sábado, 23 de septiembre de 2017

DAR A CADA UNO LO SUYO


HOMILIA DEL XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

Las lecturas de este domingo nos plantean un tema de extrema importancia para nosotros: las expectativas de la vida espiritual.

Cada uno de nosotros puede tener legítimas aspiraciones en la vida. Todos, legítimamente, podemos generar expectativas de prosperar en la vida, de obtener cada vez más beneficios. Del mismo modo puede ocurrir en la vida espiritual, iniciamos un camino de fe con una generosa entrega a Dios y esto lo hacemos a veces por diversos motivos que pueden ir desde buscar la salvación hasta el hacer de Dios un refugio que nos proteja de los males de nuestro mundo a los que no queremos enfrentarnos. Lo malo de las expectativas está en cuando llega el momento en que no se cumplen, es decir, cuando viene la defección, la frustración y la tristeza. Y en la vida espiritual se concluye con la duda de que Dios exista y, por tanto, se da el paso o bien a un ateísmo opcional o a cambiar al Dios verdadero por el dios personal y a la carta que nos construimos.

Algo semejante le pasaba a los jornaleros de la parábola de hoy: habían sido contratados a diversas horas del día por un salario adecuado, como era costumbre en aquella época. Pero a la hora de cobrar comenzaron las expectativas en los primeros de cobrar más que los últimos. Es esta una perfecta imagen de la vida espiritual: podemos ser llamados a la gracia en cualquier instante de la existencia; Dios puede llamarnos a su servicio en el momento que menos esperemos…y aun así, por más temprano o tarde que sea, la recompensa será siempre la misma: la alegría de servirlo y la eternidad. Y si esto no nos conviene pues comenzamos a vivir como si Dios no existiera.


En este sentido, Dios es justo y bueno porque da a cada uno lo suyo. Pero, lógicamente, esta justicia no es la humana por eso dice Isaías en la primera lectura “mis planes no son vuestros planes”. Efectivamente, para entender a Dios lo primero es romper con la lógica retributiva y mercantilista humana que en aras de defender la justicia impone la ideología de la igualdad como un absoluto sin darnos cuenta de que la igualdad es lo más injusto y desigual porque mientras que la justicia es dar a cada uno lo suyo, la igualdad es dar a todos lo mismo sin tener en cuenta ninguna otra variante.

Esta parábola es también un antídoto frente al “carrerismo” que puede sobrevenir en la vida de la Iglesia. Entendemos por “carrerismo” el afán exacerbado de buscar el éxito y la promoción personal en la vida y en la Iglesia. Este veneno, aunque  a veces se presente revestido de piedad y buenos motivos, genera siempre en nosotros una insatisfacción y una amargura de vida ya que siempre estamos esperando más y más; y lo que es peor, puede conducirnos a usar medios moralmente reprobables para ocupar puestos y plazas. Y es que el cristiano no debe buscar la promoción personal por medios injustos sino por méritos propios y honestidad personal y entender que donde Dios le pone debe dar testimonio y santificarse.

No habrá, pues, al final de la vida más recompensa que la misma gloria del cielo y el saber que el trabajo estaba bien hecho. No habrá más recompensa que la satisfacción del deber cumplido y la salvación de la humanidad a la que hemos contribuido. Solo en Dios esta nuestra esperanza y nuestra justicia, no desesperemos pues de esta verdad de fe. No nos cansemos de esperar en Él y de amar como Él nos ama. Aquí reside el gozo de la vida espiritual perfecta y plena: amar aquí para ser amados allí.

Dios te bendiga

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