viernes, 25 de agosto de 2017

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO





Antífona de entrada

«Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en ti. Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día». Del salmo 85, versículos del 1 al 3. Al iniciar nuestra celebración del domingo, estos versos pretenden poner palabras a las veces que nos sentimos ahogados por el peso de la vida. En la santa misa es donde mejor podemos descargar nuestro grito de auxilio porque sabemos que es éste, y no otro, donde Dios se inclina para acoger y recoger la súplica confiada de sus hijos. Nuestra alabanza, que sube al cielo, regresa a nosotros en forma de bendición, misericordia y santificación.

Oración colecta

«Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo». Presente en los sacramentarios gelasiano antiguo (s. VIII) y de Angoulenme (s. IX) y en el misal romano de 1570. Esta oración pivota sobre dos palabras “amar” y “esperar” los gozos verdaderos pues son tanto lo que se prescribe como lo que se promete. Solo este amor guiado por la esperanza puede mantenernos firmes y en pie en medio de los avatares que nos asaltan en el camino de la vida.

Oración sobre las ofrendas

«Señor, que adquiriste para ti un pueblo de adopción con el sacrificio de una vez para siempre, concédenos propicio los dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor». Esta oración, de nueva creación, está centrada en el sacrificio reconciliador de Cristo testimoniado por san Pablo en Col 1,20. ¿En qué consiste esta reconciliación? En los dones de la unidad y de la paz. Unidad y paz, primeramente entre la comunidad humana y consecuentemente entre los miembros de la Iglesia toda por quien se ofrece este sacrificio de alabanza.

Antífonas de comunión

«La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor, para sacar pan de los campos y vino que alegre el corazón del hombre». Del salmo 103, versículos 13 y del 14 al 15. Esta antífona sintetiza la dimensión cósmica de la liturgia: toda la naturaleza está al servicio del poder y de la manifestación de lo divino y sobrenatural. El pan de los campos y el vino alegre de la vida, puestos en el altar y transformados por la acción del Espíritu Santo, vuelven a nosotros como Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo. De lo puramente natural a lo grandiosamente sobrenatural.

«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día, dice el Señor». Tomada de Juan 6, versículos 54. Vuelve a aparecer el evangelio según san Juan como una constante de la acción eucarística. Una vez más se nos vuelve a invitar a saciarnos de estos celestes alimentos que nos dan a pregustar la vida eterna.

Oración para después de la comunión

«Te pedimos, Señor, que realices plenamente en nosotros el auxilio de tu misericordia, y haz que seamos tales y actuemos de tal modo que en todo podamos agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano de 1570. Esta ha sido la gran aspiración de los personajes más insignes de la Escritura: agradar a Dios en todo. Por conseguir este fin, no dudaron en dejar todo e incluso sacrificar lo que más quisieron. Hoy, el cristiano del s. XXI, debe buscar en medio de “las vicisitudes de este mundo” (o.coll.) el modo y las formas de seguir agradando a Dios con su oración, palabras y obras para ser tales.

Visión de conjunto


La vida nunca es fácil. En el tradicional himno mariano “Salve Regina” se define la vida como “lacrimarum valle (= valle de lágrimas)”. Ciertamente es así pero no del todo. Yo creo que la vida es un  camino de rosas. Si. Hay espinas que pueden punzarnos pero la suave textura de sus pétalos contrasta con la aspereza de éstas. Y todo esto, envuelto en una fragancia aromática que hace las delicias de nuestras pituitarias. Lo que quiero  decir con todo esto es que a veces nos fijamos en la dureza de la vida, en lo mal que esta todo y no percibimos la bondad que Dios va sembrando a nuestro alrededor. Ni ser acríticos optimistas ni agoreros pesimistas sino hombres y mujeres centrados y con ánimo fuerte para capear los malos momentos y disfrutar los buenos.

Quien piense que por ser cristianos se nos tiene ahorradas las vicisitudes de la vida, está muy equivocado. No somos ni más ni menos humanos que otras personas. De carne y hueso como tantos otros. La diferencia está en la vivencia de esas vicisitudes. O vivirlas desde el amor o vivirlas desde el desaliento; o vivirlas desde la esperanza o vivirlas desde la más triste de las desesperaciones. Para el cristiano no hay nada ajeno que no haya padecido o vivido el mismo Señor Jesucristo. Todo acontecimiento humano tiene sentido desde la fe. Todo puede ser vivido desde la unión con Jesucristo.


Necesitamos crecer en este misterio de amor: la unión con Jesús, pues Él nos ha dicho que sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). La unión con Jesús es un movimiento espiritual que nos hace gustar los bienes celestiales y poner todo nuestro empeño en conseguirlos. Para ello es de capital importancia la oración asidua y detenida ante Jesús-Eucaristía. Dado que la contingencia humana no siempre permite la constancia en el bien, es necesario acudir al sacramento de la reconciliación con frecuencia. Pero previamente será necesario un elaborado examen de conciencia para, no solo escrutar nuestra conciencia y los pecados sino también analizar las causas y circunstancias que han rodeado o llevado a esos pecados.

La devoción a María, Madre del Verbo encarnado, será el lazo de amor que ciña todo nuestro culto y amor a Jesucristo. El ejemplo de los santos y la invocación constante a estos reclamando su intercesión nos será de gran valimiento para esta empresa de la vida cristiana que nos disponemos a acometer. No podemos olvidar nuestra obediencia y amor a las directrices y medios que la Iglesia nos ofrece: la liturgia, los ejercicios de piedad y de devoción. Todo esto nos conducirá a una más y perfecta unión con Jesucristo que se traducirá en actitudes morales nuevas: el amor a Dios y el amor al prójimo, sin límites ni miramientos.

Lo dicho: las vicisitudes y dificultades no se nos ahorrarán pero la vivencia de las mismas desde el amor y la esperanza harán que mantengamos siempre firme el ánimo, mientras buscamos nuestra unión con Jesucristo, sentido último de la existencia humana.

Dios te bendiga

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