sábado, 24 de marzo de 2018

REFLEXION PARA EL DOMINGO DE RAMOS


TENED ENTRE VOSOTROS LOS SENTIMIENTOS DE PROPIOS DE CRISTO JESÚS

(Meditación para el Domingo de Ramos)






Quisiera este año traer a la memoria esta preciosa meditación del Domingo de Ramos escrita por el P. Mariano Perrón, buen amigo que se me fue este año, recientemente. espero que os ayuden sus sabias reflexiones para menor vivir la Solemnidad de este día.

Si comparamos las lecturas de Semana Santa en cualquiera de sus tres ciclos, A, B o C, encontraremos sólo una diferencia: los evangelios usados en la solemne procesión de entrada para la misa, así como los de la Pasión, corresponden a su propio ciclo (A: Mateo, B: Marcos y C: Lucas). En cuanto a la Pasión según san Juan, se repite el Viernes Santo en los tres ciclos. Las demás lecturas, tanto las del Antiguo como las del Nuevo Testamento, también son las mismas año tras año.

           

            El texto que proponemos como lema de esta amplia meditación no es una frase del Evangelio, sino una exhortación de Pablo a los cristianos de Filipos. Pretendemos, así, recalcar el papel importantísimo que desempeña el himno cristológico de Filipenses 2:6-11 como clave fundamental para captar el significado más hondo de la vida, muerte y resurrección de Cristo, lo que se ha llamado la cristología de La kénosis, el “vaciamiento”, el despojo de su categoría divina por parte de Cristo.



            El esquema de abajarse desde su elevada condición divina hasta la más humilde situación humana para ser exaltado a la más alta posición de gloria proporciona una descripción clara y concisa de los planes de Dios para ofrecer la salvación a la humanidad. No solo eso, sino que nos proporciona las orientaciones para descubrir lo que significa la vocación cristiana como llamamiento a un estilo de vida que, como el de Jesús, no concuerda con nuestra manera “natural” de entender la existencia, tan razonable y, desde luego, tan cómoda y acomodaticia.



Una vez más  hemos de recordar las palabras de Isaías: “vuestros caminos no son mis caminos”. Para Pablo, sin duda, la Iglesia de Filipos, y en ese sentido cualquier comunidad cristiana, es una imagen de Cristo, su cuerpo visible en este mundo; de aquí la importancia de su comportamiento, “con los sentimientos propios de Cristo Jesús en medio de su generación, donde han de brillar como luces vivas (2:15).



Sin duda, la fe es una manera de concebir la vida, sus valores, su objetivo y su sentido. La actitud de Jesús es la del “perfecto hombre nuevo”, que “ve” la realidad según los planes y el designio de Dios y, de ese modo, representa la clase de hombre que estamos llamados a ser: aquel que ve la realidad desde la perspectiva de Dios y hace suyos sus planes, por dolorosos que parezcan.




Desde el comienzo de su ministerio, “ve” con toda lucidez lo que el Padre le ha preparado: su papel será el del Siervo Sufriente, de tal modo que mediante su abnegación y sacrificio pueda nacer el Reino de Dios. Es posible que, frente a la imagen de un Jesús seguro de su señorío, tal como nos lo presenta el evangelio de Juan (aunque también en éste podamos hallar momentos de angustia: 12:27), nos resulte desconcertante el Hijo del Hombre que nos ofrece Marcos: Jesús se enfrenta a su futuro con todos los temores que cualquier humano sentiría ante una perspectiva tan tremenda. Y lo hace con la lucidez de quien sabe que, a pesar de su confianza en el Padre, tendrá que someterse al dolor y al abandono más absolutos. Resulta estremecedor el grito “con voz potente” de Jesús en los sus últimos momentos en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.



Si leemos atentamente la historia de la Pasión, lo que vemos, por encima de todas las cosas, es a un Jesús plenamente conocedor de su futuro inmediato y de su significado: en Betania presintió la unción para su propio entierro (14:3-9); durante la cena de Pascua, anunció que uno de los Doce le iba a traicionar (14:17-25) y predijo la negación de Pedro (14:27-31). En Getsemaní hallamos las expresiones más duras respecto a sus sentimientos: “Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: ‘Mi alma está triste hasta la muerte’”. En su oración, reza y pide verse libre de aquel trago amargo (14:32-41)… Podríamos seguir leyendo y ver cómo sintió la misma angustia y el mismo temor que cualquier otro hombre habría experimentado en un trance semejante; y cómo, a pesar de toda la dureza que entrañaba su misión, libremente eligió y aceptó la voluntad del Padre y sus planes de salvación, tan difíciles de entender y asumir desde una perspectiva puramente humana. “Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre…: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. Sin duda, las palabras de Filipenses son algo mucho más que un “himno cristológico”. A lo que nos invita Pablo es a asumir esa misma fe que implica un heroísmo que hoy día están viviendo algunos hermanos nuestros perseguidos a causa de su fidelidad.



Los cuatro relatos de la Pasión nos ofrecen, en primer lugar, la descripción de los acontecimientos de los últimos días de la vida de Jesús. Los cuatro evangelistas, además, nos proporcionan un retrato de las gentes que rodeaban al rabí y profeta al que habían seguido, admirado, reconocido como hombre de Dios, traicionado y abandonado. Esos personajes bien pueden ser el espejo en que veamos los rasgos de nuestra propia personalidad y nuestra actitud en el seguimiento de Jesús. Si miramos en profundidad, ninguno de ellos es absolutamente malvado (ni siquiera Judas o las autoridades judías, que piensan que actúan en defensa del pueblo de Israel frente a la amenaza de la disidencia religiosa y la tiranía romana), y todos ellos juntos presentan una imagen completa de nuestra contradictoria naturaleza humana.



Ciñámonos ahora al texto de Marcos. El primer personaje que hallamos no parece formar parte de la Pasión, pero ella y sus acciones son el mejor anuncio y una clave básica para todos los acontecimientos que están a punto de ocurrir. Después de su entrada en Jerusalén, la “purificación” del Templo y sus largas discusiones con sus adversarios, Jesús vuelve a Betania. Allí, en casa de Simón el leproso, una mujer desconocida (atención a los detalles: de ella no se dice que sea una pecadora, o que se trate de María la hermana de Marta y Lázaro, o de la Magdalena), le unge con un carísimo perfume de nardo, y el derroche que supone aquel gesto provoca el escándalo de los presentes. Nadie es capaz de captar el signo profético que sólo Jesús entiende y explica: “se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura” (14:8). También ha anticipado el papel que Jesús como rey y sacerdote desempeñará en su Pasión. Curiosamente, de ella se recordará el gesto, ¡aunque no sepamos su nombre! (14:9). Y el sentido de su actitud de generosidad silenciosa y devota se verá completada por las palabras del centurión romano al ver morir a Jesús: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15:39). Un pagano proclamará lo que había enunciado Marcos en la primera línea de su Evangelio.




Los discípulos merecen especial atención. Los tres más próximos a Jesús no pudieron mantenerse despiertos ni “una hora” (14:37) mientras él se sentía lleno de “espanto y angustia” y rezaba por verse libre de aquel amargo trago (14:33-35). Incluso Simón Pedro, que había alardeado de la firmeza de su fe y decía que estaba dispuesto a “morir con él” (14:29-31), cuando una criada le identifique como discípulo de Jesús, jurará ¡tres veces! que no le conoce (14:66-72). Judas, “uno de los Doce” como subraya Marcos, le pondrá en manos de las autoridades judías que maquinan su muerte (14:10-11), y el beso con que saludará a Jesús será la señal para que lo identifiquen quienes van a arrestarle y se lo lleven preso (14:43-46). Uno de los presentes (suponemos que un discípulo: de hecho, Juan 18:10-11 atribuye la acción a Pedro) trató de defenderle con una espada (14:47); otro, un joven, escapó aunque aquello supusiera la vergüenza de quedarse desnudo (14:51). Pero, al final, estaban tan atemorizados ante los acontecimientos, que todos los discípulos lo abandonaron y huyeron (14:50).



En cuanto a las autoridades, sabemos de sobra el papel que desempeñaron. Quienes pertenecían a la clase dirigente religiosa, sacerdotes, fariseos, escribas, estaban convencidos de que Jesús constituía, no sólo e promotor de ideas religiosas que ponían en cuestión la doctrina oficial, sino que era un verdadero peligro para la estabilidad social y política de Israel: después de recurrir a testigos falsos para que adujeran pruebas y así poder entregarle a Pilato, el gobernador romano (14:55-61), fue Jesús mismo quien les proporcionó la excusa para llevar a cabo sus planes. Sus palabras, “Yo soy” (14:62), significaban identificarse con Dios, eran una auténtica blasfemia y merecían la pena de muerte (14:53-64).



Aunque algún autor dice que se trata de dos “grupos distintos”, la misma multitud que había recibido a Jesús con himnos y vítores y había alfombrado el suelo con sus capas y con ramas mientras avanzaba a lomos de un burro al comienzo de la semana (11:8-10) gritará ante Pilato “¡Crucifícalo!” unos días más tarde (15:6-15). Algunos de ellos, al verle en la cruz, lo insultarán, mientras que los sacerdotes y los maestros de la ley se burlarán de él. Lo mismo harán incluso los dos bandidos con él crucificados (15:29-32).



Los personajes romanos desempeñan los papeles que cabía esperar en circunstancias semejantes. Pilato no quería problemas con una multitud rebelde (Jerusalén estaba atestada de gentes venidas para la celebración de la Pascua y, como hemos visto, eran fáciles de enardecer y manipular): tras un tibio intento de intercambiar a Jesús por Barrabás y a pesar de conocer las razones tortuosas invocadas por las autoridades judías, decidió “complacer a la gente” y se “lo entregó para que lo crucificaran” (15:1-15). En cuando a los soldadesca romana, la crueldad de sus acciones responde, desgraciadamente, a las prácticas de tortura y castigo que entonces eran comunes para con los prisioneros más peligrosos.




            Quedan aún otros personajes cerca de Jesús. Debía de estar muy débil cuando tuvieron que recurrir a un transeúnte, Simón de Cirene, para que llevara el travesaño dela cruz (15:21). Aunque se viera forzado a realizar aquella tarea (las autoridades podían exigir ese tipo de servicio) y nada sepamos de sus sentimientos religiosos, Simón desempeña un profundo papel alegórico: su acción recuerda las exigencias que había planteado Jesús a quien quisiera seguirle: olvidarse de sí mismo y cargar con la cruz son las dos condiciones principales (8:34). Al leer o escuchar este pasaje, los cristianos perseguidos de aquel tiempo debían de entender con toda claridad lo que quería decir Jesús cuando les había anunciado a los discípulos lo duro que era seguirle.

           

Las mujeres: no sólo las que aparecen con su nombre (María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé), sino también el grupo de quienes le habían seguido hasta Jerusalén, están allí y, aunque de lejos, no abandonan al maestro. Por eso serán las primeras testigos de la resurrección. Otra de las paradojas habituales: escaso, por no decir nulo, era el valor del testimonio de una mujer en un juicio. Cuánto más faltas de credibilidad habrían de ser sus palabras sobre el “sepulcro vacío”.



Sólo tras la muerte de Jesús entrará en escena otro personaje: José de Arimatea, que se hará cargo del cuerpo y lo enterrará. La urgencia por no transgredir el inminente sábado hace que a Jesús lo entierren envuelto sin más en una sábana de lino y sin ningún ungüento o perfume: eso explica que las dos Marías y Salomé, el domingo por la mañana temprano fueran con aromas con intención de embalsamar el cuerpo (16:1-3): en realidad, no hacía falta embalsamarle pues ya había sido ungido por la desconocida que habría de ser recordada “en cualquier parte del mundo donde se proclame el evangelio” (14:9).



Humildemente sugiero comparar las acciones de los personajes que hemos visto contrastándolas con los sentimientos que pudo o debió de experimentar Jesús en relación con ellos, y tratar de entender de qué manera estaba siguiendo los designios del Padre. Podemos tratar de identificarnos con algunos de esos personajes y descubrir lo que compartimos con ellos. O intentar encontrar en nuestro propio entorno circunstancias semejantes a las descritas en el texto: orgullo y autosuficiencia, traición, intereses egoístas, temores ocultos, ingratitud… Y valor y piedad, compasión y solidaridad, generosidad humilde y acción eficaz… La lista de elementos, positivos y negativos, es interminable. En cualquier caso, busquemos la manera de acercarnos cuanto podamos al Jesús Sufriente que murió por nosotros. Y eso ya es mucho.





Con excesiva frecuencia y en demasía nos fijamos en nuestras dificultades y problemas cotidianos para ser fieles al Evangelio. Pero, seamos sinceros: a pesar de las escasas discriminaciones de que podamos ser objeto personalmente y del espíritu cada vez más anticristiano que vivimos en nuestra sociedad, nada tienen que ver nuestras circunstancias adversas con aquellas en las que vivieron su fe los primeros cristianos… o determinados hermanos nuestros en tantas regiones del mundo actual. Hoy, pues, recemos especialmente por los cristianos de todas las confesiones que corren el riesgo o de hecho se ven sometidos, no sólo a la discriminación, sino a la persecución, el destierro, la destrucción de sus hogares y templos, e incluso a la muerte: para que encuentren consuelo en compartir el sufrimiento de Cristo; y también, para que obtengan el apoyo de los demás cristianos que oramos por ellos y les tratamos de proporcionarles ayuda.  Además de esta intención particular, creo que deberíamos rezar todos pidiendo esperanza. En gran medida, la pasión y muerte de Jesús es una parábola de la existencia sufriente y atormentada que padecen muchos seres humanos en nuestro propio mundo. En sus cuerpos y en sus almas llevan las heridas con que fue herido Jesús: para que seamos conscientes de tanto sufrimiento y busquemos con esperanza medios eficaces para aliviarlos. 



Teniendo en cuenta la grave situación de tantas comunidades cristianas que sufren pobreza, discriminación y persecución, trata de obtener información sobre las mismas y busca de qué manera puedes ayudarles. Ayuda a la Iglesia Necesitada, o Cáritas pueden resultarte sumamente útiles para descubrir noticias y ayudar eficazmente a otros cristianos para los cuales “testimonio” tiene el nuevo significado que cobró la palabra griega original: “martirio”.



Tomado de los escritos del Rvdo. D. Mariano Perrón,

Sacerdote católico, Archidiócesis de Madrid, España

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