miércoles, 24 de enero de 2018

MISA PARA FOMENTAR LA CONCORDIA




I. Misterio

Presentamos en este post el estudio de un interesante tema del que hoy poco o nada se habla: la “Concordia”. Se trata, ya de por sí, de una palabra en desuso. Etimológicamente, esta palabra viene de dos sintagmas latinos: “Cum” + “Cordis”, es decir, con el corazón. La concordia es una virtud humana que implica actuar y pensar empeñando el corazón, como sede de los sentimientos, en cada una de ellos.

En lenguaje bíblico, el corazón es el centro de las pasiones y los sentimientos, la sede de la conciencia y el lugar de encuentro entre Dios y el hombre. El corazón va, por tanto, más allá de la visceralidad. El corazón es el lugar de la inhabitación de Dios en el justo. Por tanto, no será aventurado afirmar que la concordia tiene su fundamento primero en Dios mismo, uno y trino. La unicidad esencial de Dios y las relaciones de las tres Personas en la caridad son el paradigma donde basar las relaciones concordes entre los humanos.

Pero la concordia, aun siendo una virtud escrita en el corazón humano que tiene a Dios por autor, necesita ser instruida y formada para que se encamine a su recto fin.  Para ello, Dios, como pedagogo enseña a su Iglesia y a cada cristiano, a través de ella, a amar al prójimo con el corazón y la mejor guía para esto serán los diez mandamientos y la asistencia de la gracia, recibida por medio de los sacramentos. El oficio de santificar y el oficio de enseñar hacen que la Iglesia se renueve en su amor y fidelidad a Dios.

Así, de este modo, la concordia se ve informada por la gracia divina y la instrucción orgánica y sistemática. Pero también necesita del don de la paz, que es el fin de toda virtud humana: sembrar la paz, conservarla y fomentarla. No es una paz, en cuanto ausencia de conflicto, sino una paz que penetra hasta las honduras del alma haciéndonos relativizar los males que nos aquejan y valorar los bienes que a Dios nos acercan. Entremos, pues, a analizar el formulario litúrgico.

II. Celebración


            Para esta misa se ofrece un formulario compuesto por dos oraciones colectas de nueva creación, una sobre las ofrendas, tomada del misal romano de 1570[1], y una de pos-comunión, también de nueva creación, más dos textos bíblicos. Este formulario se ve completado usando una de las dos plegarias eucarísticas para la reconciliación; o bien, el prefacio para la unidad de los cristianos. El color de los ornamentos a usar para la celebración de esta misa se rige por la norma universal para el uso de estos formularios, es decir, o bien el color del día o bien blanco.

            La primera oración colecta está estructurada en tres pilares: Dios, los fieles y la Iglesia. Dios es denominado como “suprema unidad y verdadera caridad” puesto que la Trinidad es el fundamento de cualquier unidad y cualquier concordia que se quisiera perseguir. Los fieles han de tener un solo corazón y una sola alma, como don de Dios dentro de la Iglesia, quien se ve fortalecida porque esta cimentada en la verdad y consolidada en la unidad estable de la concordia. La segunda oración colecta sitúa a Dios en el papel de un pedagogo que enseña a su hija la Iglesia a observar los mandamientos y para ello le da el espíritu de  paz y de gracia. Por su parte, la Iglesia debe servirle de todo corazón y con una voluntad sincera de concordia.

            La oración sobre las ofrendas recuerda que la Iglesia solo puede verse renovada por el oficio de santificar, esto es, los sacramentos; y el oficio de enseñar, por su doctrina. Doctrina y liturgia son los pilares donde se asienta toda la pastoral de la Iglesia; y una de esas acciones pastorales es la de fomentar la caridad y la concordia. La oración de pos-comunión sitúa la unidad pretendida en el mismísimo sacramento de la Eucaristía, a la que no duda en llamar “sacramento de la unidad”. Y puesto que solo en la Iglesia puede recibirse la sagrada comunión, solo en la Iglesia podrá vivirse la santa concordia que es don de Dios recibido en la paz y ofrecido al prójimo con sinceridad.

            Los textos bíblicos propuestos para esta celebración son: como antífona de entrada Hch 4, 32-33 donde se nos invita a tener una unión de corazones para un anuncio valiente, gozoso y creíble del Evangelio. Para la antífona de comunión encontramos Jn 17, 20-21 donde podemos escuchar ese grito angustiado y casi profético de Cristo en la noche de Getsemaní: “ut unum sint (= para que sean uno)”.  

III. Vida


De este formulario se desprenden algunos puntos esenciales para vivir coherentemente y en verdad la honrosa virtud de la concordia:

a) “Un solo corazón y una sola alma”: basado en Hch 4, 32; los fieles han de vivir en comunión de corazones y esto, dentro de la Santa Iglesia. No podemos pretender una unión ecuménica entre cristianos, si dentro de cada una de las mismas iglesias y comunidades eclesiales surgidas de la reforma, no tenemos unidad entre nosotros, los mismos cristianos.

b) La concordia se basa en la Verdad: este axioma es fundamental si se quiere mantener una unidad estable y no sujeta a los vaivenes del tiempo. Las opiniones pueden contener elementos de verdad pero no son la verdad plena, puesto que ésta es, por su misma naturaleza, una y única. Así pues, la concordia consistirá, ante todo, en buscar lo verdadero y objetivo donde confluirán los corazones y las mentes de todos. Por ello, la recta fe será lugar y fuente e concordia mientras que la heterodoxia o la herejía, será, necesariamente, fuente de conflictos y de discordia puesto que se aleja de la verdad y la rechaza.

c) La concordia es un servicio a Dios: dicho lo anterior, no será descabellado afirmar que la concordia, como virtud humana y ejercicio del hombre basado en la Verdad, es el primer servicio a Dios. El primer culto existencial ofrecido por Cristo en el Espíritu Santo. Los corazones están, primeramente, encaminados a la comunión con Dios, donde halla su descanso, como dijo san Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti" (I, 1, 1). Y solo cuando los corazones de los fieles concuerdan en Dios, pueden concitarse entre ellos.

Así, queridos lectores, vivamos esta semana la virtud de la concordia poniendo nuestra fe y nuestro corazón en Dios mismo, y desde Él a los hermanos más pobres.

Dios te bendiga



[1] MR1570 [397].

No hay comentarios:

Publicar un comentario