sábado, 11 de noviembre de 2017

BUSCAR Y DEJARSE ENCONTRAR


HOMILÍA DEL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

            Cuando el año litúrgico va llegando a su fin, las lecturas de hoy, de alguna manera, nos anticipan el Adviento puesto que si tuviéramos que glosar los textos bíblicos de este domingo en una idea sería esta: “buscar y dejarnos encontrar”.

            El libro de la Sabiduría nos presenta a ésta como un ser personal que tiene como ansias de entablar diálogo con todo aquel que quisiera acercarse a ella. Pero para este fin, lo primero que debemos querer es buscarla, pues “quienes la buscan la encuentran”.

Pasamos la vida buscando cosas: buscamos éxitos, buscamos promoción, buscamos agradar a la gente, buscamos, en definitiva, calmar nuestra ansia de felicidad y bienestar; y la ausencia de preocupaciones o inquietudes, sin darnos cuenta que la búsqueda de lo primero conlleva la generación de lo segundo. Pero somos humanos, seres carnales sujetos a las pasiones y veleidades de este mundo y muy pocas veces nos apercibimos de la futilidad e insustancialidad de esas pequeñas búsquedas cortoplacistas.

Las lecturas de hoy, en este sentido, vienen a ser un aviso, un toque de atención para volver a lo fundamental de la vida, a buscar la felicidad verdadera y permanente, a buscar los más altos ideales en la vida, en otras palabras, buscar a Dios. El cristiano está llamado a vivir en esta tensión constante: buscar a Dios, tener a Dios, estar con Dios, vivir con Dios. Es el camino de la santidad.

Con el salmo podemos decir que esta búsqueda del Dios vivo y verdadero crea en nosotros una sed irremediable de eternidad, que nuestra alma tiene sed de Dios y nuestra carne mortal, ansía de su eternidad como la tierra reseca, agostada y sin agua suspira por las lluvias.

Las vírgenes prudentes de la parábola lo tenían todo dispuesto y preparado para pertrecharse en esa búsqueda del esposo que suponía aguardar en vela hasta su regreso. Y, aunque a mitad de la noche pudieron sucumbir a la tentación y despiste del sueño, tenían sus lámparas bien cargadas de aceite. Una metáfora de la vida espiritual, pues aunque en nuestro camino hacia Dios podamos sucumbir a las tentaciones o podamos despistarnos por malos consejos y engaños diabólicos, si nuestra alma está bien esponjada del amor de Dios y de la gracia divina, podrá resistir y re-emprender el camino de vuelta.


Pero… ¡ay paradoja divina! ¡Desconcierto gracioso y bienhallado! Cuando creemos que la búsqueda de Dios es un propósito que nace de nuestra bien pensar y nuestro buen hacer, resulta que todo se basa en dejarse alcanzar por Dios, en dejarse encontrar por aquel que buscábamos. Cuando pensábamos que éramos nosotros quienes buscábamos a Dios, en verdad es Él quien salía a nuestro encuentro, pues no podemos olvidar, queridos hermanos, que todo inicio de la fe y de conversión es puro don de la gracia de Dios; que, al fin y al cabo, es la Sabiduría la que nos encuentra a nosotros.

Así pues, en este domingo ya próximo a acabar el año litúrgico, dispongámonos al encuentro con Dios dejándonos alcanzar por su gracia y amor. Vivamos siempre sin relajar la tensión de la búsqueda de Dios sabiendo confiadamente que él ya nos encontró primero. No seamos como las vírgenes necias que nunca buscaron ni velaron, es decir, hombres u mujeres in fe ni esperanza que piensan que Dios les ha olvidado o que están tan ocupados en sus cosas que no encuentran tiempos para buscar a Dios. Que no tenga el Señor que decir de nosotros: “No os conozco”. Así sea.

Dios te bendiga

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