sábado, 4 de agosto de 2018

EL MANÁ DEL ALMA


HOMILIA DEL XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Continuamos la lectura sistemática del capítulo seis del Evangelio de Juan. Hoy Jesús pretende revelarnos su identidad divina identificándose con el Maná bajado del cielo. Basándose en el pasaje vetero-testamentario sobre la caída del Maná en el desierto para el sustento cotidiano del pueblo, Jesús pretende hacer ver a sus coetáneos que Él es el verdadero Pan que baja del cielo para dar vida al mundo. Jesús, que ha saciado el hambre de aquella multitud que lo escuchaba expectante, quiere, del mismo modo, con su Palabra y su entrega, saciar el hambre espiritual que de Dios tiene el hombre de hoy. Identificándose con el pan, pretende mostrarse como el Dios accesible a la humanidad.

            El maná es una de las prefiguraciones clásicas de la Eucaristía que encontramos en el Antiguo Testamento. El Maná se dio al pueblo como prueba de que Dios acompasaba su presencia a la marcha del Israel peregrino por el desierto. Ante el cansancio y la desesperación que embargaba al pueblo sacado de Egipto, Dios no rechaza la súplica intercesora de Moisés y se muestra propicio a proveer a su pueblo con un alimento que, por sencillo e insignificante que pareciera, fortalecería al pueblo en su peregrinación. Del mismo modo, Jesús, ante la muchedumbre que lo buscaba porque les había llenado el estómago, no duda en, también, proveer al pueblo con un alimento espiritual que también ha bajado del cielo, esto es, Él mismo.


            Ese alimento es el mismo que se nos da hoy en el altar. Jesús, dos mil años después, sigue siendo para su pueblo el Maná verdadero, el pan de vida bajado del cielo para saciar el hambre de Dios, el hambre de trascendencia que aún queda en el corazón del hombre y la mujer de hoy.

            El hombre de hoy se enfrentan a un más que plural mercado de cauces, corrientes y canales espirituales que se le ofertan para calmar toda ansia de trascendencia. Muchas son las que prometen una felicidad inmediata, se muestran como una pseudo-mística que lejos de llevar al Dios verdadero, sumergen al hombre en una espiral de auto-conocimiento y auto-control donde se confunden la paz interior con un sentimiento egoísta de tranquilidad de conciencia. Sin embargo, frente a estos aljibes agrietados, Cristo, pan de vida, pan verdadero, se nos muestra como el único que puede saciar, en plenitud, el alma humana. La oración cristiana, es, pues, incompatible con estas técnicas de meditación oriental. La oración cristiana no es un camino al solipsismo interior, sino una experiencia de salida y encuentro con el totalmente Otro, con ese Tú trascendental que es Dios que nos busca, nos habla y nos interpela. Y ese Dios, hoy, le encontramos en el  Santo sacramento del altar, la verdadera fuente de vida para la humanidad.

            Así pues, hermanos, no sigamos despistados en nuestra búsqueda de Dios. Alejémonos de toda promesa fácil de salvación que solamente conducen a la corrupción del alma y a la condenación eterna. Comamos del pan bajado del cielo, esto es, de la Eucaristía, sacramento de la fe y vida para el mundo. Así sea.

Dios te bendiga

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