viernes, 21 de julio de 2017

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO





Antífona de entrada

«Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno». Tomada del salmo 53, versículos 6 y 8 centonizados. Esta antífona nos sitúa en la realidad que vamos a efectuar en la celebración: ofrecer un sacrificio de acción de gracias a la bondad divina de quien es nuestro auxilio en la vida. Se nos invita a hacer, desde el inicio de la celebración, una intensa confesión de fe en Dios como el providente que sustenta la existencia humana.

Oración colecta

«Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo». De nueva incorporación. Esta oración invoca los dones de la gracia de Dios dados en el santo bautismo, que no son otros sino las virtudes cardinales (fe, esperanza, caridad) que son infundidas en el corazón del hombre para que éste pueda conocer y perseverar en el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios.

Oración sobre las ofrendas

«Oh Dios, que has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios de la ley antigua, recibe la ofrenda de tus fieles siervos y santifica estos dones como bendijiste los de Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros en alabanza de tu gloria, beneficie a la salvación de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII). Esta antiquísima oración concentra dos líneas teológicas que se unen: por un lado, resume muy bien la línea progresiva de los sacrificios con los que el hombre ha querido aplacar y agradar a la divinidad hasta su plenitud en Cristo; Por otra, concreta estos sacrificios con el personal de cada uno. Veamos estos dos filones teológicos:

Respecto de la evolución en los cultos hasta la venida de Jesucristo:

a) El culto en las religiones pre-judeocristianas: el culto se ofrece a divinidades que tienen que ver con un elemento natural o con un gremio.

b) El culto en el Antiguo Testamento: la existencia de un culto como relación básica entre Dios y los hombres nos lo ofrecen las ofrendas de Caín y de Abel (cf. Gn 4, 3-5). Será el relato del Éxodo el que nos de las claves de un verdadero culto centrado en la adoración al Dios único. La liberación efectuada por Moisés es la clave de bóveda de toda la dinámica religiosa judía. Será con David cuando Jerusalén se convierta en la capital espiritual de Israel, sobre todo, a partir de la edificación del Templo en tiempos de Salomón.


c) El culto en el Nuevo Testamento: plenitud de la Revelación. El acontecimiento central de la Historia de la Salvación es Jesucristo, quien redimensiona toda acción cultual de su tiempo. La Iglesia naciente leerá toda la vida de Jesús desde las Sagradas Escrituras en clave de cumplimiento y por tanto estará convencida de que con Jesús surge un nuevo culto en Israel bajo la acción del Espíritu Santo.

Respecto a la relación entre el culto personal y el comunitario es importante entenderlo desde el sacerdocio común de los fieles. Cada uno de los laicos, tiene un altar personal en el banco del trabajo, sea éste el que sea. Ahí, donde se desarrolle su vida (trabajo, familia, descanso, ocio, aficiones) puede y debe ofrecerse a Dios como Hostia agradable. De tal manera que cuando el domingo acuda, con todo lo suyo y todos los suyos, a la celebración de la santa misa, podrá unir esos pequeños sacrificios diarios de su vida personal al gran sacrificio de Cristo al Padre en la Eucaristía para provecho propio, para alabanza y gloria de la Trinidad y bien de la Santa Iglesia.

Antífonas de comunión

«Ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a los que lo temen». Tomada del salmo 110, versículos 4 al 5. La sagrada comunión es la maravilla diaria que Dios sigue realizando por nosotros ¿cuándo nos daremos cuenta de ello? Vivimos esperando grandes milagros y grandes intervenciones divinas sin percatarnos de que recibir a Cristo en gracia es lo más a lo que podemos aspirar en esta vida. Porque como bien dice la antífona eucarística O sacrum convivium: “¡Oh, sagrado convite!, en el que Cristo es tomado. Se rememora la pasión de Cristo; el alma se llena de gracia; y se nos da una prenda de la futura gloria, aleluya”.

«Mira, estoy a la puerta y llamo, dice el Señor. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». Del Apocalipsis capítulo 3, versículo 20. Vuelve a aparecer aquí el efecto más inmediato de la comunión eucarística: la inhabitación del Señor en nuestro corazón, siempre que esté dignamente preparado. Durante la celebración hemos escuchado la voz del Señor y ahora toca abrir nuestra puerta íntima para que entre y tome posesión de nuestro yo, aun aquel que nos resistimos a abandonar.

Oración para después de la comunión

«Asiste, Señor, a tu pueblo y haz que pasemos del antiguo pecado a la vida nueva los que hemos sido alimentados con los sacramentos del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». De nueva incorporación. Si antes dijimos que el primer efecto de la comunión eucarística es la inhabitación del Señor en el alma; el segundo, y como consecuencia del primero, es la conversión, esto es, sentir repugnancia del pecado y abrirnos al don de la gracia que Cristo nos da. Por eso la oración une la idea del abandono del antiguo pecado, la antigua condición pecadora con la idea de la comunión como alimento.

Visión de conjunto

Definimos asépticamente “virtud” como hábito operativo bueno, es decir, a la perseverancia en toda acción buena. La virtud puede ser una acción puramente humana movida por un ideal o una filosofía o la desnuda filantropía. Una disposición natural a hacer algo que suponga un beneficio para sí mismo o para otros. A veces, la virtud puede estar influenciada para la educación recibida en una cultura determinada de tal manera que un mismo acto puede ser catalogado como heroísmo para unos y como terrorismo para otros.

Pero además de las virtudes humanas, que quedan en el plano moral del individuo, la experiencia de fe, base de la teología, nos ha enseñado que existen una serie de virtudes infundidas por el mismo Dios en el bautismo que nos permiten tener una relación íntima con Él; a éstas las llamamos “virtudes teologales” y son, a saber, la fe, la esperanza y la caridad. Veamos cómo las define y explica el Catecismo de la Iglesia Católica (1813): “Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13)”.

Las virtudes teologales son la base del obrar cristiano. Los cristianos todo lo que hacemos hemos de hacerlo referido a Dios que es quien inspira, acompaña y hace finalizar los santos propósitos. Y aquí es donde radica la diferencia entre ser cristiano y ser buena persona. Lo segundo se le presupone a todo el mundo (mientras no se demuestre lo contrario) siendo incluso el mejor sustrato antropológico para ser buen cristiano. Pero el cristiano no se conforma con ser “buena persona”. No hace obras buenas por puro amor al ser humano, sino porque en ellos reconoce al mismo Dios, como nos dice Jesús en el evangelio “cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (cf. Mt 25, 40).


Y en estos, queridos lectores, hemos de estar muy atentos porque de un tiempo a esta parte se ha ido reduciendo el mensaje cristiano al “buenísmo” descafeinado en que con “ayudar al prójimo hay bastante”. Se reduce el mensaje de la salvación a una ético intramundana sin trascendencia alguna. La eternidad no tiene sentido, pues lo importante es ser feliz y hacer feliz al otro en esta vida. Y lo peor de este “buenísmo” es que esta preñado de pelagianismo. ¿Qué es el pelagianismo? Es una herejía del s. IV, cuyo difusor fue Pelagio (de ahí el nombre) según la cual la gracia de Dios no nos aporta nada sino que Jesucristo es un ejemplo eximio para nuestro obrar. Se sustituye la gracia por la pura voluntad humana. Dios no interviene en nada sino que todo es decisión voluntaria y personal del hombre.

Por consiguiente, el pelagianismo derivó en una moral autónoma, es decir, regida por las decisiones de uno mismo sin tener en cuenta ningún fundamento absoluto. Al fin y al cabo, esta herejía, tan actual como antigua, deviene en un ateísmo práctico o lo que es peor, en una religión a la carta y sin incidencia en la vida personal. El drama del cristianismo del s. XX es que nos hemos dado cuenta  tarde de que no hay asunción personal de la fe, originándose un catolicismo social sin repercusión en la vida privada.

Frente al pelagianismo que hoy nos inunda, los católicos volvemos a revindicar la necesidad de la gracia. Sin el auxilio del cielo no podemos hacer nada. La voluntad es débil y si no está guiada por las inspiraciones divinas puede ir apartándose de la verdad hasta el punto de desacreditar la misma fe, perder la esperanza y banalizar la caridad. Los católicos no podemos permitirnos, aunque quisiéramos, relajar la fe y la doctrina católica. No tenemos derecho a hacer del Magisterio y la tradición “la irrisión y burla de los malvados” (cf. Sal 31), sino el grave deber de transmitirlo íntegro a las generaciones futuras. Esta será la gran aportación de los cristianos a la sociedad humana y la vivencia plena de las virtudes.

Dios te bendiga

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