sábado, 1 de julio de 2017

VESTIDOS LOS DEJÓ DE SU HERMOSURA


HOMILIA DEL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Continuando nuestro itinerario evangélico guiados por san Mateo, damos hoy un paso más en el seguimiento de Jesucristo. Las lecturas de hoy nos ofrecen la otra cara de la moneda en relación a las del domingo anterior. Si el otro día la Palabra de Dios trataba acerca del rechazo, del desprecio y del riesgo de ser cristianos, hoy abordan la cuestión de acoger y aceptar el mensaje del Evangelio hospedando a sus emisarios.

            El segundo libro de Reyes nos narra como aquella mujer acogió al profeta Eliseo por ser éste un mensajero de Dios. Ella supo reconocer en él a Dios que venía a su casa. Sin embargo, ella tenía un trauma en su vida: no había sido madre. Por esto mismo, como agradecimiento, Dios le concede el don de la maternidad, derramando así su misericordia.

            Lo mismo ocurre en el pasaje evangélico de hoy, Jesús habla de la gran bendición que supondrá para aquellos que acojan el evangelio y a quienes lo anuncian. Este texto, aunque tiene un comienzo bastante duro y exigente, en el fondo no esta contraponiendo los amores humanos al divino, sino que pretende conducirnos a una completa y mejor identificación con Él. Por eso, estas exigencias se resuelven en la cruz, porque, a veces, por mantener nuestra fe en el Señor hemos de enfrentar a propios y extraños que no nos comprenden o que ridiculizan nuestra fe.

            Perder la vida, ganar la vida. Es la paradoja que este evangelio nos propone. Vivimos en un mundo hedonista, donde el mensaje fundamental que nos bombardea es el de “vive y sé feliz”, “piensa en ti”, “a vivir que son dos días” y no nos damos cuenta de que poco a poco vamos pasando la vida, que nuestro tiempo se agota  y, al final, qué hemos hecho por salvarnos, qué llevamos al cielo. Queremos ganar aquí, acaparar para vivir corriendo el peligro de alejarnos de lo que verdaderamente importa: de buscar agradar a Dios.

Respecto del domingo pasado, lo fácil en esta vida es ir al paso de los dictados del mundo. Nadar en la misma dirección que tantos otros. Esto hace que nos ganemos el aplauso del mundo, la felicitación de los hombres y toda clase de prebendas que nos hacen la existencia más llevadera. Sin embargo, el cristiano debe huir de todas estas pompas y lisonjas porque la verdadera vida que hemos de ganar no es esta, sino la eterna, el único aplauso el de los ángeles, la única felicitación la de los santos y la única prebenda la de estar junto a Dios.

Solo viviendo esta exigencia podremos configurarnos con Cristo hasta tal punto, que seremos uno con Él, del mismo modo que ya lo somos por el bautismo. De este modo comprendemos que es el Evangelio el que nos impulsa a ser misioneros y testigos de su amor en el mundo, por eso dirá el Señor que quien acoge a uno de sus enviados es como si le acogiera a Él. Fijaos hasta qué punto Cristo se identifica con sus siervos, con aquellos que lo han dejado todo por seguirle y servirle. Esta es, queridos hermanos, la gran recompensa de cargar con la cruz: ser uno en Cristo y con Cristo. ¿Podemos pedir más? no creo.


Por otra parte, este pasaje conlleva una doble consecuencia: acoger a Cristo y descubrir al Señor en el otro. Respecto de lo primero, es, ante todo, una actitud espiritual. Queremos acoger a Jesús en nuestros corazones, acoger a sus emisarios, a sus testigos, a sus santos. Respecto de lo segundo, es el Espíritu el que nos da la luz necesaria que abre nuestros ojos y el corazón para saber reconocer en los pobres, enfermos y humildes la presencia moral de Cristo en ellos.

Queridos hermanos, en este domingo no dudemos en acoger a Cristo en nuestra vida y a todos aquellos que predican con fidelidad su mensaje. Él nunca pasa por nuestro lado sin derramar sus gracias y misericordias como bien experimentó san Juan de la Cruz en estos versos: “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura”. Ojalá que al hospedarle en nuestra estancia del alma, Él nos revista de su hermosura.

Dios te bendiga



           

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