miércoles, 16 de mayo de 2018

TEMPORE FAMIS VEL PRO FAME LABORANTIBUS


MISA EN TIEMPO DE HAMBRE O POR LOS QUE PADECEN HAMBRE



I. Misterio

Presentamos hoy el comentario a la misa que tiene como objeto de su plegaria uno de los grandes males que acucian al mundo y al hombre de hoy: el hambre y las hambrunas. Un problema, lamentablemente hoy estructural, que aqueja a grandes masas de población en las regiones de la tierra situadas en el hemisferio sur. Es un problema muy unido al Medio ambiente y a la distribución de los bienes de la tierra. Los números dedicados a este asunto en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (481- 485) dan buena  cuenta de ello.

Los bienes de la tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todos: estos bienes deben ser equitativamente compartidos, según la justicia y la caridad. Los actuales problemas ecológicos, de carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación en el uso de los recursos de la tierra.

El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación fundamental, moral y cultural, para deshacer el complejo y dramático nexo que une la crisis ambiental con la pobreza. La actual crisis ambiental afecta particularmente a los más pobres, bien porque viven en tierras sujetas a la erosión y a la desertización, están implicados en conflictos armados o son obligados a migraciones forzadas, bien porque no disponen de los medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades.

El estrecho vínculo que existe entre el desarrollo de los países más pobres, los cambios demográficos y un uso sostenible del ambiente, no debe utilizarse como pretexto para decisiones políticas y económicas poco conformes a la dignidad de la persona humana. En el Norte del planeta se asiste a una caída de la tasa de natalidad, con repercusiones en el envejecimiento de la población, incapaz incluso de renovarse biológicamente, mientras que en el Sur la situación es diversa. Es importante que cualquier discusión sobre políticas demográficas tenga en cuenta el desarrollo actual y futuro de las Naciones y las zonas. Todo desarrollo digno de este nombre ha de ser integral, es decir, ha de buscar el verdadero bien de toda persona y de toda la persona.


La utilización del agua y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza. El acceso limitado al agua potable repercute sobre el bienestar de un número enorme de personas y es con frecuencia causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza e incluso de muerte: para resolver adecuadamente esta cuestión.

El agua no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su distribución forma parte, tradicionalmente, de las responsabilidades de los entes públicos, porque el agua ha sido considerada siempre como un bien público, una característica que debe mantenerse, aun cuando la gestión fuese confiada al sector privado. El derecho al agua es un derecho universal e inalienable. Veamos cómo lo trata la vida litúrgica de la Iglesia.


II. Celebración

Esta misa presenta dos formularios, ambos simples y completos, para la celebración. Puede elegirse entre uno u otro. Se rige por las normas generales para las misas por diversas necesidades y puede ser completado el formulario con la cuarta plegaria eucarística para la misa por diversas necesidades.


El formulario A: es de nueva creación. La oración colecta está basada en la providencia divina que cuida de todas las criaturas a las que da comida a su tiempo (cf. Sal 145, 15). Ante las situaciones de injusticia y hambre en la humanidad, no cabe otra opción que una caridad eficaz, operativa y concreta para acabar con el hambre y que, saciada las necesidades primarias del hombre, el hombre pueda servir mejor y de buen grado a Dios. L  a oración sobre las ofrendas exhorta a los cristianos a una equitativa distribución de los bienes naturales que son figura y tipo de la abundancia divina. La oración para después de la comunión está basada en Jn 6, 51 para pedir que Dios nos provea cada día del pan vivo bajado del cielo que es alimento para el alma, pero también del necesario para alimentar el cuerpo.

El formulario B: es de nueva creación. La oración colecta, siguiendo la línea del formulario A, se pide que Dios aleje el hambre para que el hombre pueda alabar mejor a Dios. Como rasgos particulares destacamos dos: 1. La invocación inicial está redactada en forma negativa indicando que Dios no hizo la muerte,  o lo que es lo mismo: Dios es el Dios de la vida, mientras que la muerte es consecuencia del pecado y del mal, lo que Dios no es. La muerte que produce el hambre es consecuencia de la transgresión del mandato divino del amor al prójimo, del no codiciarás, del no robarás y del no matarás. 2. Mientras que en la colecta del formulario A está más centrada en la cuestión antropológica (el hombre actúa contra el hambre con caridad eficaz), la colecta del formulario B es de corte más teológico (Dios es el que aleja el hambre de sus hijos).


La oración sobre las ofrendas opone la pobreza humana que presenta dones a Dios, a la generosidad salvadora de Dios que transforma estos pobres dones en primicias de Cristo para nosotros. La oración para después de la comunión presenta como gesto de providencia divina el que podamos comulgar con la Eucaristía a la que llama “alimento del cielo”. Esta es la fuente de la “esperanza y fortaleza” para que la obra humana pueda proveer el pan a los hermanos hambrientos, ejerciendo eficazmente una caridad generosa.    

Los textos bíblicos asignados a estos formularios: para la antífona de entrada tenemos el Sal 73, 20.19 donde se suplica a Dios que no se olvide los que más le necesitan: los pobres, menesterosos, huérfanos, viudas, etc. Por otra parte, para la antífona para la comunión encontramos Mt 11, 28: según el cual, Dios es consuelo y alivio para aquellos que tienen que cargar con el peso de la vida agravado por las injusticas, la pobreza y el hambre.  

III. Vida

Una vez analizado el formulario litúrgico de esta misa veamos que ideas principales podemos extraer para una mejor y justa valoración del problema del hambre y de las soluciones católicas que podemos dar:

1. Pobreza impuesta y pobreza optada: cierto es que en la predicación de la Iglesia, el tema de la pobreza ha estado, y está, muy presente. Pero esto debe ser bien entendido: la pobreza que la Iglesia predica es aquella que se acepta de buen grado como modo de vida desprendido y sin más aspiración y riqueza que Dios mismo; pero es radicalmente opuesta a aquella pobreza injustamente impuesta a personas y pueblos contra su voluntad. Ésta última es un pecado grave que clama al cielo y vindica la justicia divina para quien es explotado y privado de lo esencial para vivir. Así pues, la Iglesia invita a sus hijos a vivir la pobreza evangélica para solidarizarse con aquellos a los que la suerte ha mirado mal. La pobreza evangélica, sobre todo la praxis ascética del ayuno, es el mejor acicate para combatir la pobreza estructural que tantas regiones del mundo viven, traducida en hambrunas, epidemias y enfermedades. Como bien dice el Compendio de Doctrina Social: «la pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: la pobreza, en sus diversas formas y consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no reconoce a cada pueblo el igual derecho a “sentarse a la mesa del banquete común”. Esta pobreza hace imposible la realización de aquel humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, a fin de que las personas y los pueblos puedan ser más y vivir en condiciones más humanas» (CDSI 449).
   

2. La caridad eficaz: en todo el formulario, la idea de actuar eficazmente frente al hambre no cesa de repetirse. El amor cristiano va mucho más allá de esquemas burocráticos o procesos regulatorios. La caridad del cristiano no entiende de razas ni colores ni sexo ni religiones. Los cristianos estamos llamados a amar al prójimo como Cristo les ama. La caridad cristiana ha de ser operativa, constructora de puentes. Una caridad que se preocupe por la persona en su integridad, esto es, cuerpo y alma. Saciar el alimento del cuerpo y el alimento espiritual. Es en definitiva una caridad guiada por esta máxima de 1 Jn 3, 17: «Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» o esta otra de Santiago: «Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos?» (Sant 2,2-4).

3. Distribución equitativa: dice el compendio de Doctrina Social: «La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción o amor preferencial de la Iglesia por los pobres. En toda su enseñanza social, la Iglesia no se cansa de confirmar también otros principios fundamentales: primero entre todos, el destino universal de los bienes. Con la constante reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social insta a pasar a la acción para promover «el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos». El principio de solidaridad, también en la lucha contra la pobreza, debe ir siempre acompañado oportunamente por el de subsidiaridad, gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa, base fundamental de todo desarrollo socioeconómico, en los mismos países pobres: a los pobres se les debe mirar no como un problema, sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo» (449b).

Así pues, frente al hambre del mundo, el cristiano tiene que actuar con una caridad eficaz y operativa que le impulse a una distribución equitativa de los recursos propios en cada país. Las constantes hambrunas, que padece una parte de la humanidad, reclaman de los hijos de la Iglesia un compromiso serio y definitivo por apaliarlas en la medida en que podamos. Los pobres y hambrientos siempre esperan de la Iglesia una respuesta de palabra y obra. No podemos, pues, defraudar las expectativas de los fieles ni dejarnos arrastrar por los criterios y juicios del mundo, nuestra respuesta debe ser católica e ilimitada, sin más límite que el que Dios quiera conceder.

Dios te bendiga

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