viernes, 17 de febrero de 2017

DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO




Antífona de entrada

«Señor, yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho». Del salmo 12 versículo 6. El orante necesita experimentar el auxilio de la misericordia de Dios para poder tener, de nuevo, un motivo para cantar y exaltar de júbilo. La misa de este domingo pretende dar esa razón al fiel para que pueda vivir la celebración con un corazón jubiloso ¿qué motivo será? La doctrina de su palabra y el alimento de sus misterios.

Oración colecta

«Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo». Esta oración está presente tanto en el sacramentario gelasiano (s. VII-VIII) como en el gregoriano (s. IX) se mantuvo en el misal romano de 1570 y el de Pablo VI lo conservó tal cual.

La oración pivota sobre tres verbos: “meditar”- “cumplir”- “complacer”. Para comprender esta oración hemos de partir de la voz de Dios en el pasaje de la Transfiguración: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo” (cf. Mt 17,5; Mc 9,7 y Lc 9, 35) y unirlo a la descripción que hace Jesús de su nueva familia: “mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28 y cf. Mc 3, 35); de tal modo que, lo que Dios pide es que escuchemos la doctrina de su hijo amado, Jesucristo, y la pongamos por obra para formar parte, en verdad, de la familia de los hijos de Dios.

Así pues, la gracia que demandamos en esta oración es doble: por un lado, la de meditar la palabra de Dios (doctrina) y, por otro, la coherencia fe-vida (cumplir de palabra y de obra) para agradar (complacer) a Dios.

Oración sobre las ofrendas

«Al celebrar tus misterios con culto reverente, te rogamos, Señor, que los dones ofrecidos para glorificarte nos obtengan de ti la salvación. Por Jesucristo nuestro Señor». Tomada de la compilación veronense (s. V). La doble dimensión de la liturgia esta bellamente expresada en esta oración: la liturgia es culto y glorificación de Dios y fuente de salvación y santificación para el hombre. Del mismo modo, se destaca el tema de la participación activa de los fieles que han de asistir a la celebración con una actitud de culto “reverente”, es decir, de manera piadosa, consciente y atenta.

Antífonas de comunión

«Proclamaré todas tus maravillas; quiero alegrarme y regocijarme en ti y cantar himnos a tu nombre, Altísimo». Inspirada en el salmo 9 versículos del 2 al 3. Sigue en la misma línea que la antífona de entrada de la misa. El orante ya ha experimentado aquella gracia que pedía el salmo 12 y por eso, en el momento de comulgar, el fiel puede tener razones, más que sobradas, para poder acercarse a este misterio de unión con Dios y con el prójimo. La alegría y regocijo que se experimenta en cada comunión sacramental debe ser transparentada y comunicada externamente con el cambio de vida, que es el mejor himno de alabanza.

«Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Del capítulo 11 versículo 27 del cuarto evangelio. No es sino una confesión de fe ante la presencia real y sacramental de Cristo. Pues bien sabemos los católicos que en la blanca Hostia esta toda concentrada toda la divinidad y gloria del cielo, esto es, el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús.

Oración después de la comunión

«Concédenos, Dios todopoderoso, alcanzar un día la salvación eterna, cuyas primicias nos has entregado en estos sacramentos. Por Jesucristo nuestro Señor». Al igual que la oración colecta, la encontramos por vez primera en el sacramentario gelasiano y luego en el gregoriano; fue conservada en el misal romano de 1570 y el de Pablo VI nos la ha vuelto a ofrecer para nuestra edificación espiritual.

La antífona del Magníficat para las II Vísperas del Corpus dice: “Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”. El banquete eucarístico que acabamos de celebrar se nos presenta, precisamente, como prenda. Este vocablo en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua tiene varias acepciones, nos fijamos en la 4 y la 5. Dice así: acepción 4: “f. Cosa que se da o hace en señal, prueba o demostración de algo” y 5: “f. Cosa no material que sirve de seguridad y firmeza para un objeto”.

En conjunto, la Eucaristía es prenda de la gloria futura o primicia de la salvación eterna (cf. Jn 6, 54) en tanto en cuanto es una señal que pretende demostrarnos lo que nuestros ojos, y no otros, un día podrán ver (cf. Job 19, 27). Pero la Eucaristía no es una señal ficticia o simbólica, sino una señal real y presencial de Cristo, por eso no es solo prenda sino también primicia de aquel objeto, seguro y firme, de contemplación eterna.
                                                                              


Visión de conjunto

            Seguramente, querido lector, el defecto que menos soportamos una persona es, sin duda, la hipocresía, es decir, el “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan RAE dixit. Generalmente, la hipocresía viene acompañada de la incoherencia hasta el punto de que hipocresía e incoherencia no se distinguen clara y distintamente.

            Precisamente, este es el gran pecado del que se nos acusa a los cristianos, hasta tal punto es así, que el mismo Concilio Vaticano II lo expresa con estas palabras: «en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión» (cf. GS 19c). Palabras duras éstas para tomar muy en cuenta la vivencia coherente de nuestra fe.

            En este domingo, la oración colecta nos invita a la meditación asidua de la doctrina de Cristo; pero seriamos muy ingenuos (por no decir protestantes) si la circunscribiremos a los datos evangélicos, es decir, quedarnos solo con lo que literalmente se expone en los cuatro evangelios. No. La doctrina de Cristo es la recogida tanto en los escritos canónicos (la Biblia) como la comunicada por la Tradición de la Iglesia. De ahí que cuando la Iglesia expone una verdad de fe hemos de tomarla como si del mismo Cristo hablando se tratase.

            Por desgracia, no siempre esto se tiene muy claro. Basta ver cómo está el variopinto mosaico eclesial para descubrir que sobre ciertos temas cada uno tiene su opinión y se pugna para que sean verdad. Respecto a la última polémica suscitada por el tema del acceso a la comunión por parte de los divorciados vueltos a casar (civilmente) y que el mismo Cristo lo denominado “adulterio” (cf. Mt 5, 27-32; Mc 10, 11-12; Lc 16,18) el dato tradicional y revelado es que no les está permitido por vivir en desacuerdo a la ley de Dios, es decir, por vivir en pecado mortal; del mismo modo que cualquier otro pecado mortal (robo, fornicación, infidelidad, matar, blasfemar, profanar, injuriar, difamar, etc) impide el acceso a la comunión si no se confiesa de ello y, además, no se hace un firme propósito de no persistir en él (Decreto del Concilio de Trento del 25 de noviembre del 1551 cap. 4, DH 1676). Y sin embargo, vemos como hay episcopados (Alemania, Malta o Filipinas) que lo permiten tan ricamente sin que nadie les advierta de esto. Otro ejemplo: hace poco hemos visto como la mediática monja de ¿clausura? Sor Lucia Caram sale en un programa de televisión ciscándose en la virginidad de María y ¿creen ustedes que alguien ha dicho algo? Pues no. Según ella, desde Roma le dicen que “esté tranquila”.

            Pero con estas incoherencia entre lo que predicamos y vivimos o entre dogma y pastoral, entre teoría y práxis ¿Cómo vamos a evangelizar? ¿Cómo vamos a presentar un testimonio coherente de fe y amor a Jesucristo?

Estamos, ciertamente, ante un momento importante de plaga de incoherencia que no debemos permitir que siga campando a sus anchas. No. El mundo espera de los cristianos algo diferente a lo que otros le presentan. La defensa de la vida, de la familia, del matrimonio, de la libertad y dignidad de los hijos de Dios no admite ni cortapisas ni esperas ni rebajas. Lo contrario será siempre confundir misericordia con permisividad. Dios es justo y misericordioso pero no es permisivo ni “pasota” al estilo “laissez faire laissez passer” proto-liberal.

Y para que esto no sea simple demagogia ideológica vamos a acudir a un texto bastante elocuente de la Escritura: «No digas: «He pecado, y ¿qué me ha pasado?», porque el Señor sabe esperar. Del perdón no te sientas tan seguro, mientras acumulas pecado tras pecado. Y no digas: «Es grande su compasión, me perdonará mis muchos pecados», porque él tiene compasión y cólera, y su ira recae sobre los malvados. No tardes en convertirte al Señor, ni lo dejes de un día para otro, porque de repente la ira del Señor se enciende, y el día del castigo perecerás» (Eclo 5, 4-7).

En fin, el tema central del formulario de la misa de este domingo está en que no basta con solo conocer por teoría sino que debemos esforzarnos para vivir coherentemente lo que sabemos que se debe hacer y para ello la liturgia es la mejor y más eficaz ayuda ya que nos hace salir místicamente de nosotros y nos pone cara a cara con el mismo Dios velado en los signos sacramentales de su Palabra, del pan y del vino.

Así pues, como ejercicio espiritual para este domingo hazte una lista de situaciones o motivos que te impiden vivir coherentemente la fe, analiza sus causas y pídele a Dios la fuerza y la gracia para salir de ellas y volver a Él, volver a experimentar su amor y su misericordia que, como dice otra oración, nuestros pecados retardan.



Dios te bendiga

           


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