miércoles, 31 de enero de 2018

MISA POR LA RECONCILIACIÓN





I. Misterio

Este miércoles expondremos para la reflexión un elemento fundamental para la vida cristiana: la reconciliación. ¿Qué es? ¿Cómo se vive? es, ante todo, una palabra que significa: unir las partes, recomponer los diversos elementos perdidos de una misma realidad, que solo tendrá sentido en la medida en que estos se reconozcan. La reconciliación supone siempre una amistad original y anterior que ha sido destruida por una causa o influjo externo. En el caso de los humanos, lo destruido es la amistad entre Dios y los hombres, y la causa que lo produjo es el pecado original. Uno de los efectos de esta fuerza maligna es la desviación de la naturaleza y la libertad humana del bien que debería desear y apetecer, ante esto, la gracia viene a nosotros como un auxilio para devolvernos a la inocencia orinal, a la amistad del principio.

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito. La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa.

Por otra parte, el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. El pecado es una ofensa a Dios. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Hay dos clases de pecados: original y actual.

·         Pecado original: es aquel con que todos nacemos y que hemos contraído por la desobediencia de nuestro primer padre Adán. Los daños del pecado de Adán son: privación de la gracia, pérdida del paraíso, ignorancia, inclinación al mal, la muerte y todas las demás miserias. El pecado original se borra con el santo Bautismo.

·         Pecado actual: es el que comete con su libre voluntad el hombre llegado al uso de razón. Hay dos clases de pecado actual: mortal y venial.

o   Pecado mortal: es una transgresión de la ley divina, por la que el pecador falta gravemente a los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se Llama mortal porque da muerte al alma, haciéndola perder la gracia santificante, que es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo.

o   Pecado venial: es una transgresión leve de la divina ley, por la que el pecador sólo falta levemente a alguno de los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo.


Frente al pecado que atenaza la vida del hombre, el Señor no nos abandona y nos concede el poder de su gracia para el perdón y la justificación, así como para la prevención de los mimos. La justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del  hombre. La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. La gracia se puede clasificar en varias categorías:

·         La gracia santificante: es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre:

·         La gracia habitual: disposición permanente para vivir y obrar según la vocación divina.

·         Las gracias actuales: que designan las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.

·         Las gracias sacramentales: dones propios de los distintos sacramentos.

·         Las gracias especiales: llamadas también carismas, según el término griego empleado por san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio. Los carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia.

·         Las gracias de estado: que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia.


La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo Él puede colmar. Las promesas de la “vida eterna” responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración.


La relación entre libertad, pecado y gracia se fundamentan en la obra redentora de Jesucristo en la cruz que con el derramamiento de su sangre ha establecido la paz entre los seres del cielo y los que pueblan la tierra. Cristo, satisfaciendo vicariamente la pena por el pecado, efectuó la obra salvífica que agradó al Padre abriendo así para nosotros las puertas del Reino de los cielos. Por tanto, vemos como la reconciliación trasciende la pura horizontalidad humana irrumpiendo en la trascendencia, donde solo tenemos un acceso mediado por la Cruz de Cristo y los velos del misterio.

II. Celebración


El formulario litúrgico que nos presenta esta misa por la reconciliación es de nueva creación, incorporado a las misas por diversas necesidades en la tercera edición del misal romano. Este formulario puede ser completado con las plegarias I o II para la reconciliación. Como curiosidad, este formulario está permitido más allá de la norma general del OGMR para el uso de estas misas. Por su temática puede ser usada en Cuaresma, en Pascua o en otro momento en que se halla dispuesto o concedido un tiempo de gracia y reconciliación por parte del ordinario. A este fin se han dispuesto en los textos eucológicos unos asertos entre corchetes []. Aunque sobre el color litúrgico no viene nada indicado ni legislado, por el tenor literario de la misa y su contenido espiritual es recomendable usar el morado aunque sea en tiempo ordinario. Se compone de dos oraciones colectas, una oración de ofrendas y una para después de la comunión; también una antífona de entrada y dos de comunión a elegir.

La primera oración colecta puede ser empleada en cualquier tiempo litúrgico. Su temática está centrada en la relación Dios-hombre. Dios, clemente y reconciliador, sale al encuentro del hombre para concederle el poder conocerle como Creador y Padre, el aceptar su mensaje, cumplir su voluntad y buscar el “instaurar todas las cosas en Cristo”. La segunda colecta de la misa está reservada para el tiempo de Pascua. Su temática está centrada en la libertad de los hijos de Dios: Dios es origen de la libertad que quiere sacar al hombre de la servidumbre del pecado y constituirle junto con los otros, en un pueblo libre que es la Iglesia quien debe presentarse con vigor ante el mundo para ser sacramento de salvación realizando el misterio de la caridad.

La oración sobre las ofrendas es un tratado sintético acerca de la reconciliación efectuada por Jesucristo en la cruz. Del hombre depende el que esta reconciliación alcance a todos sus coetáneos. La oración de pos-comunión llama a la Eucaristía “misterio de unidad” y su efecto en nosotros es el llenarnos de amor salvífico y el poder ser constructores de paz.

Los textos bíblicos elegidos para conformar este formulario los encontramos en las dos antífonas de comunión que se ofrecen a elegir: a) Mt 11,28, donde el Señor nos llama a poner nuestros cansancios y agobios en sus manos, y poder descansar en Él; b) Jn 16,24, la reconciliación, objeto de este misa, es un don de Dios que debe ser pedido y procurado. Sin embargo, para la antífona de entrada se ofrece un texto anónimo que no pertenece a la Escritura.

III. Vida


            De este formulario litúrgico podemos establecer, en líneas generales algunos puntos vitales que pueden guiar nuestra ética cristiana y conducir a buen puerto nuestra vida espiritual.

a) Obediencia y respeto a Dios: esto implica reconocerlo como Creador y Padre que nos ama, que quiere nuestro bien y que nos ha regalado la vida y lo que ésta conlleva. El hombre debe respetarlo y aceptar su mensaje de salvación.

b) La libertad de los hijos de Dios: el formulario litúrgico sitúa el origen y la causa de la libertad humana en el mismo Dios. Puesto que Éste es fuente de toda bondad y la libertad es elegir siempre el bien, la libertad humana residirá siempre en Dios, lo único y mejor que el hombre debiera elegir. La reconciliación, por tanto, consistirá en arrancar al hombre de la servidumbre esclava del pecado y restituirlo a la libertad de la gracia divina que no es otro, sino el mismo Cristo, gracia increada. Éste, por medio del sacrificio de la Cruz, ha pagado, a precio de su propia sangre, nuestra liberación.

c) Instaurare omnia in Christo: esta frase corresponde al lema pontificio de san Pio X. el fin de la reconciliación humana, y la restauración del hombre a la libertad de la gracia no es otro que el de reparar la unidad perdida en el linaje humano. La Iglesia siempre ha tenido vocación universal en la salvación. La mejor prueba es el empeño misionero desde el minuto cero de la misma. Y fiel a esta vocación, la Iglesia, siguiendo la exhortación del apóstol Pablo, hace todo lo posible para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

            Así pues, queridos lectores, aprovechemos este día para revisar nuestra conducta y nuestra vida. Demos gracias a Dios por tanto bien cómo ha hecho en nosotros. No dudemos de la bondad de Dios y su generoso amor por cada uno de nosotros.

Dios te bendiga

sábado, 27 de enero de 2018

UNA VOZ AUTORIZADA EN EL MUNDO


HOMILIA DEL IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

Estamos inmersos en un mundo tan agitado por los vaivenes de las modas y las ideologías, que los ruidos han apagado los sonidos y los eslóganes han ahogado los discursos. Un mundo en que con tan solo 144 caracteres podemos inundar de mensajes la red y éstos en menos de un segundo son capaces de dar la vuelta al mundo propagando todo tipo de comunicado que, seguramente, en la mayoría de los casos o no se leen o se obvian. Cada vez estamos más acostumbrados a discursos insustanciales que prometen mucho y no concretan nada.  Son discursos repetitivos, demagógicos, moralistas, aleccionadores, diciéndonos cómo debemos pensar, cómo debemos de hablar. Y todo ello sin ningún fundamento en la Verdad, sino más bien al contrario: en mentiras y opinión.

Hoy día, el simplemente hecho de buscar la Verdad es una hazaña prodigiosa, encontrarla, un tesoro y anunciarla o proclamarla, un acto revolucionario. Verdad y opinión se confunden porque no son lo mismo. La opinión puede contener algún elemento de verdad, pero nunca la Verdad completa puesto que ésta es una y única y no está sujeta a la variabilidad de las ideologías.

Hoy como ayer, necesitamos, como pueblo y familia humana, una voz que se erija en autoridad indiscutible en medio de las ideas mesiánicas que se levantan entre las naciones. Una voz autorizada capaz de captar la atención de todos los que pueblan el mundo; una voz capaz de someter los espíritus inmundos que buscan apartarnos del amor de Dios. Una voz autorizada capaz de sobresalir por encima de los huecos mensajes para sanar los corazones lastimados por el daño del pecado. Es un profeta cuya voz merece la pena ser escuchada porque dirá las palabras que Dios quiere, y no otra cosa. Sin embargo, al que desoiga esta voz y haga todo lo contrario, le estará reservado un castigo eterno.

La autoridad con la que Jesús habla no es otra que la de jefe o Maestro de la ley, es decir, una voz que conoce la Palabra de Dios, que la predica y la expone, que no inventa nada sino que da cumplimiento pleno a la que en ella se dice. Es la autoridad de quien se percibe que se cree lo que dice. Una autoridad reconocida, incluso, por las potencias maléficas, a las que manda callar.


Esa voz autorizada que tanto demanda este mundo bullicioso, no es otra que la de Jesucristo, el Hijo de Dios y Dios verdadero. Pero, lógicamente, esta deseada voz no se puede oír hoy como hace veinte siglos sino que esta mediada por el testimonio de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y prolongación histórica de la presencia del Resucitado entre nosotros. Hoy la Iglesia si quiere tener una voz autorizada en medio de la humanidad, debe hablar lo que Dios disponga; debe exponer claramente la doctrina revelada por la Escritura y la Tradición y ser coherente con lo que su Señor pide de ella.

Y aquí, queridos hermanos, entramos en juego nosotros, los cristianos, los discípulos de Cristo, los fieles hijos de la Iglesia. A nosotros nos toca dar testimonio de Jesús en el mundo; nuestras palabras y nuestras obras no pueden ser altavoces de esos discursos vacíos y huecos que quieren cambiar el Evangelio de Cristo por las nuevas ideologías (y no tan nuevas) que van enquistando el alma a la par que desdibujan la impronta divina grabada en ellas. No podemos permitirlo, queridos hermanos, nosotros, los bautizados, somos responsables de este mundo que reclama la voz de Cristo. Nuestras palabras y obras deben estar informadas por el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, porque esa es la fuente de nuestra verdadera autoridad y la única voz capaz de someter a los demonios que acampan a sus anchas por el mundo.

Así pues, hermanos, si por el bautismo fuimos hechos profetas, esto es, participes del profetismo de Cristo; hemos de ser coherentes con este don y gracia bautismal. En nosotros se cumple hoy el oráculo de Moisés: cada uno de nosotros somos ese profeta suscitado en medio del mundo para enseñar con autoridad, sanar, exhortar, anunciar y denunciar de tal manera que no sean nuestras palabras sino las de Cristo las que sigan redimiendo al mundo. Así sea.

Dios te bendiga

miércoles, 24 de enero de 2018

MISA PARA FOMENTAR LA CONCORDIA




I. Misterio

Presentamos en este post el estudio de un interesante tema del que hoy poco o nada se habla: la “Concordia”. Se trata, ya de por sí, de una palabra en desuso. Etimológicamente, esta palabra viene de dos sintagmas latinos: “Cum” + “Cordis”, es decir, con el corazón. La concordia es una virtud humana que implica actuar y pensar empeñando el corazón, como sede de los sentimientos, en cada una de ellos.

En lenguaje bíblico, el corazón es el centro de las pasiones y los sentimientos, la sede de la conciencia y el lugar de encuentro entre Dios y el hombre. El corazón va, por tanto, más allá de la visceralidad. El corazón es el lugar de la inhabitación de Dios en el justo. Por tanto, no será aventurado afirmar que la concordia tiene su fundamento primero en Dios mismo, uno y trino. La unicidad esencial de Dios y las relaciones de las tres Personas en la caridad son el paradigma donde basar las relaciones concordes entre los humanos.

Pero la concordia, aun siendo una virtud escrita en el corazón humano que tiene a Dios por autor, necesita ser instruida y formada para que se encamine a su recto fin.  Para ello, Dios, como pedagogo enseña a su Iglesia y a cada cristiano, a través de ella, a amar al prójimo con el corazón y la mejor guía para esto serán los diez mandamientos y la asistencia de la gracia, recibida por medio de los sacramentos. El oficio de santificar y el oficio de enseñar hacen que la Iglesia se renueve en su amor y fidelidad a Dios.

Así, de este modo, la concordia se ve informada por la gracia divina y la instrucción orgánica y sistemática. Pero también necesita del don de la paz, que es el fin de toda virtud humana: sembrar la paz, conservarla y fomentarla. No es una paz, en cuanto ausencia de conflicto, sino una paz que penetra hasta las honduras del alma haciéndonos relativizar los males que nos aquejan y valorar los bienes que a Dios nos acercan. Entremos, pues, a analizar el formulario litúrgico.

II. Celebración


            Para esta misa se ofrece un formulario compuesto por dos oraciones colectas de nueva creación, una sobre las ofrendas, tomada del misal romano de 1570[1], y una de pos-comunión, también de nueva creación, más dos textos bíblicos. Este formulario se ve completado usando una de las dos plegarias eucarísticas para la reconciliación; o bien, el prefacio para la unidad de los cristianos. El color de los ornamentos a usar para la celebración de esta misa se rige por la norma universal para el uso de estos formularios, es decir, o bien el color del día o bien blanco.

            La primera oración colecta está estructurada en tres pilares: Dios, los fieles y la Iglesia. Dios es denominado como “suprema unidad y verdadera caridad” puesto que la Trinidad es el fundamento de cualquier unidad y cualquier concordia que se quisiera perseguir. Los fieles han de tener un solo corazón y una sola alma, como don de Dios dentro de la Iglesia, quien se ve fortalecida porque esta cimentada en la verdad y consolidada en la unidad estable de la concordia. La segunda oración colecta sitúa a Dios en el papel de un pedagogo que enseña a su hija la Iglesia a observar los mandamientos y para ello le da el espíritu de  paz y de gracia. Por su parte, la Iglesia debe servirle de todo corazón y con una voluntad sincera de concordia.

            La oración sobre las ofrendas recuerda que la Iglesia solo puede verse renovada por el oficio de santificar, esto es, los sacramentos; y el oficio de enseñar, por su doctrina. Doctrina y liturgia son los pilares donde se asienta toda la pastoral de la Iglesia; y una de esas acciones pastorales es la de fomentar la caridad y la concordia. La oración de pos-comunión sitúa la unidad pretendida en el mismísimo sacramento de la Eucaristía, a la que no duda en llamar “sacramento de la unidad”. Y puesto que solo en la Iglesia puede recibirse la sagrada comunión, solo en la Iglesia podrá vivirse la santa concordia que es don de Dios recibido en la paz y ofrecido al prójimo con sinceridad.

            Los textos bíblicos propuestos para esta celebración son: como antífona de entrada Hch 4, 32-33 donde se nos invita a tener una unión de corazones para un anuncio valiente, gozoso y creíble del Evangelio. Para la antífona de comunión encontramos Jn 17, 20-21 donde podemos escuchar ese grito angustiado y casi profético de Cristo en la noche de Getsemaní: “ut unum sint (= para que sean uno)”.  

III. Vida


De este formulario se desprenden algunos puntos esenciales para vivir coherentemente y en verdad la honrosa virtud de la concordia:

a) “Un solo corazón y una sola alma”: basado en Hch 4, 32; los fieles han de vivir en comunión de corazones y esto, dentro de la Santa Iglesia. No podemos pretender una unión ecuménica entre cristianos, si dentro de cada una de las mismas iglesias y comunidades eclesiales surgidas de la reforma, no tenemos unidad entre nosotros, los mismos cristianos.

b) La concordia se basa en la Verdad: este axioma es fundamental si se quiere mantener una unidad estable y no sujeta a los vaivenes del tiempo. Las opiniones pueden contener elementos de verdad pero no son la verdad plena, puesto que ésta es, por su misma naturaleza, una y única. Así pues, la concordia consistirá, ante todo, en buscar lo verdadero y objetivo donde confluirán los corazones y las mentes de todos. Por ello, la recta fe será lugar y fuente e concordia mientras que la heterodoxia o la herejía, será, necesariamente, fuente de conflictos y de discordia puesto que se aleja de la verdad y la rechaza.

c) La concordia es un servicio a Dios: dicho lo anterior, no será descabellado afirmar que la concordia, como virtud humana y ejercicio del hombre basado en la Verdad, es el primer servicio a Dios. El primer culto existencial ofrecido por Cristo en el Espíritu Santo. Los corazones están, primeramente, encaminados a la comunión con Dios, donde halla su descanso, como dijo san Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti" (I, 1, 1). Y solo cuando los corazones de los fieles concuerdan en Dios, pueden concitarse entre ellos.

Así, queridos lectores, vivamos esta semana la virtud de la concordia poniendo nuestra fe y nuestro corazón en Dios mismo, y desde Él a los hermanos más pobres.

Dios te bendiga



[1] MR1570 [397].

sábado, 20 de enero de 2018

"CONVERSIÓN, FE Y SEGUIMIENTO"


HOMILIA DEL III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

Abrimos ya nuestra lectura continua del evangelio de san Marcos, que nos acompañará a lo largo de todo este ciclo B. Y las lecturas que, en conjunto, se nos ofrecen hoy en la liturgia de la Palabra, bien pueden resumirse en este mensaje: “Conversión, fe y seguimiento”.

El profeta Jonás es enviado a la terca y cosmopolita ciudad de Nínive a anunciar algo tan desagradable como es su irremediable aniquilamiento, a menos que ésta cambie su conducta y se vuelva al Señor. Ante la sorpresa del profeta, la ciudad decreta el ayuno y la penitencia y vuelca sus fuerzas en agradar y seguir al Dios fiel y verdadero que ha tenido piedad de ellos y se ha compadecido, salvando a la ciudad de su destrucción.

Los ninivitas vivían en la ignorancia hasta que, con su predicación, Jonás les enseña los caminos del Señor para que los anden con lealtad. Jonás les exhorta a la conversión porque les habla de un Dios bueno y recto, misericordioso y bondadoso capaz de desdecirse de su primer impulso iracundo y dar rienda libre a sus más profundas entrañas paternales.

Hoy, como entonces, Dios sigue enviando profetas para querer seguir salvando a las ciudades y a sus habitantes. Dios no se cansa, en pleno s. XXI, de realizar signos y prodigios, en la vida cotidiana, dando, así, pruebas de su amor y su misericordia por nosotros. ¿Acaso no es un signo la acción caritativa de la Iglesia hoy? ¿Acaso no es un signo de los tiempos la constante entrega de tantos hermanos a la vida religiosa contemplativa y activa? ¿Acaso no es un signo el compromiso de tantos cristianos en el apostolado y la evangelización de la Iglesia? ¿Acaso no es un signo la reacción pro-vida frente a la cultura de la muerte tan dominante hoy? ¿Acaso no es un signo de predilección el que Dios permita que los enfermos mueran acompañados por el consuelo espiritual de la Unción? ¿Acaso no es un signo la constante predicación de los buenos curas que invitan a la conversión y a amar a Dios? En definitiva, hermanos, hay muchos más signos que debemos aprender a descubrir y a leer en nuestra vida.


Ante la representación de este mundo que termina, irrumpe en la última etapa de la historia el Logos divino, el éscaton definitivo, que no es otro que el mismo Jesucristo, quien desde el principio de su ministerio público, no duda en llamar a la conversión y a creer en el Evangelio, tal como Jonás hiciera en la primera lectura, no será la última vez que Jesús se identifique  con este profeta como signo dado por Dios a los israelitas. Con esta exhortación, el evangelista pretende centrarnos en lo que va a ser el núcleo de todo el evangelio de Jesús.

Pero Jesús da un paso más allá que Jonás: no basta con la conversión y la fe sino que reclama el seguimiento y la adhesión a su persona. En este sentido, el evangelista nos presenta los dos grupos de hermanos que, dentro de los doce, van a constituir el sector de más confianza de Jesús. Jesús pasa por el lugar donde ellos están trabajando sin más expectativas en la vida que la de mantener el próspero negocio de la pesca ya que éste suponía un copioso grupo de bienes materiales a mantener y un importante capital humano que cuidar.

Sin embargo, Jesús no duda en lanzar su llamada e invitarles a seguirle: “Venid” es el imperativo que resuena en su corazón de forma tan apremiante que aquellos discípulos no pueden hacer otra cosa que ir con él, sin necesidad ni de preparación psicológica para ello, ni de discernimiento complicado para un seguimiento entusiasta, pues,…si es Jesús el que llama…¿qué hay que discernir o pensar o marear?.

Pero ciertamente esta elección divina no es fácil ni esta desprovista de amargura, pues supone abandonarlo todo (casa, familia, ideales, expectativas, etc) sabiendo que solo ponemos nuestra confianza y nuestra vida en la providencia que Jesús garantía con su palabra y su divinidad.

Así pues, conversión de la vieja y caduca vida de pecado, abrazo comprometido con la fe bautismal que puede ser fuerte, débil o recién recuperada; y seguimiento confiado en pos de Jesús, forman un todo espiritual que marcan el itinerario espiritual y sano del cristiano de ayer y de hoy. Volvámonos, pues, desde ya hacia el mismo Jesucristo y andemos el camino de la vida con Él.

Dios te bendiga

jueves, 18 de enero de 2018


EDITORIAL LITÚRGICO DE LA III SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Ver también:

https://www.facebook.com/francisco.torresruiz.9/videos/vb.100002579818423/1560885874007391/?type=2&theater&notif_t=video_processed&notif_id=1516299606013971

Con el próximo domingo, dia 21 de enero, entraremos en la III semana del Tiempo Ordinario.

Este domingo, al que podríamos denominar “Domingo de la predicación del Reino” reanudamos la lectura continua del evangelio de Marcos, domingo tras domingo hasta, aproximadamente el mes de agosto en que entre el domingo 17 y 21 la liturgia hace un requiebro y nos remite al capítulo 6 del evangelio de Juan para profundizar en el misterio del pan de vida, pan de la eucaristía. Ya veremos por qué.

Este domingo nos permite, además, la posibilidad de usar un formulario alternativo al del III domingo. Puesto que estamos dentro del octavario de oración por la unidad de los cristianos, podremos usar para misa el formulario (17) de las misas por diversas necesidades “Por la unidad de los cristianos”, respetando las lecturas del domingo y haciendo la colecta del III domingo del Tiempo Ordinario como oración conclusiva a las peticiones.

El resto de la semana viene cargada de celebraciones de los santos. Esto es importante, puesto que los santos son compañeros, guías y maestros en el camino de la fe de la Iglesia militante. ¿Por qué se suceden las fiestas de los santos en este tiempo? Porque al celebrarlos no lo hacemos por ellos mismos, sino por el misterio pascual de Jesucristo que se ha cumplido en ellos, de manera eximia. Así pues:

El lunes 22 la Iglesia celebra la memoria obligatoria de San Vicente, diacono y mártir. Vivió en España en el s. II-III, diacono del obispo san Valero de Zaragoza, sufrió el martirio bajo la persecución de Diocleciano en Valencia, tras ser ampliamente torturado.

El martes 23 la Iglesia de España celebra la memoria obligatoria de san Ildefonso de Toledo, obispo de aquella sede, insigne defensor del dogma de la Virginidad de María. A él le debemos que en España la santa Madre de Dios reciba el título principal de “la Virgen” y no el de “Nuestra Señora de” como ocurre en otros países.

El miércoles 24, y como si fuera providencia en este octavario, celebraremos la memoria obligatoria de san Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia. Como sacerdote destacó su labor apostólica y caritativa, a la par que apologeta, en una Ginebra copada por el calvinismo cuyo celo anticatólico era tan virulento como silenciado en la historia. Sin embargo, este santo hizo una gran labor allí y convirtió a gran número de personas a la verdadera fe, la católica. Fue nombrado obispo de allí. Su gran obra será Introducción a la vida devota, donde habla ya de la posibilidad de ser santo en cualquier orden de la vida.

El jueves 25 concluimos el octavario de oración por la unidad de los cristianos con la fiesta de la conversión de san Pablo, recogida en Hch 9, 1-22 o Hch 22, 3-16.

Y el viernes 26 la Iglesia nos presenta los frutos más granados de la predicación de san Pablo: celebraremos la memoria obligatoria de san Timoteo y san Tito, primeros obispos ordenados por el apóstol de los gentiles.

El sábado 27 hasta la hora de nona la Iglesia celebra el sábado de la III semana del tiempo ordinario por lo que se puede usar o bien el formulario del domingo III o bien alguna votiva de la Virgen María, bien sea de las que ofrece el misal romano, bien sea de la Colección de misas de la Bienaventurada Virgen María. Y con esto concluiremos la III semana litúrgica del Tiempo Ordinario

Terminemos con esta oración que concentra el mensaje principal de las lecturas de este domingo III:

Oh Dios de la llamada, de la promesa y del cumplimiento, que hoy vuelves a llamarnos a caminar a tu lado y para eso nos pides que abandonemos nuestra vieja vida y nos convirtamos a ti. Enséñanos, cada día, tu camino de vida ya que el momento es apremiante y la representación de este mundo se acaba. Danos tu gracia para abandonar las redes que nos enredan y los lazos que nos atan; y con el espíritu bien dispuesto y el ánimo confiado vayamos contigo donde nos envíes a proclamar y a predicar la llegada de tu Reino. Dios bueno y recto, tierno y misericordioso, mira nuestro arrepentimiento y conversión, y danos tu salvación. Amén.



Feliz domingo y buena semana

miércoles, 17 de enero de 2018

14. MISA PRO VOCATIONIBUS AD VITAM RELIGIOSAM


MISA POR LAS VOCACIONES A LA VIDA RELIGIOSA


            Tras el parón que las Navidades impuso y los ejercicios espirituales demandaron, volvemos re-abrir nuestra sección de los miércoles dedicada a comentar los 49 formularios que la sección de “Misas por diversas necesidades” nos ofrece, según la tercera edición del misal romano de Pablo VI. Sin más dilación, entremos en el tema de hoy:

I. Misterio

«Los sacerdotes y los educadores cristianos pongan un verdadero empeño en dar a las vocaciones religiosas, conveniente y cuidadosamente seleccionadas, nuevo incremento que responda plenamente a las necesidades de la Iglesia. Aun en la predicación ordinaria, trátese con más frecuencia de los consejos evangélicos y de las conveniencias en abrazar el estado religioso. Los padres, al educar a sus hijos en las costumbres cristianas, cultiven y defiendan en sus corazones la vocación religiosa. Es lícito a los Institutos divulgar el conocimiento de sí mismos para fomentar vocaciones y reclutar candidatos, con tal que esto se haga con la debida prudencia y observando las normas dadas por la Santa Sede y por el Ordinario del lugar. Tengan en cuenta, sin embargo, todos que el ejemplo de la propia vida es la mejor recomendación de su propio Instituto y una invitación a abrazar la vida religiosa» (PC 24). Para mejor estudiar este tema, establezcamos algunos puntos a seguir:


El don de la vocación religiosa

En otros artículos del blog se ha recordado con insistente empeño en que la vocación general de todo bautizado es la santidad. Todos estamos llamaos a ser santos, pero esa vocación puede vivirse de diversos modos, o dicho de otra manera, se concreta en formas de vida bendecidas y consagradas por el mismo Padre eterno. Una de estas formas de vivir la santidad es la vocación a la vida religiosa o consagrada, que se fundamenta en el bautismo cristiano y es la expresión más radical de la vivencia de éste. Así lo explican estas palabras del Concilio Vaticano II: «El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial […]. Así, pues, la profesión de los consejos evangélicos aparece como un símbolo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana. Y como el Pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura, el estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas, cumple también mejor, sea la función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial» (LG 44).

Espiritualidad común a toda la vida religiosa y consagrada

Antes de pasar a estudiar cómo se puede vivir la consagración religiosa a través de sus diversas formas admitidas y aprobadas, conviene que planteemos algunos elementos comunes a las distintas formas de vida religiosa indicados por el Concilio Vaticano II que configuran una espiritualidad singular y fundamental a todas ellas. Dejemos que hable el mismo Concilio: «Ante todo, han de tener en cuenta los miembros de cada Instituto que por la profesión de los consejos evangélicos han respondido al llamamiento divino para que no sólo estén muertos al pecado, sino que, renunciando al mundo, vivan únicamente para Dios. En efecto, han dedicado su vida entera al divino servicio, lo que constituye una realidad, una especial consagración, que radica íntimamente en el bautismo y la realiza más plenamente. Considérense, además, dedicados al servicio de la Iglesia, ya que ella recibió esta donación que de sí mismos hicieron. Este servicio de Dios debe estimular y fomentar en ellos el ejercicio de las virtudes, principalmente de la humildad y obediencia, de la fortaleza y de la castidad, por las cuales se participa en el anonadamiento de Cristo y a su vida mediante el espíritu. En consecuencia, los religiosos, fieles a su profesión, abandonando todas las cosas por El, sigan a Cristo como lo único necesario, escuchando su palabra y dedicándose con solicitud a las cosas que le atañen. Por esto, los miembros de cualquier Instituto, buscando sólo, y sobre todo, a Dios, deben unir la contemplación, por la que se unen a Él con la mente y con el corazón, al amor apostólico, con el que se han de esforzar por asociarse a la obra de la Redención y por extender el Reino de Dios» (PC 5).

Diversas formas de vida religiosa

«Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor, y recomendados por los Apóstoles y Padres, así como por los doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas estables de vivirlos. Esta es la causa de que, como en árbol que se ramifica espléndido y pujante en el campo del Señor partiendo de una semilla puesta por Dios, se hayan desarrollado formas diversas de vida solitaria o comunitaria y variedad de familias que acrecientan los recursos ya para provecho de los propios miembros, ya para bien de todo el Cuerpo de Cristo» (LG 43). Abordemos las distintas formas en que este frondoso árbol se ramifica:

1. Institutos de vida contemplativa: aquellos cuyos miembros se dedican solamente a Dios en la soledad y silencio, en la oración asidua y generosa penitencia, ocupan siempre, aun cuando apremien las necesidades de un apostolado activo, un lugar eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que no todos los miembros tienen la misma función. En efecto, ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad y le edifican con su ejemplo e incluso contribuyen a su desarrollo con una misteriosa fecundidad. De esta manera son gala de la Iglesia y manantial para ella de gracias celestiales (cf. PC 7).

2. Institutos de vida apostólica: clericales o laicales, dedicados a diversas obras de apostolado, que tienen dones diversos en conformidad con la gracia que les ha sido dada; ya sea el ministerio para servir, el que enseña, para enseñar; el que exhorta, para exhorta; el queda, con sencillez; el que practica la misericordia, con alegría. La acción apostólica y benéfica en tales Institutos pertenece a la misma naturaleza de la vida religiosa, puesto que tal acción es un ministerio santo y una obra de caridad propia de ellos, que la Iglesia les ha encomendado y que han de realizar en su nombre. Por lo mismo, toda la vida religiosa de sus miembros ha de estar imbuida de espíritu apostólico, y toda su actividad apostólica ha de estar, a su vez, informada de espíritu religioso, La acción apostólica y benéfica en tales Institutos pertenece a la misma naturaleza de la vida religiosa, puesto que tal acción es un ministerio santo y una obra de caridad propia de ellos, que la Iglesia les ha encomendado y que han de realizar en su nombre. Por lo mismo, toda la vida religiosa de sus miembros ha de estar imbuida de espíritu apostólico, y toda su actividad apostólica ha de estar, a su vez, informada de espíritu religioso (cf. PC 8).

3. La vida religiosa laical: tanto de hombres como de mujeres, constituye un estado completo en sí de profesión de los consejos evangélicos. Por ello, el Sagrado Concilio, teniéndola en mucho a causa de la utilidad que reporta a la misión pastoral de la Iglesia en la educación de la juventud, en el cuidado de los enfermos y en el ejercicio de otros ministerios, alienta a sus miembros en su vocación y les exhorta a que acomoden su vida a las exigencias actuales (cf. PC 10).

4. Los institutos seculares: aunque no son Institutos religiosos, realizan en el mundo una verdadera y completa profesión de los consejos evangélicos, reconocida por la Iglesia (cf. PC 11).

II. Celebración

Para la celebración de esta misa, el misal romano en su tercera edición nos propone un formulario eucológico de nueva creación que debe usarse conforme a las normas ya tratadas que rigen las misas por diversas necesidades. Pueden usarse ornamentos de color blanco o del tiempo. Con este formulario se aconseja usar la segunda plegaria por diversas necesidades (D2) o bien, usarse con el prefacio de la profesión religiosa y las plegarias I, II o III.


El formulario nos ofrece una doble oración colecta: la primera puede ser usada por cualquier ministro, mientras que la segunda solamente por un presbítero perteneciente al clero regular (que sea religioso). La primera colecta recoge la teología renovada del Concilio Vaticano II en cuanto que la santidad (= caridad perfecta) es la vocación común para todos los fieles, pero solo muchos son llamados a vivirla desde la profesión de los consejos evangélicos, la mejor forma de “seguir las huellas de Cristo” y “signo del reino” ante el mundo y la Iglesia. La segunda colecta habla de la orden religiosa concreta como familia de Dios y reafirma que el ideal de la vida religiosa no es sino la “caridad perfecta” y el trabajo “por la salvación de los hombres”.

La oración sobre las ofrendas trae, a manera de gracia que se demanda, la idea de comunión fraterna y la libertad de espíritu, dos elementos necesarios para imitar a Cristo por la puerta estrecha, único acceso a la salvación. Para la oración de después de la comunión se ofrecen dos distintas con las mismas indicaciones que las dos colectas anteriores: la primera invita a los religiosos a ser imagen viva de Jesucristo; mientras que la segunda acentúa la idea del servicio perseverante que el religioso debe ofrecer: testimonio del amor de Dios al mundo y la búsqueda incesante de los “bienes que no perecen”.

Para los textos bíblicos este formulario ofrece: de cara a la antífona de entrada, Mt 19,21 donde se recuerda la exhortación de Jesús al joven rico a abandonar las seguridades vendiendo todo lo que tiene, dando ese dinero a los pobres, para mejor seguirlo en el total desasimiento. Para la antífona de la comunión, se usa el siguiente Mt 19, 27-29 donde se recuerda que la única riqueza de la vida religiosa es Cristo mismo, el ciento por uno que se obtiene al dejarlo todo por Él.

III. Vida


            Una vez analizado el formulario litúrgico, estamos en condiciones de establecer algunos puntos que pueden ayudarnos a valorar este género de vida singular dentro de la Santa Iglesia.

1. Una vida para seguir las huellas de Cristo: es lo propio de la vida religiosa y consagrada. Hacer de la vida una continua búsqueda del rostro de Dios. Vivir en la tensión del que sigue las huellas del Amado. Unas huellas que se hallan en el santo Evangelio, en la comunidad de hermanos, en la liturgia de la Iglesia, en la oración, reparación, inmolación, etc. El religioso en sus diversas formas, carismas y actitudes, es testigo del Resucitado y cifra toda su vida y existencia en ir en pos de Él. Buscan agradarle en todo para que el Señor se sienta complacido, amado y reparado en las ofensas.

2. “Imitar con alegría a tu Hijo por la senda estrecha”: esta frase, recogida de la oración sobre las ofrendas, me parece que es un perfecto resumen del ideal concreto de la vida religiosa. La obsesión del religioso debe ser la de imitar a Cristo con alegría, seguir sus pasos, pensar como Él, vivir como Él, amar como Él. Tener a Jesús como modelo de humanidad nueva en virtud de su Encarnación. Pero el seguimiento alegre del Señor no se puede realizar de cualquier modo, sino por la senda estrecha, que es el camino seguro al cielo. La senda estrecha supone en el religioso un morir cada día  a uno mismo en aras de la comunidad; la senda estrecha es la vivencia radical de los consejos evangélicos y aceptar todo lo que supone la consagración sin ideologías ni prejuicios sin gustos personales u opciones rocambolescas.

3. Lo que aporta un religioso al mundo de hoy: el religioso o consagrado tiene mucho que decir al mundo en que desarrolla la vida. Y debe hacer sin tardanza, al menos, con estos tres aportes:

Ø  Dar testimonio del amor de Dios al mundo: los religiosos en todas sus funciones y carismas ponen ternura y amor en medio de este mundo de soledades y escepticismos. En una sociedad que rechaza el sufrimiento como lugar de encuentro y de gozo, los religiosos son capaces de humanizar las situaciones más inhumanas. Colegios, cárceles, hospitales, países pobres no pueden verse desnudos de religiosos a riesgo de que quienes los habitan se topen con la amargura, la dureza y la dureza del mundo, o lo que es aún peor, irse de este mundo sin ver una sonrisa o una simple muestra de piedad.  

Ø  Relativización de los bienes materiales: los religiosos y consagrados han de ser para el mundo signo profético de las realidades celestiales a las que aspiramos ya en esta vida. Ante un mundo afanado en el tener y el poseer, en el acumular sin límites, la vida religiosa, mediante el voto de pobreza, es profecía viva de que los bienes de este mundo desaparecerá cuando nuestra única riqueza sea Dios mismo. Frente al afán de autonomía e individualismo del hombre de hoy que no admite reglas ni nada que pueda coartar su libertad, el voto de obediencia nos recuerda que, en definitiva, todos estamos unidos a una voluntad divina y superior a nosotros mismos que, respetando nuestra libertad e individualidad, dirige nuestra vida  con su providencia hacia la consumación final cuando todo se someta al dominio y señorío de Cristo. Cuando la sociedad se ha vuelto pansexualista, y la erótica del cuerpo nos asalta por todos lados, la virginidad y la castidad son el contrapunto a este coro mundano que nos recuerda la altísima dignidad del cuerpo humano y nuestra responsabilidad de cuidarle y respetarle como templo del Espíritu Santo.

Ø  Libertad de espíritu: aparentemente hoy, cuando la libertad es un valor en alza, nunca la sociedad ha estado tan esclava de sí misma, de la corrección política o de la tecnología. Lo que se nos presentaban como garantes de nuestra libertad de movimiento o de expresión a la larga nos ha hecho esclavos y siervos de ellos mismos. Los religiosos y consagrados, viviendo en plenitud el desasimiento de ellos mismos y de las cosas de este mundo por la profesión de los consejos evangélicos, gozan de una libertad sin límites que no se ve coartada por nada ni nadie. Nunca se es más libre que cuando se vive para adorar y hacer compañía a nuestro Dios. La libertad de espíritu es la forma más alta de libertad ya que éste no puede ser ni aprehendido ni ser clausurado por nadie.

Así pues, solo queda por nuestra parte estimar y querer la vida religiosa que “aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo de manera indiscutible, a su vida y santidad” (LG 44d). Gracias, hermanos religiosos, por vuestro testimonio y entrega. Animaos a ser cada vez más fieles a vuestro carisma y a vuestro compromiso ante el Señor. La Iglesia os necesita para seguir siendo profecía en el mundo, no se puede permitir, por tanto, ver la sangría de vocaciones que en las diversas órdenes, sobre todo en las históricas, se esta dando. Es un drama que nos afecta a todo. ¿Cómo hemos llegado hasta aqui? ¿Cómo se ha permitido esta situación calamitosa? No es a mí a quien le toca dar respuesta, sino simplemente apuntar a los datos objetivos que la realidad nos muestra: el cierre de noviciados y casas de formación, la reducción de provincias y de conventos o monasterios, una vida religiosa que a la vez que merma en España o Europa crece exponencialmente en países del tercer mundo. Por doquier vemos religiosos  que han perdido el norte de su vocación y carisma rechazando, incluso, las enseñanzas de la Iglesia y cuestionando a sus fundadores. Asistimos impertérritos al espectáculo bochornoso de monjas mediáticas que pasan más tiempo ante las cámaras que en la intimidad del claustro.

Sin embargo, también es cierto que de unos años para acá, el Espíritu ha suscitado nuevas formas de vida religiosa que volviendo a lo más prístino y tradicional de la índole religiosa ven crecer sus miembros de una manera milagrosa dando gloria a Dios y a la Iglesia. Es curioso que en un mundo donde brilla el hedonismo en su esplendor y el laxismo moral se respira como una peste, sean los conventos y congregaciones más tradicionales y rigurosas las que ven como cada día Dios bendice su entrega y testimonio con abundantes vocaciones.

Así pues, démonos, todos, a la reflexión, y pensemos que debemos hacer para que la llama de la vida religiosa y consagrada no se apague en nuestro mundo ni en nuestra Iglesia.

Dios te bendiga

sábado, 13 de enero de 2018

"VENID Y LO VERÉIS"


HOMILIA DEL II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Comenzamos un nuevo ciclo en el Tiempo Ordinario de nuestro año litúrgico. Es Juan Bautista quien, en este segundo domingo epifánico, toma la palabra y, como hizo con aquellos dos discípulos anónimos, hoy se dirige a nosotros y, apuntando con el dedo hacia el Sagrario, nos indica «Este es el Cordero de Dios». De este modo, desde principio del año civil, habiendo dejado atrás, ya, las agitadas fiestas navideñas, nos disponemos a iniciar un periodo nuevo de nuestra vida donde Jesús será el Rabí, el Maestro de nuestras almas que nos mostrará los mejores tesoros de su corazón para que andemos una vida santa. Él, con su vida nos señala el camino de la salvación. Cristo, causa ejemplar de nuestra santificación, nos invita a ir con Él donde tiene su verdadera morada.

            Él, y solo Él, es el Cordero verdadero, inmaculado y santo que puede cargar sobre sus espaldas los pecados del pueblo. Ya no será necesario, como lo indica la intención del Bautista, ningún un animal irracional que recibiera los pecados de Israel y fuera arrojado extra-muros para ser devorado por el demonio del desierto. Ahora es Jesucristo quien se presente como la víctima viva para la purificación del primer Israel y el surgimiento del nuevo Israel, que es la Iglesia.

            Estas lecturas que la liturgia nos propone este segundo domingo pueden resumirse en los cuatro verbos que marcan las acciones de los seguidores de Jesús:

·         «Oyeron»: es la actitud que se destaca en el relato de la vocación de Samuel. Siendo niño, y aun no habiendo conocido al Señor, escucha la voz de Dios que en lo escondido de la noche le llama. Sin dudarlo, se levanta de la cama y se dirige al anciano Elí quien al entender que era cosa de Dios le invita, no a entender quien le llama, sino, simplemente, a estar disponible a aquella voz. Del mismo modo le ocurrirá a los discípulos del Bautista, al escuchar la voz de Juan que les invita a ir tras la misteriosa identidad de Jesús, los discípulos no se lo piensan sino que se arriesgan a ello. Y es que, queridos hermanos míos, el seguimiento de nuestro Señor supone un riesgo personal que debemos correr porque somos guiados, única y exclusivamente, por una voz interna que ilumina nuestra conciencia y nuestro corazón, impulsándonos a dejarlo todo e ir sin más.


·         «Le siguieron»: tras la ingenua disponibilidad del niño Samuel el Señor no le dejará nunca de su mano, siempre estará con él confirmando sus palabras mediante gestos y prodigios. Dios no falla nunca al que le sigue con fe, al que hace de Él, una opción fundamental de su vida. Del mismo modo los discípulos del Evangelio: tras oír que Jesús era el esperado (testimonio avalado por Juan Bautista) ingenuamente se deciden a dejar a su primer maestro y seguir al que Juan les había indicado. Ellos van donde vaya Jesús, como debiéramos hacer nosotros, ir donde esta Él sin importarnos nada más, más que su compañía. Donde esta Él, hay seguridad y estabilidad. Nada que temer. ¿Quién es? Y ¿Dónde vive? Poco importa. Lo único que les mueve es que Jesús sea su maestro.



·         «Se quedaron»: ¿y qué verían allí para no volverse atrás? Nada nos dice el Evangelio acerca de esto simplemente que se quedaron con Él. Y hasta qué punto fue impactante aquel inmortal encuentro que quedó grabado en la memoria de todos, la hora a la que aconteció: las cuatro de la tarde. Ellos se quedaron con Jesús. Su maestro Juan Bautista ya pertenecía a la corte de los profetas anteriores al Mesías. Ahora ya tenían con ellos al Cristo. Nosotros, queridos míos, que también hemos conocido a Jesucristo, también queremos quedarnos con Él. No importa ni el sitio ni si el lugar es cómodo o angosto, solo queremos estar donde esté Él, sin más adornos. Samuel no dejó, tampoco nunca de estar con Yahvé al que desde niño había tratado. El alma enamorada de Dios no deja que le separen de su esposo así como así, sino que prefiera morir mil muertes antes que pasar un segundo de vida lejos de Jesús.


·         «lo llevó»: tal alegría de haber encontrado al Señor no puede ser detenida ni enclaustrada en nuestro foro interno. Al contrario, la alegría es un sentimiento que necesita expandirse, darse a conocer, contagiar. Samuel exhortaba a su pueblo y lo gobernaba como sólo Dios sabe reinar sobre sus hijos. El discípulo Andrés no duda en ir corriendo donde su hermano y contarle la gran noticia de su encuentro con Jesús. Simón sufrirá un cambio de nombre, ya no es Simón, a secas, sino Cefas, que significa Piedra, en vista a la misión que le habría de asignar tras la Resurrección. También nosotros debemos ser misioneros, heraldos y portadores de la  Nueva Buena noticia del Evangelio de Jesús, el único que puede transformar la vida y nuestros ambientes.

            Así pues, queridos hermanos, imitemos estas actitudes para nuestra vida espiritual. Oigamos en este nuevo periodo litúrgico al Maestro; sigamos, con entusiasmo las huellas del Maestro a través de la oración y los sacramentos; quedémonos con Él adorándolo y sirviéndolo en los pobres y en la Eucaristía; y, por último, no olvidemos que como Iglesia de Cristo en el mundo, tenemos una importante misión: la de llevar a todos nuestra alegre experiencia de fe dando, así, a entender que merece la pena creer en Jesús y arriesgarlo todo por Él. Amén.

Dios te bendiga