sábado, 25 de agosto de 2018

¿A QUIÉN IREMOS?


HOMILIA DEL XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Llegamos al final de la lectura del capítulo seis. Han sido cinco domingos intensos donde hemos descubierto la identidad profunda del Señor encerrada en el misterio eucarístico. Jesús es el pan bajado del cielo para dar vida al mundo y hacer florecer la gracia en el alma de los hombres. Es el alimento de los ángeles que sacia el hambre y el ansia de eternidad y trascendencia. Es el alimento que da fuerzas para el camino de la vida, que puede superar nuestras fuerzas. Sin embargo, comulgar con el alimento que da vida y repara, supone, no solo una comunión sacramental, sino una comunión plena en las palabras de Cristo.

            Y aquí radica la conclusión de todo este pasaje: el mensaje de Cristo, ayer como hoy, es incómodo y no deja a nadie indiferente. O se acepta o se rechaza. El evangelio admite componendas ni medias tintas. Josué, viendo la contaminación idolátrica que hacía peligrar el alma del pueblo de Israel, pone al mismo en un brete, en una elección determinante: o con Dios o sin Dios; o con el Dios único y verdadero o con los ídolos falsos. Podríamos decir hoy: o con Dios o con el mundo; o el espíritu de Cristo o el espíritu del mundo.

            Ayer como hoy, y de formas diversas, los hombres del mundo siguen pensando que el modo de hablar del Evangelio es duro, que no se puede vivir, que no es actual, que no va con estos tiempos. Piensan y dicen que el mensaje de la Iglesia esta desfasado y que no tiene nada que aportar a la sociedad de hoy. Ayer como hoy, son muchos los que “cobardeando en tablas” prefieren abandonar a Cristo y a su Iglesia y desviarse y distraerse con las pompas y lisonjas del mundo. Muchos, desesperando de la eficacia de la gracia, prefieren buscar calmar su espíritu con prácticas adversas al cristianismo. Ayer como hoy, son muchos los que abandonando la vida del espíritu se han marchado por los caminos que su carne les ha marcado: los que se han llevado por los placeres sensuales haciendo de ellos la ley de su vida; los que se dejan llevar por su codicia, la avaricia que ha cegado su corazón y han hecho de la ley divina el estorbo de sus vidas. Para todos ellos, el modo de hablar de Cristo y de su Iglesia, es duro.


            Pero tanto, el Señor Jesús y Josué, hoy, igual que ayer, nos hacen la misma pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos? ¿A quién queréis servir? Es cierto que el programa de vida que ofrece el Evangelio no es ni fácil ni atractivo en el mundo de hoy. Pero si es el único que puede engendrar vida en el alma humana; es el único que puede mantenernos en pie frente a las adversidades de la vida. Si optamos por Él, no nos veremos defraudados. Y hoy, como ayer, es la Iglesia, con sus luces y sus sombras, la que nos muestra a Cristo y nos comunica su gracia. Hoy, mas que nunca, es necesario sentirse Iglesia de Dios.

            Y es esa misma Iglesia, regida por la confesión de Pedro, es la que, en sus fieles, renueva cada día su fidelidad a Dios, pues bien sabe que no puede acudir a otros para encontrar palabras de vida eterna. En las palabras de san Pedro encontramos esa confesión de fe  que, a veces contradicha por nuestra debilidad, queremos mantener hasta el final de nuestra vida. Porque no tenemos otro sitio donde ir, ni donde poner nuestra esperanza; porque no hay otro lugar donde se halle la única verdad que da vida al mundo. Porque fuera de Dios solo hay muerte y cultura de muerte. Dios es la vida y el diablo es la muerte.


            Hermanos míos, no nos echemos para atrás como aquellos falsos discípulos, bien al contrario, pongámonos siempre de parte de Dios, fiémonos de Él y dejémonos amar por el mismo que nos hizo llegar hasta aquí, hasta el hoy de nuestra existencia. Por muchos y elocuentes que sean los discursos de este mundo, nunca serán podrán saciar nuestra sed de eternidad y de felicidad verdadera como las palabras de Jesucristo, actualizadas hoy en su Iglesia. Y, hoy, queridos hermanos, ¿A quién queréis servir a Dios o al mundo? Así sea.

Dios te bendiga

sábado, 18 de agosto de 2018

ALIMENTO DE SABIDURÍA


HOMILIA DEL XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Entramos hoy en el núcleo central del capítulo seis del evangelio según san Juan. Para la sección de hoy, nos servirá de gran ayuda el texto del libro de los Proverbios. La Tradición sapiencial del pueblo de Israel puede sintetizarse en lo siguiente: la sabiduría es conocer el mundo que nos rodea para remontarnos a Dios desde él y saber situarnos en el mismo. Esta sabiduría que recibe el trato de persona que vive junto a Dios entra en contacto con el hombre y pretende ofrecerle manjares exquisitos para saciarlo de conocimiento y eliminar toda inexperiencia y estupidez.

            La tradición ha identificado la sabiduría con el mismo Jesucristo. La Sabiduría es Jesucristo, quien ha preparado un banquete con pan y vino para suplir la inexperiencia y alimentarnos con el conocimiento divino. Por eso, el salmo 33 es una invitación, a todos, a gustar la sabiduría divina que se nos ha dado como alimento. Jesús en su discurso recupera la imagen del pan y del vino del Antiguo Testamento, y se las aplica a sí mismo como categorías cristológicas que definen quién es Él.


            Jesucristo no solo es pan de vida sino que su carne es la verdadera comida. Cristo, con su carne y su sangre, nos prepara el banquete del Reino. Las prefiguraciones han llegado a su cumplimiento pleno. El Reino de Dios se nos regala con un espléndido banquete donde el mejor y más esquisto manjar es Cristo mismo. Su carne y su sangre, alimentos del nuevo tiempo que empieza en Él, son viático para la eternidad. El banquete que se nos da en la Eucaristía, en el tiempo, es anticipo y trasunto de ese banquete que gustaremos en las bodas del cordero, en la eternidad.

            Por eso mismo, porque el conocimiento de Dios implica anhelo de eternidad. Cristo quiere suplir ese lapsus de tiempo hasta entonces con un alimento espiritual que, bajo las especies de pan y de vino, hagan suave la espera y menos áspero el camino. Jesús nos enseña hoy que para ir al cielo es necesario comer su carne y beber su cáliz que se nos regalan en cada misa. La Eucaristía nos da, a la par, conocimiento de Dios.

            Así pues, queridos hermanos, las lecturas de hoy nos exhortan a gustar y ver el alimento que Dios regala a sus hijos. Por tanto, acerquémonos bien preparados y dispuestos a recibirlo para comulgar la eternidad, que es presencia de Dios en nosotros. Así sea.

Dios te bendiga

sábado, 11 de agosto de 2018

LEVÁNTATE Y COME


HOMILIA DEL XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Continuando con la lectura del capítulo seis del evangelio de Juan, la lectura del primer libro de Reyes nos da una nueva clave de comprensión: el profeta Elías, desfallecido de su caminata, se deja llevar por el cansancio y la desesperación; y rendido, ya, por la fatiga, se tumba en el suelo a esperar su muerte. Pero Dios no se resiste a consentir que su profeta entre en una dinámica derrotista, por ello manda a su ángel para que reanimara las fuerzas de Elías. La sencillez de un pan cocido y una jarra de agua es lo único necesario para levantarle de su postración.

            Se podría decir que esta narración del profeta Elías es una imagen perfecta de la vida del cristiano. La vida terrena es el camino que hemos de transitar para llegar a la meta que es el cielo. Pero este camino de la vida no es fácil. Si dijimos en domingos anteriores que el carisma profético del pueblo de Dios y el ejercicio del mismo por parte de cada cristiano, en su apostolado, entrañaban serios riesgos para la estabilidad y el bienestar en la vida; vemos que solo podemos hallar fuerzas en un alimento que no es de este mundo, aunque necesite de soportes físicos de este mundo. Elías fue alimentado por el pan de un ángel para que recobrara las fuerzas y continuara.


            Elías gusto y vio la bondad de Dios que no lo abandonó a su suerte sino, al contrario, lo salvó de sus ansias y angustias por medio de su enviado del cielo. También a nosotros, cada día de nuestra vida Dios nos envía ángeles para que nos guarden en el camino de la vida y nos proporcionen el alimento espiritual que necesitamos. Este pan que un día comiera Elías no es otra cosa sino un anticipo o prefiguración del verdadero alimento espiritual que Jesús nos da en sí mismo.

            El evangelista Juan establece un discurso acerca del pan de vida  a raíz de una diatriba con los judíos. Éstos cuestionan la identidad de Jesús, se quedan solo en la apariencia humana sin ir más allá de la misma. Y es que reconocer a Jesús como el Pan de vida es, ante todo, un don de la gracia divina que nos atrae y descubre la verdadera identidad del Señor. La Eucaristía, sacramento de la fe, es el verdadero Maná del cielo que sacia el hambre de eternidad en el hombre de hoy que se siente fatigado por las inclemencias y dificultades del camino de la vida.

Porque aunque el camino supere nuestras fuerzas, la Eucaristía, alimento sobrenatural, nos dará la fortaleza necesaria para continuar la vida cristiana en plenitud y hasta final. Así como no podemos vivir sin el alimento físico, la vida cristiana carece de sentido y muere si no nos alimentamos con el pan de los ángeles. En este sentido, la misa dominical, más que una obligación se debe transformar en una necesidad del alma, sin la cual no podemos vivir. La Eucaristía es ese imán que nos atrae hacia si irremediablemente. La santa misa es el centro de la vida del cristiano y quien no la frecuente, al menos dominicalmente, no puede llamarse, en verdad, cristiano.

Así pues, queridos hermanos, las lecturas de este domingo son un recuerdo constante de la necesidad que tenemos de comer el pan que Dios nos da, y hacerlo con fe. Con fe en la presencia real de Jesucristo en ella, y que, habitando en nosotros por el sacramento, nos da el vigor y el ánimo necesario para encarar la realidad de la vida y llegar a buen puerto, esto es, a la eternidad. Así sea.   
                                                              Dios te bendiga

sábado, 4 de agosto de 2018

EL MANÁ DEL ALMA


HOMILIA DEL XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Continuamos la lectura sistemática del capítulo seis del Evangelio de Juan. Hoy Jesús pretende revelarnos su identidad divina identificándose con el Maná bajado del cielo. Basándose en el pasaje vetero-testamentario sobre la caída del Maná en el desierto para el sustento cotidiano del pueblo, Jesús pretende hacer ver a sus coetáneos que Él es el verdadero Pan que baja del cielo para dar vida al mundo. Jesús, que ha saciado el hambre de aquella multitud que lo escuchaba expectante, quiere, del mismo modo, con su Palabra y su entrega, saciar el hambre espiritual que de Dios tiene el hombre de hoy. Identificándose con el pan, pretende mostrarse como el Dios accesible a la humanidad.

            El maná es una de las prefiguraciones clásicas de la Eucaristía que encontramos en el Antiguo Testamento. El Maná se dio al pueblo como prueba de que Dios acompasaba su presencia a la marcha del Israel peregrino por el desierto. Ante el cansancio y la desesperación que embargaba al pueblo sacado de Egipto, Dios no rechaza la súplica intercesora de Moisés y se muestra propicio a proveer a su pueblo con un alimento que, por sencillo e insignificante que pareciera, fortalecería al pueblo en su peregrinación. Del mismo modo, Jesús, ante la muchedumbre que lo buscaba porque les había llenado el estómago, no duda en, también, proveer al pueblo con un alimento espiritual que también ha bajado del cielo, esto es, Él mismo.


            Ese alimento es el mismo que se nos da hoy en el altar. Jesús, dos mil años después, sigue siendo para su pueblo el Maná verdadero, el pan de vida bajado del cielo para saciar el hambre de Dios, el hambre de trascendencia que aún queda en el corazón del hombre y la mujer de hoy.

            El hombre de hoy se enfrentan a un más que plural mercado de cauces, corrientes y canales espirituales que se le ofertan para calmar toda ansia de trascendencia. Muchas son las que prometen una felicidad inmediata, se muestran como una pseudo-mística que lejos de llevar al Dios verdadero, sumergen al hombre en una espiral de auto-conocimiento y auto-control donde se confunden la paz interior con un sentimiento egoísta de tranquilidad de conciencia. Sin embargo, frente a estos aljibes agrietados, Cristo, pan de vida, pan verdadero, se nos muestra como el único que puede saciar, en plenitud, el alma humana. La oración cristiana, es, pues, incompatible con estas técnicas de meditación oriental. La oración cristiana no es un camino al solipsismo interior, sino una experiencia de salida y encuentro con el totalmente Otro, con ese Tú trascendental que es Dios que nos busca, nos habla y nos interpela. Y ese Dios, hoy, le encontramos en el  Santo sacramento del altar, la verdadera fuente de vida para la humanidad.

            Así pues, hermanos, no sigamos despistados en nuestra búsqueda de Dios. Alejémonos de toda promesa fácil de salvación que solamente conducen a la corrupción del alma y a la condenación eterna. Comamos del pan bajado del cielo, esto es, de la Eucaristía, sacramento de la fe y vida para el mundo. Así sea.

Dios te bendiga