sábado, 2 de diciembre de 2017

MARANA - TÁ


HOMILÍA DEL I DOMINGO DE ADVIENTO



Queridos hermanos en el Señor:

«Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve». Con esta antífona que nos proponía el salmo responsorial, ya desde el comienzo de este nuevo año litúrgico, la Iglesia invoca a su Señor Jesucristo para que le devuelva la santidad perdida por los pecados.

Al Pastor de Israel se dirige el profeta Isaías con un anhelo que brota desde lo más hondo del corazón creyente «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!». El profeta describe con cierto dramatismo la relación entre Dios y su pueblo. Dios es “nuestro padre”, “nuestro redentor” y nosotros somos sus hijos “obra de tu mano”. Dios es, ante todo, un Dios cercano, cuya presencia nunca se aparta ni se desdice de nosotros; aunque seamos impuros, manchados y marchitos, aunque nos ocultemos de su presencia por miedo o por vergüenza, Él sigue siendo el Señor, nuestro padre y nosotros “arcilla” y Él el alfarero. Es el retrato del Dios que viene, que se acerca para juzgar al mundo y para dar la victoria a sus hijos inocentes.

Es el Dios, como hemos cantado en el salmo, que protege a su pueblo, a su Iglesia. Esta Iglesia que ya, ahora, aguarda «la manifestación de nuestro Señor Jesucristo», el que nos ha enriquecido con su pobreza, el que nos mantiene firmes y el que nos llama a participar de su misma vida, como nos recordaba el apóstol san Pablo. El mismo Jesucristo en el evangelio nos ha llamado insistentemente a vigilar y a velar porque no sabemos cuándo vendrá de nuevo, ni tan siquiera Él mismo lo sabe.


Porque la figura de este mundo, todo lo que vemos, está llamado a desaparecer y a ser transformado. Al principio del Adviento, la liturgia de la Iglesia nos recuerda que los cristianos, somos un pueblo en marcha, peregrinos en tierra extraña, y que, al levantar nuestra alma y todo nuestro ser al Señor, nuestra meta es el «poseer el reino eterno».

El Adviento nos propone una actitud de constante e intensa vigilancia, de honda expectación ante el parto de la Virgen Madre y ante la inminente llegada del Señor a nuestra vida. Dios vino y quiere seguir viniendo. Ante este deseo divino, nosotros hoy queremos acogerlo, queremos decir, como Iglesia-esposa de Cristo, movidos por el Espíritu Santo: Ven, Señor Jesús, vena nuestra vida, Marana-tha.

En este primer domingo de Adviento os invito a orar, hermanos, haciendo una lectura pausada y meditativa de estas lecturas que hemos proclamado: «Ojalá rasgases los cielos y bajases, Pastor de Israel, para que seamos restaurados y tu rostro brille sobre nosotros que aguardamos la manifestación de tu Hijo, que nos ha enriquecido, nos mantiene firmes y nos llama a participar de su gracia. Que velemos, Pastor de Israel, y vigilemos para que cuando venga el dueño de la casa, nuestras almas estén dispuestas para morar con Él en el cielo. Amén»

Dios te bendiga

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