viernes, 1 de junio de 2018

MISSA AD POSTULANDAM CARITATEM


MISA PARA PEDIR LA CARIDAD


I. Misterio

            Afirma san Agustín: «La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (In ep. Io, 10, 4).

Sabemos que la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (cf. CEC 1822). Para los cristianos supone la suprema ley de su obrar, dado que es el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34) dado por Jesús en la Última Cena. De este modo, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos.

Ese mismo amor que Jesús pidió para nosotros fue el que le llevó a dar su vida por los demás, sobre todo, cuando por el pecado, éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos, al prójimo, al lejano; que amemos a los niños y a los pobres como a Él mismo, pues lo que hacemos con ellos es como si se lo hacemos a él (cf Mt 25, 40.45).

La caridad es la primera de las virtudes teologales (1 Co 13,13). El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por ella; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino (cf. CEC 1827).

En este sentido, es importante la consecuencia que marca el Catecismo de la Iglesia: «La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19)» (1828).

Los frutos de la caridad son: el gozo, la paz y la misericordia. La caridad necesita la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión (cf. CEC 1829).

Veamos como ha tratado el formulario litúrgico la cuestión de la caridad como virtud teologal vertebradora de todo el universo espiritual del cristiano.

II. Celebración

La misa “Para pedir la caridad”, cuyo formulario es de nueva creación aunque esta misa también se recogía en el misal anterior, tiene su uso legislado por las normas generales para las misas ad diversa. Puede ser celebrada con los ornamentos blancos o del color del tiempo litúrgico. Conviene emplear, también, la segunda plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades.


La oración colecta nos presenta la caridad como fruto de la acción del Espíritu Santo en nosotros, que nos mueve a buscar agradar a Dios mediante el amor sincero a los hermanos. En la oración sobre las ofrendas, al ser inflamados por el fuego del amor divino, somos movidos a amar a todos los hombres, prójimos de cada uno, como si del mismo Cristo se tratase. La oración para después de la comunión resume todo lo anterior con el concepto de “caridad perfecta”, esto es amor a Dios y amor al prójimo.

Los textos bíblicos asignados son: Ez 36, 26-28 para el introito, donde se recuerda la promesa hecha por Dios a su pueblo – y por prefiguración – a nosotros, de cambiar nuestro corazón esclerotizado por un corazón de carne que sienta y padezca. Para la antífona de comunión se ofrece 1Cor 13, 13, donde san Pablo nos recuerda, a la hora de comulgar, que la virtud principal e imperecedera es el amor de caridad, pues la comunión es alimentarnos de Cristo, amor de los amores y caridad misma.

III. Vida

Tras el análisis del formulario, podemos sacar algunos puntos fundamentales para entender qué es la caridad y cómo podemos vivirla cada día mejor:

La caridad, virtud teologal: es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Como virtud teologal, la caridad se va desarrollando y creciendo a medida que vamos conociendo el bien y el mal, lo bueno y la malo, pero, sobre todo, en la medida en que ejercemos y nos guiamos por la piedad cristiana que nos impulsa a amar a todos, con especial dedicación a los más necesitados y, con amor genuino, a los enemigos y a los que más cuesta amar. Pero es que ahí está la excelencia de la virtud cristiana: en amar a los enemigos, a los que se nos hacen más odiosos.


Amar a Dios: en el primer mandamiento, Dios nos ordena que le reconozcamos, adoremos, amemos y sirvamos a Él solo, como a nuestro supremo Señor. También podemos amar a Dios a través de estas prácticas: 1. La adoración: adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. 2. La oración: la oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. 3. El sacrificio: el sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. 4. Promesas y votos: por devoción personal, el cristiano puede también prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación amor hacia el Dios fiel.

Amar al prójimo: es consecuencia del amor a Dios, a la vez que el fundamento para amar a Dios. Una paradoja más de la fe. La caridad cristiana para con el prójimo no es altruismo ni filantropía, tal vez éstas pudieran ser lo básico que a todo el mundo se le exige, pero no. La caridad cristiana supone un salir de uno mismo para ir al encuentro del otro, ser servidores de los demás y procurar sembrar el bien y la felicidad por donde nos movamos. El amor al prójimo supone reconocer la imagen de Dios en el otro; el prójimo no me es extraño, sino un hermano, un hijo de Dios al que me unen lazos espirituales. La caridad horizontal es presencia de Dios en el mundo, santificación del alma a la cual, al volcarse con la imagen moral de Dios, le son perdonados los pecados.

Así pues,  la caridad perfecta supone, ante todo, amar en cruz, amar a Dios, travesaño vertical que une el cielo y la tierra, haciéndonos hijos de Dios, filiación divina adoptiva por el bautismo; y el amor al prójimo, travesaño horizontal que une a los hombres entre sí, fundiéndonos en una fraternidad universal. La fraternidad humana es el correlato necesario y lógico de la filiación divina, concentrando en sí toda la realidad teologal y última de la Iglesia como sacramento de salvación. La oración del Padrenuestro, recogida en la versión del evangelio según san Mateo, aúna estas dos dimensiones en un sintagma nominal: “Padre” (filiación divina) y  “nuestro” (fraternidad cristiana). Vivamos, pues, esta doble dimensión de la caridad para alcanzar la santidad, que es el gran regalo de Dios a los hombres.

Dios te bendiga

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