viernes, 17 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO





Antífona de entrada

«Dice el Señor: “Tengo designios de paz y no de aflicción, me invocaréis y yo os escucharé; os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde es dispersé”». Tomada de Jeremías capítulo 29, versículos del 11 al 12 y el 14. La palabra Iglesia viene del término hebreo “qahal” que significa asamblea llamada, convocada y reunida en el nombre del Señor. Al inicio de la celebración, la antífona de entrada nos ayuda a centrarnos en el misterio de la Iglesia que cada domingo se manifiesta como Pueblo de Dios congregado de diversas regiones y países para invocar al Señor, para su alabanza y la salvación de la humanidad entera. Los cristianos, reunidos en asamblea santa, confían los designios del mundo a la voluntad de paz y reconciliación efectuada por la Cruz de su Hijo Jesucristo.

Oración colecta

«Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor, Jesucristo». Tomada de la compilación veronense (s. V) y del sacramentario gregoriano del papa Adriano (s. X) aunque con alguna variación la encontramos en el sacramentario gelasiano de Angolenme (s. IX).

Esta oración, de las más antiguas de la Iglesia, está centrada en una tesis: servir a Dios es fuente de felicidad. Este principio es básico para la vida espiritual ya que como nos recuerda san Ignacio de Loyola en el s. XVI: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor” (EE.EE 23) y aquí reside la plenitud espiritual del hombre, en buscar la voluntad divina, aceptarla y cumplirla. Y el aval con el que la oración sostiene la tesis, es que de Dios vienen todos los bienes, es decir, todo cuanto podemos esperar en esta vida y en la otra. Su servicio y su liberalidad reportan alegría a los humanos que vivimos en este mundo.

Oración sobre las ofrendas

«Concédenos, Señor, que estos dones ofrecidos ante la mirada de tu majestad, nos consigan la gracia de servirte y nos obtengan el fruto de una eternidad dichosa. Por Jesucristo, nuestro Señor». Aparece en el sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII), en el gregoriano del papa Adriano (s. X) y en el misal romano de 1570, de donde ha sido tomada.

Siguiendo la lógica de la antífona de entrada en la que Dios nos prometía escucharnos cuando le invocáramos, esta oración concreta esta actitud divina con la expresión “ante la mirada de tu majestad”. La mirada de Dios supone un movimiento descendente, es decir, que se inclina, se abaja, para volver su rostro hacia nosotros. Así, Dios manifiesta su agrado y aceptación por las obras de los hombres. Por ello, al celebrar la Eucaristía, donde ofrecemos al mismo Jesucristo como víctima viva, podemos tener la confianza de que estamos agradando a Dios. Esto supone un servicio sacerdotal cotidiano que se extenderá y se plenificará en la “eternidad dichosa”.

Antífona de comunión

«Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor Dios mi refugio». Tomada del salmo 72, versículo 28. La sagrada comunión nos permite, precisamente, hacer vida lo que esta antífona nos invita a cantar: “estar junto a Dios”. La comunión eucarística nos une a Dios y nos permite hacer de Éste nuestro mejor refugio que nos protege de los males y evita que nos alejemos de la presencia de la divinidad.

«En verdad os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis, dice el Señor». Del evangelista Marcos capítulo 11, versículos del 23 al 24. Esta antífona es una llamada a la confianza en el momento de comulgar. Tras haberlo hecho, se nos ofrece un momento único y singular para entrar en oración profunda con Dios, a quien hemos comido, y poder pedirle cuanto necesitamos. Es el momento del silencio interno, del recogimiento en el banco de la Iglesia con la conciencia clara de que tenemos a Dios con nosotros. ¡No lo desaprovechemos!

Oración después de la comunión

«Señor, después de recibir el don sagrado de tu sacramento, te pedimos humildemente que nos haga crecer en el amor lo que tu Hijo nos mandó realizar en memoria suya. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos». Aparece en la compilación veronense (s. V), en el sacramentario gelasiano de Angolenme (s. IX), en el gregoriano del papa Adriano (s. X) y en el misal romano de 1570. En todas estas fuentes aparece igual no así en el misal de 1975 y del 2002 donde aparece tal cual salvo algunos cambios sintácticos y léxicos.

La recepción de los sacramentos, entre otros efectos, hace que progresemos en la fe, en el conocimiento y el amor a Dios. La Eucaristía, por ser sacramento de la entrega de Cristo, nos hace crecer en el amor oblativo, es decir, en un amor de entrega generosa a Dios y al prójimo.


Visión de conjunto

            Este domingo el misal nos trae de nuevo el tema del servicio de Dios. A lo largo del año litúrgico son muchas las ocasiones en que lo hemos abordado desde la perspectiva de la libertad, de la gracia, de la búsqueda de Dios, de afán por agradar a Dios, etc. Pero se nos plantea una dimensión distinta: la fuente de la alegría y la felicidad completa y verdadera.

            Ciertamente la voluntad de Dios no es algo que se descubra con facilidad, a menos que alguien tenga una luz espiritual que le capacite para conocerla rápidamente y sin confusión. Pero la mayoría de nosotros, simples mortales y cristianos imperfectos, no. Para ello es muy necesario lo que la espiritualidad ignaciana ha dado en llamar “el discernimiento”, es decir, ante una situación espiritual o un acontecimiento de la vida descubrir si es de Dios o es del diablo. Cuando las cosas vienen de Dios generan en nosotros paz, tranquilidad, sosiego y, sobre todo, tino en las decisiones; por el contrario, cuando son inspiraciones malignas comienza la agitación, la angustia, la inquietud. Porque el Espíritu malo tienta y no satisface el alma mientras que el espíritu bueno anima e impulsa al alma hacia Dios.

            El discernimiento en la vida espiritual conlleva una elección firme y fundamental que determina nuestro horizonte vital, es decir, el que ha conocido a Cristo y lo que Éste pide no puede negarse sino que sentirá siempre el ansía de lanzarse a la aventura con Él, de vivir la aventura de la santidad. Observa estos dos textos:

EL JOVEN RICO
(cf. Mt 19, 16-22)
ENCUENTRO CON ZAQUEO
                     (cf. Lc 19, 1-10)                    
Un joven fue a ver a Jesús y le preguntó:
–Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para tener vida eterna?
 Jesús le contestó:
– ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Bueno solamente hay uno. Pero si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos.
–¿Cuáles? –preguntó el joven.
Jesús le dijo:
–‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.’
 –Todo eso ya lo he cumplido –dijo el joven–. ¿Qué más me falta?
 Jesús le contestó:
–Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego ven y sígueme.
 Cuando el joven oyó esto, se fue triste, porque era muy rico.
Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. Vivía en ella un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los que cobraban impuestos para Roma. Quería conocer a Jesús, pero no conseguía verle, porque había mucha gente y Zaqueo era de baja estatura. Así que, echando a correr, se adelantó, y para alcanzar a verle se subió a un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús. Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo:
–Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa.
 Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor:
–Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.
 Jesús le dijo:
–Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.


En estos dos textos encontramos dos escenas de dos personas distintas que tienen un encuentro con Jesús. El primero es un joven rico, hastiado de todo, cumplidor de la ley que se entusiasma con Jesús y quiere seguirle. El segundo es un rico opulento que ha hecho su fortuna saqueando a impuestos a sus mismos conciudadanos y que siente curiosidad por ese tal Jesús y corre a verlo y luego lo lleva a casa a comer.

Ahora dime, ¿Qué actitudes ves en uno y otro? ¿Quién se llenó de alegría por su encuentro con Jesús? No sabemos, a ciencia cierta, de qué hablaron Jesús y Zaqueo pero…podrías tu inventar un diálogo en que el resultado fuera ese cambio de actitud de Zaqueo. Si te fijas bien, Zaqueo ha encontrado en la voluntad salvífica de Dios la fuente de su alegría completa y verdadera ¿Y tú? ¿Dónde buscas la felicidad?

También es cierto que no siempre la voluntad de Dios puede resultarnos agradable o fácil de cumplir o de aceptar: una muerte, una enfermedad, una desgracia puede ser consentida o permitida por Dios en su designio salvífico para sacar bienes mayores de santidad pero esto cuesta más entenderlo. Es la actitud del joven rico en la otra parábola, puso límites a su entrega, puso clausulas a su adhesión a Jesús, condicionó su fe a cambio de que no tuviera que perder ni arriesgar nada. La aceptación de la voluntad de Dios es algo que se aprende con el tiempo y a base de mucho llorar y de mucha oración, pero los resultados son la paz del alma y la felicidad completa y verdadera.

Dios te bendiga

           


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