viernes, 20 de octubre de 2017

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO





Antífona de entrada

«Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme». Tomada del salmo 16, versículos 6 y 8. Cada domingo, los cristianos nos reunimos en asamblea santa para invocar a nuestro Dios e implorar de Él su misericordia y protección para nosotros, para la Iglesia y para el mundo entero. Y hacemos esto, movidos por la gran confianza que tenemos en que Él inclina su oído hacia nosotros que somos sus predilectos.

La sombra es una imagen muy común en la Biblia para expresar la acción del Espíritu. Cubrir con la sombra implica que es el Espíritu el que fecunda algo. Algunos textos significativos son Gn 1, 2b “el espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas”; Sal 63 (62) “y a la sombra de tus alas canto con júbilo”; Sal 91 (90) “que vives a la sombra del omnipotente”; Mt 17, 5 “una nube luminosa los cubrió con su sombra” Lc 1, 35 “el poder del altísimo te cubrirá con su sombra”. La “sombra de tus alas” es una expresión que en la liturgia de la Iglesia reviste un significado fundamental: es imagen del Espíritu Santo que como en otros momentos de la Escritura alberga la presencia de Dios y hace posible que lo que es mera naturaleza sea potenciado hasta alcanzar un nivel superior a su condición. Entremos, pues, con espíritu generoso en la celebración invocando con gran confianza la asistencia del Espíritu de nuestro Dios.

Oración colecta

«Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor, Jesucristo». Esta oración pertenece a la familia de los sacramentarios gelasianos (ss. VIII-IX) y mantenida en el misal romano de 1570. Esta oración está centrada en la voluntad humana como segundo elemento necesario para el servicio divino. El primer elemento es la gracia que antecede, acompaña y sostiene nuestras obras, pero no es violenta sino que necesita, también, de la cooperación del hombre: su voluntad de hacer algo. Esta voluntad, a veces débil e inclinada al mal, se ve fortalecida por el auxilio divino para mejor servir a Dios. La cooperación gracia y voluntad es lo que llamamos, en teología, la “sinergia”, esto es, obrar en conjunto o la cooperación de dos causas.

Oración sobre las ofrendas

«Concédenos, Señor, estar al servicio de tus dones con un corazón noble, para que, con la purificación de tu gracia, nos sintamos limpios por los mismos misterios que celebramos». Pertenece a la compilación veronense (s. V). El tema central de esta oración no es otro que los dones presentados como posibilidad del misterio celebrado. Me explico: el misterio cristiano no es algo que se desenvuelva en el vacío de lo abstracto sino que se manifiesta y realiza a través de soportes materiales, o lo que es lo mismo, los signos sacramentales (agua, aceite, pan, vino, etc). De este modo, los dones nos mueven a estar al servicio del misterio celebrado y éste puede purificarnos, creando en nosotros un corazón limpio y nuevo.

Antífonas de comunión

«Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». Del salmo 32, versículos 18 al 19. Con “temor y temblor” (cf. Flp 2,12) deberíamos acercarnos a recibir la Sagrada Comunión al saber que Dios no está mirando a cada uno para entrar en nosotros con todo su amor, poder y misericordia para darnos a pregustar la vida eterna, de tal modo que no temamos el morir sino que lo consideremos una ganancia. En tiempos de hambre de Dios, de dudas de fe o de sequedad espiritual, acercarnos a la comunión es el mejor remedio para dejar que Dios actúe en nosotros reanimando nuestra fe, fortaleciendo nuestra esperanza e informando la caridad.

«El Hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por muchos». Del Evangelio según san Marcos, capítulo 10, versículo 45. Y esta vida hoy nos llega a través de la recepción de su Cuerpo y Sangre con las disposiciones debidas.

Oración de postcomunión

«Señor, haz que nos sea provechosa la celebración de las realidades del cielo, para que nos auxilien los bienes temporales y seamos instruidos por los eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor». Excepto la invocación inicial, toda la oración aparece en la compilación veronense (s. V). Con esta oración, buscamos relativizar los bienes temporales, que son terrenos y caducos, para, también, saber hacer un buen uso de ellos. Los bienes materiales no son malos en sí mismos sino en la medida en que ponemos en ellos el corazón y acabamos olvidando los bines celestiales y eternos que deben instruirnos en aquella realidad que hoy nos queda lejos pero que cada día nos está mas cerca.


Visión de conjunto

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Es el único ser sobre la faz de la tierra dotado de alma racional y voluntad de actuación. Esta voluntad del hombre es la que le impulsa a actuar siendo sus actos moralmente buenos o malos en función de su conciencia bien formada según la luz divina que lo alumbra desde el interior, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien” (1704).

La voluntad humana está determinada por la libertad, signo de eminente de la imagen divina en él. Pero tras la caída de Adán, la voluntad humana se vio afectada por la inercia destructora del pecado original. Sus facultades se vieron afectadas y, por tanto, inclinadas hacia el mal y propensas al mal uso de la libertad, como ha recordado el Concilio Vaticano II: “de ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas” (GS 13,2).

Por este motivo, la voluntad humana en su libre actuar necesita del auxilio de la gracia para enderezar los actos humanos de su inclinación al mal y encaminarlos hacia la búsqueda del bien y la verdad. Así pues, bien determinada la voluntad por la gracia el hombre puede hacer cosas buenas y cooperar con Dios en la obra de la redención. A esta cooperación la llamamos, como ya apuntamos más arriba, la “sinergeia o sinergia” (usaremos esta última).

La sinergia resulta del encuentro entre dos fuerzas: la voluntad de Dios y la voluntad del hombre. En Cristo, hombre perfecto y modelo de todo lo humano, se encontraron ambas dos en la misma persona. Las dos naturalezas de Cristo son perfectas y completas pero no supuso ningún tipo de esquizofrenia en Él puesto que todo estaba determinado por su libre aceptación de la voluntad del Padre, de tal modo, que lo humano en Cristo estaba supeditado a lo divino. En Cristo hay, por tanto, una primera sinergia en la misma persona.

Sin embargo, los humanos solo tenemos una única voluntad, la humana. Para nosotros, la sinergia será aceptar la voluntad divina y cooperar con ella informados por la gracia. Aquí radica una de las diferencias grandes con la teología luterana: mientras que para el pesimismo antropológico de Lutero, solo la gracia es lo que cuenta puesto que el pecado original ha destruido totalmente la voluntad humana y su libre actuación; para la teología católica, la gracia divina no se pierde en el vacío sino que supone la voluntad humana y la potencia para que pueda obrar el bien serle imputado el mérito de Jesucristo. Aquí, a veces, caminamos en la cuerda floja: ¿Qué es de Dios? ¿Qué es mío? Llegados a este punto, solo nos movemos por intuiciones espirituales o mociones internas que nos indican si vamos bien o no, o si hemos acertado o no con nuestras decisiones.

La voluntad del hombre ha de estar encaminada únicamente a buscar hacer la voluntad de Dios. Amar el bien y la verdad y buscarlos denodadamente para, como nos enseña san Ignacio de Loyola, “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor” (EE.EE. 23). Será necesario para este fin invocar cada día la asistencia del Espíritu Santo para que con su luz santísima entre hasta el fondo de nuestra alma y nos enseñe lo que es bueno y recto a nuestra conciencia para que apetezcamos y obremos siempre el bien y lo mejor.

Dios te bendiga

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