miércoles, 8 de febrero de 2017

LITURGIA Y ENFERMEDAD (I)


El próximo sábado 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, la Iglesia celebrará la Jornada Mundial del Enfermo. Con el fin de unirnos a tan importante efeméride ofreceremos en este mes una serie de reflexiones acerca de los textos litúrgicos de la misa por los enfermos de la actual edición del misal romano de Pablo VI.
En este primer artículo haremos un comentario breve sobre los textos bíblicos que recoge el misal, es decir, las antífonas de entrada y de comunión.


Antífona de entrada          

Se ofrecen dos antífonas para el introito de la misa: «Misericordia, Señor, que desfallezco, cura, Señor, mis huesos dislocados; tengo el alma en delirio». Tomada del salmo 6 versículos 3 a 4. Este salmo ha sido titulado por la tradición litúrgica como “el hombre afligido implora la clemencia del Señor”. Es un salmo cargado de dramatismo por la situación física y anímica del orante pero embargado de confianza y esperanza puesta en Dios, el único que lo puede salvar.

La idea de “misericordia”, con la que se abre la celebración, atravesará el contenido de las oraciones que configuran el formulario de esta misa. “Misericordia” nos lleva a considerar la sobria rogativa que aparece en las letanías de los santos “Para que tengas misericordia de todos los que sufren”. Desde siempre Dios ha vuelto su mirada a los pobres y afligidos de la tierra, del mismo modo que en esta celebración, usamos este versículo sálmico para centrar la gracia especial que demandaremos en esta misa: la misericordia para con los que están enfermos, la misericordia como gracia sanadora.  
           «El Señor soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores». Es una interpretación cristológica del cántico del siervo sufriente del profeta Isaías capítulo 53 versículo 4. Esta antífona pone el acento en la perspectiva cristológica del enfermo: es Cristo el que carga con nuestra propia debilidad. Cristo no es solo el sanador sino también el mismo enfermo. Con esta antífona evocamos los pasajes evangélicos en que Cristo mira con amor a los enfermos, se acerca a ellos, los toca y los sana (cf. Mc 2, 1-12. 8.22-26; Mt 9, 2-8; Lc 5, 17-26; Jn 9, 1-41). Lo mismo hoy. Cristo vuelve a pasar por nuestra vida en esta celebración para sanar nuestras dolencias y cargar con nuestro pecado, que es la mayor enfermedad del hombre.

Antífona de comunión
«Completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia». De la Carta del apóstol san Pablo a los colosenses capítulo 1 versículo 24. Esta sentencia pronunciada en este momento de la celebración nos sitúa ante una perspectiva tremenda y fascinante del misterio eucarístico. Pivota la antífona en la siguiente secuencia “mi carne-su cuerpo-la Iglesia”. La Eucaristía es, ante todo, el Cuerpo de Cristo, real y verdaderamente presente; pero en la edad media, los tratados sobre la exposición de la misa al hablar de Cuerpo de Cristo se refieren a la Iglesia mientras que con la expresión “cuerpo místico de Cristo” se refieren a la Eucaristía. Hago esta aclaración histórica para reforzar mi argumentación: mi carne unida, mediante la comunión sacramental, a su cuerpo (de Cristo) conforman el Cristo total, es decir, cabeza y cuerpo, es decir, Iglesia como cuerpo místico de Cristo en el mundo.
             De esta forma no solo hay una comunión sacramental individual con el Cuerpo del Señor sino también una comunión efectiva entre los miembros de la Iglesia que formamos el Cuerpo de Cristo. De ahí, con razón, podemos colegir que la Iglesia, en virtud de la comunión de los santos, asume en sus miembros la Pasión de Cristo que cristaliza en cada situación de sufrimiento y debilidad de los hombres y mujeres que la conforman. La comunión, por tanto, para un enfermo es el acto más sublimemente místico que puede realizar en medio de su enfermedad, porque, en virtud del principio anterior, no solamente se une él a la Pasión de Cristo sino también a toda la Iglesia que sufre y que es redimida por el dolor y la enfermedad. De este modo, el enfermo se convierte en un Cristo viviente, y su postración se vuelve un altar místico donde se realiza la obra de la Redención.

                                                                        Dios te bendiga

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