sábado, 4 de marzo de 2017

HOMILÍA DEL I DOMINGO DE CUARESMA




Queridos hermanos en el Señor:

            Damos inicio ya al tiempo de Cuaresma en cuanto tal, y como cada año el Señor vuelve a sacarnos al desierto. En la tradición bíblica, el desierto es un lugar de muerte, sin vida, una tierra reseca y sin vegetación, donde viven las bestias y el demonio. Pero a la vez es el lugar por donde Dios hace pasar a su pueblo conduciéndolo hasta la tierra prometida. El mismo Jesús convivió con esta lucha de fuerzas en el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches. Es el lugar de la soledad por excelencia. El desierto espiritual es, del mismo modo, el tiempo de la prueba de la fe en el Dios de la alianza, que es siempre fiel; lugar de luchas y combates contra los espíritus del mal; tiempo de aprendizaje del vacío y de la muerte de sí mismo para dejarse llenar del Espíritu de Dios.

            Este es el marco donde hoy se desarrolla la escena evangélica. Cristo es sacado al desierto para ser tentado por el demonio. Pero ¿por qué en el desierto? Para restaurar a Israel que ofendió a Dios en el desierto. El relato de las tentaciones es una construcción teológica que inaugura al nuevo Israel (representado por Jesús, Hijo de Dios) pues del mismo modo que el pueblo de Israel fue tentado y sucumbió en el desierto rechazando el maná y adorando al becerro de oro, ahora el nuevo Israel, también en el desierto, nace aceptando el maná de la Palabra de Dios y rechazando la idolatría.

Las tentaciones de Jesús pueden ser comprendidas desde las tres fuerzas con que habría de amarse a Dios: con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas (cf. Dt 6, 5). Contra el amor del corazón está la tentación de convertir las piedras en pan, es decir, las pasiones y pulsiones humanas; contra el amor con el alma está la tentación de tirarse del templo, esto es, poner a prueba a la providencia un desafío y burla a la vida de Jesús y su consiguiente martirio; contra el amor con fuerza está la adoración idolátrica de las riquezas y propiedades. En definitiva, las tres tentaciones se resumen lo siguiente: no amar a Dios con un corazón unificado, con riesgo de perderlo todo y no ser tenido en cuenta. En este sentido, Jesús es el perfecto amante de Dios.

Pero en esta homilía, me gustaría que nos fijáramos en el diálogo del demonio con Jesús. En un atento análisis descubrimos que las afirmaciones que el diablo emplea en sus proposiciones a Jesús no se le pueden reprochar nada en cuanto a la lógica que tienen o a la cita de los textos bíblicos. Lo mismo que en el relato de Génesis.

Satanás tiene la habilidad de plantearnos el pecado de tal manera que en nada repugnen a nuestro querer. Si el pecado fuera algo desagradable seguramente ni nos acercaríamos, pero con frecuencia el pecado tiene las mismas características que aquel fruto del árbol prohibido, es “apetitoso, atrayente y deseable”. La gran victoria del demonio en el s. XXI es doble: por un lado hacernos creer que no existe y por otro, la de haber subvertido de tal manera nuestras consciencias que nos hace ver como bueno lo que realmente es malo y como malo lo que realmente es bueno. Y en estas lides es en la que estamos todos inmersos.

Queridos hermanos, ¿qué estamos haciendo con el mundo? ¿Quién le hará ver al mundo el error en el que vive? Lo más peligroso que está ocurriendo es querer alterar la naturaleza humana, es decir, rechazar el plan creador de Dios. En la primera tentación, hemos caído al convertir piedras en pan, es decir, adaptar la realidad a nuestros intereses y opiniones. Es la constante ansía del hombre de tenerlo todo controlado, las cosas no son como son sino como yo quiero que sean. Es lo que está proponiendo la ideología de género, por ejemplo, que no acepta la realidad biológica de las personas y pretende desnaturalizarla. Esta tentación hace pecar contra la virtud de la honradez, de la honestidad con nosotros mismos y con los demás.

Frente a esta tentación, Jesús nos remite a la Palabra de Dios, es decir, a la ley divina inserta en el mundo y en la creación. A respetar “las reglas del juego” para no romper el equilibrio de fuerzas. Nuestro propósito como cristianos en esta cuaresma ha de ser la formación bíblica y teológica para conocer y amar el proyecto original de Dios; y en la medida de lo posible ir acomodando nuestra vida a lo que Dios quiere de nosotros.

Queridos hermanos, ¿Cómo vivo mi cristianismo en medio del mundo? ¿En qué medida mi fe me marca las pautas de ser y estar en la sociedad en que vivo? La segunda tentación va dirigida en este sentido: tirarnos al vacío y sin red. A veces vivir la fe en este mundo nuestro conlleva riesgos bastante graves, cansancio, tristeza; y lo más sencillo es romper con todo y dejarnos arrastrar por la mayoría hasta el punto de llegar a una esquizofrenia en la fe, es decir, una cosa es lo que creo y otra la que practico. En definitiva es una tentación en contra de la providencia divina, del cuidado de Dios por cada uno de nosotros. Es la tentación del hastío, del abandono y de la apostasía silenciosa.

Frente a esta tentación, Jesús nos recuerda que el amor a Dios está por encima de cualquier otra cosa. Que lo que realmente merece la pena es tener siempre la amistad de Dios para evitar la vergüenza de vernos desnudos como Adán y Eva. Que aunque cueste, la fe es algo que merece la pena conservar y no perder; reforzar y cultivar cada día por medio de la oración y la formación. Nos enseña que aunque todo se nos ponga en contra, el que se pone del lado de Dios no se arroja al vacío sino que contará con el servicio y ayuda de los ángeles.

La tercera tentación es la de aquellos que han caído en el abandono y la desesperación al entregarse por completo a la adoración al demonio y a sus obras. Aquellos que han perdido la rectitud de conciencia. Los que para imponer sus ideas no tienen escrúpulos de profanar un templo religioso o la inocencia de un niño. Los que para lograr sus objetivos pretenden acallar las opiniones divergentes y no les importa lo más mínimo pisotear a quienes se interponga en su camino.

Ante esta tentación, no cabe diálogo ninguno, sino el rechazo más firme al demonio y a todo lo que provenga de él. Solo Dios y su obra son dignos de nuestra adoración y homenaje. La vida adquiere su pleno sentido cuando se vive en servicio constante y adoración permanente a Dios, nuestro Señor. Este debe ser un segundo propósito cristiano para la cuaresma: la adoración a Dios.

Pues bien, hermanos, vayamos al desierto guiados por el Espíritu divino. Enfrentemos las tentaciones como Cristo las enfrentó sabiendo que la regla para salir victorioso será siempre salvar y mantener el amor a Dios sobre todas las cosas. Este amor es guía, luz, faro, estandarte que marca el camino, la ruta, hacia la patria celestial, es decir, la vida eterna, es decir, ver a Dios, es decir, la felicidad completa. Buena y santa Cuaresma.

Dios te bendiga

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