miércoles, 23 de mayo de 2018

MISSA PRO REMISIONE PECCATORUM


MISA POR EL PERDÓN DE LOS PECADOS


I. Misterio

Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre.

La Penitencia, que se llama también Confesión, es el sacramento instituido por Jesucristo para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo. La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos.

La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.

Por todo ello, el formulario litúrgico que abordamos en este artículo pretende ser un corolario al sacramento específico para el perdón de los pecados, esto es, el sacramento de la penitencia o de la reconciliación.

II. Celebración

Esta misa se compone de dos formularios (A y B) que corresponde a la misa “de orationibus diversis” del misal romano de 1962, número 22 del mismo nombre y la 23 llamada “Para pedir la compunción del corazón” y cuyos formularios han sido tomados del misal romano de 1570. Su uso depende de las normas generales establecidas para estas misas. Puede ser completada con las plegarias eucarísticas para la reconciliación. Los ornamentos convienen que sean morados por el tono penitencial de la misma. Conviene su uso en tiempos penitenciales o para la Cuaresma, con permiso del ordinario.

Formulario A:

Oración colecta, tomada del sacramentario gelasiano del s. VIII[1] y presente en el sacramentario gregoriano del papa Adriano[2], ambas con variaciones. Es una oración claramente romana dado que reúne los aspectos de brevedad y concisión. La línea teológica que desarrolla es la relación misericordia y perdón en Dios cuyo efecto en nosotros es el perdón y la paz, tal como se afirma en la actual fórmula de absolución.

La segunda colecta es de nueva creación. Es semejante a la anterior tanto en la forma como en el contenido. La diferencia reside en que la primera está escrita en primera persona del plural y la segunda en tercera persona del singular para acabar en un giro hacia la primera del plural. Aquí la misericordia viene a perdonar todo aquello que nuestras ofensas a Dios nos habían acarreado.

La oración sobre las ofrendas está tomada del misal romano de 1570[3]. La gracia que se demanda en esta plegaria oblativa no es otra que gozar de la compasión de Dios y de su segura guía para nuestras almas.

La oración para después de la comunión tomada con algún cambio del sacramentario gelasiano del s. VIII[4] y presente, también, en el misal romano de 1570[5]. El tema central del texto eucológico es lo que el antiguo catecismo llamaba la tercera condición para una buena confesión: “hacer propósito de enmienda”, evitar cualquier ocasión de pecado y servir con pureza y alegría a Dios.


Formulario B:

La oración colecta está tomada del misal romano de 1570[6], de la misa “Pro petitione lacrimorum”. Teniendo como base el texto de Ex 17, 6b en que se narra cómo Moisés golpeó a la roca para que de ésta brotara agua que calmara la sed del pueblo. Así, la oración que estudiamos construye una petición, sobre una alegoría, para que nuestro corazón, duro como piedra, se convierta en un corazón de carne que sienta y padezca el dolor que nuestros pecados causan a Dios. En otras palabras, se pide el don de lágrimas.

La oración sobre las ofrendas está tomada, en su primera parte del misal romano de 1570[7], mientras que la segunda parte es de nueva creación. También el don de lágrimas está muy presente en esta plegaria donde se nos recuerda que la cruz de Cristo es la verdadera fuente de la reconciliación y del perdón.

La oración sobre las ofrendas esta toma del misal romano de 1570[8] con algún cambio, mientras que se le ha añadido la primera frase de la oración. Las lágrimas que derramamos por los pecados son el agua que lavará los pecados que comentemos por debilidad.

Los textos bíblicos asignados para estas misas son: para la antífona de entrada el texto de Sab 11, 23-24.26 donde se nos recuerda que Dios no quiere la destrucción de sus criaturas sino que espera el arrepentimiento de los que hacen el mal para que vuelvan al camino del bien. Para la antífona de comunión, se ha elegido Lc 15,10 donde se nos recuerda la alegría inmensa que habrá en el cielo cuando un pecador abandona su vida de pecado y vuelve al seno de la Iglesia y del bien. 

III. Vida

Tener una clara conciencia de pecado, una neta distinción entre el bien y el mal, lo malo de lo bueno; es el principio y fundamento para tener una vida espiritual cristiana, sana y que nos haga llegar a las más altas cotas de la santidad. A este fin, el formulario litúrgico que presentamos hoy puede contribuir si sabemos desentrañar las líneas teológico-morales que ofrece:

1. Pecado y virtud: el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. El pecado es una ofensa a Dios. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Hay dos clases de pecados: original y actual.

·         Pecado original: es aquel con que todos nacemos y que hemos contraído por la desobediencia de nuestro primer padre Adán. Los daños del pecado de Adán son: privación de la gracia, pérdida del paraíso, ignorancia, inclinación al mal, la muerte y todas las demás miserias. El pecado original se borra con el santo Bautismo.

·         Pecado actual: es el que comete con su libre voluntad el hombre llegado al uso de razón. Hay dos clases de pecado actual: mortal y venial.

o   Pecado mortal: es una transgresión de la ley divina, por la que el pecador falta gravemente a los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se Llama mortal porque da muerte al alma, haciéndola perder la gracia santificante, que es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo. El pecado mortal priva al alma de la gracia y amistad de Dios; le hace perder el cielo; la despoja de los méritos adquiridos e incapacita para adquirir otros nuevos; la sujeta a la esclavitud del demonio; la hace merecedora del infierno y también de los castigos de esta vida. Para pecar mortalmente se requiere, además de materia grave, plena advertencia de esta gravedad y deliberada voluntad de pecar.

o   Pecado venial: es una transgresión leve de la divina ley, por la que el pecador sólo falta levemente a alguno de los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se llama venial porque es ligero respecto del pecado mortal, no hace perder la divina gracia y Dios más fácilmente lo perdona. El pecado venial: 1.º Debilita y entibia la caridad; 2.º Dispone al pecado mortal; 3.° Nos hace merecedores de grandes penas temporales en este mundo y en el otro.

Virtud es una cualidad del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien.  La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Las principales virtudes sobrenaturales son siete: tres teologales y cuatro cardinales.

Las virtudes teologales tienen a Dios por objeto inmediato porque con la Fe creemos en Dios y creemos todo cuanto Él ha revelado; con la Esperanza esperamos poseer a Dios; con la Caridad amamos a Dios y en Él nos amamos a nosotros mismos y al prójimo. Dios, por su bondad, nos infunde en el alma las virtudes teologales cuando nos hermosea con su gracia santificante, y por esta razón al recibir el Bautismo fuimos enriquecidos con estas virtudes y juntamente con los dones del Espíritu Santo.

1.      Fe: es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo.

2.      Esperanza: es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y con la cual deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven y los medios necesarios para alcanzarla.

3.      Caridad: es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

Las virtudes cardinales son: Prudencia, Justicia, Fortaleza y, Templanza. Se llaman virtudes cardinales porque son como el quicio y fundamento de las virtudes morales:

1.      Prudencia: es la virtud que ordena todas las acciones al debido fin, y para ello busca los medios convenientes de modo que la obra salga bien hecha, y por tanto, agradable al Señor.

2.      Justicia: es la virtud por la que damos a cada uno lo suyo.

3.      Fortaleza: es la virtud que nos hace animosos pata no temer ningún peligro, ni la misma muerte, por el servicio de Dios.

4.      Templanza: es la virtud por la que refrenamos los deseos desordenados de los placeres sensibles y usamos con moderación, de los bienes temporales.


2. Perdón y misericordia: estas palabras del catecismo de la Iglesia son bastante elocuentes: «Dios, “que te ha creado sin ti,  no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9)» (CEC 1847). La misericordia por los pecados se derrama copiosamente en la medida en que nos arrepentimos de los mismos y buscamos el cambio de vida que solo la gracia de Dios puede proporcionarnos.

3. El don de lágrimas: aunque el tema es desconocido, podemos definirlo como una gracia espiritual, un regalo espontáneo del Espíritu Santo que se concede a alguien para su sanación interna. La Biblia, en el verso más pequeño (Jn 11, 35), afirma que “Jesús lloró” ante la tumba de su amigo Lázaro. Así pues, en la medida en que queremos imitar lo más posible a Jesús, es legítimo llorar. Incluso, Jesús dice que los que lloran son Bienaventurados (cf. Lc 6, 21). Es cierto que el don de las lágrimas no aparece ni en la Biblia, ni en el Catecismo. Pero sí que es mencionado en los autores espirituales desde muy temprano en la Iglesia, y se refiere a una intensa experiencia personal de Dios que se desborda en abundantes lágrimas. Es un desbordamiento espiritual expresado de forma emocional y fisiológica, que crea un gran confort en el alma. El don de las lágrimas puede conducir a experimentar el sabor del estado unitivo espiritual, un presagio transitorio de dicha eterna. Generalmente, estas lágrimas son abundantes y no están acompañadas por el tipo habitual de llanto o distorsión de los músculos faciales. Alguien que tiene un carácter especialmente sensible puede a menudo ser movido a las lágrimas naturales por hermosas realidades espirituales.

4. Enmendar la vida: el fin del reconocimiento de los pecados no es solo la confesión de los mismos, sino el cambio de vida. Solo cuando somos capaces de poner nombre a los síntomas que padecemos el medico puede elaborar un diagnóstico y poner una medicina apropiada a la enfermedad para sanarla. Del mismo modo ocurre con el sacramento de la reconciliación.  El fin no es otro que el de no volver a cometer esos pecados y poder, así, cambiar de vida. Es lo que llamamos el "propósito de enmienda". Tras este sacramento al pecador sanado se le abre un horizonte nuevo,  plagado de la gracia de Dios que lo sostiene en su firme propósito de "nunca mas pecar" para que pueda ser santo, caminar en santidad. Este es el destino al cual nos dirigimos,  la meta de nuestra vida: la felicidad completa.  Saber que tendremos a Dios con nosotros para siempre.



            Ojalá que estas letras nos muevan a la conversión de vida y a acercarnos, sin temor ni vergüenza, al trono de la gracia, a Dios mismos que es el dispensador de la misericordia, el perdón, la compasión y el hacedor de todo bien.

Dios te bendiga



[1] GeV78.
[2] GrH842.
[3] MR1570[624].
[4] GeV521.
[5] MR1570[835].
[6] MR1570[752].
[7] MR1570[600].
[8] MR1570[574].

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