viernes, 28 de julio de 2017

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO






Antífona de entrada

«Dios vive en su santa morada. Dios, el que hace habitar juntos en su casa, él mismo dará fuerza y poder a su pueblo». Del salmo 67, versículos 6 al 7 y 36. Esta antífona al inicio de la celebración nos recuerda el lugar donde estamos. Hoy, en un mundo donde se confunde lo sagrado con lo profano; donde incluso hay teólogos que niegan esta misma distinción, este versículo del salmo 67 pone a los fieles ante la realidad: hay un espacio único y reservado para Dios: su templo santo. Lugar donde quiere reunir a sus hijos, todos juntos, cada domingo para dar su fuerza y su gracia quienes se unen en la alabanza.

Oración colecta

«Oh Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del Gelasiano antiguo (s. VIII) y presente en el misal romano de 1570. Una antigua antífona bizantina, que hoy ha quedado como jaculatoria, decía así: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros”.

Frente al pecado humano, decimos “Santo Dios”; ante la debilidad humana clamamos “Santo Fuerte”; frente a la contingencia y la finitud humana, nosotros recurrimos a Dios gritando “Santo Inmortal”. Solo de Dios viene la santidad y la fuerza del pueblo que tiene que caminar por este mundo, guiados por la iluminación del Espíritu Santo que se concreta en los preceptos y mandatos divinos. Esto se vive en medio de las limitaciones materiales del mundo que son un simple medio para alcanzar los tesoros que perduran en lo eterno.

Oración sobre las ofrendas

«Recibe, Señor, las ofrendas que te presentamos gracias a tu generosidad, para que estos misterios, donde tu poder actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano de 1570. ¿Podemos ofrecer algo a Dios? ¿El dominio de Dios sobre el universo está mutilado o incompleto? Ciertamente no a los dos interrogantes. Por eso la expresión “las ofrendas que te presentamos gracias a tu generosidad” significa reconocer que todo lo hemos recibido de Él y que a Dios le agrada que le tributemos un culto y nos da los elementos necesarios para ello.

La segunda idea importante la recoge la expresión “donde tu poder actúa eficazmente”. Hace notar que no es pura acción humana, sino que en el culto Dios compromete su poder y su palabra. El culto solo es posible en tanto en cuanto la acción del Espíritu potencia la desnuda naturaleza elevándola a alimento sobrenatural para el alma.

La tercera idea se ve enriquecida con una doble perspectiva del fin de la Eucaristía. Por un lado, es alimento para fortalecimiento de la peregrinación cristiana que transita este mundo “santifiquen los días de nuestra vida”; por otro, la Eucaristía es viático para la vida eterna y prenda de la gloria futura, antesala del banquete celestial y anticipo de las bodas del Cordero; por eso dice la oración “y nos conduzcan a las alegrías eternas”.  

Antífonas de comunión

«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios». Tomado del salmo 102, versículo 2. ¿Puede haber mayor bendición o mayor beneficio que recibir a Cristo real y  sacramentalmente en la comunión? Esta reflexión es la que nos sugiere la actual antífona. Éste es el precioso don que recibimos en este momento de la celebración.

«Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Del evangelio según san Mateo, capítulo 5, versículos del 7 al 8. Esta antífona expresa dos frutos que la comunión crea en nosotros: un corazón misericordioso y un corazón limpio de impureza. Pero también dos actitudes con las que hemos de acercarnos a comulgar: seremos dignos de recibir al Señor en comunión si hemos practicado la misericordia con el prójimo y si estamos en gracia de Dios.

Oración para después de la comunión

«Hemos recibido, Señor, el santo sacramento, memorial perpetuo de la pasión de tu Hijo; concédenos que este don, que él mismo nos entregó, con amor inefable, sea provechoso para nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor». Siguiendo la línea teológica normal, esta oración nos remite a la perspectiva escatológica de la Eucaristía: el alimento de la salvación, la recepción de los frutos salvíficos del misterio pascual de Jesucristo.

Visión de conjunto

            San Ignacio de Loyola en su “principio y fundamento”, al inicio de los Ejercicios Espirituales afirma lo siguiente respecto de los bienes materiales: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden”.

            Esta sentencia del santo español puede ayudarnos, hoy, a comprender qué sentido y qué valor tienen, para los cristianos, los bienes materiales. Sobre todo, frente a los espiritualismos desencarnados y a las corrientes pauperistas radicales que bajo el esquema marxista y al paraguas de la Teología de la Liberación han ido inoculándose en el pueblo de Dios como un veneno corrosivo.

            Esto ha provocado  interpretaciones de tinte político del santo evangelio hasta el punto de ligar la salvación a la clase social a la que se perteneciera. Y a decir verdad, los pobres no se salvan por ser pobres por la misma razón que los ricos no se salvan por ser ricos; sino más bien, pobres y ricos se salvan por cumplir con los preceptos morales inspirados por Dios y el cumplimiento de ley natural. El problema, en este sentido, es cuando se ha querido, como dije antes, interpretar la salvación conforme al esquema marxista de la lucha de clases: pobres contra ricos, comunidades de base contra Iglesia oficial.

            Pero ni la Escritura, ni la liturgia, ni san Ignacio indican nada de esto. Sino más bien se nos llama a hacer un justo uso de las riquezas. Para eso, la Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece cinco principios basales sobre los que se estructura la mejor comprensión del uso que hemos dar a los bienes.

1. Principio del bien común: se trata del conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Es decir, la suma del bien de cada uno de sus miembros. Una forma preciosa de romper con el egoísmo y el individualismo que nos hace encerrarnos en nuestro propio “yo”. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo. Y por ello, conlleva unas exigencias que se recogen en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: “compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. Sin olvidar la contribución que cada Nación tiene el deber de dar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas del bien común de la humanidad entera, teniendo en mente también las futuras generaciones” (CDSI 166).

La doctrina de la Iglesia, además, puntualiza a quién compete garantizar este bien común y qué papel tiene cada institución intermedia: “La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. […] La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable” (CDSI 168).

2. Principio del destino universal de los bienes: se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre. El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo. Y añade: “El principio del destino universal de los bienes invita a cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y la finalidad de tales bienes, para así realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza pueda asumir una función positiva. La riqueza, efectivamente, presenta esta valencia, en la multiplicidad de las formas que pueden expresarla como resultado de un proceso productivo de elaboración técnico-económica de los recursos disponibles, naturales y derivados; es un proceso que debe estar guiado por la inventiva, por la capacidad de proyección, por el trabajo de los hombres, y debe ser empleado como medio útil para promover el bienestar de los hombres y de los pueblos y para impedir su exclusión y explotación” (CDSI 174).

3. Principio de subsidiariedad: es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es éste el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la « subjetividad creativa del ciudadano». La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad (cf. CDSI 185). El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad.

4. Principio de participación: consiste en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas internas, la información y la cultura y, muy especialmente, la vida social y política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que depende la colaboración de todos los pueblos en la edificación de una comunidad internacional solidaria. Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren privilegios ocultos; es necesario, además, un fuerte empeño moral, para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de cada uno con respecto al bien común (cf. CDSI 189).

5. Principio de solidaridad: la solidaridad nace de la sociabilidad de la persona humana, de la igualdad de todos en dignidad y derechos, del camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. La solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos ».La solidaridad se eleva al rango de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en « la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a "perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. CDSI 193).

Ojalá que estos principios básicos nos ayuden para hacer siempre un uso recto y bueno de los bienes que por gracia de Dios podemos gozar hoy. Que nuestro corazón no ambicione ni codicie nada que ponga en peligro la salvación de nuestra alma. Sino que usemos de los bienes de este mundo amando intensamente los del cielo.

Dios te bendiga




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