viernes, 31 de marzo de 2017

V DOMINGO DE CUARESMA




Antífona de entrada

«Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado porque tú eres mi Dios y mi fortaleza» Tomada del salmo 42, versículos 1 a 2. Este era el salmo que debía rezarse a los pies del altar por parte del sacerdote y el pueblo (a dos coros) antes de subir al presbiterio. De alguna manera, llegados a la recta final de la escalada cuaresmal, necesitamos la defensa por parte de Dios contra los enemigos que nos atacan y no permiten que avancemos en el proceso de santificación personal.

Oración colecta

«Te pedimos, Señor Dios nuestro, que, con tu ayuda, avancemos animosamente hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva incorporación. Esta oración invita al pueblo cristiano a salir de sí mismo y ponerse en camino.

Si el domingo pasado hacíamos un alto en la peregrinación cuaresmal, este domingo hemos de retomar la marcha hacia la pascua. La pascua es definida como misterio de amor que se hace entrega. Este texto invita a cada uno de nosotros a asumir este fruto de la pascua. La cuaresma nos debe preparar para una entrega sin límite, para imitar el amor que Dios ha tenido por nosotros.

Oración sobre las ofrendas

«Escúchanos, Dios todopoderoso, y, por la acción de este sacrificio, purifica a tus siervos, a quienes has iluminado con las enseñanzas de la fe cristiana. Por Jesucristo, nuestro Señor». Con algunos modificaciones semánticas, ha sido tomada de la familia de los sacramentarios gelasianos (ss. VIII-IX). Para una mejor comprensión de esta oración debemos decir que estamos en el domingo en que se realiza el tercer y último escrutinio sobre los catecúmenos que se están preparando para recibir el bautismo. En su itinerario preparatorio, ya han recibido la “enseñanza de la fe cristiana” que ha de iluminar, en adelante, su vida. Esto mismo debe extenderse a todos los miembros de la comunidad, aun ya bautizados, que a veces olvidan la doctrina cristiana y asumen los turbios dogmas del mundo.

Antífonas de comunión

«El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre, dice el Señor» en relación con el evangelio del ciclo A, inspirada en  Jn 11,26. Se ha de hacer cuando se lee el evangelio de la resurrección de Lázaro. La Eucaristía es viático para la eternidad. Es prenda de salvación. Es anticipo de la eternidad. Con esta seguridad y certeza no dudemos en acercarnos a recibir a Jesucristo en santo alimento, con un corazón bien dispuesto para que no sea para nosotros causa de condenación.

«Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. En adelante no peques más» tomada de Jn 8, 10-11. Se ha de hacer en el año B cuando se lee el evangelio de la mujer adúltera. Cristo se nos da como el único que puede restaurar nuestra dignidad perdida por el pecado. Pero la Eucaristía no es solo remedio para el pecador sino también propósito y estímulo para emprender una vida de gracia que evite el pecado y sus ocasiones.

«En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» tomada de Jn 12, 24-25 el año C cuando se lee el evangelio del grano que cae en tierra. Cristo viene en cada misa para morir y, así, darnos vida. Esta realidad mística se produce en cada uno de los fieles que al comulgar entierran la Sagrada forma en sus bocas para que al deshacerse la presencia real de Jesucristo se haga moral y espiritual en las almas.

Oración después de la comunión

«Te pedimos, Dios todopoderoso, que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos recibido. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos». Esta oración está presente en los sacramentarios gelasianos (ss. VIII-IX), en el sacramentario gregoriano de Adriano (s. VII) y en el misal romano de 1570. La petición que se contiene en este breve y conciso texto es eminentemente escatológica, es decir, que mira hacia lo eterno: “nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo”. Esta gracia está recogida al final del canon romano “y acéptanos en su compañía (de los santos), no por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad”. Esta es la mayor aspiración del cristiano: morar un día con Cristo en el cielo en compañía de los santos y de toda la Iglesia triunfante que ya ha llegado al final de su peregrinación.

Oración sobre el pueblo

«Señor, bendice a tu pueblo que espera siempre el don de tu misericordia, y concédele, inspirado por ti, recibir lo que desea de tu generosidad. Por Jesucristo, nuestro Señor». A partir de las palabras “que…” ha sido tomada tanto del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y su rama de Angouleme (s. IX). Esta bendición sobre el pueblo recoge dos elementos: 1. “don de tu misericordia”: es lo propio del tiempo de cuaresma, tiempo de gracia y misericordia para que seamos purificados de nuestros pecados; 2. “inspirado por ti, recibir de lo que desea”: dice san Pablo que nosotros no sabemos pedir lo que conviene por ello necesitamos que sea el Espíritu Santo el que ore en nosotros (cf. Rom 8, 26); de ahí que esta oración acentúe la necesidad de la inspiración divina para desear aquello que es bueno, sano y justo tanto para nosotros como para los que nos rodean; tanto en la vida material como la espiritual.

Visión de conjunto

            Una de las grandes obsesiones del hombre de todos los tiempos ha sido el afán de supervivencia, de vivir y perpetuarse indefinidamente. Es misma noble aspiración humana tiene un eco importante en la liturgia de la misa del V domingo de cuaresma. Las oraciones que configuran el formulario de esta página del misal tienen una proyección antropológica: la eternidad. Pero no podemos conformarnos con una eternidad mediocre como las teorías de la reencarnación nos propone; sino que hemos de aspirar a una eternidad en libertad y sin peajes.

            La reencarnación es una doctrina que, en síntesis, dice que el hombre esta condenado a volver a la vida una vez después de muerto adoptando formas diversas según sea su grado de purificación, que irá alcanzando según las diversas vidas hasta quedar totalmente limpio de maldad y disolverse en la nada. Esta teoría, lejos de asegurar una vida temporal permanente, más bien supone una anulación de la persona, una continua condena que se va renovando tras la muerte.

Los cristianos no creemos en la reencarnación. Nosotros queremos dar un paso adelante. Los cristianos creemos en la eternidad en libertad. Sabemos que ya alguien ha expiado nuestros pecados: que Jesucristo, como decimos en el pregón pascual, ya “ha pagado por nosotros al eterno padre la deuda de Adán”. La eternidad es vivir en la felicidad más auténtica y permanente que se pueda pensar. Es compartir el gozo inefable de los bienaventurados.

¿Vivimos con esta esperanza? ¿Nuestra vida se ve alentada por la fuerza de la resurrección de Cristo? ¿Crees en la resurrección o en la reencarnación? ¿Conocemos y nos fiamos de la doctrina de la Iglesia, la enseñanza de la fe? A veces, la vida se hace cuesta arriba pero debemos seguir avanzando asidos de la mano de Cristo. Él nos espera al final del camino, camino que recorre a nuestro lado.

Dios te bendiga


miércoles, 29 de marzo de 2017

“COMO INCIENSO EN TU PRESENCIA” (I)




            Queridos lectores de este incipiente blog, permítanme que en el artículo que hoy les presento abuse de su tiempo y su paciencia pero no es necesario que ustedes lo lean entero de un golpe, es mejor que cada apartado lo lean tranquilamente en distintos momentos.

Quisiera exponerles hoy algunas claves para valorar y acoger un elemento litúrgico que, no sé por qué, despierta más detractores que defensores. Les hablo del tan amado y odiado incienso en la liturgia. Esta sustancia resinosa al ser quemada despide abundante humo blanquecino, de olor agradable, que sube como columna de humo e impregna el lugar de su uso y a las personas que en él se encuentran.

Historia del uso del incienso en la liturgia cristiana

Aunque hoy nos parezca normal verlo en las iglesias, no siempre fue así. Su introducción en el culto cristiano no fue del todo pacífica. Su uso es antiquísimo, precristiano. Muy común en las diversas culturas y religiones como símbolo de honor a los difuntos, de respeto a las autoridades, sacrificio a los dioses y como signo de alegría y atmósfera sagrada. Este uso estrictamente pagano duró hasta el s. IV, sobre todo reservado a emperadores y dioses. Solo tras la paz de Constantino (313) fue progresivamente desapareciendo esas connotaciones paganas, entrando, así, poco a poco, en el culto cristiano[1].

Algunos datos de su paulatina entrada nos lo ofrece el diario de viaje de la Peregrina Egeria en la Anastasis de Jerusalén en el s. IV; Constantino regaló incienso a la basílica de Letrán para perfumar su ambiente pero no para uso litúrgico en el mismo siglo; en las pinturas de san Vitale en Rávena del s. VI. Por el contrario, los más acérrimos enemigos de esta inclusión fueron Tertuliano, quien en su Apologeticum argumenta «… que de las hostias que mandó ofrecer ofrezco, la opima, la mayor, la oración nacida de un alma cándida, de un ánimo inocente, de un pecho donde el Espíritu Santo habita. No le ofrezco granos de incienso, lágrimas de un árbol que valen un maravedí» (30) y san Agustín en sus Enarrationes in Psalmos dice «Podemos estar tranquilos, no tenemos que ir a Arabia a buscar incienso, ni registrar los fardos del avaro negociante: lo que Dios pide de nosotros es un sacrificio de alabanza» (49,14).

El caso es que, aún con cierta oposición, acabó entrando en el culto cristiano. Al inicio, tanto los cirios y el incienso formaban parte del honor con el cual era rodeado tanto el Evangeliario (libro de los Evangelios) y algunas personalidades. Se sacó de los usos ceremoniales de la magistratura, de las cuales participaban los obispos, considerados como magistrados y funcionarios del aparato burocrático del estado. Veamos los hitos más importantes de esta interesante historia[2]:

·        s. VII-VIII es un gesto de honor tributado al Papa y al Evangeliario.

·         Ordo romano I: el incensado es usado respecto al Papa cuando es recibido por el clero, cuando se dirige al altar, cuando se lee el Evangeliario y cuando el Papa regresa a la sacristía.

·         Sacramentario gelasiano: dice que cuatro diáconos llevan cuatro Evangeliarios precedidos de dos incensarios.

·         Pontifical de la Curia del s. XIII: reserva la cruz y el incienso para la llegada del emperador.

·         En el s. IX la misa romana se ve influenciada por la liturgia galicana introduciendo en ella el uso del incienso tanto para el altar, como para el clero y las ofrendas.

·         Ordo romano XIV de Mabillon (1300): regula el uso del incensario substancialmente como lo hallamos en las rúbricas del misal de 1570.

Hasta aquí la historia del uso de este elemento litúrgico. El próximo dia entraremos en su uso en la liturgia.



[1] cf. J. Aldazabal, 214.
[2] cf. M. Righetti I, 242.

sábado, 25 de marzo de 2017

LEVÁNTATE PORQUE CRISTO ES TU LUZ


HOMILIA DEL IV DOMINGO DE CUARESMA


Queridos hermanos en el Señor:

            El cuarto domingo de cuaresma, con ese sabor especial que le da el título de “laetare” y el color rosa de los ornamentos del sacerdote, nos trae hoy como tema central la “luz de la fe”.

            Si el domingo pasado era el agua, como imagen cristológica y elemento bautismal, el tema central de las lecturas; éste nos trae como elemento la luz: “mientras yo estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo” (cf. Jn 9, 38) dice el mismo Cristo. Y al igual que el pasaje de la samaritana, el capítulo del ciego de nacimiento es una catequesis progresiva para reconocer la identidad de Jesús como Señor, Cristo e Hijo del hombre. Si el domingo pasado, Jesús era el portador del agua viva, el mismo don de Dios que apaga la sed del hombre de hoy; este domingo Cristo se presenta como la luz que alumbra en medio de las tinieblas guiándonos hasta la luz verdadera.

            Para que esto sea posible, es necesaria la unción del Santo Espíritu. En la iniciación cristiana este acontecimiento se produce en dos momentos: en la unción pos-bautismal con el santo crisma y en el sacramento de la confirmación. Todos los cristianos lo hemos recibido. Su acción en nosotros invade toda nuestra vida. El “divino huésped del alma” enciende la luz de la verdad y prepara el habitáculo donde ha de morar la Trinidad. David al ser ungido con el aceite por parte del profeta Samuel siente como es invadido por el Espíritu, que lo capacita para la gran misión que Dios le tiene reservada.

            Este Espíritu es el que da vida y santifica todo. Es el que hace despertar a los dormidos y aletargados. San Pablo usa de un antiguo himno bautismal donde dice: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz”. Esta es la clave de comprensión del pasaje del ciego de nacimiento, un hombre acusado de haber pecado y de ser el heredero del pecado de sus padres. A raíz de este milagro surge una disputa violenta entre el ciego y los fariseos, entre los padres del ciego y los fariseos; de nuevo, entre el ciego y los fariseos; y por último, entre Jesús y los fariseos.

            El ciego ha recibido la luz de Jesús. Ha pasado de la oscuridad que le impedía ver a la visión más plena mediante la iluminación que ha recibido. La ceguera espiritual viene dada por las situaciones de oscuridad que podemos padecer a causa del pecado, del error, de la ignorancia, de la desesperación, de la acedia. Son situaciones realmente desagradables e incomodas al espíritu humano. Pueden venir provocadas por diversas causas, a veces, difíciles de concretar. Sin embargo, hoy como ayer, Cristo quiere ser tu luz. Cristo quiere pasar por tu lado y curar tu ceguera. En otras palabras, Jesús quiere llevarte a la vida de la gracia, de la fe, de la sabiduría divina, de la esperanza y la diligencia. Cristo no quiere que te quedes en el pecado y en la amargura existencial, más bien, al contrario, Él quiere hacerte pasar por el éxodo de la vida, es decir, que vivas tu propia pascua. Y esto solo se realiza muriendo a uno mismo y dejándose resucitar por Él.

            Pero que complicado es esto, ¿verdad? Reconocernos pecadores es complicado porque estamos acostumbrados a hacerlo en abstracto simplemente diciendo “soy pecador” pero este reconocimiento solo es efectivo cuando es afectivo, es decir, cuando se concreta en qué soy pecador, cuál es mi pecado o mis pecados. Esto, queridos hermanos, es el principio de la conversión y de la propia pascua. Solo quien se reconoce como tal puede experimentar el amor de Dios en su vida y salir de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, del error a la verdad, de la ignorancia a la sabiduría. Será necesario invocar al Espíritu Santo a lo largo de este proceso.

            La meta de este camino está en hacer nuestras aquellas palabras del ciego al final del pasaje: “Creo, Señor”. El reconocimiento de los pecados y el camino de la conversión tienen como fin la profesión cordial de la fe. Hacer de Cristo el centro de nuestra existencia, el Señor de nuestra vida. ¿Seremos capaces? ¿Estamos dispuestos? Hay que intentarlo sin desanimarse. Ánimo, hermanos.

Dios te bendiga

viernes, 24 de marzo de 2017

IV DOMINGO DE CUARESMA “LAETARE”




Antífona de entrada

«Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos» Inspirada del capítulo 66, versículos 10 al 11 del libro de Isaías, concretamente, el llamado Tritoisaías. Este libro del cuerpo isaiano cuenta la vuelta del destierro por parte del pueblo de Israel. Cada domingo la Iglesia vuelve a emprender su particular peregrinación desde diversas partes (las casas, las calles y barrios, la sacristía) hacia el monte del Señor (Is 25) que es el altar de la Eucaristía.

Por la primera palabra de la antífona “laetare (alégrate)” este domingo recibe el nombre de “Domingo de laetare”. El sacerdote puede vestir con ornamentos rosas y adornar sobriamente con flores el altar, así como usar música instrumental en la celebración. Como vemos, esta antífona reúne una serie de verbos que refuerzan esta idea teológica para el domingo “alégrate-regocijaos-exultéis”. Vivamos, pues, con este espíritu esta celebración.

Oración colecta

«Oh, Dios, que, por tu Verbo, realizas de modo admirable la reconciliación del género humano, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo» hasta la expresión “género humano” está tomada del sacramentario gelasiano (s. VIII), el resto es de nueva incorporación. Es el domingo de la redención. Motivo más que suficiente para la alegría cristiana.

La Cuaresma es una larga e intensa preparación para celebrar la noche de la Pascua, es decir, el paso victorioso de Cristo, a través de la pasión, de la muerte a la vida. Su victoria es nuestra victoria. Para ello es necesario una “fe gozosa” y una “entrega diligente”

Oración sobre las ofrendas

«Señor, al ofrecerte alegres los dones de la eterna salvación, te rogamos nos ayudes a celebrarlos con fe verdadera y a saber ofrecértelos de modo adecuado por la salvación del mundo» tomada del gelasiano (s. VIII). Oración referida a los dones puestos en el altar como oblación de alcance universal. El tono alegre sigue presente en esta oración.

Antífona de comunión

«El Señor untó mis ojos: fui, me lavé, vi y creí en Dios» inspirada en el capítulo 9, versículo 11 del evangelio de Juan. Se usa si se lee el evangelio del ciego de nacimiento. La comunión es, por excelencia, el sacramento de la fe; el sacramento que da luz al alma para reconocer todo lo que viene de Dios, su presencia en nosotros. La secuencia verbal de este brevísimo versículo vuelve a repetirse en este momento de la celebración: fuimos ante Cristo, nos lavamos con su sangre, lo vimos oculto en los accidentes del pan y creímos en Él. Haremos nuestra, definitiva, la frase de aquellos discípulos “Hemos visto al Señor” (cf. Jn 20,25).

«Deberías alegrarte, hijo, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado» tomada de la parábola del hijo pródigo en Lc 15, 32. Se usa si se lee el evangelio de la parábola del hijo pródigo. Estamos en el momento del banquete que el Padre hace en honor del hijo regresado. Las palabras que dirige al hijo mayor hoy son referidas para nosotros, los que se supone que hemos permanecido en la casa. Estas palabras son, de nuevo, una invitación al banquete por el hermano que hemos recobrado por la misericordia divina; y, también, por las tantas veces que hemos sido nosotros los hijos pródigos. Así pues, si hemos experimentado la misericordia divina, nosotros estamos llamados a ofrecer a otros esa misma misericordia.

«Jerusalén está fundada como ciudad, bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, a celebrar tu nombre, Señor» del salmo 121, versículos 3 al 4. Se usa si lee otro evangelio distinto. En relación con la antífona de entrada, hemos de subir a la ciudad santa de Jerusalén donde los cantos de júbilo pascuales se suceden ininterrumpidamente por el gran acontecimiento que va a sucederse en ella. El misterio pascual será el que recoja y una a las distintas tribus y pueblos de la tierra haciendo un solo pueblo de los muchos que el pecado dividió. Hoy esto mismo se realiza en los creyentes cuando al comulgar se unen en un solo corazón y en una sola fe.

Oración de pos comunión

«Oh, Dios, luz que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestros corazones con la claridad de tu gracia, para que seamos capaces de pensar siempre, y de amar con sinceridad, lo que es digno y grato a tu grandeza. Por Jesucristo, nuestro Señor» tomada del misal romano de 1570. Esta oración, por su contenido, no es propiamente para después de la comunión. El tema central es la luz de Dios ínsita en los corazones humanos. Esta luz es la que ha de guiar los pensamientos y la razón humana hacia todo aquello que agrada a Dios y lo hace presente en cada momento de la vida.

Oración de bendición sobre el pueblo

«Defiende, Señor, a los que te suplican, fortalece a los débiles, vivifica siempre con tu luz a los que caminan en sombras de muerte, y, libres de todo mal por tu compasión, concédeles llegar a los bienes definitivos. Por Jesucristo, nuestro Señor» tomada con una ligera modificación de la compilación veronense (s. V). Es una bendición muy apropiada para este domingo especial en nuestra peregrinación cuaresmal. El domingo de “laetare” nos ofrece una oportunidad para el descanso en la penitencia y, por tanto, se convierte en un lugar teológico para que la fortaleza divina de vida al pueblo cristiano en medio del desierto cuaresmal. Tras esta peregrinación llegaremos a la cumbre de la Pascua donde podremos gustar los bienes definitivos.

Visión de conjunto

            En la vida hay momentos para todo: momentos para reír, otros para llorar, otros para estar de fiesta, otros para estar de duelo; momentos para comer, otros para andar, otros para dormir, y un largo etcétera de situaciones que al cabo de una vida llegamos a pasar. Lo mismo ocurre en el año litúrgico, que de alguna manera envuelve nuestra propia vida. Hay fiestas de gran júbilo y alegría y otras que tienen un sabor más amargo y trágico. Popularmente la cuaresma es un tiempo situado en los momentos penitenciales, amargos, tristes del ciclo litúrgico, sin embargo, nos ofrece un domingo que rompe con esta tendencia oscura.

            El cuarto domingo de cuaresma está dedicado a hacer un alto en el camino; tomarnos un respiro en medio de la cuesta penitencial. Es el tradicional domingo de “laetare”, del mismo modo que el tercer domingo de adviento se le denomina de “gaudete”, con las mismas características que el anterior. Son domingos en que la liturgia adquiere un matiz especial haciendo de contrapunto con el ambiente espiritual que impone el tiempo litúrgico respectivo.

            Si el domingo de “gaudete”, en Adviento, nos recuerda la alegría por el pronto nacimiento del Señor; este domingo despierta nuestro entusiasmo por la Resurrección del Señor, aunque será precedida por la correspondiente pasión y muerte. Al hombre le viene la alegría al saberse reconciliado con Dios, al experimentar la dicha de la paz espiritual; al tomar conciencia de que ya puede dirigirse a Dios como un Padre y presentarle el homenaje de su mente y su corazón.

            La hazaña que está a punto de desarrollarse: la batalla de Cristo contra la muerte y el pecado se saldará con la incuestionable victoria del Señor Jesús, quien ascenderá a la cumbre llevando cautivos (cf. Sal 67). Conviene preguntarse, pues, en este domingo si este misterio del Señor es causa de alegría en mi vida; si Cristo es, realmente, mi esperanza y la causa de mi salvación. Conviene preguntarse, del mismo modo, si yo acojo o quiero acoger los frutos de la redención del Señor; si en mi vida tiene incidencia el saber que Jesús ha muerto por mí y resucitado para mí. Feliz domingo de “laetare”.

Dios te bendiga

miércoles, 22 de marzo de 2017

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR




El próximo sábado 25 la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación del Señor. Una fiesta que hunde sus raíces en el relato evangélico de la anunciación del Ángel a María (cf. Lc 1, 26-38). Esta fiesta surgió en Constantinopla en el s. VI llegando al occidente en el s. VII como vemos tanto en Roma como en Hispania y la Galia. La fiesta se celebró desde el principio el 25 de marzo aunque en España por indicación de san Ildefonso de Toledo, el X concilio de Toledo (656) cambió la fecha al 18 de diciembre para evitar que dicha solemnidad cayera en Cuaresma.

La actual liturgia de la Iglesia presenta la Encarnación de Cristo en términos oblativos, es decir, como si Cristo fuera la ofrenda perfecta al Padre por su encarnación. Así lo comprobamos al entonar la antífona de entrada tomada de la carta a los Hebreos «El Señor al entrar en el mundo dice: he aquí que vengo para hacer tu voluntad» (cf. 10, 5.7) y por las mismas lecturas para la Misa.

La oración colecta entronca con el sentido navideño de este misterio: el admirable intercambio entre la naturaleza divina y la humana efectuada en Cristo. Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda participar de la divinidad «Oh Dios, has querido que tu Verbo asumiera la verdad de la carne humana en el seno de la Virgen María, concédenos que cuantos confesamos a nuestro Redentor Dios y hombre merezcamos ser partícipes también de su naturaleza divina». Este filón teológico tiene su corolario en la oración de poscomunión (única tomada del misal romano de 1570) donde el misterio de la encarnación se pone en relación con el pascual, pues si bien sabemos que Cristo viene al mundo para morir y resucitar, el fruto principal de la participación divina es la de compartir la gloria eterna «te pedimos, Señor, que confirmes en nuestros corazones los sacramentos de la verdadera fe, para que cuantos confesamos al Hijo concebido por la Virgen, merezcamos llegar a la alegría eterna por la fuerza de su resurrección».

El prefacio para esta solemnidad es propio. Destacamos en él las siguientes ideas:

1) “la Virgen escuchó con fe”: María concibe por la palabra que se le anuncia. Es la Virgen audiente, la Virgen atenta a lo que Dios quiere de ella.

2) “iba a nacer entre los hombres y en favor de los hombres”: según nos dice Gal 4,4. Cristo se inserta en la historia humana asumiéndola tal cual es para conducirla a la salvación.

3) “el Espíritu Santo que la cubrió con sus sombra”: de gran calado bíblico, donde la sombra es una imagen epicléptica, esto es, presencia del Espíritu Santo. Sombra con la nube del desierto, sombra en el bautismo, sombra en la Transfiguración, sombra en los sacramentos de la Iglesia.

4) “promesas hechas a los hijos de Israel”: como lo muestran las distintas profecías del Antiguo Testamento.

5) “se manifestara la esperanza de los pueblos”: pues Cristo está puesto como estandarte de las naciones, para que todo el que lo vea tenga vida eterna. Sus palabras y obras tienen la pretensión de traspasar las fronteras del espacio y del tiempo y alcanzar, así, a todos los hombres y mujeres de la tierra.

En definitiva, esta fiesta nos recuerda que el carácter sacrificial de la Encarnación de Cristo que es sacerdote, víctima y altar; así como el camino abierto a los hombres para llegar a la patria eterna.

En este día, también la Iglesia celebra la jornada por la vida. Teniendo en cuenta que el realismo craso de la Encarnación llega hasta la gestación natural del niño Dios en el seno de la Virgen María, la Iglesia pretende recordarnos el valor sagrado de la vida humana desde su concepción hasta la muerte.

La jornada por la vida es un momento importante para los católicos para renovar nuestro compromiso por la dignidad humana. Hoy son muchos los peligros que atentan a la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta la muerte para ir enumerándolos me ayudaré de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium. En estos momentos de la historia en que la economía polariza todas las dimensiones de la vida, los católicos elevamos nuestra voz para decir ¡No a una economía que mata! No  a un sistema que no tiene en cuenta a las personas sino a los intereses de unos pocos ricos amos del dinero.
El Papa nos recuerda que los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra (cf. EvG209). Otro peligro que amenaza a las personas es la precariedad laboral, gente que no tiene trabajo, que ya no sirve para trabajar, que impide sacar beneficios a los patrones; gente que no puede llegar a fin de mes; familias que no tienen ingresos y no tienen qué dar de comer a sus hijos; padres de familia angustiados por que ven desaparecer sus ilusiones, sus sueños, sus esperanzas de construir familia o mantenerla.
Otro peligro es el de los emigrantes, que son víctimas de la explotación y de las mafias, lo que el Papa ha denunciado como la trata de personas; los emigrantes a los que se les ha privado del derecho a la sanidad simplemente por ser extranjeros; a estos mismos se les tiene trabajando en condiciones inhumanas, clandestinamente en otros casos, la dignidad de estos hijos de Dios clama al cielo justicia.

Los católicos elevamos nuestra voz ante las atroces leyes de la muerte que persiguen acabar con la población: los genocidios y asesinatos que se cometen todos los días y a nadie interesa; los pobres que mueren de hambre porque a los gobiernos de los países ricos les interesa; o la carrera armamentística que sigue generando millones de euros y dólares en la fabricación y venta de armas que sirven para matar. Pero si estos problemas nos duelen y tocan nuestro corazón también lo hace la fragilidad de la vida de los no nacidos. El aborto se ha convertido hoy en un derecho reclamado por las naciones, pero sobre todo por los poderes fácticos. Los católicos decimos ¡NO!
Los católicos decimos si a la vida en toda sus dimensiones; decimos si a los niños que están por nacer; decimos si a los niños con minusvalías físicas o psíquicas que se están gestando en el seno materno; decimos si a esas madres valientes que se empeñan a sacar a su hijo hacia adelante; decimos si, en definitiva, a la vida humana. Los católicos decimos, por otra parte no al engaño perverso de quienes defienden el aborto como solución rápida a los problemas; decimos no al aborto como supuesto “derecho” de la mujer en perjuicio del derecho del niño, porque un derecho que conlleve la eliminación de otro derecho nunca será justo ni humano; decimos no a la falsificación del lenguaje y del debate con que se presenta esta cuestión. La historia nos juzgará por este momento histórico como la generación que consistió la muerte de sus hijos.

Querido lector, quiero que esto quede claro: los católicos no necesitamos ser de izquierdas para defender a los emigrantes ni ser de derechas para oponernos al aborto; no necesitamos ser de izquierdas para defender a las clases sociales más pobres ni necesitamos ser de derechas para apostar por la vida humana en todas sus etapas. Esto lo digo para que no nos entre complejos de inferioridad sino que nos sintamos cómodos y libres para defender a las personas humanas. Nuestra vida está en las manos de Dios y de Él depende toda nuestra existencia. No nos dejemos robar nuestra fe. No nos dejemos robar nuestra esperanza. No nos dejemos robar la caridad. No nos dejemos robar el evangelio de la vida.
Son muchas las dificultades que nos encontraremos pero este es un momento para optar “o somos o no somos católicos”. Empuñemos las armas de la misericordia y del amor porque son las únicas que pueden salvarnos en la batalla contra el mal. Termino con estas palabras del Papa “La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre” (cf. EvG215).

Pues, ánimo y valentía en estos momentos difíciles. Nuestra única ley es el Evangelio, nuestra patria la libertad y nuestra meta la eternidad. Pero esto nos lo jugamos en estos momentos de la historia en la lucha por defender la vida y la familia.

Dios te bendiga


sábado, 18 de marzo de 2017

SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS...


HOMILIA DEL III DOMINGO DE CUARESMA


Queridos hermanos en el Señor:

Con el tercer domingo de cuaresma entramos en la segunda parte de la cuaresma. Tras haber sido llevados al desierto para ser tentados y al monte alto para contemplar la gloria de Jesucristo, en el primer y segundo domingo, respectivamente; a partir de ahora iniciamos nuestro camino de subida a Jerusalén para celebrar la Pascua del Señor. Pero ahora, la cuaresma toma un carácter más catecumenal: los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma, recogen una antiquísima tradición de exponer los tres temas más inmediatos a la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana: el agua, la luz y la vida.

Estos tres elementos, se fusionan en la expresión “fos-zoé” (= luz y vida). Un binomio que recoge la experiencia humana del re-nacer espiritual propio de los cultos iniciáticos antiguos. El cristiano recoge esta tradición remitiéndola a Cristo como luz y como vida, o dicho de otra manera, Cristo como luz que da vida al mundo.


En este domingo meditaremos sobre la imagen cristológica del agua. En el caso de la primera lectura, Moisés golpea con su cayado la roca y, al punto, mana el agua. Este portento viene provocado por la duda y desesperación del pueblo israelita que siente el ardor de la sed que el sol del desierto provoca. En el Evangelio, será Jesús el que pide agua para calmar su propia sed; sin embargo, pronto hará girar el objeto de su petición haciéndolo necesario para la samaritana. Es Jesús quien provoca en ella una sed de Él. El agua que Jesús ofrece es el mismo don de Dios, es decir, el Espíritu que se nos dará tras la Ascensión.

El diálogo de Jesús con aquella mujer tiene tres ideas principales: 1) el agua como don de Dios; 2) El culto en “espíritu y verdad” y 3) La autorevelación de Jesús como Mesías y Cristo.

El agua como don de Dios: con esta idea Jesús inicia un camino catequético con la samaritana en el que progresivamente va a ir revelando su identidad divina. Le da dos señales de su poder: Él es superior a Jacob, porque aquel construyó un pozo, pero éste es la misma agua que calma la sed y… ¿Qué es un pozo sin agua? ¿Para qué sirve? El don de Dios no se queda en una quietud silenciosa en lo profundo de las personas, sino que tiene un poder dinámico, arrollador, como si fuera un “surtidor de agua” que nos lleva a la vida eterna. En definitiva, el gran don de Dios es la misma vida eterna. Para el que va a ser bautizado en el agua consagrada, es necesario saber que va a ser introducido en la salvación, es decir, en la vida eterna. Por otra parte, Jesús muestra su divinidad y poder adivinando la situación sentimental de ésta cuando le muestra que ha tenido cinco maridos y el de ahora no lo es.

El culto en “espíritu y verdad”: los judíos y los samaritanos estaban divididos por una cuestión teológica, entre otras: para los primeros, el culto a Dios estaba localizado y centrado en el templo de Jerusalén y fuera de él no había ni sacerdote, ni sacrificio ni Shekiná (presencia de Dios); mientras que para los segundos, Dios había elegido el monte Garizim (donde estaba Samaria) para que se le rindiera culto, era el monte de las bendiciones, el, llamado, ombligo del mundo. Jesús viene a decir que, efectivamente, la salvación viene de los judíos en cuanto son el pueblo elegido por Dios para esta misión, pero que el culto que Dios quiere es un culto puro y purificado tanto en lo externo como en lo interno; en la intención, en el corazón y en la ejecución. Jesús no pretende abolir el culto ni crear un culto inmaterial y abstracto, sino imbuir el culto de la pureza necesario para nuestro corazón. De tal manera que el creer, el obrar y el hablar concuerden y no se contradigan.

La autorevelación de Jesús: al final de este Evangelio, Jesús hará ver su verdadera identidad a la mujer recurriendo a dos testimonios: hacer la voluntad de su Padre y autodenominándose “Mesías” y “Señor” precedido de la fórmula veterotestamentaria “Yo soy”.

Así pues, queridos hermanos, es un buen día para reavivar el don de la fe en nosotros; para sentir cada día una sed nueva de Jesús y de la eternidad a la que nos llama. ¿Tienes sed de Dios? ¿Estás tan saciado de cosas de este mundo que no te acuerdas de Dios? ¿Crees en el don de la vida eterna? Hermanos míos, adelante y a caminar guiados por la fe en Jesús y pidiendo, cada día, sentir sed de esta agua viva que nos hace saltar a la eternidad.

Dios te bendiga

viernes, 17 de marzo de 2017

III DOMINGO DE CUARESMA




Antífona de entrada

«Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido». Tomada del salmo 24, versículos 15 a 16. Como cada domingo, los cristianos sentimos la premura de querer estar con Dios, de poder gozar de su paz y de su amor. Sobre todo, en este tiempo penitencial de cuaresma, el domingo nos da un respiro en medio del camino ascético.   

«Cuando, por medio de vosotros, haga ver mi santidad, os reuniré de todos los países; derramare sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias, y os daré un espíritu nuevo, dice el Señor». Inspirada en el capítulo 36 del profeta Ezequiel, versículos 23 al 26. Muy apropiada para este domingo de la samaritana, donde el agua ocupa un puesto importante en el ambiente espiritual de la liturgia. Dios quiere llamar a los hombres y mujeres dispersos por el mundo para congregarles en un solo pueblo, su Iglesia. Esta idea está concentrada en un texto muy antiguo de la Iglesia para la liturgia “Como este pan fue repartido sobre los montes, y, recogido, se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia desde los límites de la tierra en tu Reino porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, en los siglos” (Didajé IX,3).

Oración colecta

«Oh, Dios, autor de toda misericordia y bondad que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor el reconocimiento de nuestra pequeñez y levanta con tu misericordia a los que nos sentimos abatidos por nuestra conciencia. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo con algún cambio gramatical. Esta antigua oración pone de manifiesto que desde siempre la Iglesia valoró la triple práctica penitencial de ayuno-oración-limosna no solo como perdón para los pecados sino como concreción y manifestación del don de la misericordia.

Otro filón teológico de la oración es la conciencia. Sentirse “abatidos por nuestra conciencia” es reflejo de una conciencia rectamente formada, esto es, de aquel que reconoce su pequeñez ante la inmensidad insondable de Dios. Pero no basta con sentirse “abatidos” como aquel que ha perdido la esperanza, sino como aquel cuya actitud es la de volver confiadamente hacia Dios. La conciencia rectamente formada sabe que Dios ante todo es padre misericordioso y que si muchas son nuestras ofensas, infinito es su perdón. Que si en el pecado va la penitencia, en la penitencia va la gracia de su misericordia. Por eso, la intensidad de este texto pivota en estos dos verbos “mira con amor” y “levanta”. Porque su misericordia es sanante y elevante. La gracia restaura al hombre desde el interior convirtiéndolo en criatura nueva. Devolviéndolo a su inocencia original.

Oración sobre las ofrendas

«Señor, por la celebración de este sacrificio concédenos, en tu bondad, que, al pedirte el perdón [de] nuestras ofensas, nos esforcemos en perdonar las de nuestros hermanos». Aparece en el sacramentario gelasiano antiguo, también en el gregoriano adrianneo y mantenido en el misal romano de 1570. Esta oración, contenida en los diversos sacramentarios, está inspirada en la antepenúltima petición del Padre nuestro “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. La Eucaristía es sacrificio de reconciliación; en palabras de san Agustín “signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna” y en este momento es donde mejor se expresa.

Antífonas de comunión

«El que beba del agua que yo le daré, dice el Señor, se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» inspirada en Juan 4, versículos 13 al 14 para cuando en este domingo se lee el evangelio de la Samaritana. El agua es el don de la fe que por el bautismo nos hace herederos de la eternidad. Ahora ese don se actualiza en la comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor.

«Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor del universo, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre». Del salmo 83, versículos 13 al 14. Se usa cuando se lee otro evangelio distinto al de la Samaritana. Lo que decíamos al comienzo de la misa en la antífona de entrada se hace realidad ahora en la recepción de la sagrada comunión: por medio de ella, Cristo nos une y nos asocia a sí mismo para que pongamos nuestro nido en su corazón, en su pecho abierto por nuestro amor, de donde brotan los sacramentos que nos dan la vida.

Oración después de la comunión

«Alimentados ya en la tierra con el pan del cielo, prenda de eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento. Por Jesucristo, nuestro Señor». De la compilación veronense. De claro contenido escatológico, al comulgar sacramentalmente con el cuerpo y la sangre del Señor estamos anticipando el cielo y la eternidad en el “aquí y ahora” de nuestra existencia. Por ello mismo queremos vivir en coherencia con lo que esperamos un día gozar eternamente, aunque de momento haya que esperarlo y actualizarlo aquí en la temporalidad limitada de nuestra vida.

Oración sobre el pueblo

«Señor, que tu pueblo reciba los frutos de tu generosa bendición para que, libre de todo pecado, logre alcanzar los bienes que desea. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación, aunque la primera parte está tomada del veronense. Esta oración está en sintonía con la de poscomunión inmediatamente anterior.

Visión de conjunto

Decía el beato Newman que la conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza; es la mensajera que nos instruye y gobierna. La conciencia es el primero de todos los  vicarios de Cristo.

El formulario litúrgico de este domingo nos ofrece la oportunidad de meditar sobre el tema de “obrar en conciencia”. El Concilio Vaticano II definió la conciencia como “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que esta solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Gaudium et Spes 16). La conciencia, además, nos dice el Catecismo, “hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados” (cf. CEC1781).

Para un cristiano, la conciencia nunca es un tema baladí, sino algo capital para una vida cristiana seria y recta. La conciencia es el espacio íntimo donde Dios habla al hombre, como vimos más arriba. Es importante, por este motivo, que una persona que se preocupe de su vida espiritual forme convenientemente su conciencia de tal modo que esta devenga como recta y veraz. Esta es una tarea de toda la vida, desde que tenemos uso de razón hasta el final.

Solo quien se esfuerza por ir educando su conciencia podrá lograr la libertad y la paz del corazón. ¿Cuántas veces nos vemos envueltos en situaciones difíciles de enfrentar? Pues la conciencia rectamente formada es el gran salvavidas para obrar con rigor y no errar. En este sentido el Catecismo de la Iglesia nos dice que “la educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas” (1783).

La oración colecta de la misa de hoy nos da unas claves para que la conciencia cristiana se vea rectamente guiada y son: por un lado las prácticas ascéticas de la limosna, el ayuno y la oración; y por otra, la misericordia sanadora de Dios. Los cristianos debemos aprovechar este tiempo de gracia y salvación para volvernos hacia Dios y hacer de él lugar donde anidar, donde descansar. La conciencia sana es aquella capaz de perdonar, y de un perdón generoso.

Así pues, queridos lectores, estamos llamados a cultivar una conciencia cristiana que no se case con las pompas y lisonjas que el mundo ofrece; una conciencia que responda ante Dios y no solo, y siempre, a los criterios y leyes humanas. ¿Qué hacemos para formarnos? ¿Qué lecturas espirituales nos guían? ¿Qué tiempo dedicamos a leer la Escritura o el catecismo de la Iglesia?

Dios te bendiga

miércoles, 15 de marzo de 2017

DIA DEL SEMINARIO



Se acerca el día 19 de marzo, fecha entrañable en el calendario litúrgico católico. En este día se concitan varias efemérides: san José, el día del padre, pero sobre todo, el día del seminario. Aunque este año al caer en el III domingo de cuaresma se haya trasladado al día 20.

El origen de esta festividad se debe al sacerdote mártir español beato Pedro Ruiz de los Paños, que siendo rector del seminario de Plasencia (1917-1927), mi diócesis, publicaba dos revistas
vocacionales: “la hoja vocacional” y “El sembrador”, de carácter infantil; promoviendo, así, esta misma fiesta en este día extendiéndose, rápidamente, a toda España. Es por ello una buena ocasión para dedicarle un espacio del blog al que ha sido llamado “el corazón de la diócesis”, aunque este corazón a veces parece que esté infartado.



El seminario debería ser “la niña de sus ojos” de toda la diócesis, pues en él se forman los que un día serán los sacerdotes de la misma. Es una casa grande donde viven chicos jóvenes (alguno no tan joven) que aman al Señor, que han recibido de Él una llamada y con valentía y gran confianza quieren seguirlo. Lo que se espera de ellos es que perseveren en este don y sean fieles a aquel que inicio su camino y lo habrá de llevar a buen término.

Por la importancia que tiene su existencia para la vida y futuro de la diócesis, el seminario debería ser la causa de los desvelos de todos los que formamos la gran familia de la diócesis, sea la que sea. En primer lugar, debe ser el desvelo del señor obispo, el cual en sus primeras entrevistas tras su anuncio ha dicho que por su trayectoria como rector del seminario de Ávila estará muy pendiente de Él, cosa que nos alegra. Pero el señor obispo debe conocer bien a en quienes pondrá su confianza para formar a los alumnos del mismo.

En segundo lugar, ha de ser el desvelo de los sacerdotes que componen el presbiterio diocesano. De todos y cada uno de ellos y sin excepción. Desde hace unos años comenzó a inocularse en el mundo católico cierta corriente teológica, ambigua y extraña, que negaba el carácter sacerdotal de Jesucristo, arguyendo que Jesús era un laico. Quizás se debiera a esa necesidad patógena del clero de estar como pidiendo perdón a los laicos por ser curas. Y es que cuando una teología ni se asume ni se aprende bien, ocurren estos disparates. Negar el sacerdocio de Cristo tiene serias consecuencias:

1. Si Cristo no fue sacerdote no podría haber comunicado su sacerdocio a sus fieles y por tanto ellos no podrían ser, en virtud del bautismo, sacerdotes.

2. Si negamos el sacerdocio de Cristo, no solo el sacerdocio bautismal desaparecería, sino que el sacerdocio ministerial sería inexistente y por ello, todos los sacramentos y toda la liturgia sería vacía y estéril. Puro teatro.

3. Si Cristo no fuera sacerdote y solo laico, y por tanto, el sacerdocio de los fieles y de los ministros no existiera; la Iglesia no sería pueblo sacerdotal, sino solo pueblo laical; de ahí la no necesidad de la vocación sacerdotal.

4. En definitiva la Iglesia no sería más que una asociación filantrópica, una teosofía y no habría trascendencia posible.

Pues bien, esta teología de la que algunos sacerdotes, supongo que por moda o desconocimiento, asumieron y propagaron esta a la base de la despreocupación por parte del clero de no buscar ni promover vocaciones sacerdotales. Por eso, el clero diocesano, debe esmerarse en el arte de la pastoral vocacional, sobre todo, con los monaguillos.

En tercer lugar, los mismos laicos deben tomar conciencia de la escasez de sacerdotes y la importancia de buscar, animar y apoyar las posibles vocaciones que puedan surgir en sus familias o en las parroquias. Los laicos, como co-responsables en la misión evangelizadora de la Iglesia, no pueden estar al margen de la vida del seminario ni dejar de colaborar con Él en sus necesidades y actividades.

Con todo esto, es necesario ir creando una cultura vocacional. Para ello nuestro seminario ha
elaborado un plan vocacional llamado “es hora de bregar” donde están comprometidos un nutrido grupo de sacerdotes jóvenes de la diócesis, no todos lógicamente, y que llevan a cabo una serie de actividades con, por ahora, poco éxito. No obstante este blog apoyará y difundirá dichas acciones puntuales.

Por lo que a este blog respecta, quisiera aprovechar esta festividad para hablar de la dimensión litúrgico-celebrativa en la vida del seminario. Es la más importante y la base fundamental del resto. Partamos de estas palabras del mismo Concilio Vaticano II: «La formación espiritual ha de ir íntimamente unida con la doctrinal y la pastoral, y con la cooperación, sobre todo, del director espiritual; ha de darse de forma que los alumnos aprendan a vivir en continua comunicación con el Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. Puesto que han de configurarse por la sagrada ordenación a Cristo Sacerdote, acostúmbrense a unirse a El, como amigos, en íntimo consorcio de vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan unificar en él al pueblo que ha de encomendárseles. Enséñeseles a buscar a Cristo en la meditación fiel de la palabra de Dios, en la íntima comunicación con los sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y en el Oficio; en el Obispo que los envía y en los hombres a los que son enviados, especialmente en los pobres, en los niños y en los enfermos, en los pecadores y en los incrédulos. Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo» (Optatam Totius 8).

Los seminaristas de hoy se preparan para ser los cultores del mañana, es decir, los sacerdotes que celebrarán la misa y dispensarán los sacramentos, que es lo específico del ministerio sacerdotal. Y decimos específico porque solo pueden hacerlo ellos y no otros. De ahí que la vivencia de la liturgia sea tan importante para que el corazón de estos jóvenes pueda irse troquelando por el amor de Dios, pues la liturgia no es otra cosa que un misterio de santificación y de amor. El seminarista debe aprender, a través de la liturgia, a orar por el pueblo que un día se le encomendará para que pueda decirse de él el versículo responsorial del oficio de pastores: “este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”. Pero dejemos que sea el seminarista encargado de la liturgia de nuestro seminario, Miguel Ángel Palacios Pino como viven ellos esta dimensión:

El aspecto litúrgico es uno de los más importantes en la vida de un presbítero. Por eso, ya desde el Seminario tratamos de cuidar con delicadeza y dignidad nuestras celebraciones diarias: la misa, la liturgia de las horas (laudes, vísperas y completas) y otros momentos de adoración al Señor. Todas estas celebraciones son la fuente de nuestro día a día ya que por medio de ellas nos acercamos más a Dios, configurándonos más con Cristo, y en ellas sentimos como Dios nos ayuda y nos da su fuerza para todas las demás actividades.

Mi tarea en el seminario es estar atento a estas celebraciones diarias. Es algo importante, ya que en la liturgia va nuestra relación con Jesucristo. Leccionarios, Misal, ornamentos, cantos… son los instrumentos con los que contamos para las celebraciones, a las que intentamos cuidar.

Desde pequeñito me ha gustado mucho la música, siento que es un pequeño don que me ha dado el Señor y lo intento potenciar para alabarle cada día más. “Quien canta, reza dos veces” nos decía san Agustín, y es que desde tiempo de los primeros cristianos se ha considerado al canto como un camino mediante el cual dirigir nuestras oraciones a Dios. Testigo de esto es san Pablo en Ef 5,19: “recitad entre vosotros cantos, himnos y salmos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor”.

Los talentos hay que ponerlos al servicio de los demás; por eso animo las celebraciones con la música, tanto con el órgano como con la guitarra o “a cappella”. Puedo sentir cada día como la música nos eleva hacia Dios y nos une más entre nosotros, que cantamos con una misma voz al Autor de Maravillas. La música les da el toque festivo, ya que mediante ella distinguimos los días más importantes de otros más sencillos; pero también da el toque solemne ayudándonos a adentrarnos en el misterio de lo que estamos celebrando y conmemorando.

Las celebraciones que más me gustan y mejor vivo en el seminario son las dominicales ya que desde por la mañana se nota que es un día especial y más solemne: las laudes son presididas y sus salmos cantados; acudimos a la Eucaristía en las parroquias en las que servimos; al caer la tarde adoramos al Señor revestidos todos de túnicas blancas y cantamos las vísperas, que también son presididas. Por la noche concluimos el día con las completas, encomendando nuestro descanso nocturno al Señor.

En verdad hay una bella armonía en todas esas celebraciones: por la mañana acudimos al Señor recordando su resurrección diciéndole “Oh Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo” y reconociéndole como origen de nuestra vida; a la tarde nos acercamos a Él a recordar su muerte y nos revestimos con túnicas blancas, igual que la multitud que le alaba en el libro del Apocalipsis: “Alegrémonos y gocemos y démosle gracias” y por la noche nos acordamos de que el lugar al que estamos destinado es la cena nupcial del cordero en la nueva Jerusalén: “Verán al Señor cara a cara y llevarán su nombre en la frente”.

Una madre es la que cuida todo el seminario, desde el más pequeño al mayor. Ella es la reina de esta casa a la cual amamos veneramos de forma especial todos los sábados: la  Inmaculada
Concepción, nuestra patrona. Por la mañana celebramos la misa de Santa María en sábado y por la tarde rezamos todos juntos el rosario, a lo que añadimos la Oración a nuestra patrona la Inmaculada por la noche, en la que pedimos a María que interceda maternalmente por todos los sacerdotes de nuestra diócesis, por los que nos formamos en el seminario y por el aumento de vocaciones.



Dos fechas son las más importantes en esta casa: la Inmaculada y san José. La fiesta de la Inmaculada tiene gran tradición y se celebra de un modo especial, preparándonos antes con la novena y la escucha de los predicadores que nos dan palabras de ánimo y consejos para seguir adelante en este camino que el Señor nos ha puesto. Otra fiesta de gran importancia es la de san José, día del Seminario y precedido de un triduo donde le pedimos que cuide de nosotros igual que lo hizo con el mismo Jesús.




Así pues, Miguel Angel, Javier, Francisco José y Pablo, la diócesis pone sus ojos en vosotros. No os canséis y perseverad en el amor de Cristo. Sed fieles a su llamada y dejaos acompañar por la Iglesia. La comunidad diocesana reza por vosotros y se alegra de vuestra generosidad.

Que Dios os bendiga.








P.D: Oremos por nuestros seminaristas y para pedir vocaciones sacerdotales:

Oh Dios que quisiste dar pastores a tu pueblo,

derrama sobre tu Iglesia el espíritu de piedad y fortaleza,

que suscite dignos ministros de tu altar

y los haga testigos valientes y humildes de tu evangelio.

Te pedimos que germinen las semillas

que esparces generosamente en el campo de tu Iglesia,

de manera que sean cada vez más numerosos

los que elijan el camino de servirte en los hermanos.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.