viernes, 4 de mayo de 2018

MISSA PRO PACE ET IUSTITIA SERVANDA

MISA POR LA PAZ Y LA JUSTICIA



I. Misterio

La palabra hebrea «shalom», en el sentido etimológico de «entereza», expresa el concepto de «paz» en la plenitud de su significado. La paz es mucho más que la simple ausencia de guerra: representa la plenitud de la vida. En este sentido, la vida del hombre se progresa en condiciones favorables y se estanca en situaciones adversas. De aquí se desprende, pues, que la paz es necesaria para el progreso de la humanidad mientras que la guerra siempre trunca cualquier aspiración humana.

La promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra, por lo que la Iglesia es, en efecto, instrumento de paz en el mundo y para el mundo. La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la reconciliación, aunque sabemos que no es siempre fácil hacerlo. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede ser aceptado sólo en presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido: se trata de un recorrido largo y difícil, pero no imposible. Sin embargo, el perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos impedir el camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos concretos de la reconciliación.

Por otra parte, La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor. En este sentido, La oración litúrgica es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza; en particular la celebración eucarística es el manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz. De ahí que la Iglesia haya provisto un formulario de misa específico por la paz y la justica y que a continuación analizamos.

II. Celebración

            Esta misa, aun rigiéndose por las normas universales para las misas ad diversa, está prohibido su uso el 1 de enero, que aunque es la jornada mundial de la paz, es, también, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios y prevalece la solemnidad sobre cualquier efeméride adjunta. Esta misa puede celebrarse con ornamentos blancos o del color propio del tiempo. Puede completarse usando las plegarias de la reconciliación. El formulario, en líneas generales, es de nueva creación salvo una oración colecta, que luego se indicará, que está tomada del sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII.

            Esta página del misal ofrece un formulario completo y un segundo formulario con dos oraciones colectas para pedir la paz. Analicemos la eucología.


            En el formulario A encontramos dos oraciones colectas. La oración colecta 1 está basada en el texto de Mt 5, 9, en la bienaventuranza sobre los que trabajen por la paz.  La búsqueda de la misma se basa en la justicia que viene del amor divino. La oración colecta 2 aborda la cuestión de la paz desde la perspectiva del progreso de los pueblos. Dios es el providente que cuida del género humano que tiene un mismo origen y está llamado a formar una misma familia en paz y amor fraterno (cf. Jn 13). La oración sobre las ofrendas está centrada en el valor expiatorio y reconciliador del sacrificio de Cristo, rey pacífico, en la cruz; y que se actualiza en la Eucaristía. La cruz establece la paz entre Dios y los hombres, la unidad del género humano y la concordia entre todos los hombres, a los que alcanza la redención. La oración para después de la comunión recurre al don de la paz que es promesa de Cristo (cf. Jn 14,27) y don del Resucitado (cf. Jn 20, 21).

            En el formulario B se recogen dos oraciones colectas que pueden ser usadas ad libitum bien para la misa o bien para la oración personal. La colecta 1 está tomada literalmente del sacramentario gelasiano del s. VIII[1]. Dios es el creador del mundo y señor del tiempo y de la historia, en cuya mano están los designios de los hombres. Es por ello, que la Iglesia puede suplicar con confianza por la paz social como condición óptima para la alabanza litúrgica. La colecta 2 tiene cierto aire que apunta a ser de alguna liturgia occidental no romana, probablemente de la liturgia hispano-mozárabe. Observemos este paralelo:

Texto hispano
Texto romano
Quia tu es vera pax nostra
et cáritas indisrúpta…
Deus pacis, immo pax ipsa,…



Ciertamente no hay una similitud literal pero si en cuanto a la idea  de que Dios es la misma paz del hombre. Por tanto, quien no admite la paz en su vida ni en su corazón no puede tener a Dios consigo. Así pues, esta oración pide que los buenos conserven la paz y los enfrentados se reconcilien para que todos gocemos de una paz estable.

Los textos bíblicos asignados para este formulario de misa son: para la antífona de entrada Eclesiástico 36, 15-16 en que se pide a Dios el don de la paz para aquellos que ponen su confianza en el Señor. Para la antífona de comunión se han elegidos dos textos: a) Mt 5, 9 donde se recoge la bienaventuranza de los pacíficos y b) Jn 14, 27 donde Jesús promete el don de la paz a sus discípulos tras su muerte y resurrección.

III. Vida

Una vez analizado los formularios extraigamos las líneas teológicas fundamentales para una mejor vivencia del misterio de la paz, ayudándonos de lo que a este respecto dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (cf. 488-520):


1. La paz, don de Dios: Antes que un don de Dios al hombre y un proyecto humano conforme al designio divino, la paz es, ante todo, un atributo esencial de Dios. La paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios mismo. Más que una construcción humana, es un sumo don divino ofrecido a todos los hombres, que comporta la obediencia al plan de Dios. La paz es el efecto de la bendición de Dios sobre su pueblo. La promesa de paz halla su cumplimiento en la Persona de Jesús porque Él ha derribado el muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef 2,14-16).


Como veíamos en las antífonas para la comunión del formulario de la misa El don de la paz sella su testamento espiritual: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez que se encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26). La paz de Cristo es, ante todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de paz y este anuncio tiene su fundamento en el misterio de la Cruz. Jesús crucificado ha anulado la división, instaurando la paz y la reconciliación precisamente «por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad» (Ef 2,16) y donando a los hombres la salvación de la Resurrección.


2. La paz, fruto de la justicia: la paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad. Como apuntó ya Juan XXIII al decir: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios” (PiT 1). La paz es fruto de la justicia, entendida ésta como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. Por eso, la paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. También es fruto del amor porque la verdadera paz tiene más de caridad que de justicia, porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad.


3. Justicia divina y justicia humana: el hombre está deseoso de que se le imparta una justicia equitativa y colme sus aspiraciones. Pero cuántas veces hemos conocido cómo la arbitrariedad humana ha cometido errores que han afectado negativamente a las personas. Sentencias de tribunales humanos que no satisfacen a nadie, juicios sociales movidos más por los sentimientos y la emotividad irracional que por el ansia de aspiraciones justas. Frente a ella, encontramos la justicia divina que, sazonada por la misericordia, mira al corazón del hombre para sanar sus heridas, redimir su pecado y glorificar sus virtudes. Si antes dijimos que la paz es fruto de la justica, no será arriesgado decir que la verdadera paz es la que viene de Dios, fruto de la justicia divina y no de la humana, que nunca satisface a todos ni contribuye a la plenitud de vida del ser humano.

Así pues, es hora, queridos lectores, de ser artesanos de la paz y contribuir, con nuestras obras, a la verdadera justicia que edifica el mundo. La paz no puede quedarse en un mero ideal o en una utopía inalcanzable. No. La paz se construye día a día desde el amor a Dios y al prójimo, y el trato justo y equitativo con los demás. La paz es garantía de serenidad y plenitud de vida, acicate y fundamento para el progreso de la sociedad. Busquemos hacer la paz y vivir en ella para ser llamados hijos de Dios.

Dios te bendiga



[1] GeV 1473.

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