viernes, 10 de febrero de 2017

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO



Entremos con espíritu nuevo en la liturgia que se nos da como regalo en este domingo VI del tiempo ordinario (tempus per annum).
Antífona de entrada

«Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame». Tomada del salmo 30 versículos 3 al 4. Es un salmo de lamentación. El orante se dirige a Dios en medio del peligro con una recia actitud de confianza pues sabe que solo Dios puede salvarlo. Con esa misma confianza somos invitados a entrar en la celebración. Dios es la única protección de nuestra vida, el único puerto donde nuestro corazón descansa tranquilo.

Oración colecta

«Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) en la misa de vigilia de la Ascensión del Señor. Con una gran carga bíblica: un corazón no ambicioso (cf. Sal 130,1), los pequeños (cf. Mt 11, 25 y Lc 10,21), recto es el corazón de José de Arimatea (Lc 23, 50), la sencillez de corazón está recomendada por el apóstol Pablo (cf. Flp 2, 15). El corazón es la sede de las pasiones y sentimientos del hombre. Para el mundo hebreo, el corazón es sinónimo de espíritu, memoria o conciencia. Dios conoce el corazón del hombre (cf. Sal 138, 1.23), no juzga por apariencias (cf. 1Sam 16,7). Esta oración recoge toda esta tradición y pide estar siempre muy unido a Dios, es decir, se trata de la inhabitación de Dios en el justo, puesto que la expresión “rectos y sencillos” es sinónimo de “hombre justo”.
Oración sobre las ofrendas

«Señor, que esta oblación nos purifique y nos renueve, y sea causa de eterna recompensa para los que cumplen tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor». Esta oración no se halla en los sacramentarios precedentes por lo que pensamos que ha sido incorporada en el misal del beato Pablo VI. Recoge y continúa el tema de la oración colecta, esto es, un corazón puro y renovado (cf. Sal 50, 12) para que Dios pueda morar en él, auténtica y verdadera recompensa del hombre justo.
Antífonas de comunión

«Ellos comieron y se saciaron, el Señor les dio lo que habían pedido; no fueron defraudados». Inspirada en el salmo 77 versículos 29 al 30. En verdad, el Señor es el único que nunca defrauda. Cuando los fieles se acercan a comulgar ponen gran confianza en que el Cuerpo del Señor les renovará y sanará las heridas de su corazón y esas expectativas son cumplidas, con creces, puesto que Dios se vuelve generosísimo ante el hombre que pide su alimento (cf. 104, 27-28).

«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». Del Evangelio de Juan capítulo 3 versículo 16. El Señor es salvación y el Señor dado en comunión es entregado nuevamente al mundo para su salvación, esto es, la vida eterna.
Oración después de la comunión

«Alimentados con el manjar del cielo te pedimos, Señor, que busquemos siempre las fuentes de donde brota la vida verdadera. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo y presente también en el misal romano de 1570 en el VI domingo después de Epifanía. Es una oración eminentemente bucólica. Hay un manjar y una bebida. El manjar del cielo es el alimento eucarístico que nos impulsa a ir a las fuentes del agua de la gracia que purificarán el corazón para que esté pueda suspirar por la eternidad, o en palabras de san Agustín “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones 1, 1,1).
Visión de conjunto

            Todos pasamos la vida deseando algo que no tenemos. Con frecuencia tenemos sueños por realizar, planes por desarrollar y metas que alcanzar. Cada cual la suya. Pero hay una aspiración que reside, de una manera u otra, en el deseo de los hombres: la felicidad. Nos repugna la tristeza, la amargura, el dolor, etc. Sin embargo, la vida esta tejida, cual tapiz, por el binomio felicidad-infelicidad. La felicidad no es un fin en si mismo, sino un medio para vivir.

            Pasar la vida buscando la felicidad por sí misma es una continua utopía, es decir, algo inalcanzable por ser inexistente. La felicidad no es un lugar en el que vivir sino un estado de vida a mantener, de tal modo que habrá gente que en la peor de sus desgracias mantenga un ánimo impertérrito y una felicidad constante.

            Pero la felicidad no surge de la nada ni por generación espontánea ni por azar, sino que tiene una causa y un origen. La felicidad esta en Dios mismo. Dios es la felicidad absoluta y en la medida en que creamos en Él y nos fiemos de Él podremos experimentar la felicidad en nosotros. ¿Pero esto como es posible? ¿Cómo llega esta felicidad a mi vida?

            La teología espiritual ha hablado siempre de un concepto teológico, misterioso y sorprendente, al que ha llamado “inhabitación de la Trinidad en el justo”; o dicho con otras palabras: la presencia de Dios en el corazón del hombre piadoso.  La Sagrada Escritura dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Eso es lo que pretende, precisamente, Dios con cada uno de nosotros: hacer morada, poner su tienda en nosotros. Pero para que esto pueda darse son necesarias algunas condiciones: un corazón puro, recto y sencillo.

            La vida de la gracia es conditio sine qua non para que Dios haga verdad su palabra en nosotros. Vivir en gracia de Dios debe ser el propósito de cada cristiano al comenzar el día. Evitar el pecado, ayudado por la misericordia de Dios, es lo primero que debemos programar. Vivir en gracia es vivir conforme a lo que Dios quiere y pide de nosotros. La coherencia fe - vida se hace hoy más necesaria que nunca. El corazón, pues, se hace puro en la medida en que es sanado por la gracia misericordiosa de Dios que se derrama en los sacramentos, en particular dos: comunión y reconciliación.

            Por otra parte, el corazón se hace recto en cuanto que es dirigido por la ley divina que lo inspira, es decir, por los mandamientos (los diez) y los preceptos morales del Evangelio. Y el corazón se vuelve sencillo mediante la docilidad que presta a la gracia de Dios y a las inspiraciones divinas.

En este corazón es donde Dios quiere habitar. En cada participación de la Eucaristía se actualiza y anticipa la participación escatológica en la cena del Cordero (cf. Ap 3, 20) pero para que este mortal encuentro se dé la casa ha de estar preparada y dispuesta, es decir, limpia de pecado.

Una vez efectuado este encuentro gozoso, la felicidad hará morada en el corazón del hombre piadoso y nunca se apartará de él, venga lo que venga, y se desarrollen las circunstancias que se desarrollen.

Así pues, en este domingo proponte hacer una buena confesión en cuanto te sea posible. Cuando comulgues, pídele a Dios que habite en lo más profundo de tu alma, que nunca se separe de ti.

Dios te bendiga









           


No hay comentarios:

Publicar un comentario