miércoles, 9 de mayo de 2018

MISSA IN TEMPORE BELLI VEL EVERSIONIS


MISA EN TIEMPO DE GUERRA O DE DESORDEN


I. Misterio

Abordamos ahora el complejo tema de la guerra, fracaso de la paz. Desde el origen del hombre, los conflictos entre personas no han dejado de sucederse por los motivos más variados: políticos, religiosos, económicos, geográficos, etc. Para tratar este espinoso asunto usaremos de lo afirmado por la Iglesia en su compendio de doctrina social (497-499).

El Magisterio condena  la crueldad de la guerra. La guerra es un flagelo y no representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que surgen entre las Naciones porque genera nuevos y más complejos conflictos y pone en peligro el futuro de la humanidad. Los daños causados por un conflicto armado no son solamente materiales, sino también morales. La guerra es, en definitiva, una derrota de la humanidad.


La búsqueda de soluciones alternativas a la guerra para resolver los conflictos internacionales ha adquirido hoy un carácter de dramática urgencia. Es, pues, esencial la búsqueda de las causas que originan un conflicto bélico sobre las que hay que intervenir con el objeto de eliminarlas. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, también existe la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo.

Las Organizaciones internacionales y regionales deben ser capaces de colaborar para hacer frente a los conflictos y fomentar la paz, instaurando relaciones de confianza recíproca, que hagan impensable el recurso a la guerra. Entre los principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor.

Es importante, pues, para los cristianos orar en estos momentos por el cese de los conflictos bélicos que se suceden en el mundo. Orar por la paz para los cristianos no es una opción sino una obligación que surge de las palabras del Mestro “Bienaventurados los que trabajen por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Para ellos, la Iglesia elaboró un formulario para pedir la paz (ya visto anteriormente) y otro, el anverso, para orar en tiempo de guerra y desorden social. Este último formulario es el que analizaremos a continuación.

II. Celebración

Esta misa se rige por las normas generales para las misas ad diversa. Sin embargo, dada la concreción de la intención, puede usarse cuando la situación social o mundial lo exija, así como en las jornadas prescritas por la paz o para impedir un conflicto armado. Además, este formulario puede ser completado con las plegarias de la reconciliación. Puede ser celebrada con ornamentos propios del tiempo litúrgico donde se empleé.

Es un formulario compuesto por dos colectas alternativas, una oración sobre las ofrendas y una para después de la comunión. La colecta A es de nueva creación donde a Dios se le invoca con dos atributos propios de los tiempos belicosos: la misericordia y la fortaleza. Inspirándose en el cántico del Magníficat, Dios humilla a los soberbios que acaudillan los conflictos violentos y, tal como se dijo en las Bienaventuranzas, hace hijos suyos a los que trabajan por la paz.


La colecta B está tomada del sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII[1] y del misal romano de 1570[2]. La anamnesis de la oración es de una bellaza extraordinaria “autor y amante de la paz, conocerte es vivir y servirte es reinar”. Si observamos bien, respecto de la oración anterior, ésta esta estructurada en un tono positivo, frente a la guerra que hacen los hombres transgrediendo el mandato divino, encontramos que la paz lleva la firma divina, o dicho de otra manera, lo propio de Dios es la paz, de la cual es autor y amante. Asentado este principio, y sabiendo que solo en un clima de paz, el hombre puede tener vida, no será arriesgado decir que quien conoce a Dios, paz misma, tiene vida; y no solo eso, sino que entregarse al servicio divino es el mejor ejercicio del oficio real dado en el bautismo. Y reinamos por ser hijos de Dios, es decir, los que trabajan por la paz. Así pues, el hombre, al ser constructor de paz en el mundo, está sirviendo a Dios y es llamado, en verdad, hijo de Dios, lo que supone para él: tanto la verdadera vida como el poder reinar en medio del mundo, creado por Dios, autor y amante de la misma paz. Es, por otra parte, una oración de confianza y de protección divina (oración profiláctica), pues los que invocan el amparo divino no quieren temer las hostilidades del enemigo.

La oración sobre las ofrendas, también de nueva creación, está basada en el misterio de la reconciliación efectuada por Cristo con su sacrificio de la cruz, donde ha hecho la paz entre Dios y los hombres, así como nos ha dado la lección de amor y perdón, perdonando a sus enemigos. La oración para después de la comunión impetra como una gracia de la comunión el volver a la unidad del corazón para que observemos la ley del amor y la justicia y así, superemos cualquier conflicto bélico.

Los textos bíblicos seleccionados para este formulario son: para la antífona de entrada Jer 29, 11-12.14 donde se nos recuerda que los designios de Dios son siempre los fundados en la paz, por lo que la guerra siempre viene a truncar los mismos. El sal 17, 5.6.7 nos ayuda a invocar a Dios en medio de los peligros que los conflictos violentos conllevan. Para la antífona de comunión se adoptado Jn 14, 27 donde se nos exhorta a mantener la calma en los peores momentos puesto que el Señor nos ha prometido su paz, la paz verdadera que viene de Dios y no del mundo.

III. Vida

            Una vez analizado el formulario, veamos en qué momentos el Magisterio de la Iglesia aprueba el uso de la fuerza para la resolución de conflictos (500-515).


a) La legítima defensa: una guerra de agresión es intrínsecamente inmoral. En el trágico caso que estalle la guerra, los responsables del Estado agredido tienen el derecho y el deber de organizar la defensa, incluso usando la fuerza de las armas. Para que sea lícito el uso de la fuerza, se deben cumplir simultáneamente unas condiciones rigurosas:

1.      Que el daño causado por el agresor a la Nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

2.      Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

3.      Que se reúnan las condiciones serias de éxito.

4.      Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.

Esta responsabilidad justifica la posesión de medios suficientes para ejercer el derecho a la defensa; sin embargo, los Estados siguen teniendo la obligación de hacer todo lo posible para garantizar las condiciones de la paz, no sólo en su propio territorio, sino en todo el mundo.

b) Defender la paz: las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz: quienes custodian con ese espíritu la seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz. Las personas que prestan su servicio en las fuerzas armadas, tienen el deber específico de defender el bien, la verdad y la justicia en el mundo. Los miembros de las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las órdenes que prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios universales. Los militares son plenamente responsables de los actos que realizan violando los derechos de las personas y de los pueblos o las normas del derecho internacional humanitario. Estos actos no se pueden justificar con el motivo de la obediencia a órdenes superiores. Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación del servicio militar en los casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar cualquier uso de la fuerza, o bien la participación en un determinado conflicto, deben estar disponibles a prestar otras formas de servicio.

c) El deber de proteger a los inocentes: el derecho al uso de la fuerza en legítima defensa está asociado al deber de proteger y ayudar a las víctimas inocentes que no pueden defenderse de la agresión. Con mucha frecuencia la población civil es atacada, a veces incluso como objetivo bélico. Es necesario que las ayudas humanitarias lleguen a la población civil y que nunca sean utilizadas para condicionar a los beneficiarios: el bien de la persona humana debe tener la precedencia sobre los intereses de las partes en conflicto. El principio de humanidad, inscrito en la conciencia de cada persona y pueblo, conlleva la obligación de proteger a la población civil de los efectos de la guerra.

d) Medidas contra quien amenaza la paz: las sanciones buscan corregir el comportamiento del gobierno de un país que viola las reglas de la pacífica y ordenada convivencia internacional o que practica graves formas de opresión contra la población. La verdadera finalidad de estas medidas es abrir paso a la negociación y al diálogo. Las sanciones no deben constituir jamás un instrumento de castigo directo contra toda la población: no es lícito que a causa de estas sanciones tengan que sufrir poblaciones enteras, especialmente sus miembros más vulnerables.

e) El desarme: la doctrina social propone la meta de un desarme general, equilibrado y controlado. El enorme aumento de las armas representa una amenaza grave para la estabilidad y la paz. El principio de suficiencia, en virtud del cual un Estado puede poseer únicamente los medios necesarios para su legítima defensa, debe ser aplicado tanto por los Estados que compran armas, como por aquellos que las producen y venden. Cualquier acumulación excesiva de armas, o su comercio generalizado, no pueden ser justificados moralmente; estos fenómenos deben también juzgarse a la luz de la normativa internacional en materia de no-proliferación, producción, comercio y uso de los diferentes tipos de armamento.

Las armas de destrucción masiva —biológicas, químicas y nucleares— representan una amenaza particularmente grave; quienes las poseen tienen una enorme responsabilidad delante de Dios y de la humanidad entera. Es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones.

f) La condena del terrorismo: el terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a la Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de represalia. De estrategia subversiva, típica sólo de algunas organizaciones extremistas, dirigida a la destrucción de las cosas y al asesinato de las personas, el terrorismo se ha transformado en una red oscura de complicidades políticas, que utiliza también sofisticados medios técnicos, se vale frecuentemente de ingentes cantidades de recursos financieros y elabora estrategias a gran escala, atacando personas totalmente inocentes, víctimas casuales de las acciones terroristas. Los objetivos de los ataques terroristas son, en general, los lugares de la vida cotidiana y no objetivos militares en el contexto de una guerra declarada. El terrorismo actúa y golpea a ciegas, fuera de las reglas con las que los hombres han tratado de regular sus conflictos, por ejemplo mediante el derecho internacional humanitario. El terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta. Manifiesta un desprecio total de la vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre fin, y nunca medio. Es una profanación y una blasfemia proclamarse terroristas en nombre de Dios. Ninguna religión puede tolerar el terrorismo ni, menos aún, predicarlo.

            Así pues, es necesario trabajar incansablemente para evitar cualquier conflicto que pueda degenerar en un enfrentamiento violento y armado. Sin embargo, cuando éste sea inevitable, la piedad cristiana, basada más en la misericordia que en la justicia, ha de estar guiada por el Magisterio social arriba expuesto para evita toda humillación e inmoralidad contra los vencidos. Será siempre prioritarios construir puentes entre los hombres y mujeres del mundo entero, recordando la frase de Pio XII y repetida por los papas sucesivos: “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”.

Dios te bendiga



[1] GeV 1476
[2] MR1570 [204]

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