios te bendiga

miércoles, 18 de abril de 2018

MISSA PRO HUMANO LABORE SANTIFICANDO


MISA POR LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO HUMANO



I. Misterio

Desde el comienzo de la creación, el hombre ha recibido de Dios el mandato de someter la tierra, dominarla y sacar de ella lo necesario para su subsistencia. Solo después del pecado, esta bendición se truncó en su forma de obtener el fruto del trabajo, pues habría de hacerlo “con el sudor de su frente”. Así, «el trabajo debe ser honrado porque es fuente de riqueza o, al menos, de condiciones para una vida decorosa, y, en general, instrumento eficaz contra la pobreza (cf. Pr 10,4). Pero no se debe ceder a la tentación de idolatrarlo, porque en él no se puede encontrar el sentido último y definitivo de la vida. El trabajo es esencial, pero es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del hombre» (CDSI 257).

Jesucristo mismo también trabajó con sus manos. Por eso, en su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Durante su vida pública, Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. De ahí que el trabajo sea tan importante para el hombre y nada le puede eximir de ello, como dice la Iglesia: «la conciencia de la transitoriedad de la « escena de este mundo » (cf. 1 Co 7,31) no exime de ninguna tarea histórica, mucho menos del trabajo (cf. 2 Ts 3,7-15), que es parte integrante de la condición humana, sin ser la única razón de la vida. Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás (cf. 2 Ts 3,6-12)» (CDSI 264).

El compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en lo relativo al trabajo, distingue una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo: el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir y dominar la tierra. En sentido subjetivo: el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal. La dimensión subjetiva del trabajo debe prevalecer sobre la objetiva, porque es la del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su calidad y su más alto valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer esta verdad, el trabajo pierde su significado más verdadero y profundo.

Por último, si hay un texto que resume la espiritualidad del trabajo y que ha influido en la configuración de los textos de la misa por la santificación del trabajo humano, este es el de la encíclica de Pablo VI, Populorum Progressio 27 dice: «De la misma manera, aunque a veces puede llegarse a una mística exagerada del trabajo, no es menos cierto, sin embargo, que el trabajo ha sido querido y bendecido por Dios. Creado a imagen suya, «el hombre debe cooperar con el Creador en la perfección de la creación y marcar, a su vez, la tierra con el carácter espiritual que él mismo ha recibido». Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, le ha dado también el modo de acabar de alguna manera su obra; ya sea el artista o artesano, patrono, obrero o campesino, todo trabajador es un creador. Aplicándose a una materia que se le resiste, el trabajador le imprime un sello, mientras que él adquiere tenacidad, ingenio y espíritu de invención. Más aún, viviendo en común, participando de una misma esperanza, de un sufrimiento, de una ambición y de una alegría, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus y funde los corazones; al realizarlo, los hombres descubren que son hermanos».

II. Celebración

            La misa que estudiamos hoy se rige por las normas generales dadas para toda la sección del misal dedicada a las misas por diversas necesidades. Puede ser completada, en su formulario con el prefacio dominical V “las maravillas de la Creación” o bien con la tercera plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades. Suele decirse con ornamentos del color del tiempo en que se emplee.


Esta misa ofrece dos formularios: el formulario A, que tiene dos oraciones colectas, la oración sobre las ofrendas que se halla en la compilación veronense[1], en el sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII[2] y en el misal romano de 1570[3], y la oración de pos-comunión; el formulario B, más sencillo ya que se compone de una oración colecta, otra sobre las ofrendas y la de pos-comunión que se halla en los mismos sacramentarios antiguos[4] que la anterior.

En el formulario A nos proporciona dos oraciones colectas: la colecta 1 nos sitúa en la perspectiva del Dios-Creador (lat. Conditor) que ha mandado al hombre trabajar la creación (cf. Gn 1, 28) con dos fines determinados: el progreso humano y la extensión del Reino de Dios. La colecta 2 presenta el trabajo humano como la causa instrumental por la que Dios actúa en el mundo. En esta oración se ofrecen cuatro efectos del trabajo a la vida del hombre: dignifica, ennoblece, genera unidad y es posibilidad de servicio. La oración sobre las ofrendas establece un paralelismo entre los alimentos que se extraen de la tierra por medio del trabajo y sirven tanto para alimentar el cuerpo como para celebrar y confeccionar los sacramentos que alimentan el alma con sus efectos espirituales. La oración para después de la comunión presenta el misterio eucarístico como la mesa de “la unidad y de la caridad” dos características del trabajo humano que han de contribuir al progreso humano y a la extensión del Reino de Dios, como ya se dijo en la oración colecta.

El formulario B tiene una composición simple e clásica: tan solo las tres oraciones esenciales para la celebración: la colecta, donde se propone el mandato divino “dominad y someted” la tierra mediante el trabajo para conseguir tres gracias esenciales que contribuyan al progreso del hombre: 1. Trabajar con espíritu cristiano: 2. Practicar la caridad sincera; 3. Colaborar en la perfección de la creación. La oración sobre las ofrendas mantiene la idea de que el trabajo es un medio de asociación a la obra redentora de Cristo. La oración de pos-comunión pretende una conveniente simbiosis entre los sacramentos y los bienes terrenos como providencia de Dios sobre nosotros.

Para los textos bíblicos de la misa, que solo se contienen en el formulario A y pueden ser usados en el B, la liturgia ha provista: como antífona de entrada se ofrecen dos posibilidades: Gen 1, 1.27.31 donde se unen creación del mundo y del hombre como un conjunto creacional bueno que se debe conservar, o bien, Sal 89, 17 donde el salmista pide la intervención divina para que la cooperación sinérgica del hombre y Dios pueda hacer fructífero y próspero el trabajo humano. Para la antífona de comunión se ha tomado el texto de Col 3, 17 donde se invita al hombre a trabajar con espíritu cristiano, es decir, obrar en nombre de Jesucristo en quien debemos realizar toda acción.

III. Vida

Una vez analizado el amplio formulario litúrgico busquemos algunas ideas que puedan ayudarnos a elaborar y vivir una sana espiritualidad del trabajo:

1. El trabajo, progreso humano: es una idea abundante en los textos litúrgicos. El hombre con el trabajo de sus manos puede contribuir a la evolución positiva de la sociedad y al desarrollo integral de los pueblos. El trabajo construye la sociedad y por tanto, como obra humana, es noble y digna siempre que sea realizada a tal fin y nunca sea entendida como fin en sí misma. Por tanto, «el hombre debe trabajar, ya sea porque el Creador se lo ha ordenado, ya sea porque debe responder a las exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se perfila como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia, pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la cual se es hijo o hija; y toda la familia humana de la que se es miembro» (CDSI 274)

2. El trabajo, extensión del reino de Cristo: esta es otra pincelada importante para una recta espiritualidad del trabajo. El cristiano, en medio del mundo en que vive, por medio de las actividades que realiza, está llamado a ordenar todas las realidades según Dios. Cristo, al ser el centro de todo, es el punto hacia el cual confluyen todas las dimensiones humanas. Con un trabajo honrado y honesto el testimonio de los creyentes se hace, cada vez más, creíble.

3. El trabajo, dignificación del ser humano: si tenemos en cuenta que el trabajo responde al mandato divino “dominad la tierra y sometedla”, será fácil deducir que el trabajo dignifica al hombre en cuanto que éste obedece y ejerce ese mandato divino.

4. El trabajo, ennoblecimiento del hombre: es una idea muy unida a la anterior. El trabajo, cuando se ejerce con conciencia recta y honradez, saca lo mejor del hombre y, por tanto, lo ennoblece. Pero, además, si con su tarea va preparando la materia para el mundo futuro, el hombre encuentra en el trabajo la mejor y mayor fuente de santificación y de cooperación divina.


5. El trabajo, generador de paz, unidad y estabilidad: la base de una sociedad, para que sea estable y goce de paz, es que sus gentes tengan un trabajo bien remunerado que le permita satisfacer sus necesidades, vivir cómodamente y cumplir sus obligaciones religiosas. Cuando esto se da, el trabajo se convierte en la fuente más garantista de paz social. Mientras que el paro, al crear ociosidad, genera desestabilidad y no contribuye al desarrollo de la persona ni de los pueblos. Así, «el trabajo es un bien de todos, que debe estar disponible para todos aquellos capaces de él. La « plena ocupación » es, por tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento económico orientado a la justicia y al bien común. Una sociedad donde el derecho al trabajo sea anulado o sistemáticamente negado y donde las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social» (CDSI 288)

6. El trabajo, posibilidad de servicio: el trabajo nos ofrece muchas posibilidades para ejercer y vivir la caridad. Se puede ser caritativo con los compañeros de trabajo, con los aprendices, con los veteranos, pero, sobre todo, se ejerce la caridad al entender y tomar conciencia de que con el trabajo contribuimos al conjunto de la sociedad, a la mejora económica, productiva y competitiva del País. Y esta aportación material o humana tiene repercusión en el ámbito espiritual y cristiano de la comunidad.  

7. El trabajo, asociación con la obra redentora de Cristo: con el trabajo, el hombre contribuye a completar lo que falta a la Pasión de Cristo, es decir, a la redención del hombre y del mundo. Si el trabajo es fuente de santificación, ha de serlo, también, de redención tanto para el que lo ejerce como para aquel que se beneficia de él.

8. El trabajo, cooperación en la perfección de la Creación: si hay un dogma que incide de manera absoluta en la vida cristiana y es fundamento del resto de verdades católicas, este es el de la Santísima Trinidad. De este modo, el cristiano, con su callada labor de cada día, contribuye con la obra perfecta de Dios Padre, esto es, al continuo progreso y desarrollo de la creación.

9. El trabajo, realizado con espíritu cristiano: esta idea concentra todo lo anterior. Trabajar con honradez, honestidad, con claro ánimo de contribuir al bien de la sociedad y al progreso de los pueblos. Cooperar en la obra creadora del Padre, en la redentora del Hijo y en la santificadora del Espíritu Santo responde a la cuestión de trabajar con espíritu cristiano. El cristiano, que es Iglesia, trabaja comunitariamente porque sabe que su salvación será comunitaria y eclesial o no será. El espíritu cristiano supone un reto diario de mantener una coherencia entre la fe y la vida.  

Así pues, el trabajo no es tema baladí en el conjunto de la Doctrina Social de la Iglesia. Como mandato divino, el hombre ha recibido, con el fruto de sus manos, una gran bendición que, como todo don divino, debe servir para contribuir al desarrollo del género humano y el progreso de los pueblos. Solo cuando el hombre se realiza por medio de su humana labor de forma honesta y honrada, se asocia a la obra trinitaria de continuo cuidado y providencia sobre el mundo, la historia y el hombre. El hombre coopera en la creación y crea, coopera en la redención y se redime, coopera en la santificación y se santifica. Por tanto, queridos lectores, valoremos mucho este regalo del cielo que es tener trabajo y oremos por aquellas personas que no lo tienen o lo han perdido para que esta situación no se prolongue en el tiempo sino que puedan contribuir pronto con su esfuerzo a mejorar su vida, la de su familia y a la construcción del Reino de Cristo fundado en el amor, la paz y la providencia.

Dios te bendiga



[1] Ve 908 (con algunos cambios semánticos).
[2] GeV 1400.
[3] MR1570 [353].
[4] Ve 910; GeV 1401; MR1570 [577].

sábado, 14 de abril de 2018

LA MATERIA NO SE DESTRUYE...¡RESUCITA!

HOMILIA DEL III DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:
            Como cada año, el tercer domingo de la Pascua nos presenta una aparición del Resucitado recogida por Lucas en la cual los datos que presenta pertenecen a la proclamación primera del misterio de Jesucristo, esto es, que en Él se han cumplido las antiguas escrituras (Moisés, Profetas y Salmos) y que Él ha resucitado verdaderamente en toda su integridad divino-humana.
En los Hechos de los Apóstoles, san Pedro, portavoz del grupo apostólico, proclama el misterio pascual de Jesucristo, al que llama siervo de Dios identificándolo con el siervo de Isaias. Ese siervo tiene que sufrir en su cuerpo y morir para resucitar y tener éxito. Lo mismo Jesucristo, quien fue entregado a la muerte y ha sido exaltado a la gloria por Dios que lo ha resucitado de entre los muertos para que la luz de su rostro pueda brillar sobre nosotros. Así se cumplieron los antiguos oráculos proféticos, el mundo psicológico y oracional de los salmos y los preceptos apuntados en la ley mosaica.  
Las lecturas de hoy nos ofrecen una serie de datos sobre el dogma de la resurrección corporal de Cristo. Éste, cuando se levanta del sepulcro, lo hace con su cuerpo marcado con las llagas de la Pasión, de ahí que ante la ingenuidad de los apóstoles Él les mande “Palpadme”, esto es, les abre la posibilidad de entrar en contacto con Él mediante un contacto físico; la resurrección de Cristo es corporal, real e histórica; el cuerpo carnal de Cristo es necesario y sustancial para la resurrección. Cristo resucita en carne y hueso y, además, ante ellos, come pescado de forma natural. Lo que resucita en Cristo, y es lo que hace única su Resurrección respecto de la nuestra, es la materia, esto es, la materia humana en el compuesto Teándrico de Jesucristo. El que experimenta la muerte en su carne humana debe experimentar la resurrección, también, en su materialidad mortal.
Sin embargo, ante estas muestras de su realidad corporal, no es menos cierto que sus mismos compatriotas no le reconocen con su cuerpo sino es por su voz o por las llagas, lo que da a entender que la carne de Cristo es una carne glorificada y que no recoge las carencias y defectos de la vida mortal. Y aquí es donde radica el “quid” de toda la cuestión. Su carne resucitada es anticipo e imagen de la nuestra.

Si nos detenemos a observar nuestro cuerpo, podremos observar que nosotros, desde el día de nuestra concepción, somos los mismos y a la vez diferentes. Cada uno de nosotros ha sufrido cambios en su cuerpo, en su organismo. Nuestra piel y nuestras células se han ido renovando, poco a poco, desde el minuto uno de nuestra existencia. Somos el mismo sujeto personal pero en un cuerpo que ha ido evolucionando desde el principio. Con la muerte, esta constante metamorfosis llega a su fin. Nuestro cuerpo se detiene, entra en pausa, esperando el último y definitivo impulso evolutivo que ofrece la fuerza de la Resurrección de Cristo; a esto lo llamamos “la resurrección de la carne”.
El origen de este misterio se halla en el bautismo. En este sacramento, puerta de la vida eterna, se nos da el don de la vida eterna porque participamos, por medio de él, de la muerte y resurrección del Señor. La clave para mejor comprender este misterio es la imagen de la Iglesia, cuerpo de Cristo. La Iglesia experimenta todo aquello que Cristo tiene o padece: si Cristo padece persecución, la Iglesia padece persecución; si Cristo resucita, la Iglesia resucita. Pues lo mismo ocurre con la carnalidad de Cristo.
Esta resurrección corporal de Cristo tiene algunas consecuencias a tener en cuenta que ya apuntamos el domingo pasado pero que quisiera recordar también en este: 1. Que, efectivamente, la materia no se destruye sino que se transforma, alcanzando su transformación final en el estado de gloria. 2. Que nuestro cuerpo no es fuente de pecado ni de corrupción, sino lugar de encuentro con Dios y posibilidad de los sacramentos, pues éstos se reciben en la corporalidad humana siendo sus efectos de carácter espiritual. 3. El cuerpo es redimido y dignificado en su dimensión bisexual, esto es, Cristo al hacerse hombre hace posible el contacto de lo humano (hombre y mujer) con lo divino.
Así pues, queridos hermanos, gocémonos en esta Pascua con la auténtica, histórica, real y verdadera resurrección de Jesucristo. Hagamos nuestra su victoria frente a la muerte y el pecado y confiemos nuestra propia resurrección corporal final al querer providente y dignificante de Dios. Solo en Cristo muerto y resucitado encontramos nuestra esperanza y la fuente de la alegría porque se ha querido identificar tanto con nosotros que nos ha regalado no solo la vida, sino también la eternidad. Así sea.
Dios te bendiga

miércoles, 11 de abril de 2018

MISSA PRO INITIO ANNI CIVILIS


MISA DE INICIO DEL AÑO CIVIL


I. Misterio

            Siempre que nos disponemos a iniciar algo nuevo en la vida (un trabajo, un proyecto de vida, un hogar, unos estudios, etc) no podemos evitar el tener esa sensación vertiginosa que nos proporciona la incertidumbre de no saber cómo va a resultar y hasta qué punto tendremos éxito o fracasaremos en el intento. Algo parecido supone cada vez que después de 365 días volvemos a comenzar un nuevo año en nuestra vida.

Esta experiencia anual, a lo largo de los siglos, ha sido revestida del hombre por rituales mágicos o esotéricos como el comer doce uvas, doce campanas de reloj, ropa interior de color rojo, cenas familiares, etc. Estos rituales expresan una realidad: el hombre siente la necesidad de expresar los acontecimientos importantes de su vida tanto física como espiritualmente. Y en este sentido es donde entra la celebración eucarística que hoy presentamos: celebrar el nuevo año civil ofreciéndolo como primicia agradable a Dios que nos lo concede vivir.

II. Celebración

Nos encontramos con una misa de uso muy restringido cuya posibilidad de uso se da entre el 3 y el 5 de enero, con ornamentos blancos y con algunos elementos navideños como el prefacio que complete el formulario. Para esta misa no se necesitan permisos especiales del ordinario por los motivos antes esgrimidos.


Contiene un formulario completo, esto es, con las tres oraciones principales de la misa cuya literalidad no se halla en ninguno de los sacramentarios romanos antiguos pero en su esencia se rezuma cierta inspiración en las liturgias occidentales no-romanas. La oración colecta ofrece una traducción confusa ya que traduce el latín “initio” por “principio” y “principium” por “origen”. Referido a Dios, Él es el inicio y el fin de todo cuanto existe, ha existido o vendrá a la existencia. Mientras que al usar el latino “principium totius creaturae” nos está remitido a su principio creador, no su origen biológico o natural o dimanador. El término latino “principium” está relacionado con el griego “arjé” o el hebreo “bereshit”, esto es Causa incausada, Principio sin principio, o sea, Dios. Con respecto a la Creación o a la creatura, Dios es el Principio que la crea (gr. epoiesen/ hbr. barah) y la sostiene con su providencia. Así, el tiempo es hechura de Dios, pues empieza a existir desde que el mundo existe y es, precisamente, en esa variante temporal, que es el año, donde vive y se desarrolla la existencia humana. Pues bien, el año que comienza es lo que el hombre ofrece para que Dios lo santifique con su presencia, de tal modo que para el hombre sea un lugar y una oportunidad de santificarse por las obras y obtener lo que necesita para su existencia.

La oración sobre las ofrendas recoge la vetusta y tradicional expresión litúrgica “Sacrifium acceptabile”, esto es, la misa es un sacrificio agradable ofrecido al Padre, por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo, para poder recorrer los 365/6 días del nuevo año bajo el amparo y la sombra del amor de Dios. La oración de pos-comunión es una oración, eminentemente profiláctica, es decir, que pide protección y ampara frente al mal y a los peligros que pueden aquejar al hombre en el mundo.

Los textos bíblicos que han sido asignados a este formulario son: para la antífona de entrada dos: el salmo 64,12 donde es la gracia de Dios la que inunda los carriles del año civil llenándolos de los bienes que Dios provee. Y Mt 28,20 nos recuerda la presencia trans-temporal del Señor a lo largo de la historia, esto es, año tras año, siglos tras siglos, el Señor permanece y permanecerá siempre alentando a su Iglesia. Para la antífona de comunión, la liturgia trae Heb 13, 8 donde se nos recuerda la perennidad e inmutabilidad de Jesucristo a lo largo de los siglos a pesar de los avatares y vicisitudes del mundo.

III. Vida

            Analizado el formulario litúrgico que nos compete en este artículo, extraigamos de sus textos algunas líneas teológicas que puedan configurar un modo de vivir esta gracia de Dios, que es el año nuevo.


1. Dios, Señor del tiempo y de la historia: Dios, como creador y providente, es la fuente de todo cuanto existe, y, por tanto, también del tiempo y de la sucesión de éste, la historia. ¿Qué significa esto? Nada más y nada menos que todo cuanto existe y ocurre es porque Dios lo quiere o lo permite. No son los conflictos ni los movimientos seculares ni la economía lo que mueve las civilizaciones a sufrir cambios, sino que es Dios, quien sirviéndose de las realidades humanas, lo impulsa. Dios es eterno, y por tanto, no está sujeto a la sucesión de los tiempos, sin embargo, cuida de la vida de los hombres y de los pueblos. Dios quiere todo lo bueno para nosotros y nos ha dado su ley santísima para regular la vida humana y evitar conflictos desagradables e innecesarios; pero no es menos cierto que el mal también anida en el mundo y ha sido sembrado en él junto al trigo. Pero el mal no es otra cosa que la transgresión de la ley divina y, por tanto, acción y opción humana. En este sentido, Dios, al no impedirlo de manera arbitraria ni coactiva, permite que este mal ocurra para que el hombre valore el bien y lo busque en medio del caos y el desorden que supone el error y el pecado.   

2. El “Kronócrator”: con este extraño título la tradición oracional y litúrgica ha denominado a Cristo, a quien el Padre se lo ha entregado todo, el Hijo del hombre, el Eterno Viviente. Jesucristo, al filo del año civil, se nos presenta como el Señor del tiempo, «el alfa y la omega, el principio y el fin» el que escribe en el libro de la vida el nombre de sus hijos. El nombre de aquellos que hoy tienen que mantener el testimonio de fe en medio de un mundo que ha olvidado a Dios. En su Encarnación el mismo Jesucristo ha asumido, redimido y ofrecido el tiempo al Padre. El creador del tiempo se ha hecho tiempo para presentarlo al Padre como Hostia viva. Desde ese momento, Dios se ha metido en la misma historia, siendo cada vez, más cercano a los hombres. Hoy, como entonces, quiere consagrar el comienzo del año. Cada año de nuestra vida es un regalo de Dios; cada año de nuestra vida está enteramente en las manos de Dios porque le ha sido entregado por nuestro mediador Jesucristo.

3. Lo perenne y lo mudable: cada año es un círculo nuevo en que nuestra vida se desarrolla en esta inexorable, lineal y continua línea del tiempo. Las cosas cambias, los ritmos litúrgicos, a pesar de ser siempre iguales, nos afectan de manera diferente porque nosotros no somos iguales, vamos cambiando. Vamos cumpliendo años, creciendo y envejeciendo; nuestras amistades van cambiando según edades y ambientes, oficios y beneficios. Hay, como dice el Qohelet, un tiempo para plantar y otro para recoger. Pero Cristo siempre es el mismo ayer y hoy. Traigamos aquí el lema cartujo de san Bruno “Stat Crux dum volvitur orbis (=La Cruz esta firme mientras el mundo da vueltas). Porque, efectivamente, Cristo, con su misterio pascual, es el acontecimiento de la historia que no pasa. Siempre está ahí. Sus preceptos y enseñanzas son inmutables. Jesús es el amigo que nunca falla ni se aparta de nuestra vida porque Él lo ha prometido cuando dijo que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. Su presencia nunca se ha ido de la Iglesia ni de los cristianos. Él está en la Eucaristía, los sacramentos, los pobres y marginados, etc.

4. Constante presencia de Dios: otra idea importante que nos transmite este formulario es el de la constante presencia de Dios a lo largo del año. Dicho de otra manera, la necesidad de percibir a Dios en el tiempo. El tiempo esta imbuido de su presencia divina y ahí hemos de descubrirlo. A veces cuesta descubrirlo porque la experiencia del mal, de la enfermedad o la muerte lo opacan; pero es un reto espiritual para todos nosotros el hacerlo. Para ello necesitamos de la oración cotidiana, de la lectura diaria de la Palabra de Dios y en la medida que podamos de la comunión sacramental.

Por tanto, queridos lectores, el formulario que hoy hemos considerado es un acicate para pensar en el paso inexorable del tiempo y cómo, en palabras de Jorge Manrique, nuestras vidas son ríos que van a desembocar al mar. La diferencia está en reconocer que estos ríos son empujados por la providencia divina que cuida de nosotros y hace que cada año que empieza sea un don y una gracia para vivir de cara a Dios y de cara al prójimo, para abundar en lo necesario y poder ejercer, así mejor, la caridad.

Dios te bendiga


sábado, 7 de abril de 2018

CREER SIN HABER VISTO


HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:

Acabamos de escuchar el gran saludo de la Pascua con que el Resucitado visita a sus discípulos y en este domingo final de la octava de Pascua nos saluda a nosotros: “Paz a vosotros”. Esta expresión, que ha quedado hoy restringida a la liturgia episcopal, encierra en sí el gran regalo de Cristo vivo, resucitado y exaltado: la reconciliación victoriosa entre los mortales y Dios, como bellamente lo ha recogido la secuencia pascual que acabamos de entonar: «Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza». Y esa alianza nueva no es otra que la paz del espíritu de reconciliación que el Resucitado hoy concedió a sus apóstoles y que, a través de la sucesión apostólica y el sacerdocio, no ha cesado de expandir sus beneficiosos efectos para todos aquellos que, golpeados y aguijoneados por el pecado, buscan el amor de Dios.

La reconciliación operada por Jesucristo en su Pascua no hubiera sido tan eficaz y verdadera si no hubiera habido una muerte sacrificial del mismo, manifestada por las llagas y heridas de la Pasión, y una resurrección carnal de Cristo, representada por la permanencia de esas llagas gloriosas impresas en su cuerpo resucitado. Esas mismas llagas y heridas que son las secuelas de una batalla trabada entre la muerte y la vida, entre la cruz y la gloria, son las mismas que toca el apóstol Tomás para fundamentar realmente su fe.

En esta experiencia del apóstol Tomás descubrimos la transformación de la materia en su estado último: porque lo que resucita en Cristo, y es lo que hace única su Resurrección respecto de la nuestra, es la materia, esto es, la materia humana en el compuesto Teándrico de Jesucristo. El que experimenta la muerte en su carne humana debe experimentar la resurrección, también, en su materialidad mortal. Lo cual tiene algunas consecuencias a tener en cuenta: 1. Que, efectivamente, la materia no se destruye sino que se transforma, alcanzando su transformación final en el estado de gloria. 2. Que nuestro cuerpo no es fuente de pecado ni de corrupción, sino lugar de encuentro con Dios y posibilidad de los sacramentos, pues éstos se reciben en la corporalidad humana siendo sus efectos de carácter espiritual. 3. El cuerpo es redimido y dignificado en su dimensión bisexual, esto es, Cristo al hacerse hombre hace posible el contacto de lo humano (hombre y mujer) con lo divino.


Por último, solo cuando tocamos la carne de Cristo y experimentamos los efectos de su Pascua podemos hacer una firme confesión de fe que nos lleva a proclamar a Cristo como Dios y Señor. La bienaventuranza final con la que se cierra este pasaje es todo un reto para nuestras mentes racionales y empíricas: “creer sin haber visto”. Efectivamente, nadie ha visto a Dios ni vemos físicamente a Cristo veinte siglos después, pero sí que podemos comprobar los efectos de su amor y de su sacrificio por nosotros, en este sentido, la fe en Jesucristo se fundamenta en nuestro encuentro personal con él ¿hoy cómo? Por medio de la Eucaristía, de los sacramentos, de su cuerpo que es la Iglesia, de los pobres, enfermos y marginados y en todo ser humano que lo busque con sinceridad de corazón.

Así pues, queridos hermanos, en esta Pascua de resurrección alegrémonos por la victoria del Resucitado y pidamos que la nuestra vida sea una continua experiencia pascual que nos lleve a la conversión y a la eternidad. No dudemos nunca de la misericordia de Cristo, quien nos ha regalado su paz y su espíritu de reconciliación. Buena Pascua a todos.

Dios te bendiga