miércoles, 15 de marzo de 2017

DIA DEL SEMINARIO



Se acerca el día 19 de marzo, fecha entrañable en el calendario litúrgico católico. En este día se concitan varias efemérides: san José, el día del padre, pero sobre todo, el día del seminario. Aunque este año al caer en el III domingo de cuaresma se haya trasladado al día 20.

El origen de esta festividad se debe al sacerdote mártir español beato Pedro Ruiz de los Paños, que siendo rector del seminario de Plasencia (1917-1927), mi diócesis, publicaba dos revistas
vocacionales: “la hoja vocacional” y “El sembrador”, de carácter infantil; promoviendo, así, esta misma fiesta en este día extendiéndose, rápidamente, a toda España. Es por ello una buena ocasión para dedicarle un espacio del blog al que ha sido llamado “el corazón de la diócesis”, aunque este corazón a veces parece que esté infartado.



El seminario debería ser “la niña de sus ojos” de toda la diócesis, pues en él se forman los que un día serán los sacerdotes de la misma. Es una casa grande donde viven chicos jóvenes (alguno no tan joven) que aman al Señor, que han recibido de Él una llamada y con valentía y gran confianza quieren seguirlo. Lo que se espera de ellos es que perseveren en este don y sean fieles a aquel que inicio su camino y lo habrá de llevar a buen término.

Por la importancia que tiene su existencia para la vida y futuro de la diócesis, el seminario debería ser la causa de los desvelos de todos los que formamos la gran familia de la diócesis, sea la que sea. En primer lugar, debe ser el desvelo del señor obispo, el cual en sus primeras entrevistas tras su anuncio ha dicho que por su trayectoria como rector del seminario de Ávila estará muy pendiente de Él, cosa que nos alegra. Pero el señor obispo debe conocer bien a en quienes pondrá su confianza para formar a los alumnos del mismo.

En segundo lugar, ha de ser el desvelo de los sacerdotes que componen el presbiterio diocesano. De todos y cada uno de ellos y sin excepción. Desde hace unos años comenzó a inocularse en el mundo católico cierta corriente teológica, ambigua y extraña, que negaba el carácter sacerdotal de Jesucristo, arguyendo que Jesús era un laico. Quizás se debiera a esa necesidad patógena del clero de estar como pidiendo perdón a los laicos por ser curas. Y es que cuando una teología ni se asume ni se aprende bien, ocurren estos disparates. Negar el sacerdocio de Cristo tiene serias consecuencias:

1. Si Cristo no fue sacerdote no podría haber comunicado su sacerdocio a sus fieles y por tanto ellos no podrían ser, en virtud del bautismo, sacerdotes.

2. Si negamos el sacerdocio de Cristo, no solo el sacerdocio bautismal desaparecería, sino que el sacerdocio ministerial sería inexistente y por ello, todos los sacramentos y toda la liturgia sería vacía y estéril. Puro teatro.

3. Si Cristo no fuera sacerdote y solo laico, y por tanto, el sacerdocio de los fieles y de los ministros no existiera; la Iglesia no sería pueblo sacerdotal, sino solo pueblo laical; de ahí la no necesidad de la vocación sacerdotal.

4. En definitiva la Iglesia no sería más que una asociación filantrópica, una teosofía y no habría trascendencia posible.

Pues bien, esta teología de la que algunos sacerdotes, supongo que por moda o desconocimiento, asumieron y propagaron esta a la base de la despreocupación por parte del clero de no buscar ni promover vocaciones sacerdotales. Por eso, el clero diocesano, debe esmerarse en el arte de la pastoral vocacional, sobre todo, con los monaguillos.

En tercer lugar, los mismos laicos deben tomar conciencia de la escasez de sacerdotes y la importancia de buscar, animar y apoyar las posibles vocaciones que puedan surgir en sus familias o en las parroquias. Los laicos, como co-responsables en la misión evangelizadora de la Iglesia, no pueden estar al margen de la vida del seminario ni dejar de colaborar con Él en sus necesidades y actividades.

Con todo esto, es necesario ir creando una cultura vocacional. Para ello nuestro seminario ha
elaborado un plan vocacional llamado “es hora de bregar” donde están comprometidos un nutrido grupo de sacerdotes jóvenes de la diócesis, no todos lógicamente, y que llevan a cabo una serie de actividades con, por ahora, poco éxito. No obstante este blog apoyará y difundirá dichas acciones puntuales.

Por lo que a este blog respecta, quisiera aprovechar esta festividad para hablar de la dimensión litúrgico-celebrativa en la vida del seminario. Es la más importante y la base fundamental del resto. Partamos de estas palabras del mismo Concilio Vaticano II: «La formación espiritual ha de ir íntimamente unida con la doctrinal y la pastoral, y con la cooperación, sobre todo, del director espiritual; ha de darse de forma que los alumnos aprendan a vivir en continua comunicación con el Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. Puesto que han de configurarse por la sagrada ordenación a Cristo Sacerdote, acostúmbrense a unirse a El, como amigos, en íntimo consorcio de vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan unificar en él al pueblo que ha de encomendárseles. Enséñeseles a buscar a Cristo en la meditación fiel de la palabra de Dios, en la íntima comunicación con los sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y en el Oficio; en el Obispo que los envía y en los hombres a los que son enviados, especialmente en los pobres, en los niños y en los enfermos, en los pecadores y en los incrédulos. Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo» (Optatam Totius 8).

Los seminaristas de hoy se preparan para ser los cultores del mañana, es decir, los sacerdotes que celebrarán la misa y dispensarán los sacramentos, que es lo específico del ministerio sacerdotal. Y decimos específico porque solo pueden hacerlo ellos y no otros. De ahí que la vivencia de la liturgia sea tan importante para que el corazón de estos jóvenes pueda irse troquelando por el amor de Dios, pues la liturgia no es otra cosa que un misterio de santificación y de amor. El seminarista debe aprender, a través de la liturgia, a orar por el pueblo que un día se le encomendará para que pueda decirse de él el versículo responsorial del oficio de pastores: “este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”. Pero dejemos que sea el seminarista encargado de la liturgia de nuestro seminario, Miguel Ángel Palacios Pino como viven ellos esta dimensión:

El aspecto litúrgico es uno de los más importantes en la vida de un presbítero. Por eso, ya desde el Seminario tratamos de cuidar con delicadeza y dignidad nuestras celebraciones diarias: la misa, la liturgia de las horas (laudes, vísperas y completas) y otros momentos de adoración al Señor. Todas estas celebraciones son la fuente de nuestro día a día ya que por medio de ellas nos acercamos más a Dios, configurándonos más con Cristo, y en ellas sentimos como Dios nos ayuda y nos da su fuerza para todas las demás actividades.

Mi tarea en el seminario es estar atento a estas celebraciones diarias. Es algo importante, ya que en la liturgia va nuestra relación con Jesucristo. Leccionarios, Misal, ornamentos, cantos… son los instrumentos con los que contamos para las celebraciones, a las que intentamos cuidar.

Desde pequeñito me ha gustado mucho la música, siento que es un pequeño don que me ha dado el Señor y lo intento potenciar para alabarle cada día más. “Quien canta, reza dos veces” nos decía san Agustín, y es que desde tiempo de los primeros cristianos se ha considerado al canto como un camino mediante el cual dirigir nuestras oraciones a Dios. Testigo de esto es san Pablo en Ef 5,19: “recitad entre vosotros cantos, himnos y salmos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor”.

Los talentos hay que ponerlos al servicio de los demás; por eso animo las celebraciones con la música, tanto con el órgano como con la guitarra o “a cappella”. Puedo sentir cada día como la música nos eleva hacia Dios y nos une más entre nosotros, que cantamos con una misma voz al Autor de Maravillas. La música les da el toque festivo, ya que mediante ella distinguimos los días más importantes de otros más sencillos; pero también da el toque solemne ayudándonos a adentrarnos en el misterio de lo que estamos celebrando y conmemorando.

Las celebraciones que más me gustan y mejor vivo en el seminario son las dominicales ya que desde por la mañana se nota que es un día especial y más solemne: las laudes son presididas y sus salmos cantados; acudimos a la Eucaristía en las parroquias en las que servimos; al caer la tarde adoramos al Señor revestidos todos de túnicas blancas y cantamos las vísperas, que también son presididas. Por la noche concluimos el día con las completas, encomendando nuestro descanso nocturno al Señor.

En verdad hay una bella armonía en todas esas celebraciones: por la mañana acudimos al Señor recordando su resurrección diciéndole “Oh Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo” y reconociéndole como origen de nuestra vida; a la tarde nos acercamos a Él a recordar su muerte y nos revestimos con túnicas blancas, igual que la multitud que le alaba en el libro del Apocalipsis: “Alegrémonos y gocemos y démosle gracias” y por la noche nos acordamos de que el lugar al que estamos destinado es la cena nupcial del cordero en la nueva Jerusalén: “Verán al Señor cara a cara y llevarán su nombre en la frente”.

Una madre es la que cuida todo el seminario, desde el más pequeño al mayor. Ella es la reina de esta casa a la cual amamos veneramos de forma especial todos los sábados: la  Inmaculada
Concepción, nuestra patrona. Por la mañana celebramos la misa de Santa María en sábado y por la tarde rezamos todos juntos el rosario, a lo que añadimos la Oración a nuestra patrona la Inmaculada por la noche, en la que pedimos a María que interceda maternalmente por todos los sacerdotes de nuestra diócesis, por los que nos formamos en el seminario y por el aumento de vocaciones.



Dos fechas son las más importantes en esta casa: la Inmaculada y san José. La fiesta de la Inmaculada tiene gran tradición y se celebra de un modo especial, preparándonos antes con la novena y la escucha de los predicadores que nos dan palabras de ánimo y consejos para seguir adelante en este camino que el Señor nos ha puesto. Otra fiesta de gran importancia es la de san José, día del Seminario y precedido de un triduo donde le pedimos que cuide de nosotros igual que lo hizo con el mismo Jesús.




Así pues, Miguel Angel, Javier, Francisco José y Pablo, la diócesis pone sus ojos en vosotros. No os canséis y perseverad en el amor de Cristo. Sed fieles a su llamada y dejaos acompañar por la Iglesia. La comunidad diocesana reza por vosotros y se alegra de vuestra generosidad.

Que Dios os bendiga.








P.D: Oremos por nuestros seminaristas y para pedir vocaciones sacerdotales:

Oh Dios que quisiste dar pastores a tu pueblo,

derrama sobre tu Iglesia el espíritu de piedad y fortaleza,

que suscite dignos ministros de tu altar

y los haga testigos valientes y humildes de tu evangelio.

Te pedimos que germinen las semillas

que esparces generosamente en el campo de tu Iglesia,

de manera que sean cada vez más numerosos

los que elijan el camino de servirte en los hermanos.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

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