jueves, 2 de febrero de 2017

FIESTA DE LA PRESENTACION DEL SEÑOR



Hoy la Iglesia celebra la entrañable fiesta de “La presentación del Señor”. Una fiesta muy querida y celebrada en nuestros pueblos con un folclore rico y sentido, preñado de espiritualidad y amor a Santa María, Madre de Dios. Con el fin de vivir esta fiesta intensamente presentamos algunos rasgos de la misma de tipo histórico litúrgico y teológico-espiritual que nos ayudarán.
Historia
Los primeros datos de esta fiesta los refiere la monja peregrina Egeria en su diario de viajes a Jerusalén en el s. IV (380 aprox.) donde narra una procesión, sin velas, de todo el pueblo, llegado al lugar indicado predican el obispo y los presbíteros sobre el pasaje de Lc 2, 22-40, terminando con la Eucaristía. Poco a poco esta fiesta viaja a Antioquía y Asia menor llegando en el s. V a Egipto y desembarcando en Constantinopla, Bizancio, en el s. VI.
            Al comienzo, cuando la fiesta de la navidad en oriente se celebraba el 6 de enero, la fiesta de la presentación del Señor acaecía cuarenta días después, el 14 de febrero; pero al fijarse, definitivamente por influencia de Roma, el 25 de diciembre como fiesta de la Natividad del Señor, la fiesta se fue desplazando hasta el 2 de febrero, día en que actualmente se celebra. Su nuevo emplazamiento fue fijado por el emperador Justiniano I (527-565) con el nombre de Hypapanté (encuentro del Señor) quien decretó que fuera día de fiesta en todo su imperio. Según refiere san Cirilo de Alejandría aparecen ya las luces y las candelas en el s. V.
 Tras la emigración y posterior exilio de los monjes bizantinos por la cruel persecución desencadenada por la controversia iconoclasta, estos llegan a Roma donde se instalan y fundan monasterios trayendo sus fiestas consigo. De ahí que a finales del s. VI la Iglesia romana adoptara esta fiesta con el confuso nombre de “Purificación de la Bienaventurada Virgen María”; nombre, por otra parte, con el que se ha denominado hasta 1970 y aún subyace en la piedad popular. Esto explica el nombre “purificás” que se dan a las doncellas que en este día visten el traje propio y bailan y cantan coplas en honor de la Virgen.
 Respecto de la procesión de las candelas ya era conocida en el s. V, según dijimos anteriormente, pero pronto pasó a Roma para contrarrestar otra pagana conocida como Amburbale y que cada cinco años tenía lugar por la ciudad a principios de febrero. Este carácter penitencial se mantendrá hasta 1960, en la que se revestía de color morado. En el s. VII encontramos ya una procesión, propiamente cristiana, de las velas y la letanía en el Orden de san Pedro (667) pero una bendición organizada de las candelas no la encontraremos hasta el s. X en las Galias y en el s. XI en Hispania cuando se introduce la popular antífona “Lumen ad revelationem gentium”. Posterior será la introducción del canto “Nunc dimitis”. Lo más original y primigenio es la antífona griega “Adorna Thalamum tuum” de la que luego hablaremos. El carácter mariano de esta fiesta fue dado por el papa Sergio I (687-701).
Liturgia
 El misal romano surgido tras la reforma del Concilio Vaticano II ha mantenido sustancialmente la liturgia tradicional de este día, es decir, la procesión de las candelas (opcional) y la celebración de la misa. Para la procesión se han conservado las antífonas tradicionales, antes dichas, mientras que para la misa se recoge la oración colecta del misal romano de 1570, ya presente en los sacramentarios Gelasiano de Angouleme y en el Gregoriano Hadrianneo; la oración sobre las ofrendas, el prefacio y la oración de pos comunión son nuevas.
Un cambio destacable ha sido el de la denominación de la fiesta: el de “Purificación de la Bienaventurada Virgen María” por el de “Presentación del Señor” pasando, así, del tono tradicional mariano de la fiesta a otro más cristológico.
La monición de entrada del rito de la bendición de las velas narra la escena evangélica que se celebra actualizándola por medio del adverbio “hodie” (hoy). Destaca el último párrafo donde la asamblea eucarística es invitada a caminar al encuentro de Cristo que viene “en la fracción del pan” y vendrá “revestido de gloria”.
El misal ofrece dos antífonas para ser cantadas en la procesión: la primera es un canto responsorial sobre el “Nunc dimitis”. La segunda es la antífona nupcial griega preconciliar “Adorna Thalamum tuum” que expresa líricamente la escena evangélica invitándonos a acoger a María que lleva en brazos a su hijo Jesús.
Respecto a los textos de la procesión de las velas y las candelas destacan las referencias a la luz. Dios es denominado con los atributos de “fuente y origen de la luz”, “luz verdadera, autor y dador de la luz eterna”. Se destaca la luminosidad de su gloria “la luz que no se extingue”. El símbolo de la luz son los cirios encendidos que invitan a los fieles a perseverar en las buenas obras, obras de la luz, para alcanzar la salvación eterna: “cuantos son iluminados en tu templo santo por el brillo de estos cirios, puedan llegar felizmente a la luz de tu gloria”, “llevándolos en sus manos, merezcan llegar, por la senda de las virtudes, a la luz eterna”.
En la misa, el punto de gravitación de la eucología se trasvasa de la “luz” al vocablo “templo”. Así, la antífona del introito es tomada del salmo 47 versículos 10-11: en medio del templo se desarrolla la escena y desde allí surge con fuerza la gloria de Yahvé (kabod Yahvé) llegando al confín de la tierra. La oración colecta hace referencia a la presentación en el templo “hoy” poniéndolo en relación con la gracia de ser presentados con igual santidad ante la presencia de Dios que llena nuestros templos.
La oración sobre las ofrendas presenta un filón teológico muy interesante: la relación Jerusalén-templo y Jerusalén-Calvario. Y lo hace con la expresión “has querido que tu Hijo Unigénito se ofreciera como Cordero inocente por la salvación del mundo”. En el templo de la escena evangélica se anticipa el Calvario de dos maneras: por medio de la profecía del anciano Simeón y por la unión del Hijo y la Madre, pues del mismo modo que María ofrece a su Hijo en brazos a Dios, también en la cruz lo ofrecerá  a Dios como sacrificio por el género humano. La misma madre que lo entra en brazos en el templo de Dios (el mundo) lo sacará en brazos cuando lo reciba exánime en la cruz.
El prefacio propio de esta misa está centrado en el misterio de la presentación del Señor. El protokolon es el tradicional romano, el embolismo guarda cierta relación con el prefacio de la Epifanía, destacando el adverbio “hoy”, la coeternidad del Hijo y su misión como luz de los pueblos y gloria de Israel. El escatokolon hace referencia a la actitud del hombre ante la manifestación de Dios: salir al encuentro del mismo. Tema este que se desarrollará en la oración de pos comunión centrada en el papel del anciano Simeón como representante de Israel y la humanidad en la recepción de la gloria de Dios al entrar en el mundo.

Espiritualidad
Así pues, la fiesta de la presentación del Señor nos presenta un cuadro pintado en cuatro trazos: teológico, cristológico, mariológico y eclesiológico.
1. Teológico: hemos de tener en cuenta que es Dios el que entra en su santo templo. La fiesta del Hypapanté es el solemne encuentro de Dios con su pueblo. Un hecho esperado desde siglos por generaciones de israelitas piadosos, anunciado por profetas y sibilas y anhelados por reyes. La presentación del Señor es una nueva epifanía, es el cumplimiento de la expresión lucana “Dios ha visitado a su pueblo” (cf. Lc 7,16). Dios es glorificado en la profecía de Simeón al exaltar al niño que sus brazos sostienen y sus ojos contemplan.
2. Cristológico: es el mensajero anunciado por Malaquías. Cristo es el Salvador, la Gloria de Dios (kabod Yahvé) esperada por Israel a entrar por el oriente (cf. Ez 43, 4-5) y que habría de llenar todo el templo (cf. 2 Cro 5, 14). Cristo es la luz del mundo, luz para los pueblos que yacen en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1, 79). El Hypapanté es la fiesta de la oblación por excelencia: Cristo es ofrecido al Padre por manos de María y José y de Simeón, cumpliéndose así la profecía de Malaquías “Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén” (Mal 3, 4) donde Judá es significado por la Sagrada Familia, pues José era de Belén de Judá; y Jerusalén es significado por el anciano Simeón. Cristo es ofrecido en el templo como primicia a Dios del mismo modo que será ofrecido en el ara de la cruz como cordero inmaculado; y en ambas ofrendas, es María la que está presenta y la que la posibilita.
3. Mariológico: es la Virgen oferente. La Madre unida íntimamente a su Hijo desde el primer momento de su presentación pública. Aunque la piedad popular sitúa esta escena evangélica entre los misterios gozosos, realmente se trataría de un misterio doloroso, pues la pasión de Cristo es anunciada como pasión, también, de María. Es la “Mater dolorosa” que permanece en pie con el hijo en brazos. Es la Madre sacerdotal en cuanto que ofrece en sacrifico perfecto a la perfecta víctima, el Cordero inocente, al Padre eterno. María en el Hypapanté es ejemplo de sumisión y kénosis, pues ella, que no tenía nada de que purificarse, quiso, como su Hijo Jesucristo, someterse a la ley y cumplir con ella.
4. Eclesiológico: esta fiesta nos presenta la imagen de la Iglesia que recibe la gracia de Dios como el anciano Simeón. Es una Iglesia orante como la profetisa Ana; es una Iglesia oferente como María; es una Iglesia sacerdotal porque se une al sacrificio que supuso para María el anticipo de la Pasión. Es, por último, una Iglesia que vive de la esperanza escatológica de, como Simeón, poder ver un día al Amado que ha anhelado en este mundo.
¿Cómo lo vives tú? ¿Estás dispuesto a vivir tu vida como ofrenda permanente a Dios? ¿Acoges a Dios en tu vida? ¿Sientes que Dios quiere llenar tu vida con su poder y su gloria? ¿Con qué frecuencia te pones en manos de María? ¿Vives con la esperanza de poder un día contemplar a Dios? ¿Tu corazón anhela a Dios?
El tono espiritual de esta fiesta litúrgica se concentra en la antífona griega “Adorna Thalamum tuum”. Rézala despacio e intenta sintonizar con los sentimientos de la Iglesia y de María:
Sión, adorna tu tálamo nupcial
para recibir a Cristo Rey.
Abraza a María, puerta del cielo.
Ella lleva al Rey de la gloria de la nueva luz.
Se detiene la Virgen entregando con sus manos
al Hijo engendrado antes de la aurora,
y Simeón al recibirlo en sus brazos
predicó a los pueblos que Aquel era el Señor de la vida y la muerte
y el Salvador del mundo. Amén.


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