viernes, 24 de febrero de 2017

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Antífona de entrada
«El Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me amaba». Tomada del salmo 17 versículos 19 al 20. Hoy, domingo, es el día en que Dios nos saca, de nuevo, al lugar más espacioso jamás pensado: la misma celebración litúrgica. Aquí no se necesitan respaldos humanos ni apoyaturas terrenales, el hombre que entra en el espacio mistérico de la liturgia solo necesita de la gracia del Espíritu como único asidero para vivir la liberación amorosa que Dios nos concede cada domingo de nuestras tribulaciones, pecados y fatigas semanales.

Oración colecta
«Concédenos tu ayuda, Señor, para que el mundo progrese, según tus designios, gocen las naciones de una paz estable y tu Iglesia se alegre de poder servirte con una entrega confiada y pacífica. Por nuestro Señor Jesucristo». Este texto oracional aparece en varios sacramentarios (veronense, gelasiano de Angouleme y el gregoriano) y en el misal romano de 1570. El misal de Pablo VI la tomó de la versión que ofrecen el gelasiano y el gregoriano hadrianneo. Por el tenor literario del texto, esta oración se compone en un momento para la Iglesia bastante vertiginoso: tiempo de persecuciones y herejías que desestabilizan a la Iglesia.
Tres sujetos de la oración: mundo, naciones e Iglesia y tres gracias para cada uno de ellos: progreso, paz estable y servicio entregado. Todo ello en conjunto garantiza una paz social y una libertad adecuada tanto para lo profano como para lo sagrado. El verdadero progreso del mundo solo se garantiza mediante la paz y la estabilidad en las naciones y la paz y estabilidad de las naciones solo se adquiere en tanto en cuanto se dejen guiar por Dios (para prueba un botón).

Oración sobre las ofrendas 
«Señor, Dios nuestro, tú mismo nos das lo que hemos de ofrecerte y miras esta ofrenda como un gesto de nuestro devoto servicio; confiadamente suplicamos que lo que nos otorgas para que redunde en mérito nuestro nos ayude también a alcanzar los premios eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada, tal cual, del sacramentario veronense (s. V). Esta oración está marcada por la controversia contra la secta de los  maniqueos. Para ellos, el mundo se divide en bueno y malo, el bien y el mal. Todo lo que viene de la tierra, es decir, lo no espiritual, es malo y por tanto no puede ser usado en la liturgia. De ahí la afirmación “tú mismo nos das lo que hemos de ofrecerte”.
Por la misma razón, ellos piensan que Dios no puede aceptar ningún tipo de ofrenda ni sacrificio agradable, por eso el aserto “y miras esta ofrenda como un gesto de nuestro devoto servicio”. Como el hombre es terreno no puede hacer nada bueno ni ninguna obra buena por sí mismo sino en tanto en cuanto Dios se lo permita, por eso la oración responde a esta herejía con la afirmación “lo que nos otorgas para que redunde en mérito nuestro”. La conclusión es obvia: frente al pesimismo cosmológico y antropológico del maniqueísmo, la liturgia nos previene señalando que la creación puesta al servicio de Dios puede ayudarnos “a alcanzar los premios eternos”.

Antífona de comunión
«Cantaré al Señor, porque me ha favorecido; alabaré el nombre del Señor Altísimo». Inspirada en el salmo 12, versículo 6. En cada comunión Cristo se nos regala como gracia para favorecernos. El Señor altísimo viene a nuestro encuentro en cada pequeña forma de pan. Por esto, el corazón solo puede moverse, en este momento, a la alabanza más serena y más sonora: cantar y alabar con el corazón a Jesucristo es el primer ímpetu que la comunión sacramental inspira en el fiel.
«Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo -dice el Señor». Del final del evangelio de Mateo (28, 20). Y esta promesa de Cristo se hace presente, realidad y cumplimiento en este momento de la celebración. Cristo se ha querido quedar con nosotros para siempre por medio de su presencia real en la Eucaristía que luego será reservada en el tabernáculo o sagrario.

Oración después de la comunión
«Alimentados con los dones de la salvación te pedimos, Padre de misericordia, que por este sacramento con que ahora nos fortaleces nos hagas un día ser partícipes de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario veronense. Las oraciones para después de la comunión suelen tener, generalmente, una impronta escatológica ¿qué es escatológico? Que mira hacia lo último, que está dirigida hacia la vida eterna, el último día. Pues bien, aquí se aprecia esta característica de una manera explícita con esta afirmación “que por este sacramento…ser partícipes de la vida eterna”.

Visión de conjunto
            Cualquier tiempo pasado fue mejor. Nunca he estado de acuerdo con esta frase, me parece que es consuelo de tontos. Cada época histórica tiene su afán, sus vivencias y sus complicaciones. La historia de la Iglesia nunca fue fácil, desde su fundación por Cristo siempre fue amenazada por la persecución y el cisma: gnosticismo, maniqueísmo, adopcionismo, docetismo, arrianismo, macedonianismo, persecuciones del imperio romano, persecuciones de los bárbaros, persecuciones del islam, persecuciones protestantes, persecuciones en países de misión, persecución de la revolución francesa, el kulturkampf de Bismark, persecuciones de regímenes totalitarios (nazis, fascismo, comunismo), guerras civiles y, en la actualidad: por el oriente el ISIS y por el occidente, la ideología de género y los lobbys de presión.
            En este domingo, la compilación del sacramentario veronense nos ofrece una serie de oraciones compuestas en uno de esos contextos de tribulación por parte del papa san León Magno. Los bárbaros están a las puertas de Roma, los maniqueos están ganando adeptos (san Agustín fue uno de ellos en su juventud), el arrianismo está conquistando vastas extensiones de la catolicidad y Eutiques está poniendo en cuestión la doble naturaleza de Cristo afirmando que en la persona divina del Verbo está absorbida y, por tanto, inexistente, la naturaleza humana de Cristo. El Concilio de Calcedonia (451) hará frente a esta cuestión afirmando que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
            La paz de la Iglesia nunca está asegurada, ni tan siquiera del cristiano anónimo que no quisiera darse a conocer. Leamos este texto del Eclesiástico: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él” (2, 1-6).
            Seamos sinceros: agradar a Dios y seguir sus preceptos nunca puede ser compatible con los criterios de este mundo. Jamás. Por eso la Iglesia, si quiere ser fiel a Dios, no puede pretender granjearse el aplauso de la sociedad y si ésta le alabase, debería mosquearse porque algo mal está haciendo. Evangelizar con verdad no es sencillo. Hay que estar, como decía el pasaje bíblico anterior, preparados para la prueba; para el desprecio y abandono de la sociedad y, lo que es más duro, de las amistades, y, lo que es aún peor, de la propia familia.
            Pero ésta es la hora de los valientes; es la hora de la verdad. Es la hora de la verdadera Iglesia, la de los testigos, la de los mártires. Es la hora de dar testimonio de Cristo y su evangelio en su totalidad, sin edulcorantes, sin cortapisas. Es la hora de la siega, de los cristianos que quieren dar su vida por Cristo y no por opciones que se alejan de él. No es la hora de decir lo que otros quieren escuchar para que no nos critiquen, al contrario, es la hora de ser la voz de los pobres, de los enfermos, de los niños, de los que están por nacer, de los defensores y apostadores de la vida desde su concepción natural hasta la muerte; es la hora de hacer frente ante las imposiciones ideológicas que nos están queriendo conquistar y apoderarse de nuestras conciencias y de nuestras almas.
            Hoy como en el s. V, la Iglesia debe saber reponerse y hacer frente a quienes pretenden desestabilizarla poniendo en duda las enseñanzas de Cristo y de los concilios. Es la hora de los verdaderos testigos del evangelio, de los santos con mayúsculas y no de esos advenedizos testigos, llamados ahora, del evangelio y que siempre fueron herejes y cismáticos que rompieron la unidad de la Iglesia y de Europa.
¿Acaso no nos hemos refugiado en nuestra comodidad? ¿Acaso no hemos perdido el sentido trascendente de nuestra vida cristiana? ¿Acaso no somos conscientes de que hemos de rendir cuentas un día ante Dios? Te propongo este domingo que hagas manifestación pública de tu fe: cuélgate una cruz o una medalla por fuera; reza por los cristianos perseguidos y pide como gracia especial de este domingo que Dios te de valentía y coraje para mantener y defender siempre la fe de tu bautismo.

Dios te bendiga


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