sábado, 26 de mayo de 2018

HAREMOS MORADA EN ÉL


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Queridos hermanos en el Señor:

            Celebramos hoy el misterio Fontal de nuestra fe, esto es, el origen de donde dimanan el resto de Verdades de fe y acciones apostólicas de la Iglesia. Decir “Santísima Trinidad” es decir corazón íntimo y profundo del Dios único y verdadero que existe en el cielo y en la tierra y que por amor nos ha creado y elegido, constituyéndonos como pueblo suyo para que fuéramos felices por medio del cumplimiento de sus preceptos y mandamientos. Así pues, la Santísima Trinidad nos lleva a confesar la fe en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En Dios creador, Dios redentor, Dios santificador. Esta confesión de fe nos la planteaba el libro del Deuteronomio al formular una serie de preguntas al pueblo de Israel “¿Puede haber una Palabra tan grande como ésta?” como quien pregunta si hay o puede haber en este mundo algún discurso persuasivo, convincente, honesto y veraz como es la Palabra de Dios; como quien pregunta si el corazón del hombre puede ser sanado con las leyes humanas, o con cualquier autoridad de este mundo. “¿Se puede oír la voz de Dios y no morir?” porque la Palabra trinitaria es palabra de vida y salvación para todo aquel que la oye y la acoge. “¿Hay algún Dios que sea fiel a sus hijos?” frente a la idolatría de los paganos, los cristianos sabemos que solo existe un Dios que se ha comprometido con su pueblo rescatado, y que espera de éste una respuesta de fe, fidelidad y compromiso.

            Por otra parte, este Dios trinitario que es insondable misterio de amor personal, no se pierde en el vacío sino que por fuerza de ese mismo amor, y en libertad, decide comunicarse con la criatura racional y de conciencia que es el hombre. Por tanto, con razón, diremos que el hombre es un ser capaz de Dios, y que Dios puede, y además quiere, vivir con él, cohabitar con él. A la presencia de Dios en el corazón de las personas en gracia, la llamamos “Inhabitación de la Trinidad”. Esto es posible por la acción del Espíritu Santo que transforma el alma del hombre en una preciosa recamara, llena de virtud, para que lo eterna pueda tener asiento. Esta inhabitación es una de las obras hacia fuera que la Trinidad hace con nosotros garantizando, así la presencia del Resucitado con nosotros hasta el fin del mundo. Junto a ella, el Espíritu Santo hace posible, también, la filiación divino, esto es, que podamos ser llamaos y ser, en verdad, hijos de Dios en Cristo; y como efecto parejo, gozar de la herencia eterna.

            Pero esta inhabitación de la Trinidad en el justo conlleva, no solo un efecto estático o de fruición espirituales; sino, también, un efecto dinámico que impulsa al hombre a ejercer el bien, a practicar la caridad, a anunciar a Jesucristo de palabra y de obra. Cuando uno abre su corazón a Dios y permite que Éste viva en él no puede, por menos, que buscar cualquier ocasión para comunicar a otros la alegría que lleva dentro, la felicidad que ilumina el horizonte de su vida.


La confesión de fe en la Trinidad Santa supone conformar la vida según el modelo que ésta propone: respetar las diferencias de los demás y valorar lo que nos une con otros, lo que nos hace iguales. Basar nuestras relaciones sociales en el amor y la libertad, sin querer imponer nada a nadie; saber cooperar en las actividades que se realizan en pro del bien común. La Trinidad, por ser Dios mismo, infunde en nuestra alma las virtudes teologales que sostienen la existencia humana, esto es, la fe, la esperanza y la caridad. ¿Se puede vivir, acaso, sin amor, sin esperanza o sin fe en algo o en alguien? No. La vida, así, se hace aburrida; una vida así no merece la pena ser vivida. Dios hace nuevas todas las cosas, lo renueva todo, lo ilumina todo y a todo le da un sentido nuevo y distinto. Por eso, con razón, pudo santa Teresa de Jesús decir: “a quien Dios tiene nada le falta” porque el Dios, uno y trino, colma las aspiraciones más profundas del hombre y la mujer de hoy; porque el Dios, uno y trino, abarca, sana, redime y ama todas y cada una de las dimensiones del ser humano.


Dirijamos, pues, queridos hermanos, en este domingo, nuestro corazón al Dios vivo y verdadero; al Dios que es, que fue y que vendrá; al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imitemos las relaciones de amor que tienen entre sí las tres Divinas Personas y conformemos nuestra sociedad según aquel perfecto modelo que vive eternamente. En esta jornada “pro orantibus” oremos, también, por todos aquellos conventos y monasterios de religioso y religiosas que han hecho de su vida una ofrenda a Dios, gastándose en la oración contemplativa por la Iglesia y la humanidad entera. Así sea.


Dios te bendiga

viernes, 25 de mayo de 2018

MISSA AD POSTULANDAM CONTINENTIAM


MISA PARA PEDIR LA CASTIDAD


I. Misterio

En la III edición del misal romano ha aparecido, en las misas por diversas necesidades, un formulario para la misa “Ad postulandam continentiam” ¿Qué es esto? Una misa para pedir la continencia. Alguno que otro ha dicho que “¿Por qué lo han puesto?”, “Ya estamos fijándonos en lo mismo de siempre”. Los puritanos y escrupulosos de siempre, que no quieren hablar de estas cosas bien porque es tema tabú para ellos o bien porque lo tienen tan manido que ya ni se inmutan, han puesto el grito en el cielo pero creo que debemos tener todos un debate y una reflexión serena y sin apasionamientos.

Actualmente, el consumo de pornografía en internet es el que, con diferencia, es más elevado; la edad a la que comienza a consumirse la pornografía esta hoy a los 11 años, siendo la pornografía dura la que más se demanda.

            Hoy abundan en los medios los casos de abusos sexuales, siendo la pederastia el crimen más horrendo y nefando de cuantos se cometen en este campo; y lamentándolo mucho, ha habido hermanos presbiterios que han caído en esta lacra. Pero la pederastia no conoce límites; como obra del diablo, siempre busca las formas más terroríficas de manifestarse: en la escuela, en la propia familia, en los ambientes deportivos, etc.


            Es raro el día en que no nos despertamos con la noticia de algún caso de violación, de explotación de menores y turismo sexual con los mismos. Cada vez vemos con más naturalidad y sin ningún tipo de criterio moral las relaciones sexuales pre-matrimoniales, el reparto y fomento de anticonceptivos entre menores.

Hoy a los niños se les ha robado la inocencia de la infancia, la frescura de su niñez. La ideología de género se extiende rampante por nuestras escuelas y familias sin que nadie ose detenerla. Del mismo modo, el holocausto silencioso del aborto aún no encuentra quien le ponga límite.

Pero también es importante este formulario de misa para nosotros, los sacerdotes, que estamos, también, expuestos a todas las inclemencias que esta cultura pansexual nos ofrece. Cuántos hermanos han caído en estas sucias redes que no hacen sino ir socavando el celo pastoral de los mismos y caer en la concepción del sacerdocio como un “modus vivendi” y no como una verdadera vocación y un medio de santificación.

Efectivamente, en un mundo y en una sociedad pansexualizada, donde desde distintos medios y situaciones no cesan de llegar mensajes con contenido erótico, cuando no pornográfico; la Iglesia ve la necesidad de pedir esta gracia del cielo, esta virtud olvidada y despreciada. Pero hagamos una lectura desde los mismos textos.

II. Celebración

La misa 39, Para pedir la continencia, se nos presenta con un único formulario tomado, en líneas generales del ya existente en el misal de 1962, donde se halla la  misa 26, del mismo nombre “Para pedir la continencia”. La utilización de este formulario está sujeta a las normas generales dadas para las misas ad diversa. Pueden usarse los ornamentos de color blanco o del tiempo litúrgico en que se empleé. Puede completarse con cualquiera de las plegarias eucarísticas para las misas por diversas necesidades.


La oración colecta está presente en el Missale Romanum de 1570[1] y en el Rituale Romanum de 1614[2] si bien es verdad que la primera parte ha sido modificada. Esta oración indica desde el inicio que la continencia es un fruto del Espíritu Santo. Y como gracia especial de este afecta a todo el hombre en su unidad psicosomática, es decir cuerpo y alma (corazón), esta oración hace concreta la acción del Espíritu en ambas: para el cuerpo se pide la castidad y para el corazón la pureza. 

La oración sobre las ofrendas es de nueva creación. La eucología de esta misa muestra un sano realismo antropológico, es decir, se reconoce la posibilidad, real, de que el hombre cae con frecuencia en el pecado contra la castidad, de ahí que necesitemos constantemente la ayuda del perdón y de la misericordia de Dios para levantarnos de las caídas y poder ofrecer constantemente el sacrificio de alabanza. Consecuencia de ese perdón es la libertad y la pureza del corazón. El perdón de Dios es un perdón liberador y restaurador del hombre.

La oración pos-comunión está tomada también del formulario del Missale Romanum de 1570[3] con modificaciones. Este texto pide que la comunión sacramental haga surgir en nosotros el fruto demandado en la colecta, es decir, el vigor de la pureza y de la nueva castidad.

No tiene textos bíblicos propios para las antífonas.

III. Vida

Una serie de ideas atraviesan este formulario:

1. La ayuda de la gracia del perdón y del Espíritu Santo que lo posibilita y fructifica: no podemos olvidar que la continencia es fruto del Espíritu Santo y que cada vez que se atenta contra ella contamos con la misericordia divina que nos perdona y nos da un nuevo impulso y un nuevo vigor para vivirla.

2. La libertad humana: que siempre debe estar asistida por la gracia ya que ésta consiste en elegir siempre el bien. La continencia es signo de libertad humana en cuanto que supone el dominio de sí mismo y la posibilidad de caminar en la virtud y en el verdadero amor.

3. La castidad del cuerpo: san Pablo nos recuerda que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (cf. 1Cor 6, 19; 2Cor 6,16) y por ese motivo hemos de cuidar de él y respetarlo. 4. La pureza del corazón: esta idea se está muy presente en la Escritura (Sal 50,4; Mt 5,8) y también en la liturgia (oración secreta al purificar el cáliz “Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio”).


            Es un formulario, como dijimos anteriormente, de un realismo craso. Bien sabe la Iglesia que el hombre se ve constantemente asediado por las pulsiones sexuales y los estímulos que le invitan a desistir de su empeño por mantenerse casto. Son muchos los modos y formas en que el corazón se ve manchado por la sensualidad humana y comienza a debilitarse poco a poco hasta caer en una espiritual de satisfacción cortoplacista, perdiendo así su libertad y candidez. De ahí que el formulario de la misa apele desde el comienzo al “fuego celestial del Espíritu Santo” porque solo la gracia divina puede enderezar los corazones torcidos y las mentes corruptas.

La comunión recibida en la santa misa tiene como uno de sus frutos prevenir las faltas contra la castidad y conservar la continencia, tal como lo dice una de las oraciones de acción de gracias después de la misa atribuida a santo Tomás de Aquino “Sit vitiorum meorum evacuatio, concupiscentiæ et libidinis exterminatio, caritatis et patientiæ, humilitatis et obedientiæ omniumque virtutem augmentatio” (sea evacuación de mis vicios, fin de la concupiscencia y liviandad, y aumento de caridad, paciencia, humildad, obediencia y de todas las virtudes).

Así pues, es un acierto este formulario de misa para demandar la gracia de una continencia perfecta, de una castidad angélica y de una pureza fresca y vigorosa. Ojalá que acojamos con verdadero espíritu filial estos textos litúrgicos y los hagamos vida en nosotros.

Dios te bendiga





[1] MR1570[1168].
[2] RR1614[641].
[3] MR1570[484].

miércoles, 23 de mayo de 2018

MISSA PRO REMISIONE PECCATORUM


MISA POR EL PERDÓN DE LOS PECADOS


I. Misterio

Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre.

La Penitencia, que se llama también Confesión, es el sacramento instituido por Jesucristo para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo. La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos.

La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.

Por todo ello, el formulario litúrgico que abordamos en este artículo pretende ser un corolario al sacramento específico para el perdón de los pecados, esto es, el sacramento de la penitencia o de la reconciliación.

II. Celebración

Esta misa se compone de dos formularios (A y B) que corresponde a la misa “de orationibus diversis” del misal romano de 1962, número 22 del mismo nombre y la 23 llamada “Para pedir la compunción del corazón” y cuyos formularios han sido tomados del misal romano de 1570. Su uso depende de las normas generales establecidas para estas misas. Puede ser completada con las plegarias eucarísticas para la reconciliación. Los ornamentos convienen que sean morados por el tono penitencial de la misma. Conviene su uso en tiempos penitenciales o para la Cuaresma, con permiso del ordinario.

Formulario A:

Oración colecta, tomada del sacramentario gelasiano del s. VIII[1] y presente en el sacramentario gregoriano del papa Adriano[2], ambas con variaciones. Es una oración claramente romana dado que reúne los aspectos de brevedad y concisión. La línea teológica que desarrolla es la relación misericordia y perdón en Dios cuyo efecto en nosotros es el perdón y la paz, tal como se afirma en la actual fórmula de absolución.

La segunda colecta es de nueva creación. Es semejante a la anterior tanto en la forma como en el contenido. La diferencia reside en que la primera está escrita en primera persona del plural y la segunda en tercera persona del singular para acabar en un giro hacia la primera del plural. Aquí la misericordia viene a perdonar todo aquello que nuestras ofensas a Dios nos habían acarreado.

La oración sobre las ofrendas está tomada del misal romano de 1570[3]. La gracia que se demanda en esta plegaria oblativa no es otra que gozar de la compasión de Dios y de su segura guía para nuestras almas.

La oración para después de la comunión tomada con algún cambio del sacramentario gelasiano del s. VIII[4] y presente, también, en el misal romano de 1570[5]. El tema central del texto eucológico es lo que el antiguo catecismo llamaba la tercera condición para una buena confesión: “hacer propósito de enmienda”, evitar cualquier ocasión de pecado y servir con pureza y alegría a Dios.


Formulario B:

La oración colecta está tomada del misal romano de 1570[6], de la misa “Pro petitione lacrimorum”. Teniendo como base el texto de Ex 17, 6b en que se narra cómo Moisés golpeó a la roca para que de ésta brotara agua que calmara la sed del pueblo. Así, la oración que estudiamos construye una petición, sobre una alegoría, para que nuestro corazón, duro como piedra, se convierta en un corazón de carne que sienta y padezca el dolor que nuestros pecados causan a Dios. En otras palabras, se pide el don de lágrimas.

La oración sobre las ofrendas está tomada, en su primera parte del misal romano de 1570[7], mientras que la segunda parte es de nueva creación. También el don de lágrimas está muy presente en esta plegaria donde se nos recuerda que la cruz de Cristo es la verdadera fuente de la reconciliación y del perdón.

La oración sobre las ofrendas esta toma del misal romano de 1570[8] con algún cambio, mientras que se le ha añadido la primera frase de la oración. Las lágrimas que derramamos por los pecados son el agua que lavará los pecados que comentemos por debilidad.

Los textos bíblicos asignados para estas misas son: para la antífona de entrada el texto de Sab 11, 23-24.26 donde se nos recuerda que Dios no quiere la destrucción de sus criaturas sino que espera el arrepentimiento de los que hacen el mal para que vuelvan al camino del bien. Para la antífona de comunión, se ha elegido Lc 15,10 donde se nos recuerda la alegría inmensa que habrá en el cielo cuando un pecador abandona su vida de pecado y vuelve al seno de la Iglesia y del bien. 

III. Vida

Tener una clara conciencia de pecado, una neta distinción entre el bien y el mal, lo malo de lo bueno; es el principio y fundamento para tener una vida espiritual cristiana, sana y que nos haga llegar a las más altas cotas de la santidad. A este fin, el formulario litúrgico que presentamos hoy puede contribuir si sabemos desentrañar las líneas teológico-morales que ofrece:

1. Pecado y virtud: el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. El pecado es una ofensa a Dios. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Hay dos clases de pecados: original y actual.

·         Pecado original: es aquel con que todos nacemos y que hemos contraído por la desobediencia de nuestro primer padre Adán. Los daños del pecado de Adán son: privación de la gracia, pérdida del paraíso, ignorancia, inclinación al mal, la muerte y todas las demás miserias. El pecado original se borra con el santo Bautismo.

·         Pecado actual: es el que comete con su libre voluntad el hombre llegado al uso de razón. Hay dos clases de pecado actual: mortal y venial.

o   Pecado mortal: es una transgresión de la ley divina, por la que el pecador falta gravemente a los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se Llama mortal porque da muerte al alma, haciéndola perder la gracia santificante, que es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo. El pecado mortal priva al alma de la gracia y amistad de Dios; le hace perder el cielo; la despoja de los méritos adquiridos e incapacita para adquirir otros nuevos; la sujeta a la esclavitud del demonio; la hace merecedora del infierno y también de los castigos de esta vida. Para pecar mortalmente se requiere, además de materia grave, plena advertencia de esta gravedad y deliberada voluntad de pecar.

o   Pecado venial: es una transgresión leve de la divina ley, por la que el pecador sólo falta levemente a alguno de los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se llama venial porque es ligero respecto del pecado mortal, no hace perder la divina gracia y Dios más fácilmente lo perdona. El pecado venial: 1.º Debilita y entibia la caridad; 2.º Dispone al pecado mortal; 3.° Nos hace merecedores de grandes penas temporales en este mundo y en el otro.

Virtud es una cualidad del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien.  La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Las principales virtudes sobrenaturales son siete: tres teologales y cuatro cardinales.

Las virtudes teologales tienen a Dios por objeto inmediato porque con la Fe creemos en Dios y creemos todo cuanto Él ha revelado; con la Esperanza esperamos poseer a Dios; con la Caridad amamos a Dios y en Él nos amamos a nosotros mismos y al prójimo. Dios, por su bondad, nos infunde en el alma las virtudes teologales cuando nos hermosea con su gracia santificante, y por esta razón al recibir el Bautismo fuimos enriquecidos con estas virtudes y juntamente con los dones del Espíritu Santo.

1.      Fe: es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo.

2.      Esperanza: es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y con la cual deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven y los medios necesarios para alcanzarla.

3.      Caridad: es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

Las virtudes cardinales son: Prudencia, Justicia, Fortaleza y, Templanza. Se llaman virtudes cardinales porque son como el quicio y fundamento de las virtudes morales:

1.      Prudencia: es la virtud que ordena todas las acciones al debido fin, y para ello busca los medios convenientes de modo que la obra salga bien hecha, y por tanto, agradable al Señor.

2.      Justicia: es la virtud por la que damos a cada uno lo suyo.

3.      Fortaleza: es la virtud que nos hace animosos pata no temer ningún peligro, ni la misma muerte, por el servicio de Dios.

4.      Templanza: es la virtud por la que refrenamos los deseos desordenados de los placeres sensibles y usamos con moderación, de los bienes temporales.


2. Perdón y misericordia: estas palabras del catecismo de la Iglesia son bastante elocuentes: «Dios, “que te ha creado sin ti,  no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9)» (CEC 1847). La misericordia por los pecados se derrama copiosamente en la medida en que nos arrepentimos de los mismos y buscamos el cambio de vida que solo la gracia de Dios puede proporcionarnos.

3. El don de lágrimas: aunque el tema es desconocido, podemos definirlo como una gracia espiritual, un regalo espontáneo del Espíritu Santo que se concede a alguien para su sanación interna. La Biblia, en el verso más pequeño (Jn 11, 35), afirma que “Jesús lloró” ante la tumba de su amigo Lázaro. Así pues, en la medida en que queremos imitar lo más posible a Jesús, es legítimo llorar. Incluso, Jesús dice que los que lloran son Bienaventurados (cf. Lc 6, 21). Es cierto que el don de las lágrimas no aparece ni en la Biblia, ni en el Catecismo. Pero sí que es mencionado en los autores espirituales desde muy temprano en la Iglesia, y se refiere a una intensa experiencia personal de Dios que se desborda en abundantes lágrimas. Es un desbordamiento espiritual expresado de forma emocional y fisiológica, que crea un gran confort en el alma. El don de las lágrimas puede conducir a experimentar el sabor del estado unitivo espiritual, un presagio transitorio de dicha eterna. Generalmente, estas lágrimas son abundantes y no están acompañadas por el tipo habitual de llanto o distorsión de los músculos faciales. Alguien que tiene un carácter especialmente sensible puede a menudo ser movido a las lágrimas naturales por hermosas realidades espirituales.

4. Enmendar la vida: el fin del reconocimiento de los pecados no es solo la confesión de los mismos, sino el cambio de vida. Solo cuando somos capaces de poner nombre a los síntomas que padecemos el medico puede elaborar un diagnóstico y poner una medicina apropiada a la enfermedad para sanarla. Del mismo modo ocurre con el sacramento de la reconciliación.  El fin no es otro que el de no volver a cometer esos pecados y poder, así, cambiar de vida. Es lo que llamamos el "propósito de enmienda". Tras este sacramento al pecador sanado se le abre un horizonte nuevo,  plagado de la gracia de Dios que lo sostiene en su firme propósito de "nunca mas pecar" para que pueda ser santo, caminar en santidad. Este es el destino al cual nos dirigimos,  la meta de nuestra vida: la felicidad completa.  Saber que tendremos a Dios con nosotros para siempre.



            Ojalá que estas letras nos muevan a la conversión de vida y a acercarnos, sin temor ni vergüenza, al trono de la gracia, a Dios mismos que es el dispensador de la misericordia, el perdón, la compasión y el hacedor de todo bien.

Dios te bendiga



[1] GeV78.
[2] GrH842.
[3] MR1570[624].
[4] GeV521.
[5] MR1570[835].
[6] MR1570[752].
[7] MR1570[600].
[8] MR1570[574].

sábado, 19 de mayo de 2018

SE LLENARON DEL ESPÍRITU SANTO....Y HABLARON


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS



Queridos hermanos en el Señor:

            Ponemos hoy punto y final al tiempo de Pascua. Cincuenta días de gozo y júbilo intenso por la alegría que da el saber que nuestro Señor ha vencido a la muerte y vive eternamente. Pero aún más alegría da el tener la certeza de que, sentado a la derecha del Padre, en lo más alto de los cielos, Él intercede por nosotros y nos asegura la perenne efusión del Espíritu Santo.

            Y aquí es, precisamente, donde nos encontramos: en el envío del Espíritu Santo por parte del Padre y del Hijo para dar vida y eficacia a todas las acciones de la Iglesia bien sean litúrgicas, bien sean apostólicas, caritativas o asistenciales. El Espíritu Santo esta en todo, lo impregna todo y lo aviva todo. Nada hay en la comunidad de los discípulos de Jesús que no esté inspirado, acompañado, sostenido y culminado por la eficacísima fuerza y auxilio del Paráclito.

            De esta manera, la Iglesia vive inmersa en un continuo Pentecostés que, como hace dos mil años, hoy sigue llenando a los cristianos de Espíritu para hablar y proclamar el mensaje de Salvación legado por nuestro Señor Jesucristo.


En primer lugar, hoy como ayer, queremos llenarnos de la acción del Espíritu Santo y sentir los efectos de su amor. Necesitamos el Espíritu de unidad para crecer y vivir la comunión con Dios y con el prójimo. La unidad, que es signo del amor cristiano, solo puede ser real cuando está habitada por los frutos del Espíritu, que nos ha recordado la Carta a los Gálatas: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Es el Espíritu de la Verdad plena que, trabajando en nuestra alma, va sembrando en nosotros el gusto por la Verdad; gusto que nos impulsa a buscarla denodadamente para hacer de ella el principio motor de nuestra vida. El Santo Espíritu hace arraigar la Verdad en nuestra conciencia, en nuestro corazón y a la puerta de nuestros labios para hablar y dar testimonio de la misma.

Para hablar y testimoniar ¿qué decir? ¿De qué hablar? En primer lugar, la efusión del Espíritu Santo nos mueve a bendecir a Dios por toda su obra creadora, redentora y santificadora. El hombre debe aprender a bendecir a su Señor y Dios por todo cuanto existe y hace por él. En segundo lugar, nos dice la Escritura que nadie puede decir “Jesús es Señor” si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Pues bien, esto es lo que principalmente debe decir el hombre y mujer imbuidos del Espíritu Santo: que Jesús es el Señor, el rey de la Gloria, el alfa y el omega, principio y fin de todo lo que existe, ha existido y vendrá a la existencia. El Espíritu Santo es el principio de toda predicación apostólica y de toda proclamación kerigmática. Porque es, precisamente, el Paráclito el que posibilita el oído de los habitantes de todas las naciones de la tierra para entender el mensaje de salvación.

Así pues, queridos hermanos, renovemos este Pentecostés nuestra fe en Dios, abramos nuestro corazón a la acción suave del Paráclito para que sus dones hagan fecunda nuestra vida en buenas obras, frutos del Espíritu. Recordemos que solo llenos del Espíritu Santo podremos pertrecharnos al mundo como testigos verdaderos del Resucitado para proclamar, a todas las naciones de la tierra, las maravillas que ha hecho por los hombres y solo en Él podemos hallar salvación. Así sea.

Dios te bendiga

viernes, 18 de mayo de 2018

EL TIEMPO ATMOSFÉRICO EN LA LITURGIA


LITURGIA Y METEOROLOGÍA


I. Misterio

De todos es conocido que el hombre vive sujeto al devenir de la historia pero no es menos cierto que de manera más radical está expuesto a las distintas alteraciones ambientales y atmosféricas que se dan. Es por ello que en el artículo de hoy queremos reflexionar sobre este tema desde la perspectiva litúrgica.

Como premisa debemos decir con la doctrina de la Iglesia que el hombre no debe «disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar» (CDSI 460). Es más, cuando pretende dominar sobre la creación sin ninguna referencia al mandato del Creador, al contrario, suplantándolo, provoca la rebelión de la naturaleza.

Porque, en el fondo, es Dios mismo quien ofrece al hombre el honor de cooperar con todas las fuerzas de su inteligencia en la obra de la creación. En este sentido se hace necesario una correcta concepción del medio ambiente que debe evitar dos peligros: 1. Reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación; 2. Absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana. En este último caso, se llega a divinizar la naturaleza o la tierra.

Como expresión de la justa valoración que sobre la naturaleza y el medio ambiente ha hecho siempre la iglesia encontramos en el Bendicional una serie de ceremonias que tienen como fin santificar el trabajo humano ejercido sobre ella y, por qué no, los elementos naturales que afectan a la vida del hombre: bendición de campos y tierras cultivos, de animales y de los límites de una población. En ellos encontramos frases de este tenor: “alejando de nuestros campos las tormentas y el granizo” (bendición de campos, cultivos y pastos, 843), “ya que somos castigados por nuestros pecados, y padecemos la desgracia de las calamidades naturales” (bendición del Oriente, 853), “te suplicamos humildemente que apartes de nuestros términos todas las tormentas y disperses las tempestades” (bendición del Occidente, 856), “para que el granizo no lo afecte, la fuerza de la tempestad no los arrase, la sequía nos los debilite, las plagas no los dañen, ni el exceso de lluvia los malogre” (bendición del Sur, 862).

Pero entremos, sin más dilación, en la riqueza de este formulario que más que una misa en concreto, son más bien un conjunto de oraciones colectas que pueden ser usadas por la piedad personal y privada de los fieles.

II. Celebración

Valoramos el conjunto de oraciones colectas ante los diversos fenómenos atmosféricos (34-37) y que pueden ser completados con el resto de formularios de los días propios del tiempo litúrgico en que se empleen. V, gr.: si rezamos para pedir la lluvia el lunes VII del Tiempo Ordinario usaríamos la colecta propia para pedir agua, el resto de oraciones del formulario del VII domingo del Tiempo Ordinario. También se puede emplear la cuarta plegaria para las misas por diversas necesidades. Estas oraciones no tienen tanto la pretensión de ser usadas en misa cuanto más de ser usadas para la oración personal de los fieles.


34. En tiempo de terremoto: es de nueva creación. Ante el miedo y pavor que genera el movimiento de la tierra, lo que llamamos un seísmo, la oración usa del salmo 104, 5 para invocar el amparo y la protección divina y esto mueva a la humanidad a alabar y servir mejor a Dios.


35. Para pedir la lluvia: esta oración aparece en la compilación veronense[1], el sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII[2] y en el misal romano de 1570[3]. Basándose en Hch 17, 28 como texto fundamental de la providencia y cuidado de Dios se pide la lluvia a su tiempo (cf. Dt 11,14) de tal modo que haga fecundos los campos y saciados de sus bienes podamos confiar en los eternos.


36. Para pedir el buen tiempo: la primera parte de la oración está presente en la compilación veronense[4], el sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII[5] y en el misal romano de 1570[6]. Subyace en esta oración la creencia de que el mal tiempo o el tiempo desfavorable para las cosechas o para el normal desarrollo de la vida, se debe a un castigo de Dios mientras que Éste muestra su favor a los hombres regalándoles un conjunto de condiciones apropiadas para la vida. La oración pide el cese de las inclemencias que dificultan la supervivencia de la ciudad o del campo para que sin tener que afligirnos y preocuparnos de salvar la situación adversa podamos dedicar más tiempo y todos los esfuerzos a la alabanza divina.


37. Para alejar las tempestades: es de nueva creación. Los evangelios abundan en milagros en los cuales Jesús gobierna sobre los elementos naturales, entre los cuales destaca el de la tempestad calmada (cf. Mc 4, 35-41; Mt 8, 23-25; Lc 8, 22-25). De ahí que veinte siglos después la Iglesia pueda seguir pidiendo a Dios que detenga la violencia de las tormentas y los violentos y así poder alabar, felizmente, a Dios.

III. Vida

Una vez examinado las distintas oraciones colectas propuestas para la misa o la oración personal, veamos qué puntos teológicos nos ofrecen para una vivencia mejor y tranquila de los diversos fenómenos atmosféricos.

1. La creación valorada en su conjunto: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” esta es la conclusión que la Escritura nos indica como valoración final del conjunto creacional. Dios no ha hecho nada malo, todo es bueno y perfecto. Dios ha dotado, en su infinita sabiduría, de leyes ocultas al conjunto del universo que el hombre puede descubrir a poco que aplique las energías de su inteligencia. Estas leyes naturales son las que hacen posible que el mundo siga su marcha y su curso, un continuo progreso en su desarrollo y devenir hasta el final de los tiempos. Si bien es cierto que la providencia divina es la suprema ley del gobierno y subsistencia de la creación, no es menos cierto que ésta misma está, de alguna manera, sujeta a los distintos fenómenos atmosféricos y ambientales que se suceden en la naturaleza y que son objeto del estudio de hoy.

Los distintos fenómenos no son realidades extrínsecas a la evolución de la naturaleza sino que forman parte y posibilitan esa misma evolución, lo que si aterra y causa zozobra son los efectos que ésos tienen sobre la población al causar desastres de diversa magnitud desde el destrozo de bienes inmuebles hasta la muerte de la población. En este sentido, es normal que la piedad cristiana elaborara un  formulario de súplica y celebración para evitar estos efectos apelando a la omnipotencia divina, la única que puede salvar al pueblo de ellos como Cristo hizo con sus apóstoles al mandar callar al viento y a la tormenta.      


2. Dios y el mundo: aunque sea de Perogrullo decir que son cosas distintas no siempre se tuvo del todo claro. La herejía panteísta afirmaba que Dios era el Todo y que este mundo no era sino una emanación divina de tal manera que toda realidad es Dios. Porque no es lo mismo decir que Dios dejó la impronta de su ser en la realidad creada o que Dios puede estar presente en el mundo de forma misteriosa que decir que todo es Dios o que la naturaleza es divina, como pensaban los pre-cristianos cultos animistas que, por desgracia, hoy vuelven a brotar en nuestro mundo.

En este sentido son muy elocuentes estos dos textos de la Escritura: «Torpes por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a Dios y por los bienes visibles no lograron conocer al que existe, ni considerando sus obras reconocieron al artífice de ellas, sino que tuvieron por dioses rectores del mundo al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los luceros del cielo. Pues si, embelesados con su hermosura, los tuvieron por dioses, entiendan cuánto más hermoso es el Señor de todas estas cosas, pues el autor mismo de la belleza las creó. Si les llenó de asombro su poder y su energía, aprendan de ahí cuánto más poderoso es quien los formó. Pues por la grandeza y la hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su hacedor. Más, con todo, no se merecen un duro reproche, porque quizá se extravían buscando a Dios y queriendo encontrarlo; ocupándose de sus obras, las investigan y se dejan seducir por su apariencia, pues que son tan hermosas. Sin embargo, ni éstos son excusables; porque si tanto llegaron a saber que acertaron a escudriñar el universo, ¿cómo no encontraron antes a su Señor?» (San 13, 1-9) y en el Nuevo Testamento: « Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas. Alardeando de sabios, resultaron ser necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles. Por lo cual Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos; es decir, cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, el cual es bendito por siempre. Amén.» (Rom 1, 20-25).

En conclusión, las enseñanzas bíblicas más importantes de la creación respecto de Dios es que: a) El mundo entero debe totalmente su existencia a la acción libre y soberana de Dios pero no se identifica con Él; b) El mundo es bueno porque recibe su perfección y bondad de su Creador; c) El mundo existe para el hombre como realidad distinta de Dios, quien da consistencia al conjunto de lo creado.

Dios te bendiga



[1] Ve 1111.
[2] GeV 1402.
[3] MR1570[229].
[4] Ve 582.
[5] GeV 1421.
[6] MR1570[791].