sábado, 21 de enero de 2017

"EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN"

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:
Este III Domingo del “Tempus per annum” inaugura un ciclo nuevo de la predicación de Jesús, que Mateo nos traerá cada domingo. Tras la presentación que del Señor hizo el Bautista el domingo pasado, hoy Jesús comienza a predicar la Buena Nueva del Reino de los Cielos.
El oráculo de Isaías, que ya resonó la noche de la Navidad, vuelve hoy a nuestra asamblea para ser leído en clave de cumplimiento: la luz anunciada por Isaías, esperada durante siglos por Israel, haya su realidad y cumplimiento en el ministerio público de Jesucristo.
Éste es la luz que ha venido para iluminar al pueblo que habita en tinieblas, bien sea por la opresión de una potencia extranjera como la romana o bien sea por las tinieblas del error y la ignorancia, pues estamos en la Galilea de los gentiles. Pero Jesús ha venido para algo más que iluminar al pueblo de Israel o a los paganos galileos de aquel entonces; Jesús tiene la pretensión de manifestarse hoy, de nuevo, como luz y salvación para el nuevo Israel, que es la Iglesia, y para los venidos a ella desde el paganismo.
El salmo 26, que hemos cantado, expresa bellamente esta imagen de la luz referida a Cristo: su anuncio del Reino de los cielos es sinónimo del anhelo por habitar en la casa del Señor, de gozar de su dulzura. El Reino de los cielos es el mensaje central de Jesús y, justo con su Resurrección, es el núcleo de la fe y por tanto es aquello que debemos esperar paciente y ansiosamente durante la vida temporal.
La luz de Cristo viene a ser hoy, igual que ayer, consuelo para los que sufren. Es una luz transformante en el corazón del hombre. Tengamos en cuenta que Jesús comienza su predicación llamándonos a la conversión, en griego “metanoiete”. Efectivamente, para poder recibir la luz de Cristo y ser iluminados por ella, hemos de desprendernos de todo lo que oscurece nuestro corazón y nuestra conciencia. Esta luz disipará las tinieblas que opacan nuestra vida, que oscurecen la imagen divina en el hombre. El Reino de Dios está cerca de nosotros mientras Jesús viva entre los hombres. Con su predicación y su obrar el mensaje de Cristo es acreditado como verdadero y su identidad como verdadero Mesías, también.
Esta coherencia real entre sus palabras y sus obras, generará una fuerza de irradiación y atracción en Cristo, que a nadie dejará indiferente. Tal será así, que el encuentro con los primeros apóstoles se trabará en esta dinámica de seducción-atracción. El evangelista Mateo usa del esquema maestro-discípulo para narrar estos episodios: la expresión “venid detrás de mí” era propia de los maestros que aceptaban a sus alumnos, sin embargo, Jesús va más allá y les da un título nuevo: ser pescadores de hombres, es decir, serán los encargados de llevar la luz de Cristo a todos los pueblos de la tierra. En el llamamiento a los primeros discípulos encontramos el germen de la Iglesia como nuevo Israel. Aquellos primeros hombres son prestos en su respuesta, la arrolladora personalidad de Jesús invade en ellos una obediencia rápida y radical que les lleva a romper los mismos vínculos familiares e ir detrás de Él.
Hoy se siguen produciendo estos mismos encuentros con el mismo Jesús. El sigue pasando por nuestras vidas, sigue irradiando su luz entre nosotros. Cristo sigue hoy, también, sanando nuestras enfermedades y dolencias. Él quiere seguir enseñando su Magisterio de Verdad en nuestros corazones con la luz del Espíritu Santo. Pero también, hoy como ayer, Él pide de nosotros la misma actitud de pronta respuesta de los discípulos; quiere que nos arriesguemos y optemos por Él; que nos esforcemos por vivir con coherencia la fe que nos ha dado.
Jesús quiere ser luz que disipe nuestros miedos, nuestras cobardías, nuestras tibiezas, nuestras faltas de fe. Jesús nos llama a dejar iluminar con su luz las regiones oscuras del alma para una eficaz y efectiva conversión. Y la conversión conlleva dolor, sufrimiento, ascesis, renuncia y sacrificio. Pero también está acompañada de la gracia, la luz y el gozo que da el mismo Jesucristo.
Ánimo, pues, hermanos, abracemos la luz de Cristo, aquella luz tan esperada durante siglos y generaciones; abracemos con fuerza el mensaje de Cristo y hagámoslo vida en nosotros. Que la Virgen María, Madre de la luz, nos ayude a conseguir estas gracias y la conversión.
Así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario