sábado, 8 de julio de 2017

REVELACIÓN Y FE


HOMILIA DEL XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            En este caluroso mes de julio, el decimocuarto domingo del “Tempus per annum” nos invita a revisar nuestra actitud ante las enseñanzas que vienen de Dios. Creo que el conjunto del mensaje bíblico de hoy se puede estructurar en dos puntos: la forma que Dios tiene de comunicarse y la actitud con la que nosotros acogemos la revelación.

            El profeta Zacarías no presente la venida del Mesías de un modo sencillo y humilde, sin pompa y sin algaradas. Él vendría en un pollino a restaurar la dignidad del pueblo elegido por Dios. Esta profecía se cumplirá en la entrada de Jesús en Jerusalén pero no es hoy día para comentarlo, simplemente nos fijaremos en la “modestia” con la que Dios viene a nuestro encuentro.

            Entendemos por Revelación la auto-comunicación que Dios ha hecho de si mismo a los hombres. Esta fue progresiva a lo largo de la Historia de la Salvación y se dio en total plenitud con la llegada de Jesucristo. La Revelación es diálogo, es comunicar lo que Dios es, lo que debemos saber de su vida divina y lo necesario para la salvación. La Revelación reclama un “otro” con el que hablar, ese “otro” es el hombre, el único ser creado sobre la faz de la tierra con inteligencia y racionalidad capaz de escuchar, hablar y comprender todo lo que Dios le manifieste.

            Pero Dios no realiza esta Revelación de un modo exigente y arcano. Dios es un Dios del encuentro, de la intimidad. Dios no quiere imposiciones, sino aceptación de su palabra con la inteligencia y el corazón. Dios es un cercano. Dios se hace prójimo de todo hombre y mujer que lo busca con sincero corazón. Pero esto no quita para que su comunicación sea veraz, firme, dinámica, interpelante, definitiva. La Revelación, en definitiva, es digna de crédito, digna de fe.

            Jesús en el Evangelio de hoy eleva una típica oración judía de bendición y alabanza porque a Dios le ha parecido bien revelarse, darse a conocer. Pero Jesús hace una distinción: “gente sencilla” y “gente sabia y entendida”. Y aquí, queridos hermanos, debemos aclarar algunas cosas. A veces hemos caído en el error de hacer una interpretación según la cual gente sencilla es sinónimo de analfabeto o de puramente carismático, mientras que gente sabia y entendida es sinónimo de preparación intelectual, de formación especial. Nada más lejos de la realidad.

            La erudición en temas teológicos no es una lacra ni de “sabios y entendidos” sino más bien de gente sencilla que busca entender su fe y se la cuestione y la profundiza. La gente sabia y entendida es, más bien, ese tipo de persona que no reconoce su ignorancia y que va presumiendo de saber mucho y por tanto, nada puede aportarle nadie. Jesús quiere revelarse para todos, especialmente, para aquellos que quieran conocerle, profundizar en su misterio. Sin embargo, la soberbia intelectual y la testarudez mental nos alejan de poder disfrutar de su mensaje.

¿Cuál es nuestra actitud? ¿Nos formamos o no nos interesa formarnos? ¿Estamos abierto a todo lo que Dios nos enseña o ya estamos de vuelta de todo? En definitiva, la fe es un modo de conocer. Por la fe conocemos a Dios. Pero no es una fe ciega o por impulso irracional. Sino que, en palabras de san Agustín, es una fe que busca entender: “Credo ut intellegam, intellego ut credam” (= creo para entender, pienso para creer).

            Con frecuencia a los católicos se nos hace una importante crítica acerca de nuestra escasa formación. Y hasta cierto punto es una acusación verdadera dado el poco interés que hay por acudir a cursos de formación o a plataformas académicas que parroquias, obispados y universidades ofrecen.

            En nosotros está acoger la Revelación con afecto, sabiendo que viene de Dios. Acoger la Revelación como quien acoge a Cristo que se ha hecho uno de nosotros. Jesús nos invita a acudir a Él, a dirigirnos con total y desasida confianza en su amor. Cargar con su yugo es cargar con su ley, con la dulce interpretación de la ley. De ahí que su yugo sea llevadero y su carga ligera, porque Jesús ha querido centrar la ley en lo esencial: amar a Dios y amar al prójimo.

            La Revelación, pues, no es solo un conjunto de verdades intelectuales sino también una experiencia de vida: de vida divina, de vida eterna. Esta es la razón por la que frente a los agobios y cansancios que la existencia impone, nosotros podemos acercarnos a la fuente de la Revelación, a la cual solo se accede por la herida abierta del Corazón de Jesucristo. Un Corazón manso y humilde, lleno de bondad. Un Corazón que ofrece solaz, descanso, refrigerio tras el cansancio que provoca el trabajo del día a día. Este Corazón nos está aguardando. Acudamos, hermanos, con total confianza para poder disfrutar de sus insondables tesoros.

Dios te bendiga

           

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