sábado, 30 de junio de 2018

UNA FE QUE ENGENDRA VIDA


HOMILIA DEL XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos:

            En el antiguo ritual romano de bautismo había una pregunta que el sacerdote le hacía al candidato a ser bautizado: “¿Qué te da la fe?” y el catecúmeno respondía: “la vida eterna”. Pues bien. Precisamente, en este brevísimo diálogo  se concentra la síntesis, el meollo, el núcleo, de las lecturas que en este domingo hemos proclamado.

            El libro de la Sabiduría nos ha hecho un hermoso elogio de la solicitud que tiene Dios por cada una de las cosas creadas, pues éstas existen porque Dios quiere y les da la vida. Y por encima de todas ellas, encontramos a la más excelsa de las criaturas, la única hecha a imagen y semejanza divina: el hombre, ser dotado, originalmente, de justicia e inmortalidad.  Una criatura hecha del barro de la tierra y animada por el soplo divino del Espíritu. Un ser dotado de inteligencia, razón y portador de valores eternos que ha de desarrollar en este mundo para alcanzar su plenitud en el otro. Sin embargo, por la envidia que la criatura humana despertó en el demonio, éste se propuso apartarla, inútilmente, del amor de Dios, procurando que el pecado destruyera esos dones preternaturales de que el hombre gozaba. O como dice el libro de la Sabiduría: por envidia del diablo, el hombre experimentó la consecuencia del pecado: la muerte.


            Pero así no podía acabar esta relación de amor entre Dios y el hombre, por ello, aquella culpa original provocada por el demonio, provocó la venida al mundo del Verbo de Dios, de nuestro Salvador Jesucristo, para que reparara la herida del pecado en el hombre e hiciera entrar, con él, la vida nueva. Esta experiencia de vida nueva, de ser arrancados de la esclavitud que el pecado y la muerte imponían, hace que Dios sea digno merecedor de nuestra alabanza porque nos ha librado. Este salmo 29 que hemos cantado es la mejor expresión de esos sentimientos de pasar de la muerte a la vida; de un Dios que ha cambiado nuestro luto en danza y que transforma el ocaso de la vida terrenal en un eterno amanecer a la luz.

            Cristo, precisamente, ha venido para esto. Ha venido para darnos vida, para decirnos como a la niña del evangelio: “contigo hablo, levántate”. Cristo, como nos ha dicho san Pablo, viene a enriquecernos con su pobreza, esto es, para darnos vida eterna, muriendo Él mismo por nosotros. Las dos escenas del evangelio de hoy viene a confirmar esta verdad que hoy estamos predicando: la mujer con flujos de sangre queda curada por aquella energía que salía del Señor, y movida por fe, se atrevió a tocar su manto. La fe la curó. La hija de Jairo quedo curada por la fe de sus padres que acudieron a Cristo suplicando su ayuda. Y tal era la verdad de las obras de Cristo que, donde aquellos veían muerte, para Cristo la niña solo dormía.


            Y aquí, hermano, radica el sentido de la muerte para los cristianos. Nosotros, que estamos cuidados por la mano providente de Dios y hemos recibido la fuerza y la energía de la fe, que concede la vida eterna; experimentamos la muerte como un sueño temporal tras el cual despertaremos para la eternidad, en la resurrección de la carne. Porque donde esta Dios hay vida; y donde está el demonio, la muerte. Y si Dios ha vencido al demonio, podemos decir, con todo el convencimiento, que la vida ha vencido a la muerte. Pero hoy, lamentablemente, en el mundo y la sociedad de hoy la vida ya no cuenta nada. Hay países donde la vida no tiene valor ninguno. Las políticas eugenésicas, más propias de tiempos pretéritos que del s. XXI, como por ejemplo el aborto o la eutanasia imponen hoy una forma de pensar y de ver la vida, denominada “cultura de la muerte”.

            Frente a ella, los cristianos, hijos de Dios y hermanos en Cristo, hemos de proponer la cultura de la vida. Y la vida comporta sufrimiento, lucha, alegrías y penas; éxitos y fracasos, humillaciones y exaltaciones, etc. Pero lo que es infame afirmar es que pueda haber una muerte digna o una muerte indigna. Lo que es perverso y diabólico es afirmar que “nosotros aspiramos a ser dueños de nuestra vida, que luchamos por el dominio de la vida”. Él único que da y quita la vida es Dios. El único que puede cuidar de nosotros y velar para que nuestra vida progrese es Dios. El hombre tiene una dignidad inalienable que le hace sujeto de derechos, deberes, obligaciones y libertades. Y todo lo que vaya contra esto será una flagrante violación de los derechos absolutos y eternos tanto del hombre como de Dios.


            Queridos hermanos, alejémonos de cualquier influencia diabólica y abracemos al Dios de la vida que en Jesucristo nos dice cada día, y en los peores momentos de la existencia: talitha qumi: “Contigo hablo, levántate”. Así sea.

Dios te bendiga

viernes, 29 de junio de 2018

MISSA PRO GRATIIS DEO REDDENDIS


MISA PARA DAR GRACIAS A DIOS



I. Misterio

Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. El formulario de hoy viene a ser como la otra cara del anterior (en cualquier necesidad) pues tras los favores recibidos de Dios conviene, siempre, dar gracias por su providencia para con nosotros. Un refrán muy castizo dice “de bien nacidos es ser agradecidos”. Pues bien, seamos bien nacidos y agradezcamos siempre a Dios tanto bien como nos hace. El Catecismo de la Iglesia afirma que «la acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es» (2637). En efecto, la acción de gracias de los miembros de la Iglesia participa de la de su Cabeza, Jesucristo.

II. Celebración

            El formulario que aquí analizaremos ofrece dos variaciones para dar gracias a Dios las cuales hemos titulado personalmente de manera que se recogiera la esencia del conjunto de las oraciones. Esta misa está sujeta a las normas generales para las misas por diversas necesidades. Estos formularios pueden completarse bien con el prefacio común IV y las plegarias eucarísticas I, II o III; o bien con la segunda plegaria eucarística para las misas “ad diversa”. Pueden usarse ornamentos blancos o del color propio del tiempo litúrgico en que se empleé.

Formulario A: Para dar gracias tras el peligro pasado

La oración colecta refleja una situación pasada de carácter negativo sobre la que ha intervenido la divina providencia y por ello ahora se da gracias esperando vivir con alegría de aquí en adelante.

La oración sobre las ofrendas considera la santa misa en su dimensión de “acción de gracias” por la bondadosa intervención de Dios, que no es otra cosa que actualización y continuación del sacrificio redentor de Jesucristo, quien ha sido entregado por el Padre para salvación del mundo (cf. Jn 3, 14-16).

La oración para después de la comunión denomina a la Eucaristía como pan de vida que encierra dos propiedades fundamentales: robustecer el alma y librarnos del pecado. La Eucaristía es prenda de la gloria futura que esperamos obtener ya que en esta vida hemos experimentado las pruebas de su amor.

Los textos bíblicos seleccionados para este formulario son: para la antífona de entrada  Ef 5, 19.20 donde san Pablo nos invita a expresar nuestra acción de gracias recurriendo a la oración, al canto y a la alabanza. Para la antífona de comunión, se han asignado dos textos: 1) Sal 137,1: damos gracias a Dios porque ha atendido nuestros ruegos; 2) Sal 115, 12-13: la mejor acción de gracias es la celebración de la santa misa donde ofrecemos a Dios Padre el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.


Formulario B: Dar gracias a Dios por los beneficios recibidos

            La oración colecta es una síntesis perfecta del Dios bueno y providente, dispensador de los dones y en quien vivimos, nos movemos y existimos (cf. Hch 17, 28). Como padre providente no cesa de bendecirnos con los beneficios de su amor. Así, la respuesta del hombre debe ser la de amarle generosamente (cf. Dt 6, 4-9).

            La oración sobre las ofrendas nos recuerda que esos beneficios que Dios nos concede son fruto de su generosidad que obtenemos sin merecerlo. La Eucaristía nos ayuda a reconocerlo y dar gloria a Dios por ello.

            La oración para después de la comunión denomina a la Eucaristía como alimento espiritual y sacramento salvador. La acción de gracias nos invita a pedir y esperar más beneficios de Dios esperando la gran bendición de la vida eterna. 

No tiene textos bíblicos asignados por lo que se puede usar las antífonas del formulario A.

III. Vida

            El doble formulario que hemos analizado anteriormente nos ofrece una serie de oraciones que nos invitan a la acción de gracias. Seguramente muchos de nosotros tenemos más de un motivo por el que dar gracias a Dios: un alumbramiento, un nuevo trabajo, curarse de una enfermedad, aprobar un curso, etc. La alegría y el júbilo forman parte de la vida aunque, curiosamente, lleguen tras un esfuerzo, una serie de pruebas, o después de mucho tiempo. Pero lo cierto es que, junto al dolor y la amargura, conforman la existencia humana, están presentes y suponen un momento de solaz y de paz para la vida de una persona que conoce más tristeza que dicha.

            La palabra “Eucharistia” significa “acción de gracias”. Efectivamente, el centro y corazón, la fuente y el culmen del culto litúrgico cristiano, no es otra cosa que ofrecer a Cristo mismo al Padre como sacrificio de acción de gracias recordando los acontecimientos del pasado. Los cristianos, pues, somos hombres y mujeres agradecidos; convocados por el Padre eterno para una continua eucaristía en cada momento de la vida.


            Pero solo se puede ser agradecidos en la medida que tengamos una clara memoria del pasado, del conjunto que nos ofrece la historia y la cultura que nuestros antepasados fueron gestando y que nuestros padres nos han legado. En la vida espiritual de la fe, la “gratiarum actio (= acción de gracias)” depende del memorial, el recuerdo actualizante de las “verba gestaque (=palabras y acciones)” que Dios ha hecho, en favor nuestro, a lo largo de la historia de la humanidad, y esto es a lo que llamamos “historia salutis (= historia de la salvación)”. Por eso, solo haciendo memoria de ellos podemos dar gracias a Dios por Jesucristo, su enviado, a quien ofrecemos como sacrificio agradable para alabanza y gloria del Padre, bien de la Iglesia y salvación del género humano.

            La oración de acción de gracias, por tanto, no será otra cosa que una oración eucarística, esto es, pasar la vida dando gracias al Señor nuestro Dios ya que es lo justo y necesario que hemos de hacer respecto de nuestro Dios. Así, en conclusión, no habrá mejor oración de acción de gracias que la celebración de la santa misa, que es, en sí misma, acción de gracias. Por tanto, no serán sino duplicaciones y cosas absurdas, cualquiera de las llamadas “oración de acción de gracias”[1] al final de la misa.  Ojalá que, como cristianos, sigamos siendo siempre personas agradecidas a Dios en cada circunstancia y en todo tiempo.

Dios te bendiga



P.D. ¡¡Feliz Verano!!

           



[1] Me refiero, aquí, a las insufribles parrafadas que se leen al final de las misas de colegios, en festividades por causas concretas, funerales, matrimonios,, etc.

miércoles, 27 de junio de 2018

MISSA IN QUACUMQUE NECESSITATE


MISA EN CUALQUIER NECESIDAD


I. Misterio

El formulario de misa que hoy estudiaremos está inscrito en el misal romano con un título muy abierto que permite un amplio uso del mismo. Los cristianos tenemos una gran necesidad de acudir a Dios en toda circunstancia, sobre todo, en las más complejas situaciones para que Dios, el Todopoderoso, pueda ayudarnos y, al menos, darnos la claridad de mente necesaria para resolverlos de la mejor manera posible.

En este sentido, es muy necesaria y, perfectamente, válida, la oración de petición. Veamos cómo la trata el Catecismo de la Iglesia en su parte cuarta (CEC 2629-2633).

En primer lugar, la oración de súplica o petición nos hace tomar conciencia de nuestra relación con Dios: «por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él» (CEC 2629).

El origen de la petición cristiana lo hallamos en lo que san Pablo llama el gemido: el de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22), el nuestro: “espera del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24), y, los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).

La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición. Es el comienzo de una oración justa y pura. Así, tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón, que se centra, primeramente, «en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús» (CEC 2632).

El catecismo, también, nos recuerda que hay una jerarquía en las peticiones: 1. El Reino; 2. Lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida, pues, al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino. Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Así, el apóstol Santiago (cf St 1, 5-8) y san Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18), precisamente el objeto que viene a dar cumplimiento estos formularios litúrgicos.



II. Celebración

La página del misal que hoy analizamos nos ofrece tres formularios de oración para orar a Dios en cualquier necesidad. Esta misa está sujeta a las normas generales para las misas “ad diversa” y puede completarse con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades. Los títulos que aparecerán encabezando cada formulario han sido asignados por nosotros, recogiendo la síntesis del conjunto de oraciones. Los ornamentos pueden ser blancos o del color propio del tiempo litúrgico en que se empleé.

Formulario A: En la tribulación y tristeza

La oración colecta, de nueva creación, considera a Dios con tres facultades que benefician al hombre: “descanso en la fatiga”, “apoyo en la debilidad”, “consuelo en el llanto”. Del mismo modo, se apela a la misericordia divina ante la tribulación del pueblo de Dios por el castigo de sus pecados. Esta oración ofrece una síntesis sobre la bondad de Dios respecto del hombre.

La oración sobre las ofrendas, de nueva incorporación, siguiendo la línea teológica de la oración anterior, se implora la protección divina para que el hombre, a pesar de los pecados que lo tribulan, no pierda el favor de los dones eternos.

La oración para después de la comunión está tomada del misal romano de 1570[1]. Esta oración pivota sobre tres palabras: “alivios-salvados-auxilios”. Los auxilios divinos, esto es, los sacramentos, sirven de alivio para el hombre atribulado y salvación frente a los pecados.

Los textos bíblicos asignados a este formulario son: para la antífona de entrada se ofrece un verso tomado del Sal 37, 39s.28 donde se nos invita a la confianza en Dios a quien podemos invocar en cualquier situación porque sabemos que nos oirá. Para la antífona de comunión se ha asignado Mt 11,28 en que Jesús nos llama entorno a sí para descargar en Él nuestras fatigas.


Formulario B: En la aflicción y angustia

Es un formulario de nueva creación. La oración colecta describe una situación angustiosa para el hombre por eso, en esta situación de “aflicción” y “fatiga”, necesitamos que la gracia providente de Dios nos confirme en la fe. La oración sobre las ofrendas recoge un filón teológico sobre la doctrina del sufrimiento: transformar el dolor en ofrenda a Dios. La oración para después de la comunión contiene un aspecto generoso en el dolor propio: la capacidad de preocuparse por los demás olvidándose de una mismo y sus fatigas propias.

Los textos bíblicos asignados a está formulario son: para la antífona de entrada, el Sal 43,27 nos ofrece una súplica imprecativa a Dios para que tenga misericordia de nosotros. Para la antífona de comunión, el pasaje de Jn 16, 23-24 nos invita a pedir lo que necesitamos a Dios con toda la confianza del mundo.


Formulario C: Ante los males espirituales

La oración colecta está tomada del misal romano de 1570[2]. El hombre esta, constantemente, asediado por la tentación del demonio, que supone, siempre, un peligro para su alma, por eso es necesaria la asistencia de los sacramentos para evitar el pecado y ser salvados.

La oración colecta alternativa, tomada también del misal romano de 1570[3], siguiendo la misma línea teológica de la oración anterior, la tentación y los ataques del demonio no son otra cosa que una contaminación diabólica que debemos evitar y combatir para mejor seguir a Jesucristo.

La oración sobre las ofrendas es de nueva creación. Nuestros pecados nos castigan por lo que la misericordia de Dios es lo que más necesitamos en esta vida.

La oración para después de la comunión toma la primera parte (“Te pedimos, Señor,…pasión de tu Hijo”) del misal romano de 1570[4], mientras que el resto es de nueva creación. La gran reconciliación del hombre con Dios y el perdón de sus pecados se ha efectuado por la Pasión y muerte de Jesucristo, su sacrificio en la cruz es el único y eterno sacrificio de reconciliación y de paz de tal manera que al pedir el perón para sus verdugos, y por ende para nosotros, apartó de nosotros la ira divina.

No tiene textos bíblicos asignados por lo que para las antífonas de entrada y comunión pueden usarse la de los formularios anteriores.

III. Vida


            Muchas son las situaciones, complejas situaciones, por las que pasamos a lo largo de la vida. El triple formulario que el misal nos propone para hacer oración pretende reflejar, a rasgos generales, esas circunstancias en las cuales se pone a prueba la resistencia, la fe y la paciencia del hombre pero que redundan en éxito si las pasamos de la mano de Dios. Veamos estas coyunturas humanas siguiendo los títulos que hemos dado a los formularios.

En la tribulación y tristeza: revisten un aspecto externo en la vida de las personas. Son situaciones y factores ajenos al hombre, o al menos, no provocados por él, que sin embargo le afectan y modulan su conducta, sus decisiones, sus afectos o su persona. La tribulación golpea con fuerza la vida de la gente, pero lo importante, en estos casos, es no tomar decisiones precipitadas. En estos momentos, Dios es nuestro único apoyo, nuestro único solaz y nuestro único consuelo; y es, precisamente, esta certeza moral y espiritual, la que debe invitar al hombre a cifrar su vida en Dios y poner todos sus problemas en sus manos. 

En la aflicción y angustia: situaciones anímicas internas que el hombre padece como consecuencia de causas externas adversas a él. Son momentos de zozobra, de temor en que el hombre necesita, con más motivo, de la ayuda y el consuelo de la gracia divina. El hombre corre el riesgo de ahogarse en sus propios problemas; de ofuscarse en su lamento hasta el punto de no ver solución y salida a su situación existencial. A veces, podemos experimentar fatiga por tanta contradicción, pesadez y hastío que provocan en nosotros una decepción tal que nos quita las ganas de vivir. Toda esa amargura y sufrimiento interno que nos aflige podrá ser convertido en una ofrenda agradable y acepta por Dios con la ayuda de la gracia. Por eso, no podemos de cansarnos de invocar la gracia divina para no sucumbir a la amalgama pesimista que se adueña de nosotros.


Ante los males espirituales: como criatura salida de las manos de Dios, el hombre se encuentra en medio de una batalla que comenzó desde el origen del mundo, siendo el blanco de los ataques del diablo ya que éste se enfrentó a Dios por negarse a reconocer la dignidad del hombre y estar a su servicio. Toda la estrategia diabólica consistirá en intentar apartar al hombre del amor de Dios contaminándolo con toda clase de tentación y pecado, acusándolo ante Dios para que la cólera divina se dirija sobre él. Es pues muy necesario que, ante el asedio de Satanás, el hombre se mantenga firme en el espíritu confiando en Dios e invocando su auxilio en la batalla; especialmente, será muy necesario recurrir a san Miguel, general del ejército de los ángeles. Aun así, lo que nunca deberemos hacer es desesperar del amor misericordioso de Dios, porque cuando esto ocurre, entonces la batalla está perdida. No. Nosotros somos hombres y mujeres de esperanza firme en Dios, nuestro único Señor.

Dios te bendiga







[1] MR1570[1063] Dominica XI post Pentecostem
[2] MR1570[406] Dominica IV post Epiphaniam
[3] MR1570[183] Dominica XVII post Pentecostem
[4] MR1570[1142] Orationes ad diversa 13. Pro quacumque tribulatione.

sábado, 23 de junio de 2018

NACIDOS PARA UNA MISIÓN


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA



Queridos hermanos en el Señor:

            Celebramos hoy la solemnidad de la natividad de san Juan Bautista. El nacimiento de aquel niño esperado y formado, milagrosamente, en el seno de santa Isabel para, cual Elías redivivo, preparar el camino del Señor y ser luz de las naciones para que la salvación llegue al confín de la tierra.

            Esta predicación de san Juan, que anticipa la misión del salvador Jesucristo, esta atestiguada, también, por san Pablo quien no duda en presentarla como aval de los nuevos tiempos dado la importancia de esta tradición en el cristianismo primitivo.

            San Juan Bautista, siguiendo la profecía de Isaías, es el vástago llamado desde el seno materno y destinado para una misión concreta en Israel: la de reunir a las tribus de Jacob para que, este Israel unido, fuese un pueblo misionero que atrajera a otros hacia si para conocer y adorar al Dios único y verdadero. En este sentido, como dice el salmo, el Bautista fue escogido portentosamente cuando, dada la ancianidad y esterilidad de santa Isabel, era imposible que éste naciera; pero este prodigio nos enseña que para Dios no hay nada imposible y que puede sacar vida de donde, naturalmente, no la hay.

            En un mundo imbuido por la cultura de la muerte, donde se niega la categoría de persona a los niños en gestación, las lecturas de hoy atestiguan, hasta la saciedad, la vida que se forma en lo escondido del seno materno. El lugar más seguro y sagrado del mundo pero que hoy, por las perversas leyes sobre el aborto, mal llamadas de interrupción voluntaria del embarazo, se ha convertido en el lugar donde más de 100.000 niños mueren al año. ¡Qué horror!


            Pero, como dijimos al inicio, el niño que nace tiene una importante misión por delante. Lo mismo ocurre con cada uno de nosotros. No venimos al mundo por casualidad. Cada uno de nosotros es un pensamiento de Dios, un proyecto de salvación para la humanidad. O dicho de otra manera, todos hemos venido a este mundo para una misión importante: la redención del mundo, ser luminarias que lleven la alegría del Evangelio hasta los confines de la tierra. Pero, estableciendo esta verdad espiritual y existencial como principio, la cuestión es cómo concretarla, cómo vivirla, cómo contribuyo yo a la salvación del mundo.

            Y aquí cada uno debemos hacer un serio y sereno ejercicio de reflexión. Cuál es mi misión en este mundo. Como cristianos hemos de ser constructores de paz, dar testimonio de nuestra fe y nuestra esperanza; sobre todo, con la coherencia en nuestro vivir, nuestro obrar, nuestro hablar, nuestro vestir, nuestra manera de relacionarnos, etc.

            San Juan Bautista es, pues, ejemplo y estímulo para tomar conciencia de nuestro ser y nuestro estar en el mundo. Como aquel que fue luz en su época anunciando un bautismo de conversión que preparara la venida de Cristo, los cristianos, Iglesia en el mundo, hemos de ser, también, luz para los demás hombres de manera que, también, nosotros preparemos la vuelta de Nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Dios te bendiga

viernes, 22 de junio de 2018

MISSA AD POSTULANDAM GRATIAM BENE MORIENDI


MISA PARA PEDIR LA GRACIA DE UNA BUENA MUERTE



I. Misterio

            En el artículo anterior ya habíamos abordado el tema de la muerte y cómo debía asumirla un cristiano.  Hoy nos proponemos reflexionar sobre esta página novedosa del misal romano: pedir la gracia de una buena muerte.

            Tradicionalmente en una de las letanías se rezaba así: “De una muerte repentina e imprevista, líbranos, Señor”. El miedo a morir sin poder haber recibido los auxilios sacramentales, con la consiguiente posibilidad de ir al infierno, la muerte terna; siempre fue algo rechazado por la piedad cristiana. Hasta tal punto, llegaba la necesidad de irse preparando, durante toda la vida, para bien morir, que incluso la buena muerte gozaba de un patrón, que la concediera: san José ¿Por qué? Porque según la tradición, el patriarca san José tuvo la mejor muerte que un cristiano pudiera tener: la presencia y asistencia de su esposa, la Virgen María, y del hijo que adoptó e hizo suyo, Jesucristo.


            En la época actual, imbuida de una llamada “cultura de la muerte”, a la misma vez que hace políticas que, en lugar de promover la vida, la elimina o impide; rechaza la realidad de la muerte expulsándola, incluso, del espacio urbano. Los cementerios, que antaño convivían con la vida de las poblaciones, hoy son grandes extensiones de terreno extramuros donde la muerte tiene su lugar, y donde su rostro amargo, se ha embellecido con grandes sepulturas llenas de arte y altas categorías estéticas. Veamos como aborda la Iglesia el misterio de la muerte como realidad cristiana a la cual nos dirigimos y esperamos de la mejor manera posible.   

II. Celebración

La misa que presentamos en este artículo es de nueva incorporación en el misal. Está sujeta a las normas generales para las misas “ad diversa” y puede ser completada o bien con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades o bien con el prefacio común V o VI y las plegarias eucarísticas I, II o III. Los ornamentos pueden ser blancos o del color del tiempo litúrgico en que se empleé.

La oración colecta está fundamentada sobre el misterio de la Creación “creado a imagen tuya” y de la Redención “tu Hijo se sometiera a la muerte por nosotros” y, puesto que el hombre es creatura débil, está llamado a una constante vigilancia para que la hora de la muerte no le sorprenda como un ladrón en la noche. Vuelve a presentarse la muerte como un doble movimiento: salir y descansar. Salir de este mundo sin pecado y reposar en el aprisco de la misericordia divina.


La oración sobre las ofrendas define, perfectamente, en qué consiste la “buena muerte”: salir del mundo con “paz y confianza” y participar de la resurrección de Cristo. La oración para después de la comunión considera a la Eucaristía “prenda de la inmortalidad” y tiene por objeto al Espíritu Santo, a quien se le denomina “auxilio de tu amor”, que puede ayudarnos en la hora de la muerte para que abandonemos este mundo sin peligro de contaminación diabólica, sino  más bien con entereza y confianza en el amor de Dios.

Los textos bíblicos asignados a este formulario son: para la antífona de entrada, Sal 22, 4 donde el Buen Pastor nos permite caminar con Él a través de las pruebas de esta vida dándonos valentía y confianza en cada momento y circunstancia. Para la comunión se ofrecen dos antífonas: a) Rom 14, 7-8 donde se nos enseña que la buena muerte no es otra cosa que vivir, sufrir y morir en Dios, único dueño de nuestra vida: y b) Lc 21, 36 que es una llamada a la constante vigilancia en la oración y en las buenas obras.

III. Vida

Tras el análisis de la eucología de la misa, podemos extraer algunas pinceladas teológicas que nos ayuden a una mejor vivencia del misterio de la muerte, aunque puede completarse con las ideas del artículo anterior “misa por los moribundos”.

1. Creación, gracia y redención, el signo del hombre: desde su creación, el hombre se debate entre la vida en gracia y la vida de pecado. La vida en gracia es el estado original en que fue creado: la inocencia original, la amistad con Dios, estar revestidos del mando de gloria e inmortalidad al ser creados a imagen y semejanza del Dios uno y trino. Pero este estado de gracia se pierde fácilmente con el pecado, lo que supone la culpa original, la enemistad con Dios y la desnudez más absoluta de aquello de lo que gozábamos en el inicio. De este modo, la muerte es consecuencia del pecado y decreto pronunciado contra el hombre. En este contexto, la obra salvífica de Cristo supondrá asumir todo lo humano y darlo un sentido redentor.

2. Con la muerte, destruyó nuestra muerte: Cristo, en esta diatriba redentora, al asumir lo humano, lo asume todo, incluso la muerte, y una muerte de Cruz (cf. Flp 2, 6). Una antífona bizantina para el tiempo de Pascua, el kontakion pascual lo recoge así: «Cristo resucitó de entre los muertos, matando la muerte con su muerte y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros» y de modo semejante lo recoge otro himno de la liturgia occidental católica, el Te Deum: «Tú destruido el aguijón de la muerte, abriste a los creyentes el reino del Cielo». Así pues, teniendo en cuenta que la muerte, el más inmisericorde y último de los enemigos del hombre, ya ha sido vencida y redimida por Jesucristo; nosotros podemos afrontar nuestra muerte personal con entereza, paz y confianza sabiendo que seremos acogidos por la misericordia de aquel que se dignó morir el primero por todos nosotros.


3. Vigilancia en la oración y en la acción: pero no podemos pensar que ya lo tenemos todo conseguido. No. Para beneficiarnos los méritos salvíficos de Jesucristo es necesario perseverar en la fe y en el bien obrar, pues la perseverancia en esto nos atraerá la salvación del alma (cf. Lc 21,19). No son pocas las veces que Jesús nos llama a la vigilancia (cf. Mt 24,42; Mc 13, 33; Lc 21, 36). La vida cristiana, pues, debe estar basada en un constante anhelo de ver el rostro de Dios, esperar su llegada a nuestra vida para poder abandonar este mundo y, tomado de su mano, caminar hacia la eternidad.

4. La última tentación: sin embargo, no podemos obviar que este hermoso deseo de eternidad no está exento de la acción diabólica. El demonio nos tienta hasta el último momento de la vida para ver si rechazamos a Dios y nos condenamos. Por ello, es necesario que al final de la existencia terrenal humana invoquemos con fuerza el auxilio del amor de Dios, esto es, el Espíritu Santo, para vencer toda clase de embestida satánica. Morir en Cristo y morir con Cristo debe ser el deseado final de los cristianos. Abandonar este mundo con el nombre de Jesús en los labios rechazando todo pensamiento o acción que pudiera apartarnos de su amor. En este sentido, lo más eficaz es hacer una buena confesión general de los pecados, recibir al Señor en comunión, en forma de viático; y el sacramento de la unción de los enfermos con la indulgencia plenaria que se otorga en nombre de su santidad el Papa.

5. La buena muerte: sabiendo todo esto y vivido de tal manera, solo queda pedir que Dios nos lo conceda, esto es: la buena muerte. Hoy, cuando se debate con pasión sobre la llamada “eutanasia”, se hace necesario hacer algunas consideraciones: la palabra “eutanasia” significa, literalmente, “buena muerte” y consiste en solicitar la eliminación de la propia vida cuando por enfermedad, debilidad o cansancio de vivir ya no se quiere prolongar la existencia. La eutanasia es un término incómodo para nuestras sociedades almibaradas por todo lo que implica, por lo que hoy prefiere hablarse con el término eufemístico: muerte digna.


La eutanasia, en términos prácticos, no es otra cosa que un suicidio asistido, cuya ejecución se solicita en el pleno uso de las facultades de la persona, luego reviste un aspecto público que no lo contempla el suicidio, como tal. Y este aspecto diferencial (público-privado) impone un juicio, aun más severo, respecto a los “eutanasiados” y los “eutanasiantes”. En primer lugar, bajo el paraguas eufemístico de “muerte digna” se está traicionando tanto el lenguaje como los mismos valores humanos: la muerte es la muerte y no es ni digna ni indigna.

Por otra parte, en virtud de esta dialéctica suicidio público-suicidio privado, las personas que mueren solicitando la eutanasia no tienen derecho a recibir las exequias cristianas, a tenor de lo dispuesto por la ley canónica: «Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento: 1. A los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos; 2. A los que pidieron la cremación de su cadáver por razones contrarias a la fe cristiana; 3. A los demás pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles» (CIC 1184§1). Y repito para que quede claro: a una persona que se ha suicidado en privado (ahorcándose, bebiendo algo tóxico, arrojándose de un precipio, u otra causa) dado, precisamente, ese carácter íntimo donde se pudiera presuponer un último arrepentimiento, se le conceden las exequias, repito, amparándose en la privacidad; pero a una persona que muere por eutanasia, dado que se solicita con plena lucidez de sus facultades, se le denomina suicidio público y, por tanto, sin arrepentimiento explícito de su suicidio, luego no se le pueden conceder las exequias cristianas.

Una muerte solo recibe una valoración moral cuando se produce por la defensa o claudicación de unos principios, de tal manera que si alguien muere por defender ideales nobles que benefician a un colectivo, diremos que es una muerte heroica; si alguien muere por causa de la fe, diremos que es una muerte martirial; si alguien muere afrontando la muerte con serenidad y valentía, diremos que es alguien muere con dignidad. Por tanto, si al pedir la eutanasia lo que realmente subyace es un desprecio por la propia vida y una claudicación de la lucha por vivir y una repulsa por los sufrimientos o agonías que conlleva la muerte; no será, pues, en ningún caso, una muerte digna, sino más bien, una muerte cobarde.

Otro de los motivos para defender la eutanasia es el de la piedad hacia el enfermo que sufre. Otra forma de tergiversar un término precioso de nuestro vocabulario para, realmente, expresar lo contrario. La piedad hacia alguien supone com-padecer con esa persona, sintonizar con su situación y darle ánimos para la lucha; pero nunca, en ningún caso, la piedad ha llevado a eliminar la vida de un semejante. La piedad busca la vida y no la muerte.

Así pues, la única muerte que existe no es la que las leyes humanas decretan sino la que Dios nos concede. Esta muerte puede ser por diversas causas: un accidente de tráfico o laboral, una enfermedad terminal, un accidente cardo-vascular, muerte natural, etc; pero nunca puede contemplarse la autoeliminación de la vida humana como remedio a nada.

Ojalá, que Dios nos concede a todos la gracia de luchar por la vida y morir santamente al final de nuestra existencia. Que podamos comulgar, confesar y recibir la unción para ser mejor admitidos en las bodas del Cordero.

Dios te bendiga

miércoles, 20 de junio de 2018

MISA PRO MORIENTIBUS


MISA POR LOS MORIBUNDOS


I. Misterio

La muerte es una realidad tan humana y tan repulsiva que nunca nos acostumbraremos a ella. La muerte es finitud y límite de lo humano. La muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es fruto del pecado. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida.

Para la fe cristiana, como se dijo anteriormente, la muerte es consecuencia del pecado (cf. Gn 2, 17; Sb 1, 13; Rm 5, 12) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. CEC 1008).

Pero ante el hecho desnudo de la muerte, ésta fue transformada por Cristo, quien sufrió también la muerte, propia de la condición humana, la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).


Así pues, gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor.

Por último, hemos de recordar que la muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Por ello, cuando estamos al borde de la misma, hemos de prepararnos pidiendo el perdón de nuestros pecados y soportando con paciencia los sufrimientos que la agonía impone para gozar plenamente de las “alegrías del cielo”.

II. Celebración

El formulario que ahora analizamos es de nueva incorporación salvo la oración de pos-comunión que contiene un fragmento del misal romano de 1570. Es un formulario compuesto por dos oraciones colectas, una sobre las ofrendas y otra para después de la comunión. Puede completarse con la cuarta plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades o bien con el prefacio común VIII. Esta misa está regida por las normas generales para las misas “ad diversa” y puede celebrarse con ornamentos blancos o del color del tiempo litúrgico correspondiente.


La oración colecta usa dos atributos divinos: frente a la debilidad humana, Dios es el “Todopoderoso” el cual, cuando el hombre se halla ante las puertas de la muerte, usa de su misericordia, es el Dios “misericordioso”, que, en su hijo Jesucristo, ha abierto las puertas del cielo para los humanos (cf. Lc 23,43). La oración está centrada en el individuo enfermo “mira con piedad a tu siervo que lucha en agonía” y describe su estado terminal como una pugna entre la vida y la muerte usando una duplicación terminológica “luchar en agonía”, pues “agonía” en griego significa “lucha”. La oración usa el concepto de asociación con Cristo y a su pasión, que tan importante es para entender tanto la liturgia como el misterio del sufrimiento humano. La asociación consiste, básicamente, en una unión estrecha e íntima con Cristo y sus misterios. Respecto a la enfermedad y a la proximidad de la muerte, el hombre se une, por ese medio, al misterio pascual de Jesucristo en favor de la redención del mundo. Y esto le vale como purificación de sus pecados y consecución de la vida eterna.

La segunda oración colecta está destinada para las personas que, se presupone, van a morir hoy. El Dios, aquí también, “Todopoderoso” y “misericordioso” mantiene, por amor, vivas a todas sus criaturas (cf. Sab 11, 22-23), porque para Él todos están vivos. La oración presenta un concepto sobre la muerte desde una doble perspectiva: salir y descansar. Eso es la muerte para los cristianos: salir de este mundo y descansar en el Señor y en su misericordia.

La oración sobre las ofrendas vuelve a estar dirigida sobre el individuo moribundo pidiendo tres gracias sobre él: 1. El perdón de los pecados; 2. Soportar los dolores y 3. Conseguir el descanso eterno.

La oración para después de la comunión, cuya segunda sección está tomada del misal romano de 1570[1], presenta dos efectos de la Eucaristía respecto del moribundo que la recibe en forma de viático: ser confortado en la enfermedad, vencer al demonio y ser acogido por los ángeles en el cielo.

Los textos bíblicos seleccionados para este formulario son: Rom 14, 7-8 para la antífona de entrada, donde se nos recuerda que tanto la vida como la muerte son gestos de la providencia de Dios hacia nosotros. para la antífona de comunión encontramos dos opciones: Col 1, 24 que es una exhortación a vivir la enfermedad en una perspectiva redentora, asociándonos a Cristo en su Pasión; y Jn 6, 54, pues la comunión con el Cuerpo y Sangre del Señor, en forma de viático, es prenda de salvación para el que muere.

III. Vida

El formulario que acabamos de analizar nos ofrece algunas perlas literarias que nos permiten hacer una breve reflexión sobre la muerte y de cómo enfrentarnos a ella cristianamente.

1. “Abriste misericordiosamente al hombre las puertas de la vida eterna”: el primer punto para abordar sanamente el tema de la muerte, es situarla dentro de la economía de la Salvación. Como fruto del pecado que es, se hizo necesario que un alguien viniera a librarnos de ella, venciéndola desde dentro; por eso, como nos dice el himno Te Deum: “Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el Reino de los Cielos”. Así, la muerte fue vencida por Cristo en su Pascua y desde entonces se ha convertido para los cristianos en puerta de acceso a la vida eterna. Y es como creo que debemos valorarla: no como un fin en sí misma, sino como un medio para gozar de la verdadera vida que es ver a Dios, esto es, morir en el Señor y tenerle a Él en un eterno “para siempre”.

2. Salir y descansar: en estos dos verbos se concentra el sentido cristiano de la humana muerte. Supone, en primer lugar, una salida de este mundo, un abandono de la realidad cotidiana, una ruptura con todo lo que nos liga al quehacer cotidiano. La muerte, en este sentido, es finitud y limite. En segundo lugar, la muerte es descanso y solaz para las fatigas, tal como nos dice el libro del Apocalipsis: “Dichosos los que mueren en el Señor, Si –dice el Espíritu- que descansen de sus fatigas porque sus obras les acompañan” (Ap 14, 13). La muerte es, pues, como dice el Canon romano de la misa, “el lugar del consuelo, de la luz y de la paz”. La muerte del justo es descanso para el alma y espera para el cuerpo, templo del Espíritu.


Como conclusión, traemos a colación una breve antífona del oficio de difuntos que, con extraordinaria raigambre bíblica, recoge perfectamente lo que el hombre debe pedir cuando se encuentra al borde de la muerte: “In paradisum deducant angeli, in tuo adventu suscipiant te martyres et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem. Chorus angelorum te suscipiat et cum Lazaro, quondam paupere, aeternam habeas réquiem (=Al paraíso te conduzcan los ángeles, a tu llegada te reciban los mártires y te conduzcan a la ciudad santa de Jerusalén. El coro de los ángeles te reciba y con Lázaro, el que fue pobre, tengas el descanso eterno)”.

Dios te bendiga



[1] MR1570[926]