1.
La misa crismal: breve recorrido
histórico.
La misa crismal recibe su nombre del solemne rito de bendición de los óleos
y de la consagración del santo Crisma; en ella, el obispo rodeado de su
presbiterio y con todo el pueblo santo, bendice el óleo de los enfermos y el de
los catecúmenos, y consagra el santo Crisma con la mezcla del bálsamo, la insuflatio y la plegaria solemne. Esta Misa
encuentra su lugar propio en la mañana del Jueves Santo, por tanto el último
día de la Cuaresma, pero puede adelantarse a algún día próximo. Vayamos a su
origen para descubrir mejor su sentido, su valor y su interpretación teológica.
Para bendecir el santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el de enfermos,
se creó poco a poco una celebración propia cercana a la Pascua; como iremos
exponiendo después, se inicia esta celebración en vistas a la consagración del
Crisma pero luego, por atracción normal, se introducen el óleo de los
catecúmenos y el de enfermos en esta Misa. Imita la bendición habitual que, con
frecuencia, se realizaba del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon.
La razón de situar una misa en la quinta feria, el Jueves Santo, es la de
ser la última Eucaristía de Cuaresma (que acaba con la hora de Nona del Jueves
Santo) previa al triduo pascual (que comienza con la Misa vespertina in Coena Domini) en función de la noche
santa de la Pascua en que habrá de usarse el santo Crisma. Esta celebración,
hoy llamada Misa crismal, surge por un motivo eminentemente práctico: eran
necesarios los óleos para la celebración solemne de la Iniciación cristiana en
la Vigilia pascual. Así lo explican varios autores quedando ya como una razón
evidente para todos.
La historia nos muestra cómo la celebración eucarística del Jueves Santo,
ha sufrido un claro desarrollo, dentro de la tradición de la liturgia romana.
De las tres misas, según la fuente más antigua que disponemos: “Reconciliación
de los penitentes”, “Consagración de los óleos”, e “In Coena Domini” – que en el siglo VII se celebraban en la mañana,
al mediodía y por la tarde respectivamente-, se llegó al formulario de una
única Misa. Esta única celebración eucarística matutina, era la misa “In coena Domini”, en la cual se hacía
memoria de la institución de la Eucaristía. En la catedral, a esta celebración
presidida por el obispo, se le adjuntó la “consagración del crisma” y la
“bendición de los óleos”. Así la encontramos descrita en los sacramentarios gregorianos
del tipo I.
En el transcurso de la Edad Media al final de esta celebración eucarística
se le agregaron aún la “Processio Calicis
cum Sacramento” y la “denudatio
Altaris”. Así lo documentan el Pontifical y Misal romanos que surgen de la
reforma litúrgica del concilio de Trento. Este formulario permaneció intacto
hasta la reforma de la Semana Santa llevada a cabo por Pío XII. El Ordo Hebdomandae Sanctae de 1955
restableció la tradición de la “Missa
chrismatis”, tal como aparece en el Sacramentario Gelasiano, en su horario
matutino, tomando el mismo formulario.
Con esta reforma, al constituirse un formulario propio para la misa crismal,
se logró no sólo descargar la misa vespertina “In cena Domini” sino revalorizar la liturgia de la bendición de los
óleos”. Con la reforma del Papa Pablo VI la misa crismal pasa a tener un tono
eminentemente sacerdotal “una fiesta sacerdotal”, idea que el Papa ya tenía
cuando era arzobispo de Milán.
Los liturgistas más puros no aceptaron de buena gana este cambio ya que
suponía abandonar a la tradición multisecular de hacer girar la Misa crismal en
torno al crisma y los óleos. Pero pronto esta idea fue calando en el pueblo. De
ahí que todos los textos tuvieran que ser revisados. Para la bendición de los
óleos y la consagración del crisma continuaron en vigor los ritos y textos del
pontifical romano.
2.
El obispo en los praenotanda de la misa
crismal
En la misa crismal se visualiza plásticamente el oficio
del obispo como «gran sacerdote de su
grey». Del mismo modo, con la bendición de los óleos y la consagración del
Crisma, se expresa el hecho de que del obispo «deriva y depende, en cierto modo, la vida de sus fieles en Cristo».
Esta idea se concentra y expone en los praenotanda con estas palabras «la misa crismal […] ha de ser tenida como
una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y
como un signo de la unión estrecha de los presbíteros con él».
La quinta praenotanda se refiere a la confección del
crisma y permite dos modos de hacerlo a criterio del obispo: a) Privadamente
antes de ser consagrado; b) En la misma acción litúrgica, dentro de la misa.
Solo el obispo tiene la «competencia
exclusiva» tanto en la confección del Crisma como de su consagración. No
así la bendición de los otros dos óleos pero con condiciones precisas: a) Óleo
de los catecúmenos, se concede también a los presbíteros «cuando en el bautismo de adultos deben hacer la unción en la correspondiente
etapa del catecumenado»; b) Óleo de los enfermos, puede ser bendecido por
un sacerdote que tenga facultad de la Santa Sede o por derecho propio o por
peculiar concesión.
Dentro de la celebración misma, las rúbricas pautan unas
ideas para la homilía que debe hacer el obispo como maestro y pastor, de ahí
que se aconseje el uso de la mitra y el báculo en ella. Estas ideas son las de
a) exhortar a los presbiterios a que conserven la fidelidad a su ministerio; b)
invitarles a renovar las promesas que un día hicieron en su ordenación « ¿Queréis renovar las promesas que hicisteis
un día ante vuestro obispo y ante el pueblo santo de Dios?». El obispo,
como cabeza de la Iglesia que tiene encomendada hace las preguntas en dos
direcciones: dos a los sacerdotes y dos a los fieles cristianos laicos que
están presentes. A estos últimos se les pide que recen «por vuestros presbíteros» y por el propio obispo «para que sea fiel al ministerio apostólico
confiado a mi humilde persona y sea imagen, cada vez más viva y perfecta, de
Cristo sacerdote, buen pastor, maestro y siervo de todos».
Tras las promesas sacerdotales, se inicia la procesión de
los óleos y de los dones del pan, del vino y del agua. Es interesante hacer
notar que las ánforas que contienen los óleos y el aroma, deben ser llevadas
por los ministros que luego habrán de dispensarlos, expresándose así la vinculación
entre ministro y sacramento. Los fieles laicos pueden llevar los dones para el
sacrificio, esto es, pan, vino y agua. El obispo, sentado en la sede los recibe
y se los entrega a los diáconos que le ayudan. Los óleos son presentados al
obispo en voz alta.
Al
final de la anáfora, y antes del Per
ipsum, se hace la bendición del óleo de los enfermos. Luego la misa
prosigue como siempre. Al final de la celebración, después de la oración de
poscomunión se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el crisma. Es
interesante leer esta rúbrica que recoge en esencia la antigua práctica que ha
surcado los siglos de la tradición: «el
Obispo, teniendo a ambos lados suyos a los presbíteros concelebrantes, que
forman un semicírculo, y a los otros ministros detrás de él procede a la
bendición del óleo de los catecúmenos, y a la consagración del crisma».
La
Consagración del Crisma reviste un simbolismo especial. Tres son los gestos
sacerdotales que se realizan en este sacramental: a) Mezcla de aromas y óleo;
b) Soplo sobre el ánfora; c) Oración del obispo. Veamos brevemente estos ritos:
A. Mezcla de los aromas con el óleo:
«el obispo derrama los aromas sobre el
óleo y hace el crisma en silencio». Es un gesto cargado de significado
pneumatológico. Preparar, por un lado, el soporte físico de lo que va a ser
signo del Espíritu Santo y hacerlo, por otro lado, en el ámbito natural del
mismo Espíritu, que es el silencio. Como dijimos en la primera parte, el óleo
ha sido confeccionado con aceite de oliva u otros vegetales, y en este caso, es
mezclado con aromas. Este rito está envuelto por el silencio que no es ausencia
de ruido sino “parte de la celebración”, es un momento de presencia fecundante
del Paráclito.
B. Soplo sobre el ánfora:
«entonces el obispo, oportunamente, sopla
sobre la boca de la vasija del crisma […]». Es un rito fuerte y
eminentemente pneumatológico, con gran raigambre bíblica: el soplo de Dios en
la creación (cf. Gn 1, 2b), el soplo sobre la
creación del hombre (cf. Gn 2,7), el soplo que
abrió las aguas del mar rojo (cf. Ex 14,21) el
soplo de Jesús a sus discípulos comunicándoles el Espíritu Santo (cf. Jn
20,22), el viento de Pentecostés (cf. Hch 2,2).
C. Imposición de manos y oración:
« […] y con las manos extendidas dice una
de las siguientes oraciones de consagración». Seguimos en un ambiente
pneumatológico. Ahora el signo del Espíritu es la imposición de manos. Unas
manos que hacen sombra (cf. Gn 1, 2b “el
espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas”; Sal 63 (62) “y a la sombra de tus alas canto con júbilo”;
Sal 91 (90) “que vives a la sombra del
omnipotente”; Mt 17, 5 “una nube
luminosa los cubrió con su sombra” Lc 1, 35 “el poder del altísimo te cubrirá con su sombra”…) sobre crisma ya
preparado. A este gesto le acompaña una extensa oración estructurada muy
claramente en Introducción-Anámnesis-Epíclesis-Aitesis-Doxología. No nos
detenemos a examinar pormenorizadamente la oración sino que solo destacamos la
relación de unciones bíblicas y la intervención de todo el presbiterio presente
«en silencio» y con la manos derecha extendida «hacia el crisma» desde la epíclesis hasta el final de la oración.
Extender la mano derecha es un signo de la potencia del Espíritu Santo, que tan
bellamente recogió el himno Veni Creator
“Dextrae Dei tu digitus”.
Si
estos ritos se han celebrado tras la liturgia de la Palabra, la misa sigue como
siempre, si se han llevado a cabo tras la oración de poscomunión, la Eucaristía
concluye del siguiente modo: «dada la
bendición conclusiva de la misa, el obispo pone incienso en el incensario y se
organiza la procesión hacia la sacristía». Es importante hacer notar que
las rúbricas disponen y especifican que el obispo ponga incienso en el
incensario a diferencia de otras rubricas para el resto de misas estacionales.
Hagamos un cuadro comparativo usando lo dispuesto por el Ceremonial de los
Obispos, aunque adelantemos materia.
Ceremonial
de los obispos en la Misa crismal (292-293)
|
Ceremonial
de los obispos en otras Misas (168-170)
|
·
Oración
de Pos-comunión.
·
Bendición
acostumbrada.
·
Pone
incienso y lo bendice.
·
Diácono:
Ite Missa est.
·
Procesión
de salida.
|
·
Oración
de Pos-comunión.
·
Bendición
acostumbrada o especial
·
Diácono:
Ite Missa est.
·
Procesión
de salida.
|
Creo
que es bastante significativa la diferencia entre las dos secuencias rituales.
Quizás esta rúbrica haya querido conservar los restos del antiguo rito de
acompañar al Santo Crisma con incienso por parte de un diácono.
El
Ordo para la misa crismal dispone, por último, que en la Sacristía, el obispo
amoneste a los presbíteros acerca de «cómo
hay que tratar y venerar los óleos, y también
cómo hay que conservarlos cuidadosamente».
3.
Conclusión.
Tras
los datos anteriores, estamos en disposición de extraer algunas conclusiones
importantes que pueden ayudarnos en la mejor comprensión de esta celebración
litúrgica:
A)
Ante todo, se debe tener en cuenta que la misa crismal es esencialmente la
celebración solemne de la Eucaristía, y cuando decimos solemne debemos
entenderlo como máxima expresión de la asamblea reunida junto con sus pastores
en torno al altar de la catedral, es decir, una misa estacional. Las
celebraciones de la Iglesia son epifanía del misterio de la Iglesia, sobre todo
las que son presididas por el obispo, y de manera especial la misa crismal dado
que es participada por el presbiterio, los diáconos y el pueblo
B)
Como misa estacional, supone que sea celebrada por un obispo, de ahí que deba
regirse por las disposiciones dadas para este tipo de celebraciones que se
encuentran en el Ceremoniale Episcoporum.
Cuando el obispo está presente en una misa es muy conveniente que presida la
Eucaristía y que asocie a su persona a los presbíteros en la acción sagrada,
como concelebrantes, ahí la Iglesia se manifiesta como “sacramento de unidad”
(OGMR 92).
C)
Efectivamente, la misa crismal, siempre presidida por un sucesor de los
apóstoles, es fiel reflejo de la teología conciliar tanto del episcopado como
de la Iglesia en general, primando, en esto último, la imagen de Pueblo de
Dios.
D)
También concluimos el aspecto pneumatológico de toda la celebración,
especialmente, en los ritos de la bendición de los óleos y la consagración del
Santo Crisma. La triada Insuflación-Imposición de las manos-oración da buena
cuenta de ello.
Espero
que este breve estudio nos ayude a estimar más tanto el ministerio de los
obispos, como la expresión más prístina de la sinaxys eucarística y de la
imagen de la Iglesia como Pueblo de Dios que constituye la misa crismal.
Dios
te bendiga
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